Tormenta de Espadas (105 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—Entonces, ¿Marsh es ahora el Lord Comandante?

El Viejo Granada era un hombre afable y muy diligente como capitán de los Mayordomos, pero no se le ocurría nadie menos apto para enfrentarse a un ejército de salvajes.

—Por el momento, hasta que podamos elegir a alguien, sí —dijo el maestre Aemon—. Tráeme el frasco, Clydas.

«Elegir.» Qhorin Mediamano y Ser Jaremy Rykker habían muerto, Ben Stark seguía desaparecido, ¿quién quedaba? Bowen Marsh y Ser Wynton Stout no, desde luego. ¿Habría sobrevivido Thoren Smallwood en el Puño o tal vez Ser Ottyn Wythers? «No, la cosa será entre Cotter Pyke y Ser Denys Mallister. Pero ¿cuál de los dos ganará?» Los comandantes de la Torre Sombría y de Guardiaoriente eran buenos hombres, pero muy diferentes; Ser Denys era cortés y cauteloso, tan caballeroso como anciano. Pyke era más joven, bastardo de nacimiento, brusco al hablar y temerario en exceso. Lo peor era que entre ellos se detestaban. El Viejo Oso siempre los había mantenido bien alejados, en extremos opuestos del Muro. Jon sabía que los Mallister desconfiaban de los hijos del hierro.

Un latigazo de dolor le recordó sus problemas. El maestre le apretó la mano.

—Clydas te va a traer la leche de la amapola.

—No me hace falta... —Jon trató de incorporarse.

—Sí te hace falta —replicó Aemon con firmeza—. Esto te va a doler.

—Estate quieto si no quieres que te ate. —Donal Noye cruzó la estancia y obligó a Jon a tumbarse de nuevo.

Hasta con un brazo el herrero lo manejaba como si fuera un niño. Clydas volvió con un frasco verde y una taza redonda de piedra. El maestre Aemon la llenó hasta el borde.

—Bébete esto.

Jon se había mordido el labio al debatirse. Sintió el sabor de la sangre mezclado con el de la pócima espesa y gredosa. Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no vomitarla.

Clydas puso a su lado una palangana de agua caliente y el maestre Aemon le empezó a limpiar el pus y la sangre de la herida. Pese a que lo hacía con tanta suavidad como era posible, hasta el más ligero roce hacía que Jon tuviera que contenerse para no gritar.

—Los hombres del Magnar son disciplinados y tienen armas y armaduras de bronce —le dijo. Hablar lo ayudaba a no pensar en el dolor de la pierna.

—El Magnar es un señor de Skagos —dijo Noye—. Cuando llegué al Muro había isleños en Guardiaoriente, me acuerdo de que hablaban de él.

—Creo que Jon utiliza la palabra en un sentido más antiguo —dijo el maestre Aemon—. No como apellido, sino como título. Viene de la antigua lengua.

—Quiere decir «señor» —asintió Jon—. Styr es el Magnar de un lugar que se llama Thenn, muy al norte de los Colmillos Helados. Tiene un centenar de hombres y una veintena de salvajes que conocen el Agasajo casi tan bien como nosotros. Pero Mance no encontró el cuerno, menos es nada. El Cuerno del Invierno, eso es lo que buscaban a lo largo del Agualechosa.

—El Cuerno del Invierno es una leyenda muy antigua. —El maestre Aemon se detuvo con el paño en la mano—. ¿De verdad cree el Rey-más-allá-del-Muro que existe?

—Todos lo creen —asintió Jon—. Ygritte me contó que habían abierto un centenar de tumbas... tumbas de reyes y de héroes por todo el valle del Agualechosa, pero no...

—¿Quién es Ygritte? —preguntó Donal Noye con cierto retintín.

—Una mujer del pueblo libre. —¿Cómo podía describirles a Ygritte? «Es afectuosa, lista, divertida y puede besar a un hombre o cortarle la garganta»—. Va con Styr, pero no es... es joven, en realidad casi una niña, una salvaje, pero... —«Mató a un anciano porque había encendido fuego.» Sentía la lengua hinchada y torpe. La leche de la amapola le estaba nublando la mente—. Rompí mis votos con ella. No era mi intención, de verdad, pero... —«No debí hacerlo. No debí amarla, no debí abandonarla...»—. No fui fuerte. El Mediamano me lo ordenó, cabalga con ellos, obsérvalos, no te niegues a nada, no...

Se sentía como si tuviera la cabeza llena de algodón húmedo. El maestre Aemon olfateó de nuevo la herida de Jon. Luego dejó el paño ensangrentado en la palangana.

—Donal, el cuchillo caliente, por favor —dijo—. Me va a hacer falta que lo mantengas inmóvil.

«No voy a gritar», se dijo Jon cuando vio la hoja al rojo del cuchillo. Pero también rompió ese juramento. Donal Noye lo mantuvo tumbado mientras Clydas guiaba la mano del maestre. Jon no se movió excepto para dar puñetazos contra la mesa, una vez, y otra, y otra. El dolor era tan intenso que se sentía pequeño, débil e impotente, como un niño que sollozara en la oscuridad. «Ygritte —pensó cuando el hedor de la carne quemada le llegó a la nariz y su propio grito le retumbó en los oídos—. Ygritte, tuve que hacerlo.» Por un instante el espantoso dolor empezó a menguar. Pero el hierro le tocó la pierna de nuevo y Jon se desmayó.

Cuando abrió los ojos estaba envuelto en gruesas mantas de lana y se sentía flotar. No podía moverse, pero tampoco le importaba. Por un tiempo soñó que Ygritte estaba con él, que lo curaba con manos suaves. Por fin cerró los ojos y se durmió.

El siguiente despertar no fue tan dulce. La estancia estaba a oscuras, pero bajo las mantas el dolor había regresado, era un palpitar en la pierna que se convertía en un cuchillo al rojo al menor movimiento. Jon lo descubrió por las malas cuando trató de ver si conservaba la pierna. Ahogó un grito y dio otro puñetazo.

—¿Jon? —Apareció una vela, y un rostro bien conocido lo miró desde arriba enmarcado entre dos grandes orejas—. No debes moverte.

—¿Pyp? —Jon alzó el brazo y el otro muchacho le agarró la mano y le dio un apretón—. Pensaba que te habrías ido...

—¿Con el Viejo Granada? No, le parece que soy demasiado pequeño y novato. Grenn también está aquí.

—Yo también estoy aquí. —Grenn se acercó por el otro lado de la cama—. Me he quedado dormido.

—Agua —pidió Jon; tenía la garganta seca. Grenn se la llevó y le acercó el vaso a los labios—. Vi el Puño —dijo tras un largo trago—. La sangre, los caballos muertos... Noye dijo que una docena habían conseguido volver... ¿quiénes?

—Dywen, por ejemplo. Gigante, Edd el Penas, Donnel Hill el Suave, Ulmer, Lew Mano Izquierda, Garth Plumagrís... Cuatro o cinco más. Y yo.

—¿Sam?

—Mató a uno de los Otros, Jon —dijo Grenn apartando la vista—. Yo mismo lo vi. Lo apuñaló con aquel cuchillo de vidriagón que le hiciste y empezamos a llamarlo Sam el Mortífero. Le sentaba fatal.

«Sam el Mortífero.» A Jon no se le ocurría una persona menos agresiva que Sam Tarly.

—¿Qué le pasó?

—Lo dejamos allí. —La voz de Grenn estaba llena de tristeza—. Lo sacudí, le grité, hasta le di una bofetada. Gigante intentó obligarlo a levantarse, pero pesaba demasiado. ¿Te acuerdas de cuando nos estábamos entrenando, cómo se hacía un ovillo en el suelo y se quedaba ahí gimoteando? Pues en el Torreón de Craster ni siquiera gimoteaba. El Daga y Ollo estaban destrozando las paredes para buscar comida, Garth y Garth luchaban entre ellos, otros se dedicaban a violar a las esposas de Craster. Edd el Penas se imaginó que la banda del Daga mataría a todos los leales para que no contáramos lo que habían hecho y nos doblaban en número. Tuvimos que dejar a Sam con el Viejo Oso. Se negaba a moverse, Jon.

«Eras su hermano —estuvo a punto de decirle—. ¿Cómo pudiste abandonarlo allí, entre salvajes y asesinos?»

—Puede que aún esté vivo —dijo Pyp—. Puede que nos dé una sorpresa y llegue mañana.

—Sí, ¡con la cabeza de Mance Rayder! —Jon se dio cuenta de que Grenn quería parecer animado—. ¡Sam el Mortífero!

Jon trató de sentarse otra vez. Fue un error igual que en la primera ocasión. Dejó escapar un grito y una maldición.

—Grenn, ve a despertar al maestre Aemon —dijo Pyp—. Dile que Jon necesita más leche de la amapola.

«Sí», pensó Jon.

—No —dijo en voz alta—. El Magnar...

—Ya lo sabemos —dijo Pyp—. Los centinelas del Muro tienen instrucciones de controlar también el sur, y Donal Noye ha enviado a varios hombres al Saliente de la Almenara para vigilar el camino real. Además, el maestre Aemon ha enviado pájaros a Guardiaoriente y a la Torre Sombría.

El maestre Aemon se acercó a la cama con una mano en el hombro de Grenn.

—No hagas esfuerzos, Jon. Está muy bien que te hayas despertado, pero tienes que tomarte tiempo para curarte. Hemos limpiado la herida con vino hirviendo y te la hemos cubierto con una cataplasma de agujas de pino, semillas de mostaza y pan enmohecido, pero si no descansas...

—No puedo. —Jon luchó contra el dolor para sentarse—. Mance no tardará en llegar... viene con miles de hombres, gigantes, mamuts... ¿Se ha avisado a Invernalia? ¿Al rey? —El sudor le corría por la frente. Tuvo que cerrar los ojos un instante.

Grenn y Pyp intercambiaron una mirada extraña.

—No lo sabe.

—Jon —dijo el maestre Aemon—, mientras estabas fuera han pasado muchas cosas, y ninguna buena. Balon Greyjoy volvió a coronarse rey y envió sus barcos contra el norte. Los reyes se multiplican como malas hierbas, hemos enviado peticiones de ayuda a todos, pero ninguno nos la manda. Tienen cosas más urgentes en las que ocupar sus espadas; nosotros estamos demasiado lejos, nos han olvidado. En cuanto a Invernalia... Sé fuerte, Jon... Invernalia ya no existe...

—¿Que ya no existe? —Jon se quedó mirando los ojos blancos y el rostro arrugado de Aemon—. Mis hermanos están en Invernalia. Bran y Rickon...

—Lo siento muchísimo, Jon. —El maestre se llevó una mano a la frente—. Tus hermanos murieron por orden de Theon Greyjoy después de que tomara Invernalia en nombre de su padre. Cuando los vasallos de tu padre amenazaron con recuperar el castillo, le prendió fuego.

—Tus hermanos han sido vengados —dijo Grenn—. El hijo de Bolton mató a todos los hombres del hierro y se dice que está desollando muy lentamente a Theon Greyjoy por lo que hizo.

—Lo siento, Jon. —Pyp le dio un apretón en el hombro—. Lo sentimos mucho.

A Jon nunca le había caído bien Theon Greyjoy, pero era el pupilo de su padre. Otro espasmo de dolor le recorrió la pierna, cuando se quiso dar cuenta volvía a estar tumbado.

—Tiene que ser un error —se empecinó—. En Corona de la Reina vi un huargo, un huargo gris... Era gris... Me conocía...

Si Bran estaba muerto, ¿era posible que parte de él siguiera viviendo en el lobo, igual que Orell vivía en su águila?

—Bébete esto.

Grenn le acercó una copa a los labios. Jon bebió. Tenía la cabeza llena de lobos y de águilas, y del sonido de las risas de sus hermanos. Los rostros que lo miraban desde arriba empezaron a difuminarse.

«No es posible que estén muertos. Theon jamás haría una cosa así. Invernalia... Granito gris, hierro y roble, cuervos que vuelan en torno a las torres, el vapor que sube de los estanques calientes del bosque de dioses, los reyes de piedra en sus tronos... ¿Cómo es posible que Invernalia ya no exista?»

Cuando el sueño se apoderó de él volvió a estar en casa una vez más, chapoteando en los estanques calientes bajo un enorme arciano blanco que tenía el rostro de su padre. Ygritte estaba con él, se reía de él, se iba quitando las pieles hasta quedar tan desnuda como en su día del nombre, intentaba darle un beso, pero él no podía permitírselo, no, su padre estaba mirando. Era de la sangre de Invernalia, era un hombre de la Guardia de la Noche.

—No engendraré un bastardo —le dijo a la muchacha—. Nunca. Nunca.

—No sabes nada, Jon Nieve —susurró ella mientras la piel se le disolvía en el agua caliente y la carne se le desprendía de los huesos hasta que sólo quedaban el cráneo y el esqueleto, y el estanque burbujeaba espeso y rojo.

CATELYN (6)

Oyeron el Forca Verde antes de verlo, un murmullo constante, como el gruñido de una bestia enorme. El río era un torrente en ebullición, bastante más ancho que el año anterior, cuando Robb había dividido allí su ejército y había jurado tomar como esposa a una Frey como precio por cruzar.

«En aquel momento necesitaba a Lord Walder y su puente, y ahora los necesita todavía más. —Mientras observaba las turbulentas aguas verdosas el corazón de Catelyn se llenó de temores—. No hay manera de vadear esta corriente ni de cruzarla a nado, y podría pasar una luna entera antes de que las aguas bajen.»

Al acercarse a Los Gemelos, Robb se puso la corona y llamó a Catelyn y a Edmure para que cabalgaran a su lado. Ser Raynald Westerling portaba su estandarte, el huargo de los Stark sobre un campo blanco hielo.

Los torreones de la entrada emergieron como fantasmas entre la lluvia, apariciones grises nebulosas que fueron adquiriendo solidez a medida que se acercaban. La fortaleza de los Frey no era un castillo, sino dos; dos imágenes idénticas de piedra húmeda que se alzaban en orillas opuestas de las aguas, unidas por un gran puente en forma de arco. En el centro se encontraba la Torre del Agua, bajo la que discurría rápida la corriente del río. Se habían excavado unos canales que partían de la orilla para crear unos fosos que convertían cada gemela en una isla. Las lluvias habían transformado los fosos en lagos poco profundos.

Al otro lado de las aguas turbulentas, Catelyn divisó un campamento de millares de hombres que se extendía al este del castillo; sus estandartes, como gatos ahogados, pendían inertes de los postes de las tiendas. Era imposible distinguir los colores y los emblemas con la lluvia. Le parecía que la mayoría eran grises, aunque bajo un cielo como aquél, el mundo entero se teñía de gris.

—Tendrás que ir con mucho cuidado, Robb —alertó a su hijo—. Lord Walder es muy susceptible y tiene la lengua afilada, y sin duda algunos de sus hijos habrán salido a él. No dejes que te provoquen.

—Ya conozco a los Frey, madre. Sé bien cuánto los he insultado y cuánto los necesito. Seré tan dulce como un septon.

—Si al llegar nos ofrecen algún refrigerio, no lo rechaces bajo ningún concepto. —Catelyn se movió incómoda en la silla de montar—. Acepta lo que te den, y come y bebe a la vista de todos. Si no te ofrecen nada, pide pan, queso y una copa de vino.

—La verdad es que tengo más frío que hambre...

—Haz caso de lo que te digo, Robb. Una vez hayas comido su pan y su sal serás su huésped, y las leyes de la hospitalidad te protegerán bajo su techo.

—Me protege un ejército entero, madre. —Robb no parecía atemorizado, más bien divertido—. No tengo que confiar en el pan y en la sal. Pero si a Lord Walder le apetece servirme grajo guisado con gusanos, me lo comeré y repetiré.

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