Tormenta de Espadas (146 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—Varys tiene informadores por todas partes. Si Sansa Stark apareciera en el Valle, el eunuco se enteraría antes de un mes, lo que nos traería... desagradables complicaciones. En estos momentos nadie que se llame Stark está a salvo, así que le diremos a los acompañantes de Lysa que sois mi hija natural.

—¿Natural? —Se espantó Sansa—. ¿Vuestra hija bastarda?

—Bueno, difícilmente podríais ser mi hija legítima; no me he casado nunca, eso lo sabe todo el mundo. ¿Cómo os queréis llamar?

—Pues... Podría llamarme como mi madre...

—¿Catelyn? Demasiado evidente... pero tal vez podáis usar el nombre de mi madre, Alayne. ¿Os gusta?

—Alayne suena muy bien. —Sansa esperaba ser capaz de recordarlo—. Pero ¿no podría ser hija legítima de algún caballero que os sirva? Quizá murió heroicamente en la batalla y...

—No tengo ningún caballero heroico que me sirva, Alayne. Semejante historia sólo conseguiría atraer preguntas indeseadas como un cadáver atrae a los cuervos. En cambio es de mala educación curiosear sobre el origen de los hijos naturales. —Inclinó la cabeza a un lado—. A ver, ¿quién sois?

—Alayne... Piedra, ¿verdad? —Lord Petyr asintió—. Pero ¿quién es mi madre?

—¿Kella?

—No, por favor —suplicó mortificada.

—Era una broma. Vuestra madre fue una noble de Braavos, hija de un príncipe mercader. Nos conocimos en Puerto Gaviota cuando yo estaba al mando del tráfico marítimo. Murió al daros a luz y os dejó en manos de la Fe. Tengo unos cuantos libros piadosos para que les echéis un vistazo, acostumbraos a citarlos. No hay nada que evite las preguntas indeseadas tanto como un montón de balidos religiosos. En cualquier caso, después de florecer decidisteis que no queríais ser una septa y me escribisteis una carta. Así supe de vuestra existencia. —Se acarició la barba con un dedo—. ¿Seréis capaz de recordarlo todo?

—Creo que sí. Será como un juego, ¿verdad?

—¿Os gustan los juegos, Alayne?

Iba a tardar en acostumbrarse al nuevo nombre.

—¿Los juegos? No sé... depende...

Antes de que pudiera decir más regresó Grisel con una gran bandeja en equilibrio que puso entre los dos. Había manzanas, peras, granadas, unas uvas un tanto mustias y una gran naranja sanguina. La anciana les llevó también una hogaza redonda de pan y un cuenco de barro con mantequilla. Petyr cortó una granada en dos con la daga y ofreció la mitad a Sansa.

—Deberíais tratar de comer algo, mi señora.

—Gracias, mi señor.

No era fácil comer granadas sin mancharse, de manera que Sansa escogió una pera y le dio un mordisquito delicado. Estaba muy madura y el jugo le corrió por la barbilla.

Lord Petyr soltó una semilla con la punta de la daga.

—Estoy seguro de que extrañáis muchísimo a vuestro padre. Lord Eddard era un hombre valiente, honesto, leal... Pero, como jugador, un completo desastre. —Se llevó la semilla a la boca con el puñal—. En Desembarco del Rey hay dos tipos de personas, los jugadores y las piezas.

—¿Yo era una pieza? —Temía la respuesta, pero se la imaginaba.

—Sí, pero eso no tiene por qué preocuparos. Todavía sois casi una niña. Todo hombre y toda doncella empiezan siendo piezas, aunque algunos se crean jugadores. —Se comió otra semilla—. Por ejemplo, Cersei. Se cree astuta, pero la verdad es que es predecible hasta el aburrimiento. Su poder depende de su belleza, su noble cuna y su riqueza, y de esas tres cosas sólo la primera es suya en realidad, pero no tardará en abandonarla. Entonces será digna de compasión. Quiere poder, pero cuando lo consigue no sabe qué hacer con él. Todo el mundo quiere algo, Alayne, y cuando uno sabe qué quiere un hombre sabe quién es y cómo manejarlo.

—¿Igual que vos manejasteis a Ser Dontos para que envenenara a Joffrey? —Había tenido que ser Dontos, después de mucho pensarlo estaba segura.

—Ser Dontos el Tinto era un odre de vino con patas —dijo Meñique riéndose—. No se le podía encomendar una tarea de tal importancia, habría hecho una chapuza, o me habría traicionado. No, lo único que tenía que hacer Dontos era sacaros del castillo... y asegurarse de que llevabais puesta la redecilla de plata en el banquete.

«Las amatistas negras.»

—Pero... Si no fue Dontos, ¿quién fue? ¿Es que tenéis... otras piezas?

—Aunque volvierais patas arriba Desembarco del Rey no encontraríais ni un hombre con un sinsonte bordado en el pecho, pero eso no quiere decir que carezca de amigos. —Petyr se dirigió hacia las escaleras—. Oswell, sube un momento para que te vea Lady Sansa.

El anciano apareció segundos más tarde, todo sonrisas y reverencias.

—¿Qué tengo que ver? —preguntó Sansa, mirándolo con inseguridad.

—¿Lo reconocéis? —preguntó Petyr.

—No.

—Miradlo mejor.

Examinó el rostro arrugado y resecado por el viento, la nariz ganchuda, el pelo canoso, las manos grandes y nudosas... Había en él algo que le resultaba familiar, pero Sansa tuvo que hacer un gesto de negación.

—No. Nunca había visto a Oswell antes de subir a su bote, estoy segura.

—No, pero tal vez mi señora conoce a mis tres hijos. —Oswell sonrió mostrando un montón de dientes careados.

Lo de los tres hijos y la sonrisa hicieron que cayera en la cuenta.

—¡Kettleblack! —Sansa abrió los ojos como platos—. ¡Sois un Kettleblack!

—Para servir a mi señora.

—La señora está más que servida. —Lord Petyr lo despidió con un gesto y volvió a concentrarse en la granada mientras Oswell bajaba por la escalera arrastrando los pies—. Decidme, Alayne, ¿qué daga es más peligrosa, la que esgrime un enemigo o la escondida que os pone en la espalda alguien a quien no llegáis a ver?

—La daga escondida.

—Chica lista. —Sonrió con los finos labios teñidos de rojo por las semillas de granada—. Cuando el Gnomo despidió a los guardias de la reina ella hizo que Ser Lancel contratara mercenarios. Lancel dio con los Kettleblack, cosa que a vuestro pequeño esposo le pareció excelente, ya que estaban a sueldo de él a través de Bronn. —Dejó escapar una risita—. Pero había sido yo quien dijo a Oswell que enviara a sus hijos a Desembarco del Rey cuando descubrí que Bronn estaba buscando espadas. Ahí tenéis, Alayne, tres dagas escondidas en el lugar perfecto.

Sansa recordó que Ser Osmund había pasado casi todo el banquete al lado del rey.

—¿De modo que uno de los Kettleblack puso el veneno en la copa de Joff?

—¿Acaso he dicho yo eso? —Lord Petyr cortó en dos la naranja sanguina con la daga y ofreció la mitad a Sansa—. Esos muchachos son demasiado traicioneros para formar parte de un plan así... y Osmund era aún menos digno de confianza después de entrar en la Guardia Real. He descubierto que esa capa blanca tiene un efecto extraño sobre los hombres, hasta sobre hombres como él. —Echó la cabeza hacia atrás y exprimió la naranja sanguina para beberse el zumo—. Me encanta el zumo, pero detesto que se me pongan los dedos pegajosos —dijo al tiempo que se secaba las manos—. Manos limpias, Sansa. Hagáis lo que hagáis, aseguraos de tener siempre las manos limpias.

Sansa se puso un poco de zumo de la naranja en la cuchara.

—Pero si no fueron los Kettleblack y no fue Ser Dontos... Vos ni siquiera estabais en la ciudad y Tyrion no pudo ser...

—¿No se os ocurre nadie más, pequeña?

—No... —Sansa sacudió la cabeza.

—Apuesto cualquier cosa a que en algún momento de la noche alguien os dijo que teníais la redecilla del pelo mal puesta y os la enderezó. —Petyr sonrió.

—No es posible... —Sansa se llevó una mano a la boca—. Si ella quería llevarme a Altojardín, si me iba a casar con su propio nieto...

—Sí, con el amable, piadoso y bondadoso Willas Tyrell. Dad gracias, de menuda os habéis salvado, os habríais muerto de aburrimiento. En cambio la vieja no tiene nada de aburrida, eso seguro. Esa bruja es temible, y no es ni mucho menos tan frágil como aparenta. Cuando llegué a Altojardín para regatear por la mano de Margaery dejó la fanfarria a su señor hijo mientras que ella hacía preguntas inteligentes sobre la naturaleza de Joffrey. Yo lo puse por las nubes, claro... mientras mis hombres hacían correr historias muy preocupantes entre los sirvientes de Lord Tyrell. Así se juega a este juego.

»También sembré la semilla de la idea de que Ser Loras vistiera el blanco. No lo sugerí yo, claro, habría sido demasiado directo, pero algunos hombres de mi partida esparcieron relatos aterradores de cómo la turba había asesinado a Ser Preston Greenfield y violado a Lady Lollys, y se repartieron unas cuantas monedas de plata entre el ejército de bardos de Lord Tyrell para que cantaran las hazañas de Ryam Redwine, Serwyn del Escudo Espejo y el príncipe Aemon, el Caballero Dragón. En las manos adecuadas un arpa puede ser tan peligrosa como una espada.

»Mace Tyrell llegó a pensar que la idea de nombrar miembro de la Guardia Real a Ser Loras como parte del contrato matrimonial había sido suya. ¿Quién mejor para proteger a su hija que su espléndido hermano caballero? Y de paso se libraba de la dura tarea de buscar tierras y esposa para un tercer hijo, cosa que nunca es sencilla y en el caso de Ser Loras resulta doblemente difícil.

»El caso es que Lady Olenna no tenía la menor intención de permitir que Joff hiciera daño a su adorada nieta, pero a diferencia de su hijo también se daba cuenta de que, por debajo de las flores y las ropas exquisitas, Ser Loras es tan impulsivo como Jaime Lannister. Pones a Joffrey, a Margaery y a Loras en una olla y ahí tienes, la receta del guiso de Matarreyes. La anciana también comprendió otra cosa. Su hijo estaba decidido a que Margaery fuera reina, y para eso le hacía falta un rey... Pero no tenía por qué ser Joffrey. Esperad y veréis cómo pronto tenemos otra boda real. Margaery se casará con Tommen. Conservará la corona y la virginidad, dos cosas que no quiere, pero en fin, ¿qué importa? La gran alianza occidental estará a salvo... al menos durante un tiempo.

«Margaery y Tommen.» Sansa no sabía qué decir. Se había encariñado con Margaery Tyrell y con su abuela menuda, siempre tan brusca. Pensó con melancolía en Altojardín, en sus patios y sus músicos, en las barcazas que surcaban el Mander... un lugar tan diferente de aquella playa inhóspita donde se encontraban. «Al menos aquí estoy a salvo. Joffrey está muerto, ya no me puede hacer daño, y ahora únicamente soy una chica bastarda, Alayne Piedra, que no tiene esposo ni derechos.» Además, su tía no tardaría en llegar. La larga pesadilla de Desembarco del Rey había quedado atrás, así como su parodia de matrimonio. Allí podría crear un nuevo hogar, tal como había dicho Petyr.

Pasaron ocho días antes de que llegara Lysa Arryn. Durante cinco de ellos no hizo más que llover, y Sansa se los pasó sentada ante el fuego, aburrida e inquieta, al lado del viejo perro ciego. El animal estaba demasiado enfermo y desdentado para seguir haciendo la ronda de guardia con Bryen, lo único que hacía era dormir, pero cuando le dio una palmadita en la cabeza gimió y le lamió la mano, con lo que se hicieron amigos íntimos. Cuando dejó de llover Petyr la llevó a recorrer sus dominios, cosa que les ocupó menos de medio día. Tal como le había dicho era el dueño de un montón de rocas. Había un lugar donde la marea subía en un chorro de más de diez metros por un agujero del suelo, y otro donde alguien había grabado en una piedra la estrella de siete puntas de los nuevos dioses. Petyr le dijo que marcaba uno de los lugares donde los ándalos habían desembarcado cuando llegaron del otro lado del mar para arrebatar el Valle a los primeros hombres.

Tierra adentro vivían una docena de familias en chozas de piedras amontonadas alrededor de una turbera.

—Mi pueblo —le dijo Petyr, aunque sólo el más viejo de los habitantes parecía conocerlo. También había una cueva de un ermitaño, aunque sin ermitaño—. Ya está muerto, pero cuando era niño mi padre me trajo a verlo. Aquel tipo no se había bañado en cuarenta años, ya os podéis imaginar cómo olía, pero se suponía que tenía el don de la profecía. Me palpó un poco y dijo que sería un gran hombre, y a cambio de eso mi padre le dio un odre de vino. —Petyr soltó un bufido burlón—. Yo le habría podido decir lo mismo por media copa.

Por fin, una tarde gris de mucho viento, Bryen volvió corriendo a la torre con sus perros ladrando tras él para anunciar que se acercaban jinetes procedentes del sudoeste.

—Es Lysa —dijo Lord Petyr—. Vamos, Alayne, salgamos a recibirla.

Se pusieron las capas y esperaron en el exterior. Los jinetes eran apenas una veintena, una escolta muy modesta para la señora del Nido de Águilas. Con ella cabalgaban tres doncellas y una docena de caballeros de su Casa con armaduras y corazas. También la acompañaba un septon y un atractivo bardo de bigote ralo y largos rizos color arena.

«¿Es posible que sea mi tía?» Lady Lysa tenía dos años menos que su madre, pero aquella mujer aparentaba diez más. La espesa cabellera castaño rojiza le llegaba a la cintura, pero bajo el costoso vestido de terciopelo y el corpiño recamado de joyas, el cuerpo se notaba fofo y carnoso. Llevaba el rostro rosado muy pintado y tenía los pechos amplios y caídos; los miembros, gruesos. Era más alta que Meñique y también más pesada; además tampoco mostró ninguna elegancia en su manera torpe de bajarse del caballo.

Petyr se arrodilló para besarle los dedos.

—El Consejo Privado del rey me ordenó cortejarte y ganarme tu corazón, mi señora. ¿Qué dices, me aceptarás como señor y esposo?

Lady Lysa hizo un morrito con los labios y lo ayudó a levantarse para estamparle un beso en la mejilla.

—Bueno, es posible que me deje convencer. —Soltó una risita—. ¿Me has traído regalos que predispongan mi corazón?

—La paz del rey.

—Oh, a la porra la paz del rey, ¿qué más me traes?

—A mi hija. —Meñique hizo un gesto con la mano a Sansa para que se adelantara—. Mi señora, permite que te presente a Alayne Piedra.

Lysa Arryn no pareció nada contenta de verla. Sansa hizo una profunda reverencia con la cabeza inclinada.

—¿Una bastarda? —oyó decir a su tía—. ¿Has sido travieso, Petyr? ¿Quién es la madre?

—Ya está muerta. Quería llevar a Alayne al Nido de Águilas.

—¿Y qué hago allí con ella?

—Se me ocurren un par de cosas —dijo Lord Petyr—, pero ahora mismo me interesa mucho más lo que voy a hacer yo contigo, mi señora.

El gesto adusto se disolvió en el rostro rosado y redondo de su tía, y por un momento Sansa pensó que Lysa Arryn se iba a echar a llorar.

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