Tormenta de Espadas (150 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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La vista de Slynt paseó por los aposentos y se posó en los demás hombres de Guardiaoriente.

—¿Acaso este chico cree que me ha caído en la cabeza un carro lleno de nabos?

—Tus mentiras no te salvarán ahora, Lord Nieve —le avisó Ser Alliser Thorne—. Te vamos a sacar la verdad, bastardo.

—Os he dicho la verdad. Nuestros caballos estaban agotados y Casaca de Matraca nos alcanzaba. Qhorin me dijo que aparentara unirme a los salvajes. «No importa qué te exijan, hazlo», me dijo. Sabía que me obligarían a matarlo. Casaca de Matraca lo iba a matar de todos modos, eso también lo sabía.

—¿Así que ahora dices que el gran Qhorin Mediamano tenía miedo de este bicho? —Slynt miró a Casaca de Matraca y resopló.

—Todos los hombres temen al Señor de los Huesos —gruñó el salvaje.

Ser Glendon le pegó una patada y el prisionero volvió a sumirse en el silencio.

—No he dicho eso —insistió Jon.

—¡Ya te he oído! —exclamó Slynt dando un puñetazo sobre el escritorio—. Parece que Ser Alliser te ha tomado bien la medida. Mientes con esa boca de bastardo. No pienso tolerarlo. ¡Y no lo voy a tolerar! ¡Puede que engañaras a ese herrero tullido, pero no a Janos Slynt! Ah, no, ni hablar. Janos Slynt no se traga tus mentiras con tanta facilidad. ¿Crees que tengo la cabeza llena de coles?

—No sé de qué tenéis llena la cabeza, mi señor.

—Lord Nieve no es otra cosa que arrogante —dijo Ser Alliser—. Asesinó a Qhorin de la misma manera que sus compinches cambiacapas mataron a Lord Mormont. No me sorprendería saber que todo era parte del mismo complot. Es posible que Benjen Stark haya tenido algo que ver en esto. Por lo que sabemos, ahora mismo puede estar sentado en la tienda de Mance Rayder. Ya sabéis cómo son estos Stark, mi señor.

—Sí, lo sé demasiado bien —repuso Janos Slynt.

Jon se quitó el guante y les mostró su mano quemada.

—Me quemé la mano defendiendo a Lord Mormont de un espectro. Y mi tío era un hombre de honor. No hubiera violado sus votos jamás.

—¿Como tú? —se burló Ser Alliser.

—Lord Slynt —dijo el septon Cellador aclarándose la garganta—. Este muchacho se negó a hacer sus votos en el sept, como debe ser, y cruzó el Muro para pronunciar sus palabras ante un árbol corazón. Dijo que eran los dioses de su padre, pero también son los dioses de los salvajes.

—Son los dioses del norte, septon. —El maestre Aemon se mostró cortés, pero firme—. Mis señores, cuando Donal Noye fue asesinado quien se hizo cargo del Muro y lo defendió contra toda la furia del norte fue este joven, Jon Nieve. Ha mostrado ser un hombre valiente, leal y lleno de recursos. De no ser por él, vos, Lord Slynt, hubierais encontrado a Mance Rayder sentado en esa butaca. Estáis cometiendo un tremendo error. Jon Nieve era el mayordomo de Lord Mormont y su escudero. Fue elegido para esa misión porque el Lord Comandante lo consideraba muy prometedor. Y yo también.

—¿Prometedor? —dijo Slynt—. Bueno, la promesa puede resultar falsa. La sangre de Qhorin Mediamano lo salpica. Dices que Mormont confiaba en él, pero ¿de qué vale eso? Sé lo que es que a uno lo traicionen hombres en los que confiaba. Oh, sí. Y también sé cómo se comportan los lobos. —Señaló al rostro de Jon—. Tu padre murió como un traidor.

—Mi padre fue asesinado. —A Jon no le importaba ya qué le hicieran, pero no soportaría más mentiras sobre su padre.

—¿Asesinado? —Slynt enrojeció—. Cachorro insolente... El cadáver del rey Robert no se había enfriado cuando Lord Eddard se alzó contra su hijo. —Se levantó, era un hombre de menor estatura que Mormont, pero de pecho y brazos muy gruesos, con la barriga a juego. El broche de su capa sobre el hombro era una pequeña lanza dorada con la punta de esmalte rojo—. Tu padre murió por la espada, pero era de noble cuna, había sido Mano del Rey. Para ti bastará con una cuerda. Ser Alliser, llevaos a este cambiacapas a una celda de hielo.

—Mi señor es sabio —dijo Ser Alliser cogiendo a Jon del brazo.

Jon dio un paso atrás y agarró al caballero por la garganta con tal ferocidad que lo levantó del suelo. Lo habría estrangulado si los hombres de Guardiaoriente no lo llegan a detener. Thorne retrocedió tambaleándose y frotándose las marcas que los dedos de Jon habían dejado en su cuello.

—Ya lo habéis visto, hermanos. Este chico es un salvaje.

TYRION (10)

Cuando llegó el amanecer se dio cuenta de que no soportaba pensar en la comida. «Puede que me hayan condenado antes de la puesta del sol.» Tenía el estómago lleno de bilis y le picaba la nariz. Tyrion se la rascó con la punta de la daga. «Sólo tengo que soportar a un testigo más y luego me tocará el turno.» Pero ¿qué podía hacer? ¿Negarlo todo? ¿Acusar a Sansa y a Ser Dontos? ¿Confesar, con la esperanza de pasar el resto de sus días en el Muro? ¿Tirar los dados y rezar por que la Víbora roja pudiera derrotar a Ser Gregor Clegane?

Tyrion pinchó la grasienta salchicha con indiferencia. Habría preferido que fuera su hermana.

«En el Muro hace un frío de cojones, pero al menos estaría lejos de Cersei.» Como explorador no sería gran cosa, pero en la Guardia de la Noche no sólo hacían falta hombres fuertes, también eran necesarios los inteligentes. Eso le había dicho el Lord Comandante Mormont cuando Tyrion visitó el Castillo Negro. «Está el problema de esos votos tan inconvenientes, claro.» Aquello implicaba el fin de su matrimonio y de cualquier derecho que pudiera tener sobre Roca Casterly, pero no parecía que su destino fuera disfrutar de ninguna de las dos cosas. Y si mal no recordaba, en una aldea cercana había un prostíbulo.

No era la vida que había soñado, pero era una vida. Para ganársela lo único que tenía que hacer era confiar en su padre, levantarse sobre aquellas piernas atrofiadas y decir: «Sí, lo confieso, fui yo». Eso era lo que le provocaba un nudo en las tripas. Casi deseaba haberlo hecho, ya que de todas maneras iba a pagar por ello.

—¿Mi señor? —dijo Podrick Payne—. Están aquí, mi señor. Ser Addam. Y los capas doradas. Esperan afuera.

—Dime la verdad, Pod, ¿crees que fui yo?

El chico titubeó. Cuando intentó hablar lo único que le salió fue una especie de gemido.

«Estoy perdido.» Tyrion suspiró.

—No hace falta que respondas. Has sido un buen escudero para mí. Mejor de lo que merecía. Pase lo que pase hoy, te doy las gracias por tus leales servicios.

Ser Addam y seis capas doradas aguardaban al otro lado de la puerta. Por lo visto aquella mañana no tenía nada que decirle. «Otro hombre honrado que cree que he asesinado a uno de mi sangre.» Tyrion reunió toda la dignidad que pudo y anadeó escaleras abajo. Sintió las miradas de todos clavadas en él mientras cruzaba el patio: los guardias de la muralla, los mozos de cuadras de los establos, los pinches de cocina, las lavanderas, las criadas... Dentro del salón del trono los caballeros y los señores menores les abrieron paso y susurraron comentarios a los oídos de sus damas.

En cuanto Tyrion ocupó su lugar ante los jueces otro grupo de capas doradas entró en el salón escoltando a Shae.

«Varys la ha traicionado —pensó. Sintió una mano helada que le oprimía el corazón. Luego lo recordó—. No. Yo fui quien la traicionó. Tendría que haberla dejado con Lollys. Interrogaron a las doncellas de Sansa, claro, yo habría hecho lo mismo.» Tyrion se frotó el muñón de la nariz y se preguntó por qué Cersei querría interrogarla. «Shae no sabe nada que pueda hacerme daño.»

—Lo planearon entre los dos —dijo ella, la muchacha a la que amaba—. El Gnomo y Lady Sansa lo planearon tras la muerte del Joven Lobo. Sansa quería vengar a su hermano y Tyrion pretendía ocupar el trono. A continuación iba a matar a su hermana y después a su señor padre para convertirse en la Mano del príncipe Tommen. Pero cuando pasara un año o así, antes de que Tommen se hiciera demasiado mayor, también lo haría matar y se coronaría él mismo.

—¿Cómo sabes todo esto? —exigió saber el príncipe Oberyn—. ¿Por qué haría partícipe el Gnomo de sus planes a la doncella de su esposa?

—Algunas cosas las oí de pasada, mi señor —dijo Shae—, y otras se le escapaban a mi señora. Pero la mayor parte las supe de sus labios. No era sólo la doncella de Sansa, también he sido la puta del enano todo el tiempo que lleva en Desembarco del Rey. La mañana de la boda me llevó a rastras abajo, adonde guardan los cráneos de los dragones, y me folló allí mismo, en medio de los monstruos. Cuando me vio llorar me dijo que era una ingrata, que no cualquier chica tenía el honor de ser la puta de un rey. Fue entonces cuando me contó cómo pensaba llegar a rey. Me dijo que ese pobre chico, Joffrey, nunca conocería a su esposa tal como él me estaba conociendo a mí. —Entonces empezó a sollozar—. No quería ser una puta, mis señores. Me iba a casar. Mi prometido era un escudero, un muchacho bueno, valiente y gentil. Pero el Gnomo me vio en el Forca Verde y puso al chico con el que me iba a casar en la primera fila de la vanguardia, y cuando murió mandó a sus salvajes a que me llevaran a su tienda. A Shagga, el grandullón, y a Timett, el del ojo quemado. Me dijo que si no lo complacía me entregaría a ellos, así que obedecí. Luego me trajo a la ciudad para tenerme cerca siempre que me quisiera. Me obligaba a hacer unas cosas horribles...

—¿Qué clase de cosas? —El príncipe Oberyn la miró con curiosidad.

—Cosas que no se pueden contar. —Cuando las lágrimas empezaron a correr por aquel bello rostro no hubo hombre en la sala que no deseara tomar a Shae en sus brazos para consolarla—. Con la boca y... con otras partes, mi señor. Todas mis partes. Me utilizó de todos los modos posibles y... Y me obligaba a decirle lo grande que era. Me obligaba a llamarlo «mi gigante». «Mi gigante de Lannister».

Osmund Kettleblack fue el primero en echarse a reír. Luego se le unieron Boros y Meryn, Cersei, Ser Loras, y más damas y señores de los que habría podido contar. La repentina oleada de risas retumbó en el Trono de Hierro y sacudió las vigas del techo.

—Es verdad —protestó Shae—. Mi gigante de Lannister.

Las carcajadas se redoblaron. Las bocas se abrieron en muecas de diversión infinita, las barrigas temblaron. Algunos se rieron tanto que se les salieron los mocos.

«Yo os salvé a todos —pensó Tyrion—. Salvé esta ciudad de mierda y vuestras vidas insignificantes.» Había cientos de personas en el salón del trono y todos se reían a excepción de su padre. O eso le parecía. Hasta la Víbora Roja reía a carcajadas, y Mace Tyrell parecía al borde de un ataque, pero Lord Tywin Lannister, sentado entre ellos, parecía una estatua de piedra con los dedos entrecruzados bajo la barbilla.

—¡Mis señores! —rugió Tyrion dando un paso adelante.

Tuvo que gritar mucho para hacerse oír. Su padre alzó una mano. Poco a poco se fue haciendo el silencio en el salón.

—Quitad a esa puta mentirosa de mi vista y confesaré —dijo Tyrion.

Lord Tywin asintió e hizo una señal. Shae puso cara de terror cuando los capas doradas formaron en torno a ella. Su mirada se llegó a cruzar con la de Tyrion mientras la escoltaban fuera de la estancia. ¿Fue vergüenza lo que vio en sus ojos o tal vez miedo? Se preguntó qué le habría prometido Cersei.

«Te dará el oro, las joyas, lo que sea que le pidieras —pensó mientras veía alejarse su espalda—, pero antes de que cambie la luna te tendrá divirtiendo a los capas doradas en sus barracones.»

Tyrion alzó la vista hacia los duros ojos verdes de su padre, con sus motas de frío oro.

—Culpable —dijo—, muy culpable. ¿Es eso lo que queríais que dijera?

Lord Tywin no respondió. Mace Tyrell asintió. El príncipe Oberyn parecía algo decepcionado.

—¿Admitís que envenenasteis al rey?

—Ni por asomo —respondió Tyrion—. De la muerte de Joffrey soy inocente. Soy culpable de un crimen mucho más horrendo. —Dio un paso hacia su padre—. Nací. Sobreviví. Soy culpable de ser un enano, lo confieso. Y por muchas veces que me haya perdonado mi bondadoso padre, siempre persistí en mi infamia.

—Esto es absurdo, Tyrion —declaró Lord Tywin—. Habla del tema que nos ocupa. No se te está juzgando por ser enano.

—Ahí es donde te equivocas, mi señor. Se me ha estado juzgando por ser enano toda mi vida.

—¿No tienes nada que decir en tu defensa?

—Sólo una cosa: Yo no lo hice. Pero ahora me gustaría haberlo hecho. —Se volvió para enfrentarse a la sala, a aquel mar de caras pálidas—. Me gustaría tener veneno suficiente para todos vosotros. Hacéis que lamente no ser el monstruo que creéis que soy, pero así es. Soy inocente, y sé que aquí no voy a conseguir justicia. No me dejáis más salida que recurrir a los dioses. Exijo un juicio por combate.

—¿Es que has perdido los sesos? —dijo su padre.

—No, los he encontrado. ¡Exijo un juicio por combate!

Su querida hermana estaba de lo más satisfecha.

—Lo asiste ese derecho, mis señores —recordó a los jueces—. Que lo juzguen los dioses. Ser Gregor Clegane luchará por Joffrey. Regresó a la ciudad hace dos noches para poner su espada a mi servicio.

El rostro de Lord Tywin estaba tan granate que por un instante Tyrion pensó que también él había bebido vino envenenado. Dio un puñetazo en la mesa, tan furioso que no podía hablar. Fue Mace Tyrell quien se volvió hacia Tyrion.

—¿Tenéis un campeón que defienda vuestra inocencia? —le preguntó.

—Lo tiene, mi señor. —El príncipe Oberyn de Dorne se puso en pie—. El enano me ha convencido.

El rugido fue ensordecedor. Una de las cosas que más satisfacción provocaron a Tyrion fue la sombra de duda que asomó a los ojos de Cersei. Hicieron falta un centenar de capas doradas dando golpes contra el suelo con el asta de la lanza para que se volviera a hacer el silencio en el salón del trono. Para entonces Lord Tywin Lannister ya había recuperado la compostura.

—Este asunto quedará zanjado mañana —declaró con voz retumbante—. Yo me lavo las manos.

Lanzó una mirada fría y airada a su hijo enano y salió de la estancia por la puerta del rey, detrás del Trono de Hierro, acompañado por su hermano Kevan.

Más tarde, de vuelta en su celda de la torre, Tyrion se sirvió una copa de vino y envió a Podrick Payne a buscar queso, pan y aceitunas. Dudaba mucho de que pudiera retener en el estómago nada más contundente.

«¿Creías que me dejaría matar como un borrego, padre? —preguntó a la sombra que las velas proyectaban contra la pared—. Me parezco demasiado a ti para eso.» Sentía una extraña tranquilidad al haber arrancado de las manos de su padre el poder sobre la vida y la muerte para ponerlo en manos de los dioses. «Suponiendo que existan los dioses y que yo les importe una mierda. Si no, estoy en manos del dorniense.» Pasara lo que pasara Tyrion tenía la satisfacción de saber que había hecho añicos los planes de Lord Tywin. Si el príncipe Oberyn ganaba, se acrecentaría el odio de Altojardín contra el dorniense; Mace Tyrell vería al hombre que había dejado tullido a su hijo hacer que el enano que estuvo a punto de envenenar a su hija escapara de su justo castigo. Y si la Montaña triunfaba, era más que probable que Doran Martell exigiera saber por qué a su hermano se le había dado la muerte en vez de la justicia prometida por Tyrion. Tal vez Dorne coronara a Myrcella al fin y al cabo.

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