Tormenta de Espadas (144 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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«Lo que dice el muchacho tiene lógica. Aún es posible que Tyrion sea inocente.» Pero no había manera de encontrar a la chiquilla. Tal vez Jaime debería encargarse en persona de aquel asunto. Para empezar, habría que saber cómo había conseguido salir del castillo. «Puede que Varys tenga algún secretito.» Nadie conocía la Fortaleza Roja tan bien como el eunuco.

De todos modos, aquello tendría que esperar. En aquel momento Jaime tenía preocupaciones más acuciantes. «Decís que sois el Lord Comandante de la Guardia Real —le había espetado su padre—. Id a cumplir con vuestro deber.» Aquellos cinco no eran los hermanos que habría querido, pero eran los hermanos que tenía. Ya iba siendo hora de que los pusiera en su sitio.

—Fuera quien fuera el envenenador, Joffrey está muerto —les dijo—, y ahora el Trono de Hierro le corresponde a Tommen. Tengo intención de que lo ocupe hasta que el pelo se le vuelva blanco y se le caigan los dientes. Y no por culpa de un veneno. —Jaime se volvió hacia Ser Boros Blount. En los últimos años había ganado mucho peso, aunque tenía un esqueleto de huesos grandes capaz de soportarlo—. Por vuestro aspecto es obvio que os gusta comer, Ser Boros. De ahora en adelante, probaréis todo lo que Tommen vaya a comer o beber.

Ser Osmund Kettleblack se echó a reír y el Caballero de las Flores sonrió, pero Ser Boros se puso rojo como una remolacha.

—¡No soy catador de comida! ¡Soy un caballero de la Guardia Real!

—Es triste reconocerlo, pero lo sois. —Cersei jamás debería haberlo despojado de la capa blanca, pero su padre, al devolvérsela, no había hecho más que multiplicar la vergüenza—. Mi hermana me ha contado con cuánta presteza entregasteis a mi sobrino a los mercenarios de Tyrion. Espero que las zanahorias y los guisantes os resulten menos amenazadores. Cuando vuestros Hermanos Juramentados estén en el patio, entrenándose con la espada y el escudo, vos os podréis entrenar con la cuchara y el tenedor. A Tommen le encantan las tartas de manzana. Tratad de que no se las robe ningún mercenario.

—¿Vos os atrevéis a hablarme así? ¿Vos?

—Tendríais que haber muerto antes de permitir que os arrebataran a Tommen.

—¿Igual que moristeis vos protegiendo a Aerys, ser? —Ser Boros se puso en pie y echó la mano al pomo de la espada—. No pienso tolerar esto, ¡no lo voy a tolerar! Si alguien tiene que dedicarse a probar comida, mejor lo haríais vos. ¿Para qué otra cosa vale un tullido?

—Estoy de acuerdo —dijo Jaime con una sonrisa—. Soy tan incapaz de proteger al rey como vos. De modo que dejad de acariciar esa espada y desenvainadla, veremos qué tal os sirven vuestras dos manos contra la mía. Al final uno de nosotros habrá muerto, y la Guardia Real saldrá ganando. —Se levantó—. O, si lo preferís, podéis ir a cumplir con vuestras obligaciones.

—¡Bah! —Ser Boros escupió un coágulo de flema verdosa a los pies de Jaime y salió, sin sacar la espada de la vaina.

«Es un cobarde, menos mal.» Pese a la edad, la gordura y su poca habilidad con la espada, Ser Boros lo podría haber hecho pedazos. «Pero eso Boros no lo sabe, y los demás tampoco lo deben saber. Temían al hombre que fui; hacia el hombre que soy sólo sienten compasión.»

Jaime volvió a sentarse y se volvió hacia Kettleblack.

—A vos no os conozco, Ser Osmund. Me parece curioso. He tomado parte en torneos, combates cuerpo a cuerpo y batallas por los Siete Reinos. Conozco a todos los caballeros errantes, jinetes libres y escuderos con ínfulas hábiles o torpes que alguna vez hayan roto una lanza en las lizas. Entonces, ¿cómo es que nunca había oído hablar de vos, Ser Osmund?

—No sabría deciros, mi señor. —El tal Ser Osmund sonreía de oreja a oreja, como si Jaime y él fueran viejos compañeros de armas que estuvieran bromeando—. Aunque la verdad es que soy un soldado, no un caballero de torneos.

—¿Dónde servisteis antes de que os encontrara mi hermana?

—Pues... aquí y allá, mi señor.

—He viajado hacia el sur hasta Antigua, hasta Invernalia en el norte. He viajado al oeste hasta Lannisport, y hasta Desembarco del Rey en el este. Pero nunca he estado en Aquí. Y tampoco en Allá. —A falta de dedo, Jaime señaló la nariz ganchuda de Ser Osmund con el muñón—. Os lo preguntaré por última vez. ¿Dónde habéis servido?

—En los Peldaños de Piedra. También en las Tierras de la Discordia. Por allí siempre hay batallas. Cabalgué con los Galantes. Luchábamos por Lys, y a veces por Tyrosh.

«Luchabas por cualquiera que te pagara.»

—¿Cómo obtuvisteis el rango de caballero?

—En el campo de batalla.

—¿Quién os armó caballero?

—Ser Robert... Piedra. Ya ha muerto, mi señor.

—Me lo imaginaba.

Supuso que Ser Robert Piedra tal vez hubiera sido un bastardo del Valle, que vendía su espada en las Tierras de la Discordia. Por otra parte, muy bien pudiera ser un nombre que Ser Osmund se acababa de inventar a partir de un rey muerto y una pared del castillo.

«¿En qué diantres estaba pensando Cersei cuando le dio a éste una capa blanca?»

Al menos Kettleblack seguramente sabría utilizar la espada y el escudo. Los mercenarios rara vez se encontraban entre los más honorables de los hombres, pero para seguir vivos precisaban de cierta habilidad en el uso de las armas.

—Muy bien, ser —dijo Jaime—. Podéis retiraros.

El hombre recuperó la sonrisa y salió contoneándose como un pavo.

—Ser Meryn. —Jaime sonrió al hosco caballero del pelo color rojo óxido y bolsas debajo de los ojos—. Tengo entendido que Joffrey os utilizaba para castigar físicamente a Sansa Stark. —Con su única mano le acercó el Libro Blanco—. Por favor, mostradme dónde pone que entre nuestros votos está el juramento de dar palizas a mujeres y niños.

—Hice lo que Su Alteza me ordenaba. Juramos obedecerle.

—De ahora en adelante ejerceréis la obediencia con mejor criterio. Mi hermana es la reina regente. Mi padre es la Mano del Rey. Yo soy el Lord Comandante de la Guardia Real. Obedecednos a nosotros. Y a nadie más.

—¿Nos estáis diciendo que no obedezcamos al rey? —El rostro de Ser Meryn estaba tenso, con una expresión testaruda.

—El rey tiene ocho años. Nuestro principal deber es protegerlo, y en eso entra protegerlo de sí mismo. Utilizad esa cosa que guardáis dentro del yelmo. Si Tommen quiere que le ensilléis el caballo, obedeced. Si os dice que matéis a su caballo, venid a verme.

—Sí, señor. Como ordenéis.

—Retiraos.

Mientras salía, Jaime se volvió hacia Ser Balon Swann.

—Ser Balon, os he visto más de una vez en las lizas y he peleado contra vos en los combates cuerpo a cuerpo. Me han dicho que demostrasteis vuestro valor cien veces durante la batalla del Aguasnegras. La Guardia Real se honra de contar con vos entre sus miembros.

—El honor es mío, mi señor —dijo Ser Balon, pero parecía receloso.

—Tan sólo querría haceros una pregunta. Nos habéis servido con lealtad, es cierto... Pero Varys me dice que vuestro hermano cabalgó con Renly y luego con Stannis, mientras que vuestro señor padre decidió no convocar a sus vasallos y permaneció tras los muros de Timón de Piedra durante toda la guerra.

—Mi padre es un anciano, mi señor. Ya hace mucho que cumplió los cuarenta. Sus días de luchar pasaron hace mucho.

—¿Y qué hay de vuestro hermano?

—Donnel resultó herido en la batalla y se rindió ante Ser Elwood Harte. Cuando se pagó el rescate por él, juró lealtad al rey Joffrey, como hicieron muchos otros prisioneros.

—Es cierto —dijo Jaime—. Pero, de todos modos... Renly, Stannis, Joffrey, Tommen... ¿Cómo es que se saltó a Balon Greyjoy y a Robb Stark? Habría podido convertirse en el primer caballero del reino en jurar lealtad a los seis reyes.

—Donnel cometió errores, pero ahora es leal a Tommen. —La incomodidad de Ser Balon era evidente—. Os doy mi palabra.

—El que me preocupa no es Donnel el Constante, sois vos. —Jaime se inclinó hacia delante—. ¿Qué haréis si el valeroso Ser Donnel entrega su espada a un usurpador más y un día se presenta en el salón del trono? Allí estaréis vos, vestido de blanco, entre vuestro rey y vuestra sangre. ¿Qué haréis?

—Mi... mi señor, eso no va a suceder.

—A mí me sucedió —replicó Jaime. Swann se secó la frente con la manga de la túnica blanca—. ¿No me respondéis?

—Mi señor. —Ser Balon se levantó—. Por mi espada, por mi honor, por el nombre de mi padre, os juro... que no haré lo que hicisteis vos.

—Muy bien —dijo Jaime riéndose—. Volved a vuestros deberes... y decid a Ser Donnel que debería añadir una veleta a su escudo.

Y, por último, quedó a solas con el Caballero de las Flores.

Esbelto como la hoja de una espada, ágil y en perfecta forma, Ser Loras Tyrell lucía una nívea túnica de lino y calzones blancos de lana, con un cinturón de oro en torno a la cintura y un broche también de oro en forma de rosa para sujetarse la hermosa capa de seda. Su cabello era una suave mata castaña, a juego con unos ojos del mismo color, que brillaban llenos de insolencia.

«Cree que esto es un torneo y que ha llegado su momento de entrar en la liza.»

—Diecisiete años y ya sois caballero de la Guardia Real —dijo Jaime—. Supongo que estaréis orgulloso. El príncipe Aemon, el Caballero Dragón, tenía diecisiete años cuando recibió el nombramiento. ¿Lo sabíais?

—Sí, mi señor.

—¿Y sabíais que yo tenía quince?

—También, mi señor.

Sonrió. Jaime detestaba aquella sonrisa.

—Yo era mejor que vos, Ser Loras. Era más alto, más fuerte y más rápido.

—Y ahora sois más viejo —dijo el muchacho—. Mi señor.

No tuvo más remedio que echarse a reír. «Esto es increíble. Tyrion se burlaría de mí hasta la muerte si me viera ahora, comparando tamaños de pollas con este mocoso.»

—Más viejo y más sabio, ser. Tendríais que aprender de mí.

—¿Igual que vos aprendisteis de Ser Boros y Ser Meryn?

Aquella flecha había estado a punto de dar en el blanco.

—Yo aprendí del Toro Blanco y de Barristan el Bravo —le espetó Jaime—. Aprendí de Ser Arthur Dayne, la Espada del Amanecer, que os podría haber matado a los cinco con la mano izquierda mientras se sujetaba la polla con la derecha para mear. Aprendí del príncipe Lewyn de Dorne, de Ser Oswell Whent, de Ser Jonothor Darry, hombres buenos todos ellos.

—Hombres muertos todos ellos.

«Es como yo —comprendió Jaime de repente—. Estoy hablando conmigo mismo, tal como era, todo confianza, todo arrogancia, todo caballerosidad hueca... Esto es lo que pasa cuando eres demasiado bueno siendo demasiado joven.»

Al igual que en un combate a espada, a veces era mejor probar con un golpe diferente.

—Se dice que luchasteis de manera impresionante en la batalla... casi tan bien como el fantasma de Lord Renly, que estaba a vuestro lado. Un Hermano Juramentado no tiene secretos para su Lord Comandante. Decidme, ser, ¿quién llevaba la armadura de Renly?

Por un momento pareció que Loras Tyrell iba a negarse a responder, pero al final recordó sus votos.

—Mi hermano —dijo de mala gana—. Renly era más alto que yo, y de pecho más ancho. Su armadura me quedaba muy suelta, pero a Garlan le sentaba bien.

—¿De quién partió la idea, de vos o de él?

—Nos lo sugirió Meñique. Dijo que los soldados ignorantes de Stannis se asustarían.

—Y así fue. —«Y de paso, a algunos caballeros y señores menores»—. Bien, habéis proporcionado a los bardos un tema sobre el que componer muchas rimas, no es pequeño logro. ¿Qué hicisteis con Renly?

—Lo enterré con mis propias manos, en un lugar que él mismo me mostró cuando yo era escudero en Bastión de Tormentas. Allí nadie lo encontrará para turbar su descanso. —Miró a Jaime, desafiante—. Defenderé al rey Tommen con todas mis fuerzas, lo juro. Si es necesario, daré mi vida por él. Pero jamás traicionaré a Renly, ni de palabra ni de obra. Era el rey que debería haberse sentado en el trono. Era el mejor de todos.

«Era el que mejor vestía, eso no lo discuto —pensó Jaime. Pero, por una vez, no lo dijo en voz alta. La arrogancia se había desvanecido de la voz de Ser Loras en cuanto empezó a hablar de Renly—. Me ha dicho la verdad. Es orgulloso, atolondrado y un completo idiota, pero no es falso. Por ahora, no.»

—Como queráis. Sólo una cosa más y podréis volver a vuestros deberes.

—¿Sí, mi señor?

—Todavía tengo a Brienne de Tarth en una celda de la torre.

—Mejor estaría en un calabozo sin ventanas. —La boca del muchacho se convirtió en una línea dura.

—¿Estáis seguro de que es eso lo que merece?

—Merece la muerte. Le dije a Renly que no había lugar para una mujer en la Guardia Arcoiris. Ganó el combate cuerpo a cuerpo porque utilizó un truco.

—Sé de otro caballero al que le gustaban los trucos. En cierta ocasión, eligió una yegua en celo para enfrentarse a un rival que montaba un corcel de muy mal genio. ¿Qué truco fue el que utilizó Brienne?

—Saltó y... —Ser Loras se puso rojo—. Bueno, no importa. Venció, lo reconozco. Su Alteza le puso en los hombros una capa arco iris. Y ella lo mató. O dejó que muriera.

—Hay mucha diferencia.

«La diferencia entre mi crimen y la vergüenza de Boros Blount.»

—Ella había jurado protegerlo. Ser Emmon Cuy, Ser Robar Royce y Ser Parmen Crane también lo habían jurado. ¿Cómo es posible que nadie le causara mal alguno, si ella estaba dentro de la tienda y los demás en la entrada? A menos que todos tomaran parte en la conspiración.

—En el banquete de la boda estabais cinco de vosotros —señaló Jaime—. ¿Cómo fue posible que Joffrey muriera? A menos que todos tomarais parte en la conspiración.

—No pudimos hacer nada, era imposible. —Ser Loras se puso rígido.

—Es lo mismo que dice la moza. Ella llora a Renly igual que vos. Y os aseguro que yo nunca lloré por Aerys. Brienne es fea, y testaruda como una mula, pero le falta cerebro para mentir, y es leal hasta la estupidez. Juró que me traería a Desembarco del Rey y aquí estoy. Si he perdido una mano... Bueno, fue tanto culpa suya como mía. Considerando todo lo que hizo para protegerme, no me cabe duda de que habría luchado por Renly, si hubiera habido un enemigo contra el que luchar. Pero... dice que era una sombra. —Jaime sacudió la cabeza—. Desenvainad la espada, Ser Loras. Mostradme cómo lucharíais vos contra una sombra. Me encantaría verlo.

—Escapó —dijo Ser Loras sin hacer ademán de levantarse—. Salió huyendo con Catelyn Stark, lo dejaron en un charco de sangre y salieron huyendo. ¿Por qué huyeron si no fue cosa suya? —Se quedó mirando la mesa—. Renly me había asignado la vanguardia. De lo contrario habría sido yo quien lo habría ayudado a ponerse la armadura. Era una tarea que me confiaba a menudo. Aquella misma noche habíamos... habíamos rezado juntos. Cuando me marché, estaba con ella. Ser Parmen y Ser Emmon vigilaban la tienda, y Ser Robar Royce también estaba allí. Ser Emmon juró que Brienne había... aunque...

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