Tormenta de Espadas (140 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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De vuelta en las tierras de los ríos se encontraron con que las lluvias no eran tan abundantes y las aguas crecidas habían empezado a retroceder. El Perro decidió dirigirse al sur, de retorno al Tridente.

—Iremos a Aguasdulces —le dijo a Arya mientras asaban una liebre que había matado—. A lo mejor el Pez Negro quiere comprarse una loba.

—No me conoce. Ni siquiera sabrá si de verdad soy yo. —Arya estaba cansada de ir a Aguasdulces. Tenía la sensación de que llevaba años viajando hacia allí sin llegar jamás. Cada vez que emprendía la marcha hacia Aguasdulces acababa en un lugar peor—. No te pagará ningún rescate. Seguro que te ahorca y ya está.

—Que lo intente. —Giró la cabeza y escupió.

«No habla como si hubiera perdido el coraje.»

—Ya sé qué podemos hacer —dijo Arya. Aún le quedaba un hermano. «Jon me querrá aunque nadie más me quiera. Me llamará hermanita y me revolverá el pelo.» Pero era un viaje largo y sabía que no conseguiría llegar sola. Ni siquiera había podido llegar a Aguasdulces—. Podríamos ir al Muro.

—La niña lobo quiere unirse a la Guardia de la Noche, ¿eh? —La risa de Sandor fue como un gruñido.

—Mi hermano está en el Muro —insistió, testaruda.

—El Muro está a mil leguas de aquí. —Hizo una mueca involuntaria con la boca—. Tendríamos que abrirnos paso luchando entre esos malditos Frey sólo para llegar al Cuello. En esos pantanos hay lagartos león que desayunan lobos. Y aunque llegáramos al norte sin que nos despellejaran, la mitad de los castillos están ocupados por hombres del hierro, sin mencionar que hay miles de norteños de mierda.

—¿Te dan miedo? —preguntó—. ¿Has perdido el coraje?

Por un momento pensó que la iba a abofetear. Pero, para entonces, la liebre ya estaba tostada, con la piel crujiente y gotas de grasa que restallaban al caer entre las llamas. Sandor la arrancó del espetón, la partió en dos con sus enormes manazas y tiró la mitad al regazo de Arya.

—A mi coraje no le pasa nada —dijo al tiempo que arrancaba una pata—, pero tu hermano y tú me importáis tanto como una cagada de rata. Y yo también tengo un hermano.

TYRION (9)

—Tyrion —dijo Ser Kevan con tono cansado—, si de verdad eres inocente de la muerte de Joffrey no te costará nada demostrarlo en el juicio.

—¿Quién me va a juzgar? —preguntó Tyrion apartándose de la ventana.

—La justicia corresponde al trono. El rey ha muerto, pero tu padre sigue siendo la Mano. Dado que es su hijo el acusado, y su nieto fue la víctima, ha pedido a Lord Tyrell y al príncipe Oberyn que sean jueces también.

Aquello no sirvió para tranquilizar a Tyrion en absoluto. Mace Tyrell había sido el suegro de Joffrey aunque por muy poco tiempo, y la Víbora Roja era... En fin, una serpiente.

—¿Se me permitirá exigir un juicio por combate?

—No te lo recomiendo.

—¿Por qué no? —Si así se había salvado en el Valle, ¿por qué no allí?—. Respóndeme, tío. ¿Se me concederá un juicio por combate y un campeón que pruebe mi inocencia?

—Desde luego, si es eso lo que deseas. Pero más vale que lo sepas, en caso de que se celebre un juicio así, tu hermana piensa pedir que su campeón sea Ser Gregor Clegane.

«La muy puta se adelanta a mis movimientos. Lástima que no eligiera a un Kettleblack.» Ninguno de los tres hermanos daría el menor trabajo a Bronn, pero la Montaña que Cabalga era harina de otro costal.

—Tendré que consultarlo con la almohada.

«Lo que tengo que hacer es hablar con Bronn, y cuanto antes.» No quería ni pensar cuánto le iba a costar aquello. Bronn tenía un alto concepto del valor de su pellejo.

—¿Tiene Cersei algún testigo contra mí?

—Más y más cada día que pasa.

—En ese caso yo también necesitaré testigos.

—Dime a quién quieres y Ser Addam enviará a la Guardia para asegurarse de que se presenten en el juicio.

—Preferiría ir a buscarlos en persona.

—Se te acusa de regicidio y del asesinato de tu sobrino. ¿De verdad crees que se te va a permitir que entres y salgas a tu antojo? —Ser Kevan señaló la mesa—. Tienes pluma, tinta y pergamino. Escribe los nombres de los testigos que necesites y haré todo lo que esté en mi mano para proporcionártelos, te doy mi palabra de Lannister. Pero no saldrás de esta torre más que para asistir al juicio.

—¿Se permitirá entrar y salir a mi escudero? —Tyrion no quiso rebajarse a suplicar.

—¿A ese muchacho, cómo se llama, Podrick Payne? Desde luego, si es eso lo que deseas. Haré que te lo envíen.

—Por favor. Mejor temprano que tarde, y mejor ahora que temprano. —Anadeó hasta la mesa, pero al oír cómo se abría la puerta se volvió—. Tío...

Ser Kevan se detuvo.

—¿Sí?

—No he sido yo.

—Ojalá pudiera creerte, Tyrion.

Cuando la puerta se cerró, Tyrion Lannister se subió a la silla, afiló la pluma y sacó una hoja de pergamino en blanco. «¿Quién hablará en mi favor?» Mojó la pluma en el tintero.

La hoja seguía virginal cuando llegó Podrick Payne algo más tarde.

—Mi señor —saludó el muchacho.

—Ve a buscar a Bronn y dile que venga enseguida. —Tyrion dejó la pluma—. Dile que habrá oro, más del que ha soñado jamás, y no se te ocurra volver sin él.

—Sí, mi señor. Quiero decir no. No volveré.

Salió de la estancia.

No había vuelto cuando se puso el sol, tampoco cuando amaneció. Tyrion se quedó dormido sentado junto a la ventana, y cuando despertó con las primeras luces del alba estaba rígido y dolorido. Un criado le llevó el desayuno: gachas, manzanas y un cuerno de cerveza ligera. Comió en la mesa, todavía con el pergamino en blanco delante. Una hora más tarde el mismo criado volvió a recoger el cuenco.

—¿Has visto a mi criado? —le preguntó Tyrion.

El hombre sacudió la cabeza.

Con un suspiro, volvió a sentarse a la mesa y mojó la pluma en el tintero. «Sansa», escribió. Se quedó mirando el nombre con los dientes tan apretados que hasta le dolió.

Suponiendo que Joffrey no se hubiera ahogado con un trozo de comida, cosa que hasta a Tyrion le costaba creer, Sansa lo debía de haber envenenado. «Joff poco menos que le puso la copa en el regazo y le había dado motivos más que suficientes.» Cualquier duda que Tyrion pudiera albergar había desaparecido con su esposa. «Una sola carne, un solo corazón, una sola alma.» Hizo una mueca. «No tardó mucho en demostrar cuánto le importaban los votos, ¿verdad? Bueno, enano, ¿y qué esperabas?»

Aun así... ¿de dónde había sacado Sansa el veneno? Lo que no se podía creer era que la niña hubiera actuado sola. «¿De verdad me interesa encontrarla?» ¿Se creerían los jueces que aquella chiquilla, la esposa de Tyrion, había envenenado a un rey a espaldas de su marido? «Yo no, desde luego.» Y Cersei insistiría en que lo habían planeado juntos.

De todos modos al día siguiente entregó el pergamino a su tío. Al verlo, Ser Kevan frunció el ceño.

—¿Tu único testigo es Lady Sansa?

—Ya pensaré en otros, dame tiempo.

—Más vale que se te ocurran deprisa. Los jueces quieren empezar el juicio de hoy en tres días.

—Es demasiado pronto. Me tienes aquí encerrado, ¿cómo voy a encontrar testigos de mi inocencia?

—A tu hermana no le ha costado nada encontrar testigos de tu culpabilidad. —Ser Kevan enrolló el pergamino—. Ser Addam ha puesto a sus hombres a buscar a tu esposa. Varys ha ofrecido cien venados a quien lo informe de su paradero, y cien dragones a quien le entregue a la chica. Si es posible encontrar a la chica, la encontrarán, y te la traeré. No veo nada de malo en que marido y mujer compartan celda y se den apoyo y consuelo.

—Qué amable. ¿Has visto a mi escudero?

—Te lo envié ayer, ¿no vino?

—Sí que vino —reconoció Tyrion—, pero se volvió a marchar.

—Haré que venga otra vez.

Pero Podrick Payne no regresó hasta la mañana siguiente. Entró en la habitación titubeante, con el miedo escrito en la cara. Bronn entró tras él. El caballero mercenario vestía un jubón con adornos de plata y una gruesa capa de montar, y llevaba colgados del cinturón de la espada un par de guantes de cuero fino.

Sólo con ver la expresión de Bronn, Tyrion sintió que se le hacía un nudo en la boca del estómago.

—Has tardado mucho.

—El chico no paraba de suplicar, de lo contrario ni habría venido. Me esperan para cenar en el Castillo Stokeworth.

—¿En Stokeworth? —Tyrion saltó de la cama—. Dime, ¿qué se te ha perdido a ti allí?

—Una esposa. —Bronn sonrió como un lobo que estuviera viendo un corderito perdido—. Pasado mañana me voy a casar con Lollys.

—Con Lollys. —«Perfecto, joder, perfecto.» La hija retrasada de Lady Tanda conseguía un marido caballero y una especie de padre para el bastardo que llevaba en la barriga, y Ser Bronn del Aguasnegras subía otro peldaño. Aquello llevaba la odiosa firma de Cersei—. La zorra de mi hermana te ha vendido un caballo cojo. Esa chica no tiene sesos.

—Si quisiera sesos me casaría contigo.

—Lollys está preñada de otro hombre.

—En cuanto escupa al cachorro le haré uno mío.

—Ni siquiera es la heredera de Stokeworth —le señaló Tyrion—. Tiene una hermana mayor. Falyse. Que, por cierto, está casada.

—Desde hace diez años y todavía no ha parido —dijo Bronn—. Su señor esposo no frecuenta su lecho. Se dice que prefiere a las vírgenes.

—Como si prefiere a las cabras, no importa. Cuando Lady Tanda muera, las tierras pasarán a manos de su esposa.

—A menos que Falyse muera antes que su madre.

Tyrion se preguntó si Cersei tendría la más remota idea de la clase de serpiente que había puesto a mamar del pecho de Lady Tanda. «Y si la tiene, ¿le importará?»

—Entonces, ¿por qué has venido?

—En cierta ocasión —contestó Bronn encogiéndose de hombros— me dijiste que si alguien hablaba conmigo para que te vendiera, tú doblarías la oferta.

«Sí.»

—¿Y qué quieres, dos esposas o dos castillos?

—Con uno de cada me vale. Pero si lo que quieres es que mate a Gregor Clegane por ti va a tener que ser un castillo muy, muy grande.

En los Siete Reinos sobraban las doncellas de noble cuna, pero ni la solterona más vieja, más pobre y más fea del reino accedería a casarse con un canalla plebeyo como Bronn. «A no ser que tuviera los sesos aguados y un niño sin padre en la barriga fruto de medio centenar de violaciones.» Lady Tanda había estado tan desesperada por buscarle marido a Lollys que hasta había perseguido a Tyrion durante un tiempo, y eso había sido antes de que medio Desembarco del Rey se la tirase. Sin duda, Cersei había endulzado la oferta, y Bronn era caballero, así que resultaba un partido adecuado para la hija pequeña de una casa menor.

—Ahora mismo ando muy corto de castillos y de doncellas nobles —reconoció Tyrion—, pero te puedo ofrecer oro y gratitud, como antes.

—Oro ya tengo. ¿Y qué se puede comprar con gratitud?

—Te sorprenderías. Un Lannister siempre paga sus deudas.

—Tu hermana también es una Lannister.

—Mi señora esposa es la heredera de Invernalia. Si salgo de ésta con la cabeza sobre los hombros, puede que algún día gobierne el norte en su nombre. Te podría reservar un buen pedazo.

—Muy largo me lo fías —dijo Bronn—. Además, allí hace un frío de mierda. Lollys es suave, cálida y está cerca. Dentro de dos noches me la podría estar follando.

—No es precisamente una perspectiva halagüeña.

—¿De verdad? —Bronn sonrió—. Reconócelo, Gnomo, si te dieran a elegir entre tirarte a Lollys y luchar contra la Montaña, tendrías los calzones bajados y la polla tiesa antes de que me diera tiempo a parpadear.

«Me conoce demasiado bien.» Tyrion probó una táctica diferente.

—Tengo entendido que Ser Gregor resultó herido en el Forca Roja y otra vez en el Valle Oscuro. Seguro que ahora es más lento.

—Nunca ha sido rápido. —Bronn hizo una mueca—. Sólo monstruosamente grande y monstruosamente fuerte. Y desde luego más rápido de lo que se podría esperar en un hombre de su tamaño. Tiene un alcance increíble con la espada y parece que no siente los golpes como los demás.

—¿Tanto miedo te da? —preguntó Tyrion con la esperanza de provocarlo.

—Sería imbécil si no me diera miedo. —Bronn se encogió de hombros—. Es posible que pudiera derrotarlo. Bailaría a su alrededor hasta que estuviera tan cansado de lanzarme golpes que no pudiera levantar la espada. O lo derribaría de alguna manera. Cuando están tumbados de espaldas no importa lo altos que sean. Pero es muy arriesgado. Un paso en falso y me puedo dar por muerto. ¿Por qué voy a correr el riesgo? Eres el hijoputa más feo que he visto en mi vida y aun así me caes bien... pero, si peleo por ti, pase lo que pase salgo perdiendo. O la Montaña me saca las tripas o lo mato yo y pierdo Stokeworth. Yo vendo mi espada, no la regalo. No soy tu hermano.

—No —dijo Tyrion con tristeza—. Eso es verdad. —Hizo un gesto de despedida con la mano—. Pues venga, márchate. Corre a por Stokeworth y a por tu Lady Lollys. Ojalá tu matrimonio te proporcione más alegrías que a mí el mío.

Ya junto a la puerta, Bronn titubeó un instante.

—¿Qué vas a hacer, Gnomo?

—Mataré a Gregor yo mismo. Menuda canción saldría de eso, ¿eh?

—Espero oírla cantar. —Bronn sonrió una última vez y salió de la estancia, del castillo y de su vida.

Pod arrastró los pies por el suelo.

—Lo siento mucho.

—¿Por qué? ¿Tienes tú la culpa de que Bronn sea un canalla insolente con el corazón podrido? Siempre ha sido un canalla insolente con el corazón podrido. Por eso mismo me gustaba.

Tyrion se sirvió una copa de vino y se la llevó al asiento junto a la ventana. En el exterior el día era gris y lluvioso, pero con perspectivas más alegres que las suyas. Podría enviar a Podrick Payne en busca de Shagga, claro, pero en lo más profundo del Bosque Real había tantos lugares donde esconderse que a veces los bandidos podían pasarse décadas sin que los apresaran. «Y a Pod le cuesta encontrar el camino hasta la cocina cuando lo mando a buscar un trozo de queso.» Timett, hijo de Timett, debía de estar ya de vuelta en las Montañas de la Luna. Y pese a lo que le había dicho a Bronn, enfrentarse en persona contra Ser Gregor Clegane sería una farsa aún mayor que la de los enanos justadores de Joffrey. No tenía la menor intención de morir con los oídos llenos de carcajadas burlonas. «Genial esto del juicio por combate.»

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