Tormenta de Espadas (170 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—Mis señores —saludó con cortesía helada.

—¿Qué haces aquí, bastardo? —preguntó Thorne.

—Bañarme. Pero ya me voy, no quiero estropearos la conspiración.

Jon salió del agua, se secó, se vistió y los dejó a solas con sus tramas.

Una vez fuera se dio cuenta de que no tenía la menor idea de adónde ir. Pasó de largo de los restos de la Torre del Lord Comandante, donde hacía tiempo había salvado al Viejo Oso de un cadáver andante; pasó de largo del lugar donde Ygritte había muerto con aquella sonrisa triste en los labios; pasó de largo de la Torre del Rey donde había aguardado la llegada del Magnar y sus thenitas junto con Seda y Dick Follard el Sordo; pasó de largo de los restos chamuscados de la gran escalera de madera... La puerta interior estaba abierta, de manera que Jon bajó por el túnel y cruzó el Muro. Sentía el frío que lo rodeaba, el peso de todo aquel hielo sobre la cabeza. Pasó de largo del lugar donde Donal Noye y Mag el Poderoso habían luchado y muerto juntos, cruzó la nueva puerta exterior y salió a la fría luz del sol.

Sólo entonces se detuvo para tomar aliento y meditar. Othell Yarwyck no era hombre de convicciones fuertes excepto cuando se trataba de la madera, la piedra y el mortero. El Viejo Oso lo había sabido muy bien.

«Thorne y Marsh lo convencerán, Yarwyck apoyará a Lord Janos, y Lord Janos será el próximo Lord Comandante. ¿Qué me quedará a mí, si no es Invernalia?»

El viento soplaba contra el Muro y le agitaba la capa. Sentía cómo el hielo emanaba frío igual que una hoguera emana calor. Jon se subió la capucha y echó a andar otra vez. La tarde estaba avanzada, el sol empezaba a descender hacia el oeste. A cien metros de distancia se encontraba el campamento donde el rey Stannis había confinado a los prisioneros salvajes en un cerco de zanjas, estacas afiladas y vallas de madera muy altas. A su izquierda estaban los restos de las tres grandes hogueras donde los vencedores habían quemado los cadáveres de los del pueblo libre que habían caído junto al Muro, tanto los de los enormes gigantes como los de los menudos hombres Pies de Cuerno. El campo de batalla era todavía un erial desolado de hierba quemada y brea endurecida, pero el pueblo de Mance había dejado su rastro por todas partes: una piel desgarrada que tal vez fuera parte de una tienda, la maza de un gigante, la rueda de un carro, una lanza rota, un montón de excrementos de mamut... En las lindes del Bosque Encantado, donde se habían alzado las tiendas, Jon se sentó en el tocón de un roble.

«Ygritte quería que fuera un salvaje. Stannis quiere que sea el señor de Invernalia. Y yo, ¿qué quiero ser? —El sol se fue deslizando por el cielo para perderse detrás del Muro allí donde describía una curva entre las colinas del oeste. Jon contempló la inmensa mole de hielo que se iba tiñendo de los rojos y rosas del ocaso—. ¿Qué prefiero, que Lord Janos me ahorque por cambiacapas o renegar de mis votos, casarme con Val y convertirme en el señor de Invernalia?» Planteada así, la decisión parecía sencilla... aunque si Ygritte siguiera con vida había sido más sencilla todavía. A Val no la conocía de nada. Desde luego resultaba atractiva y había sido la hermana de la reina de Mance Rayder, pero aun así...

«Si quisiera su amor podría secuestrarla, tal vez me daría hijos. Tal vez algún día podría tener en brazos a un hijo de mi propia sangre. —Un hijo. Jon Nieve jamás se había atrevido a soñar con un hijo desde que tomó la decisión de pasar la vida en el Muro—. Podría ponerle el nombre de Robb. Val no querrá separarse del hijo de su hermana, podríamos tenerlo como pupilo en Invernalia, y también al hijo de Elí. Así Sam no tendría que mentir. Además, acogeremos a Elí, Sam podrá ir a verla una vez al año, o algo así. El hijo de Mance y el hijo de Craster crecerán como hermanos, igual que Robb y yo.»

Era lo que quería. Lo supo al instante. Lo quería más de lo que había querido nada en toda su vida.

«Siempre lo he querido —pensó con un aguijonazo de culpabilidad—. Que los dioses me perdonen.»

La punzada del hambre que sentía era aguda como una hoja de vidriagón. Un hambre abrumadora. Lo que necesitaba era comida, una presa, un ciervo pardo que apestara a miedo o un alce grande, orgulloso y desafiante. Necesitaba matar y llenarse la barriga de carne fresca y sangre caliente, oscura. Sólo con pensarlo la boca se le hacía agua.

Al principio no comprendió qué sucedía. Cuando lo entendió se puso en pie de un salto.


¿Fantasma?

Se volvió hacia el bosque y lo vio acercarse con sus pisadas silenciosas en la penumbra verde. El aliento le salía de las fauces abiertas en nubes cálidas y blancas.


¡Fantasma!
—gritó, y el huargo echó a correr hacia él.

Estaba más flaco, pero también más grande, y el único ruido que hacía era el de las hojas secas cuando las aplastaba bajo las patas. Al llegar junto a Jon saltó sobre él y juntos se debatieron entre la hierba negra y las sombras alargadas que las estrellas empezaban a proyectar sobre ellos.

—Dioses, ¿dónde has estado? —preguntó Jon cuando
Fantasma
dejó de tironearle del brazo con los dientes—. Creía que habías muerto para mí, igual que Robb, igual que Ygritte, igual que todos. No volví a sentir tu presencia desde que subí por el Muro, ni siquiera en sueños.

El huargo no respondió, claro, se limitó a lamer el rostro de Jon con una lengua que era como una lija húmeda; sus ojos iluminados por la escasa luz brillaron como dos soles rojos.

«Ojos rojos —comprendió Jon—, pero no como los de Melisandre. —Tenía ojos de arciano—. Ojos rojos, boca roja y pelaje blanco. Sangre y hueso, como un árbol corazón. Pertenece a los antiguos dioses.» Y era el único blanco entre todos los lobos huargos. Eran seis los cachorros que Robb y él habían encontrado entre las nieves del verano tardío, cinco grises, negros y castaños para los cinco Stark, y uno blanco, blanco como la nieve.

Fue entonces cuando supo la respuesta.

Al pie del Muro los hombres de la reina habían encendido la hoguera nocturna. Vio a Melisandre salir del túnel al lado del rey para dirigir las plegarias que, según ella, mantendrían a raya la oscuridad.

—Vamos,
Fantasma
—dijo Jon al lobo—. Ven conmigo. Tienes hambre, lo sé. Lo noto.

Juntos corrieron hacia la puerta, dieron un rodeo para esquivar la hoguera en la que las llamas cada vez más altas arañaban el vientre oscuro de la noche.

La presencia de los hombres del rey era mucho más notable en los patios del Castillo Negro. Al paso de Jon se detuvieron boquiabiertos. Comprendió que ninguno de ellos había visto hasta entonces un huargo, y
Fantasma
doblaba en tamaño a los lobos comunes que merodeaban por sus bosques sureños. Mientras se encaminaba hacia la armería, Jon alzó la vista y vio a Val ante la ventana de su torre.

«Lo siento mucho —pensó—, no voy a ser yo quien te secuestre para sacarte de ahí.»

En el patio de entrenamientos se encontró con una docena de hombres del rey con antorchas y lanzas en las manos. Su sargento miró a
Fantasma
y frunció el ceño, al menos un par de sus hombres bajaron las lanzas hasta que intervino el caballero que estaba al mando.

—Llegas tarde para la cena —le dijo a Jon.

—En ese caso apartaos de mi camino, ser —replicó Jon; y lo obedeció.

Los sonidos le asaltaron antes de llegar al pie de las escaleras: voces alzadas, maldiciones, alguien que daba puñetazos en la mesa... Jon entró en la sala casi sin que nadie se diera cuenta. Sus hermanos ocupaban todos los bancos y las mesas, y había más de pie que sentados, todos gritaban y nadie comía. No había comida.

«¿Qué está pasando aquí?» Lord Janos chillaba algo acerca de cambiacapas y traición, Férreo Emmett estaba de pie sobre una mesa con la espada desenvainada, Hobb Tresdedos insultaba a un explorador de la Torre Sombría... Un hombre de Guardiaoriente aporreaba la mesa con el puño sin cesar para exigir silencio, pero lo único que conseguía era añadir más ruido a la cacofonía que retumbaba contra el techo abovedado.

Pyp fue el primero en ver a Jon. Cuando divisó a
Fantasma
sonrió, se llevó dos dedos a la boca y silbó como sólo podía silbar un muchacho criado entre cómicos. El sonido agudo sajó el clamor como una espada. Cuando Jon avanzó hacia la mesa fueron más los hermanos que lo vieron y cayeron en el silencio. El ruido fue reduciéndose a meros murmullos y luego ni eso, hasta que el único sonido que se oyó fue el roce de las botas de Jon sobre el suelo de piedra y el crepitar de los troncos en la chimenea.

Fue Ser Alliser Thorne el que rompió el silencio.

—Vaya, por lo visto el cambiacapas se ha decidido a honrarnos con su presencia.

Lord Janos tenía el rostro congestionado y le temblaban las manos.

—¡Es la fiera! —jadeó—. ¡Mirad! ¡Es la fiera que mató al Mediamano! Hay un warg entre nosotros, hermanos. ¡Es un warg! Este... este monstruo no puede ser nuestro líder. ¡Este monstruo no puede vivir!

Fantasma
enseñó los dientes, pero Jon le puso una mano en la cabeza.

—Mi señor —pidió—, ¿os importaría contarme qué está pasando aquí?

Fue el maestre Aemon quien le respondió desde el otro extremo de la sala.

—Han propuesto tu nombre para el cargo de Lord Comandante, Jon.

—¿Quién? —dijo al tiempo que miraba a sus amigos. La sola idea era tan absurda que no pudo contener una sonrisa.

Sin duda era una de las bromas de Pyp. Pero el muchacho se encogió de hombros y Grenn sacudió la cabeza. Fue Edd Tollett el Penas quien se levantó.

—He sido yo. Ya sé, ya sé, es una canallada hacerle esto a un amigo, pero con tal de que no me toque a mí...

—Esto es... —Lord Janos estaba echando chispas—. Esto es una afrenta. Lo que tendríamos que hacer es ahorcar a este crío. ¡Sí! ¡Voto por que lo ahorquemos por warg y por cambiacapas, al lado de su amigo Mance Rayder! ¿Lord Comandante? ¡No lo pienso tolerar!

—¿Qué es eso de que tú no vas a tolerar qué? —preguntó Cotter Pyke levantándose—. Puede que a tus capas doradas los tuvieras bien entrenados para que te lamieran el culo, pero la capa que llevas ahora es negra.

—Cualquier hermano puede presentar un candidato para que lo consideremos, basta con que haya pronunciado los votos —aportó Ser Denys Mallister—. Tollett está en su derecho, mi señor.

Una docena de hombres empezaron a hablar a la vez, trataban de acallarse unos a otros, y pronto la sala volvió a ser un caos de gritos. En esta ocasión fue Ser Alliser Thorne quien se subió a la mesa de un salto y alzó las manos para pedir silencio.

—¡Hermanos! —exclamó—. ¡Así no vamos a conseguir nada! Propongo que votemos. Ese monarca que ha ocupado la Torre del Rey ha apostado a sus hombres ante todas las puertas para que no podamos comer ni salir de aquí hasta que no hayamos elegido al nuevo Lord Comandante. ¡Pues hagámoslo! Votaremos, y volveremos a votar, y si hace falta nos pasaremos así la noche hasta que terminemos... pero antes de depositar las fichas creo que el capitán de los constructores quería decirnos algo.

Othell Yarwyck se levantó despacio, con el ceño fruncido. El corpulento constructor se frotó la mandíbula prominente.

—Quiero retirarme de la elección. Si me hubierais querido, ya habéis tenido diez ocasiones para elegirme y no lo habéis hecho. O por lo menos, no lo habéis hecho tantos como era necesario. Iba a decir que los que estaban depositando mi ficha deberían elegir a Lord Janos...

—Lord Slynt es el mejor candidato... —asintió Ser Alliser.

—No había terminado, Alliser —se quejó Yarwyck—. Lord Slynt era comandante de la Guardia de la Ciudad en Desembarco del Rey, eso lo sabemos todos, y también que era el señor de Harrenhal...

—¡Pero si en su vida ha puesto los pies en Harrenhal! —gritó Cotter Pyke.

—Es verdad —replicó Yarwyck—. En fin, el caso es que ahora que estoy aquí hablando no recuerdo qué me hizo pensar que Slynt sería la mejor opción. Eso sería como darle una bofetada al rey Stannis y no veo de qué nos iba a servir. Puede que Nieve sea más apropiado. Lleva más tiempo en el Muro, es el sobrino de Ben Stark y sirvió como escudero al Viejo Oso. —Yarwyck se encogió de hombros—. Elegid a quien queráis mientras no sea a mí.

Se sentó. Jon vio que el rostro de Janos Slynt había pasado del rojo al púrpura; en cambio Alliser Thorne se había puesto pálido. El hombre de Guardiaoriente volvía a dar puñetazos en la mesa, pero esta vez lo que pedía a gritos era la olla. Algunos de sus amigos se unieron a la petición.

—¡La olla! —rugieron como un solo hombre—. ¡La olla, la olla, la olla!

La olla estaba en un rincón junto a la chimenea: era un caldero grande, barrigón, con dos asas enormes y una tapa muy pesada. El maestre Aemon dio una orden a Sam y a Clydas, que fueron a buscarla, la cogieron por las asas y la pusieron sobre la mesa. Unos cuantos hermanos habían empezado ya a formar una cola junto a los cubos de las diferentes fichas cuando Clydas levantó la tapa y estuvo a punto de dejársela caer sobre los pies. Un enorme cuervo salió repentinamente de la olla con un graznido brusco en medio de un remolino de plumas. Revoloteó hacia arriba, tal vez en busca de una viga en la que posarse o una ventana por la que escapar, pero en la bóveda no había ni una cosa ni la otra. El cuervo estaba atrapado. Graznó de nuevo y voló en torno a la estancia una vez, dos veces, tres veces... Fue entonces cuando Jon oyó el grito de Samwell Tarly.

—¡A ese pájaro lo conozco! ¡Es el cuervo de Lord Mormont!

El cuervo se posó sobre la mesa más cercana a Jon.


Nieve
—graznó. Era un pájaro viejo, sucio y roñoso—.
Nieve
—dijo de nuevo—.
Nieve, nieve, nieve.

Caminó hasta el extremo de la mesa, extendió de nuevo las alas y voló para posarse en el hombro de Jon.

Lord Janos Slynt se dejó caer sentado, pero la carcajada burlona de Ser Alliser retumbó por toda la estancia.

—Ser Cerdi nos toma a todos por idiotas, hermanos —dijo—. Ha sido él quien le ha enseñado el truquito al pajarraco. Todos los cuervos que tenemos dicen ahora lo mismo, «nieve», subid a las pajareras si no me creéis. En cambio el de Mormont sabía muchas más palabras.

El cuervo inclinó la cabeza a un lado y miró a Jon.


¿Maíz?
—dijo, esperanzado. Al no obtener ni maíz ni respuesta, lanzó otro graznido—.
¿Olla? ¿Olla? ¿Olla?

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