Read Tormenta de sangre Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
—Casi nos tienen —dijo—. ¿Y ahora, qué?
—¡Sigúeme! —gritó Malus, que se subió a la borda y saltó hacia los hombres de abajo, a la vez que gritaba como un
raksha
.
Los humanos apenas tuvieron tiempo de alzar la mirada antes de que Malus les cayera encima y derribara a tres de ellos con el cuerpo acorazado, en tanto que le abría la cabeza a otro con un tajo descendente de la espada. Se desplomaron sobre la cubierta en un enredo de extremidades y bramando maldiciones. Una cara humana le gritó, y Malus le clavó el pomo de la espada en un ojo. Una mano intentó rodearlo desde detrás y cogerlo por la garganta. La hoja de una arma rebotó contra su hombrera derecha, y alguien le pateó la cadera. El noble se debatía como un pez fuera del agua, y asestaba tajos a un lado y otro en un desesperado intento de despejar un espacio en el que ponerse de pie. Entonces, se produjo otro impacto cuando Hauclir le cayó casi encima y se puso a repartir tajos de espada y golpes con el garrote de un metro que llevaba en la mano izquierda. Los hombres gritaban y huían del noble mientras el guardia mataba o mutilaba a todos los que se le ponían al alcance, sin que su cara perdiese la expresión serena que la caracterizaba. El noble logró rodar hasta un espacio despejado y ponerse de pie cerca de la escalerilla.
El estruendo era increíble. Decenas de humanos y druchii proferían gritos de guerra y se acometían unos a otros con furioso abandono, y el ruido de todo aquello ahogaba el aullido del viento y el zumbido de los oídos de Malus. Sus pies resbalaron en un fango de sangre y hielo cuando los enemigos se recobraron del ataque y se lanzaron hacia él para asestarle tajos con pesados chafarotes cortos, o intentar abrirle tajos en las piernas con las podaderas. Un humano con dientes de menos lo acometió con un chafarote y se lanzó demasiado a fondo, con lo cual clavó la punta del arma en la madera de la escalerilla. Malus le rebanó la garganta con un tajo de espada, y empujó al hombre hacia atrás con el tacón de la bota. Otro humano lo cogió por el tobillo e intentó derribarlo de un tirón; Hauclir, situado a la izquierda, giró sobre un talón y le cortó la mano a la altura de la muñeca con un potente tajo de espada.
Las flechas de ballesta atravesaban el aire desde todas direcciones, disparadas por hombres situados en el velamen o en las cubiertas de ambas embarcaciones. Un humano que Malus tenía delante tosió y vomitó sangre al mismo tiempo que caía con una flecha druchii negra clavada en la espalda. Un enemigo acometió a Hauclir con el chafarote, y le hizo un golpe de soslayo en una sien. Malus clavó la punta de la espada en la axila del humano, y la hoja penetró a través del músculo y la articulación, y llegó a los órganos internos.
La presión de la masa disminuía. Malus descubrió que tenía delante más espacio para blandir la espada, y a su derecha, había más corsarios que lograban abrirse paso escaleras abajo para unirse a la batalla. Entonces, vio un grupo de figuras con capa negra que surgía desde la base de la escalerilla, y los grandes
draichs
comenzaron a trazar arcos rojos cuando los hombres de Urial acometieron a los humanos. Entre los atacantes bretonianos se alzó un tremendo alarido de desesperación, y Malus respondió con un grito espeluznante a la vez que se lanzaba hacia adelante con la espada preparada.
De repente, la visión de Malus se volvió borrosa, y se le contrajo el estómago al ser víctima de una ola de vértigo. El rugido de la batalla resonaba y volvía a resonar enloquecidamente en sus oídos, como si no estuviera oyendo una, sino múltiples versiones del mismo estruendo. Los hombres que tenía delante se triplicaban y cuadruplicaban ante sus ojos. Era la misma sensación que había experimentado antes, ese mismo día, en el mismo sitio, junto a la escalerilla de estribor.
De repente, tuvo una premonición nefasta. Sin pensarlo, Malus echó una rodilla en tierra y extendió una mano para sujetarse a la resbaladiza borda. Cerró los ojos y sacudió salvajemente la cabeza; el vello de la nuca se le erizó en espera de que uno de los atacantes intentara aprovecharse de su estado de confusión. Pero no recibió golpe alguno, y el mundo pareció estabilizarse al cabo de un momento. Se puso en pie de un salto y vio que las dos naves comenzaban a separarse la una de la otra, y los atacantes huían en desbandada hacia la borda de babor, apartándose, como si fueran agua, de una figura luminosa que apareció en medio de ellos con el desnudo cuerpo envuelto en un atuendo de sangre humeante, y de inmediato, Malus comprendió qué había sucedido.
Yasmir había aparecido en cubierta en mitad de los enemigos, armada con los cuchillos gemelos, y con total indiferencia hacia su propia vida, había danzado entre ellos como una sacerdotisa del templo para arrebatar una vida con cada sinuoso movimiento de brazo. Pasmados y aterrorizados por la hermosa figura mortífera, se apartaron de ella hacia todas partes, lo que permitió que un mayor número de corsarios bajara a toda velocidad del castillo de popa por la escalerilla de babor y se uniera a la lucha. Los marineros se habían puesto a cortar las cuerdas que unían ambos barcos. Un momento después, había quedado en libertad, y los atacantes, que instantes antes se creían al borde del triunfo, se hallaban entonces enfrentados con el terrible destino de verse atrapados a bordo de un corsario druchii. Los hombres ya estaban pasando por encima de la borda de babor y arrojándose hacia la brecha que mediaba entre las naves, pues preferían arriesgarse a morir en las peligrosas aguas antes que ser capturados por la vengativa tripulación del barco druchii. Yasmir se erguía entre pilas de enemigos muertos, bañada en sangre y riendo con intenso júbilo demente ante la matanza que había llevado a cabo. Los atacantes no le habían dejado ni la más leve señal.
Malus avanzó unos pocos pasos más hacia el enemigo derrotado, y se detuvo, repentinamente exhausto. Bajó la espada ensangrentada e inspiró ávidamente el gélido aire mientras observaba cómo el barco bretoniano se alejaba por babor. Alguien de la cubierta del castillo de popa había dirigido el lanzador de virotes de babor hacia el barco enemigo y le había arrancado el timón de un disparo, con lo que había dejado el buque a merced de la tormenta. Un terrible lamento se alzó entre los supervivientes cuando la nave de ancha manga se bamboleó, impotente, sobre las olas, y fue tragada por la arremolinada niebla.
El noble recorrió con la mirada la escena de la cubierta principal. Por todas partes, yacían cuerpos de los que se elevaba vapor en el aire frío. Los marineros druchii que caminaban entre ellos remataban a los heridos y arrojaban los cadáveres por la borda. Al retirar los cuerpos que rodeaban a Yasmir, los corsarios se movían con vacilación, casi reverentemente, mientras ella los observaba con una especie de asesina serenidad. Urial y sus hombres se le acercaron y cayeron de rodillas. La cara del antiguo acólito era una máscara de éxtasis místico.
Malus apartó la mirada con asco. Tenía la mano izquierda como si fuera de hielo. Bajó los ojos hacia la palma bañada en sangre, y lo recorrió un estremecimiento. «He visto esto antes», pensó, y sintió que la fría mano del terror se posaba sobre él.
Como un sonámbulo, volvió sus pasos hacia la escalerilla de babor. Justo antes de llegar, tropezó con el cuerpo de un enemigo muerto, y se sujetó con la mano izquierda al caer contra la escalerilla.
Junto a la mano había una saeta de ballesta de negras plumas clavada en la madera. Estaba a la altura del pecho, en el mismo sitio donde él se encontraba minutos antes.
«Aquí es donde morí —pensó —, o donde habría muerto de no ser por la premonición que he tenido. ¿Cómo es posible?»
La risa del demonio fue la única respuesta que obtuvo.
Había amanecido hacía apenas una hora cuando la violenta tempestad perdió fuerza y las nubes cedieron paso al sol de principios de la primavera. Se encontraban muy adentrados en el mar, sin tierra a la vista, con rumbo nornoroeste, en dirección a Ulthuan. Las oscuras velas de piel humana se hincharon con el refrescante viento, y el
Saqueador
no tardó en volar sobre las olas como un pájaro alado.
Bruglir dirigió la nave hacia el nordeste para seguir la ruta septentrional de saqueo que rodeaba la costa oriental del hogar de los elfos. Llegaron a Ulthuan al cabo de varias semanas, y pasaron de largo a altas horas de la noche; en ese momento, Urial hizo guardia por su cuenta y observó la oscuridad como un lobo, perdido en pensamientos íntimos de fuego y destrucción.
Después de que los últimos atacantes hubiesen muerto, Yasmir había vuelto a retirarse a su camarote. En un momento, estaba de pie en medio de la cubierta, rodeada de pilas de cadáveres, y al siguiente, había desaparecido. El alojamiento de ella se encontraba justo al fondo del pasillo al que daba la sala de mapas donde Malus intentaba dormir; de vez en cuando, siempre a altas horas de la noche, oía susurros quedos procedentes de esa dirección. En una ocasión, se había levantado del improvisado lecho y había avanzado con cautela hasta la puerta. Al asomarse al pasillo débilmente iluminado, había visto a Urial arrodillado ante la puerta de Yasmir, con la cabeza inclinada en actitud de plegaria y salmodiando en voz baja, como si se hallase ante el Dios de Manos Ensangrentadas.
Era asombroso que ni Tanithra ni Urial hubiesen sido asesinados —por no mencionar a Bruglir— en medio de la sangre y la matanza de la confusa batalla librada durante la tormenta. De todos los nobles del barco, el único que había escapado por poco del asesinato había sido él mismo.
¿Y por qué no? Aparte del poder de hierro, existían pocas razones para que le temieran. Bruglir y Tanithra tenían a toda la tripulación de la flota para vengarlos. Yasmir tenía a sus pretendientes. Urial contaba con el templo. Él no tenía nada. Ese pensamiento bastó para hacer que permaneciera dentro del camarote cuando caía la noche, bebiendo botellas de vino que Hauclir había hurtado de la bodega.
No había tenido más sueños ni visiones desde la batalla de la tormenta. Malus sospechaba que la copiosa cantidad de vino que había bebido tenía algo que ver con ello. Ciertamente, parecía mantener al demonio inactivo, cosa que, por sí misma, hacía que mereciese la pena el esfuerzo.
Una semana después de escapar de la trampa bretoniana, el
Saqueador
llegó al Saco de Perlas, punto secreto de reunión entre los pequeños atolones donde en otros tiempos se alzaba Nagarythe. Para cuando llegó el barco de Bruglir, el resto de la flota aguardaba anclada en la ensenada protegida, sobre aguas añiles que mostraban reflejos perlados cuando el sol estaba alto.
Faltaban dos barcos. El
Cuchillo Ensangrentado
se daba por perdido, ya que había colisionado con un barco bretoniano en medio de la tormenta. Otro, el
Zarpa de Dragón
, simplemente había desaparecido. Lo habían visto por última vez navegando con una gran parte de las velas desplegadas; tal vez se había perdido, o quizá había sufrido tantos daños que se había visto obligado a abandonar el viaje y regresar a Ciar Karond. La flota esperó durante días en la ensenada oculta mientras los vigías observaban los mares en busca de signos que revelaran que se aproximaba algún barco, pero al final Bruglir declaró que no podía esperar más y ordenó zarpar al resto. Cuanto antes se ocuparan de los skinriders, antes podrían poner rumbo a casa.
—El problema es —dijo Bruglir mientras miraba con el ceño fruncido la carta de navegación que tenía desplegada delante— que los barcos de los skinriders no llevan mapas.
El sol entraba oblicuamente por las ventanas abiertas del camarote del capitán y transportaba consigo el susurro de la estela del
Saqueador
y el olor a salitre del mar. Se encontraban a cuatro días de navegación al nornoroeste de Ulthuan, casi en paralelo con los estrechos que conducían a Karond Kar, situada a unas trescientas leguas al oeste. Estaban en la periferia de las violentas aguas del norte; a partir de ese punto, cada día los adentraría más en los dominios de los skinriders.
La carta de navegación que se encontraba desplegada sobre la mesa del capitán, cubierta de pequeños hoyos, era la mejor referencia que tenía cualquier marinero druchii de los mares situados al nordeste de Naggaroth, y para Malus, revelaba muy poco que fuera de valor. Las líneas que representaban las corrientes oceánicas trazaban huellas de serpiente por el mar abierto, entrando y saliendo entre largas cadenas de diminutas islas que carecían de descripción y nombre. Las áreas costeras de los grandes continentes estaban señaladas con las denominaciones de las deformes tribus del Caos que las poseían: aghalls, graelings, vargs, y otras. El cartógrafo había dibujado pequeños seres con tentáculos que hacían pedazos barcos o los arrastraban a las profundidades.
El noble se encontraba sentado en una silla situada frente al capitán, y bebía vino aguado en una jarra de peltre. Desde que habían dejado atrás Ulthuan, casi todo lo que había en la bodega había comenzado a racionarse, dado que nadie sabía con seguridad cuánto tiempo duraría el viaje. Malus comprendía que era una medida prudente, pero resultaba terrible para la moral de la tripulación. A su humor, ciertamente, no estaba haciéndole ningún bien.
—Vamos, hermano, yo no soy una ave marina como tú, pero hasta yo sé que eso es imposible —replicó con acritud—. ¿Cómo navegan?
Bruglir se encogió de hombros.
—Tienen pequeños escondites en muchas de las islas de la zona —explicó al mismo tiempo que señalaba con un barrido de la mano un reguero de diminutos puntos que había en la carta—. Creo que conservan las cartas allí, bajo llave. Cuando los capitanes arriban a puerto, estudian lo que necesitan saber para llegar a la escala siguiente y continúan viaje. Es la única posible explicación que se me ocurre. —El bigote del capitán se frunció con expresión de disgusto—. Los skinriders son criaturas monstruosas y abominables, pero inteligentes a su manera.
—¿Y qué me dices de la tortura?
—¿Cómo? —bufó Bruglir con asco—. La piel se les convierte en fango y se les cae de los huesos. La carne les hierve de pestilencia y tienen las venas colmadas de podredumbre. Si los abres con un cuchillo, lo único que consigues son enfermedades que corren como llamas entre la tripulación.
Malus miró ceñudamente el interior de la jarra.
—En ese caso, tendremos que saquear uno de sus escondites.