Tres ratones ciegos (13 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Tres ratones ciegos
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-¡Si se hubieran peleado lo sabría todo el mundo! La doncella, Gladys Brent, hubiera hecho circular la noticia por todo el pueblo.

-Tal vez no lo supiera -dijo el inspector sin gran convencimiento... y recibiendo a cambio una sonrisa compasiva.

-Y luego tenemos la opinión del otro campo -prosiguió la señorita Marple-: Ted Gerad. Un joven muy simpático. Creo que el aspecto personal tiene mucha importancia sobre los demás. ¡Nuestro último vicario produjo un efecto mágico! Todas las muchachas iban a la iglesia... por la tarde y por la mañana. Y muchas mujeres ya mayores desplegaron una desacostumbrada actividad...; ¡la de zapatillas que le hicieron! Al pobre hombre le resultaba muy violento. Pero... ¿dónde estaba? Oh, sí, hablaba de ese joven, Ted Gerad. Claro que se ha hablado de él. Venía a verla muy a menudo. A pesar de que la propia señora Spenlow me dijo que era miembro de un movimiento religioso que llaman el Grupo Oxford. Creo que son muy sinceros y esforzados, y la señora Spenlow se sintió muy impresionada,

La señorita Marple tomó un poco de aliento antes de proseguir.

-Y estoy convencida de que no hay razón para creer que hubiera algo más que eso, pero ya sabe usted cómo es la gente. Muchas personas opinan que la señora Spenlow se dejó embaucar por ese joven, y que le prestó mucho dinero. Y es positivamente cierto que lo vieron en la estación aquel día... En el tren de las dos veintisiete. Pero hubiera sido muy sencillo para él apearse por el lado contrario y saltar la cerca y no pasar por la entrada de la estación. De ese modo no lo hubieran visto ir a la casa. Y claro, la gente considera que el atuendo de la señora Spenlow era, digamos, bastante particular.

-¿Particular?

-Sí. Iba en quimono -la señorita Marple se sonrojó-. Eso resulta bastante sugestivo para ciertas personas.

-¿Y para usted resulta positivo?

-¡Oh, no, yo no lo creo! A mí me parece perfectamente natural.

-¿Lo considera natural?

-En aquellas circunstancias, sí -la mirada de la señorita Marple era fría y reflexiva.

-Eso pudiera darnos otro motivo para el esposo. Celos -dijo el inspector Slack.

-¡Oh, no! El señor Spenlow no hubiera sentido nunca celos. Es de esos hombres que se dan cuenta de las cosas. Si su esposa le hubiera abandonado dejándole una nota en la almohada, él sería el primero en explicarlo.

El inspector Slack se sintió interesado por el modo significativo con que le miraba. Tenía la impresión de que toda su charla pretendía ocultarle algo que él no alcanzaba a comprender.

-¿Ha encontrado alguna pista, inspector? -le preguntó la señorita Marple con cierto énfasis.

-Hoy en día los criminales no dejan sus huellas dactilares ni puntas de cigarros, señorita.

-Pues yo creo... que este crimen es anticuado...

-¿Qué quiere decir con eso? -preguntó Slack con extrañeza.

-Creo que el alguacil Palk puede ayudarle -repuso la señora Marple despacio-. Fue la primera persona en acudir al «escenario del crimen», como dicen.

El señor Spenlow se hallaba sentado en una silla y parecía asustado. Dijo con su voz fina y precisa:

-Claro que puedo imaginarme lo ocurrido. Mi oído no es tan fino como antes, pero oí claramente cómo un chiquillo gritaba tras de mí: «¡Eh, miren a ese asesino...!» Y.., eso me dio la impresión de que pensaba que yo... había matado a mi querida esposa.

La señorita Marple, cortando una rosa marchita, repuso:

-Ésa es, sin duda, la impresión que quiso dar.

-Pero ¿cómo es posible que metieran esa idea en la cabeza de un niño?

-Pues lo más probable es que la asimiló escuchando las opiniones de sus mayores -repuso miss Marple.

-Usted... ¿usted cree de verdad que lo piensan también otras personas?

-La mitad de los habitantes de Saint Mary Mead.

-Pero... mi querida señora... ¿cómo es posible que se les haya ocurrido una idea semejante? Yo quería sinceramente a mi esposa. A ella no le agradaba vivir en el campo tanto como yo esperaba, pero el estar de completo acuerdo en todo es un ideal inasequible. Le aseguro que he sentido intensamente su pérdida.

-Es probable. Pero si me perdona le diré que no lo parece.

El señor Spenlow irguió cuanto pudo su menguada figura.

-Mi querida señora, hace muchos años leí que un filósofo chino, cuando tuvo que separarse de su adorada esposa, continuó tranquilamente tocando su batintín en la calle, como tenía por costumbre...; me figuro que debe ser un pasatiempo chino. Los habitantes de aquella ciudad se sintieron muy impresionados por su entereza.

-Mas la gente de Saint Mead ha reaccionado de un modo bastante distinto -dijo la señorita Marple-. La filosofía china no va con ellos.

-¿Pero usted lo comprende?

Miss Marple asintió.

-Mi buen tío Enrique -explicó- era un hombre con un extraordinario dominio de sí mismo. Su lema fue: «Nunca exteriorices tu emoción.» Él también era muy aficionado a las flores.

-Estaba pensando que tal vez pudiera colocar una pérgola en el lado oeste de la casa -dijo Spenlow con cierta vehemencia-. Con rosas de té, y tal vez glicinias... Y hay una florecita blanca, en forma de estrella, que ahora no recuerdo cómo se llama...

-Tengo un catálogo muy bonito, con fotografías -le dijo la señorita Marple en un tono semejante al que empleaba para dirigirse a su sobrinito de tres años-. Tal vez le agradara hojearlo. Yo tengo que ir ahora mismo al pueblo.

Y dejando al señor Spenlow sentado en el jardín con el catálogo, la señorita Marple subió a su habitación, envolvió apresuradamente un vestido en un trozo de papel castaño, y saliendo de la casa, se encaminó a toda prisa a la oficina de Correos. La señorita Politt, la modista, vivía en una de las habitaciones de la parte alta del edificio.

Mas la señorita Marple no subió directamente la escalera. Eran las dos y media, y un minuto después, el autobús de Much Benham se detendría ante la puerta de la oficina de Correos... constituyendo uno de los mayores acontecimientos de la vida cotidiana de Saint Mary Mead. La encargada saldría a toda prisa a recoger los paquetes relacionados con la parte de venta de su negocio, pues también vendía dulces, libros baratos y juguetes.

Durante algunos minutos la señorita Marple estuvo sola en la oficina de Correos.

Y hasta que la encargada hubo regresado a su puesto, no subió a ver a la señorita Politt para explicarle que quería que retocara su viejo vestido de crepé gris y lo pusiera a la moda, a ser posible. La modista le prometió hacer cuanto pudiera.

El jefe de policía quedó bastante asombrado al saber que la señorita Marple deseaba verlo. La solterona entró disculpándose:

-No sabe cuánto siento molestarlo. Sé que está muy ocupado, pero usted ha sido siempre tan amable conmigo, coronel Melchett, que creí que debía verlo a usted en vez de acudir al inspector Slack. En primer lugar no me gustaría complicar al alguacil Palk... Hablando con toda claridad, supongo que él no habría tocado nada en absoluto.

El coronel Melchett estaba ligeramente extrañado.

-¿Palk? Es el alguacil de Saint Mary Mead, ¿verdad? ¿Qué es lo que ha hecho?

-Cogió un alfiler. Lo llevaba prendido en su traje y a mí se me ocurrió que tal vez lo hubiese cogido en casa de la señora Spenlow.

-Desde luego. Pero, después de todo, ¿qué es un alfiler? A decir verdad, lo cogió junto al cadáver de la señora Spenlow. Ayer vino Slack y me lo dijo...; me figuro que usted lo obligó a ello. Claro que no debía haber tocado nada, pero como le dije ya, ¿qué es un alfiler? Era sólo un simple alfiler. De esos que emplean todas las mujeres.

-Oh, no, coronel Melchett, ahí es donde se equivoca. Tal vez a los ojos de un hombre parezca un alfiler vulgar, pero no lo es. Se trata de uno especial... muy fino... de los que se compran por cajas y que usan especialmente las modistas.

Melchett la miraba mientras se iba haciendo una pequeña luz en su mente. La señorita Marple inclinó varias veces la cabeza en señal de asentimiento.

-Sí, naturalmente. A mí me parece todo claro. Llevaba el quimono porque iba a probarse su nuevo vestido, y nada más abrir la puerta, la señorita Politt debió decir algo de las medidas y le puso la cinta métrica alrededor del cuello... y luego su tarea se limitó a cruzarla y apretar...; muy sencillo, según he oído decir. Luego saldría cerrando la puerta, y, haciendo ver que acababa de llegar, comenzó a golpearla con el llamador. Mas el alfiler demuestra que ya había estado en la casa.

-¿Y fue la señorita Politt la que telefoneó a Spenlow?

-Sí. Desde la oficina de Correos, a las dos y media... precisamente cuando llega el autobús y la oficina se queda vacía.

-Pero, mi querida señorita Marple, ¿por qué? No es posible cometer un crimen sin motivo.

-Bueno, a mí me parece, coronel Melchett, por todo lo que he oído, que este crimen data de mucho tiempo atrás. Y esto me recuerda a mis dos primos Antonio y Gordon. Todo lo que hacía Antonio le salía bien; en cambio, Gordon era el lado opuesto: perdía en las carreras de caballos, sus valores bajaron y sus acciones fueron depreciadas... Tal como lo veo, las dos mujeres actuaron juntas.

-¿En qué?

-En el robo. Hace mucho tiempo. Según he oído eran unas esmeraldas de gran valor. Fueron robadas por la doncella de la señora y la ayudante de camarera. Porque hay una cosa que todavía no se ha explicado... Cuando se casó con el jardinero, ¿de dónde sacaron el capital para montar una tienda de flores? La respuesta es: de su parte en la... rapiña... creo que es la expresión adecuada. Todo lo que emprendió le salió bien. El dinero trae dinero. Pero la otra, la doncella de la señora, debió ser poco afortunada... y tuvo que conformarse con ser una modista de pueblo. Luego volvieron a encontrarse. Todo fue bien al principio, supongo, hasta que apareció en escena Ted Gerard. La señora Spenlow seguía sintiendo remordimiento e inclinación por todas las religiones emocionales. Este joven le apremiaría para que «hiciese frente a los hechos» y «limpiara su conciencia», y me atrevo a asegurar que estaba dispuesta a hacerlo. Mas la señorita Politt no lo apreciaba así... sino que podía verse en la cárcel por un delito cometido muchos años atrás. Así que decidió poner fin a todo aquello. Me temo que haya sido siempre una mujer perversa. No creo que hubiera movido ni un dedo para impedir que ahorcaran al afable y estúpido señor Spenlow.

-Podemos... er... comprobar su teoría... si logramos identificar a la señorita Politt como la doncella de los Abercrombie -dijo el coronel Melchett-, pero...

-Será muy sencillo -lo tranquilizó miss Marple-. Es de esas mujeres que confesará en seguida al verse descubierta. Y, ¿sabe usted?, además tengo su cinta métrica. Se... se la quité distraídamente cuando me estuvo probando ayer. Cuando la eche de menos y sepa que está en manos de la policía... bien, es una mujer ignorante y creerá que eso la acusa definitivamente. No le dará trabajo, se lo aseguro -terminó la solterona animándolo, con el mismo tono con que una tía suya le aseguró que no lo suspenderían en los exámenes de ingreso en Sandhurst. Y había aprobado.

El caso de la doncella perfecta

—Ah, por favor, señora, ¿podría hablar un momento con usted?

Podría pensarse que esta petición era un absurdo, puesto que Edna, la doncellita de la señorita Marple, estaba hablando con su ama en aquellos momentos.

Sin embargo, reconociendo la expresión, la solterona repuso con presteza:

—Desde luego, Edna, entra y cierra la puerta. ¿Qué te ocurre?

Tras cerrar la puerta obedientemente, Edna avanzó unos pasos retorciendo la punta de su delantal entre sus dedos y tragó saliva un par de veces.

—¿Y bien, Edna? —la animó la señorita Marple.

—Oh, señora, se trata de mi prima Gladdie.

—¡Cielos! —repuso la señorita Marple, pensando lo peor, que siempre suele resultar lo acertado—. No... ¿no estará en un apuro?

Edna apresuróse a tranquilizarla.

—Oh, no, señora, nada de eso. Gladdie no es de esa clase de chicas. Es por otra cosa por lo que está preocupada. Ha perdido su empleo.

—Lo siento. Estaba en Old Hall, ¿verdad?, con la señorita... o señoritas... Skinner.

—Sí, señora. Y Gladdie está muy disgustada... vaya si lo está.

—Gladdie ha cambiado muy a menudo de empleo desde hace algún tiempo, ¿no es así?

—¡Oh, sí, señora! Siempre está cambiando. Gladdie es así. Nunca parece estar instalada definitivamente, no sé si me comprende usted. Pero siempre había sido ella la que quiso marcharse.

—¿Y esta vez ha sido al contrario? —preguntó la señorita Marple con sequedad.

—Sí, señora. Y eso ha disgustado terriblemente a Gladdie.

La señorita Marple pareció algo sorprendida. La impresión que tenía de Gladdie, que alguna vez viera tomando el té en la cocina en sus «días libres», era la de una joven robusta y alegre, de temperamento despreocupado.

Edna proseguía:

—¿Sabe usted, señora? Ocurrió por lo que insinuó la señorita Skinner.

—¿Qué es lo que insinuó la señorita Skinner? —preguntó la señorita Marple con paciencia.

Esta vez Edna la puso al corriente de todas las noticias.

—¡Oh, señora! Fue un golpe terrible para Gladdie. Desapareció uno de los broches de la señorita Emilia y, claro, a nadie le gusta que ocurra una cosa semejante; es muy desagradable, señora. Y Gladdie les ayudó a buscar por todas partes y la señorita Lavinia dijo que iba a llamar a la policía y entonces apareció caído en la parte de atrás de un cajón del tocador, y Gladdie se alegró mucho.

»Y al día siguiente, cuando Gladdie rompió un plato, la señorita Lavinia le dijo que estaba despedida y que le pagaría el sueldo de un mes. Y lo que Gladdie siente es que no pudo ser por haber roto el plato, sino que la señorita Lavinia lo tomó como pretexto para despedirla, cuando el verdadero motivo fue la desaparición del broche, ya que debió pensar que lo había devuelto al oír que iban a llamar a la policía, y eso no es posible, pues Gladdie nunca haría una cosa así. Y ahora circulará la noticia y eso es algo muy serio para una chica, como ya sabe la señora.

La señorita Marple asintió. A pesar de no sentir ninguna simpatía especial por la robusta Gladdie, estaba completamente segura de la honradez de la muchacha y de lo mucho que debía haberla trastornado aquel suceso.

—Señora —siguió Edna—, ¿no podría hacer algo por ella? Gladdie está en un momento difícil.

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