Authors: Laura Gallego García
Habían pasado el resto del día esperando a que Shail despertase de su sueño, poniéndose al corriente de la situación en Idhún, recuperándose de las emociones pasadas y haciendo planes para el futuro inmediato. Alexander había propuesto viajar a Vanissar para entrevistarse con su hermano; Allegra, en cambio, parecía reacia a abandonar el bosque tan pronto. Se la notaba inquieta por alguna razón, pero no compartió sus temores con sus compañeros, aunque Jack la había visto hablando en privado con Alexander, comunicándole algo que, a juzgar por el gesto serio de los dos, debía de ser muy grave.
Por fin habían optado por posponer aquella conversación hasta que Shail estuviese en condiciones de participar en ella y exponer su opinión.
Al caer la tarde, Christian había regresado al campamento de los refugiados, y después de la cena, compuesta por distintos tipos de frutas, bayas y raíces, Victoria había aprovechado para pedirle que les enseñara cómo enfrentarse a los sheks. Todos se esforzaban ahora por prestar atención a lo que el joven les estaba diciendo, pero sus pensamientos estaban lejos de allí... con Shail.
—Cabría pensar —prosiguió Christian— que, con lo grandes que son, prefieren atacar en lugares descubiertos. Pero, al contrario, se sienten más cómodos en lo más profundo del bosque, donde pueden camuflarse entre la espesura; o en las montañas, para ocultarse en las grietas, cuevas y quebradas, y atacar cuando su víctima está desprevenida.
—Ya sabíamos que son tramposos y traicioneros —gruñó Alexander—, y que prefieren atacar por la espalda a dar la cara y pelear con honor.
Christian se lo quedó mirando un momento, pero no respondió a la provocación.
—No tienen garras ni nada que se le parezca —prosiguió—, y las alas les estorban a la hora de pelear en tierra. No están preparados para luchar contra humanos y similares, porque éstos son pequeños en comparación con ellos y les cuesta clavarles los colmillos. De modo que son buenos en la lucha cuerpo a cuerpo, siempre y cuando ésta se desarrolle en el aire, y contra adversarios de su tamaño, o incluso mayores.
—Los dragones, por ejemplo —dijo Jack a media voz. —Exacto —asintió Christian, con suavidad.
—¿Tienen algún punto débil? —quiso saber Alexander. —Odian... odiamos el fuego —admitió Christian—. Y lo tememos. Es algo contrario a nuestra naturaleza, que no podemos controlar. Por eso los dragones —añadió, mirando a Jack— pueden vencernos en ocasiones. Y por eso es importante que aprendas a usar el fuego de dragón.
Jack desvió la mirada, entre incómodo y molesto. No le hizo gracia que Christian le recordara que como dragón no valía gran cosa. Victoria entendió lo que sentía y cambió de tema:
—¿Qué nos puedes contar acerca de los poderes telepáticos de los sheks? —preguntó; aquello siempre le había fascinado.
Christian la miró con una media sonrisa, adivinando lo que pensaba.
—Que son peligrosos para otros seres telepáticos —respondió—. Las ondas telepáticas de los sheks sólo pueden ser captadas por otros seres telépatas, con mentes lo bastante sensibles como para percibirlas.
—Pero tú puedes leer las mentes de las personas, ¿no es así? —preguntó Victoria, sin poderse contener—. Incluso puedes obligarlas a hacer cosas que no quieren hacer...
—... mirándolas a los ojos —completó Christian, asintiendo—. Es lo que os iba a explicar a continuación. Los ojos son la puerta de la mente de las criaturas no telépatas. Un shek puede comunicarse con vosotros por telepatía, puede hacer sonar su voz en vuestra mente, pero no puede manipularla, a menos que os mire a los ojos. Con criaturas como los szish o los varu, más sensibles al poder mental, esto no es necesario.
—¿Y los propios sheks? —preguntó Jack—. ¿Puede un shek controlar a otro de esta manera?
—Nosotros conocemos maneras para proteger nuestra propia mente de las intrusiones —respondió Christian a media voz—. Aunque no nos hace falta protegernos contra los de nuestra especie... normalmente.
Jack comprendió lo que quería decir, y se abstuvo de añadir nada más. Su preocupación por el estado de salud de Shail le había impedido pensar en lo que Ha-Din le había dicho, pero ahora lo recordó, y observó a Christian con un nuevo interés. Era cierto que había en él algo diferente. Su mirada parecía más cálida que de costumbre, y Jack se preguntó si era debido a que él era cada vez más humano... o se trataba, simplemente, del reflejo del fuego de la hoguera en sus ojos.
Christian percibió su mirada y se volvió hacia él. Jack volvió a sentir que algo se estremecía en el ambiente. Ambos pertenecían a dos razas poderosas que se habían odiado desde el principio de los tiempos, y hasta entonces siempre les había costado mucho reprimir el instinto que los empujaba a luchar el uno contra el otro... hasta la muerte. Pero, en aquel momento, Jack descubrió que cada vez le resultaba más difícil odiarle.
Christian pareció comprenderlo también. Jack creyó detectar en sus ojos un breve destello de tristeza.
Alexander volvía a la carga:
—Es decir, que los sheks matan con la mirada. Eso me resulta familiar.
Christian se volvió hacia él, con una expresión indescifrable. Todos entendieron enseguida a qué se refería Alexander. Christian había asesinado a mucha gente mediante Haiass, su espada mágica, pero otros muchos habían encontrado la muerte en sus ojos de hielo.
—También a mí —respondió sin alterarse.
Alexander lo miró un momento. Un salvaje fuego amarillo relucía en sus pupilas, y Jack temió que fuera a perder el control. Hacía rato que las tres lunas brillaban en el firmamento; aunque, en teoría, los cambios de Alexander seguían las fases del satélite de la Tierra, el muchacho no pudo evitar preguntarse hasta qué punto las lunas de Idhún podían tener poder sobre él. Por otro lado, el joven estaba furioso por lo de Shail, y tenía que descargar su frustración con alguien. Era lógico que atacase a Christian.
Pero Alexander logró controlarse. Sacudió la cabeza, se levantó y se alejó de ellos, sin una palabra.
Jack, Christian y Victoria se quedaron solos. Jack y Victoria estaban sentados el uno al lado del otro, muy juntos, y el brazo del muchacho rodeaba la cintura de ella. Los tres se dieron cuenta enseguida de lo incómodo de aquella situación, pero fue Christian quien reaccionó primero. Se despidió de la pareja con una inclinación de cabeza... y desapareció entre las sombras.
Jack y Victoria cruzaron una mirada. Jack se preguntó si debía decirle a su amiga lo que Ha-Din le había contado acerca de Christian... pero no tuvo ocasión de hacerlo, porque en aquel momento llegó un hada con la noticia de que Shail había despertado de su sueño.
Cuando Shail abrió los ojos, sólo Zaisei estaba junto a él. Le pareció que debía de ser un sueño; el rostro de la sacerdotisa desapareció un momento de su campo de visión, y la oyó decirle a alguien que fuera a avisar a sus amigos. Se esforzó por despejarse.
—¿Qué... dónde estoy?
—En el bosque de Awa —dijo la celeste con suavidad—. A salvo.
Shail intentó recordar lo que había sucedido. Las imágenes de la desesperada batalla junto a la Torre de Kazlunn le parecían confusas, y más propias de una pesadilla que de una experiencia real.
—¿Zai... sei? —murmuró al reconocerla. Ella sonrió con cariño.
—Me alegro de volver a verte.
Shail le devolvió una cálida sonrisa. La había conocido al regresar a Idhún, dos años atrás; eran amigos desde entonces. —También yo —confesó.
Los ojos de ella estaban llenos de emoción contenida, y Shail fue consciente de que él la estaba mirando de la misma forma. Incómodos, ambos desviaron la mirada.
—¿Están bien los demás? —dijo Shail entonces.
—Tus amigos están bien —respondió Zaisei—. Era por ti por quien temíamos.
La sonrisa de Shail se hizo más amplia.
—Estoy bien. Sólo un poco cansado, pero creo que puedo levantarme.
Y, antes de que Zaisei pudiera detenerlo, retiró las mantas que lo cubrían e hizo ademán de incorporarse.
El tiempo pareció congelarse durante un eterno segundo.
Jack y Victoria llegaron a la cabaña de Shail, siguiendo al hada, justo cuando salía Zaisei. El bello rostro de la sacerdotisa estaba dominado por la pena. Sus ojos estaban húmedos.
—No quiere ver a nadie —dijo en voz baja; le temblaba la voz. —¿Qué? —se sorprendió Jack—. Tú nos habías mandado a buscar...
—Está... Quiere estar solo —simplificó Zaisei; no tenía sentido contarles la reacción de Shail, no serviría de nada preocuparlos más—. Ha sido un duro golpe para él.
Victoria sintió que se le encogía el corazón.
—Pero a nosotros puedes dejarnos pasar. Nosotros somos sus amigos...
—Marchaos, por favor —se oyó la voz de Shail, cansada y rota, desde el interior de la cabaña—. No quiero ver a nadie. —Pero...
—Victoria, por favor. Dejadme solo.
Jack y Victoria cruzaron una mirada y, lentamente, dieron media vuelta. Jack pasó un brazo en torno a los hombros de Victoria, para reconfortarla.
—Es normal que esté así —le dijo— Piensa en lo que le ha pasado. Necesita hacerse a la idea...
Pero ella, desolada, fue incapaz de hablar.
—Voy a buscar a Alexander —decidió Jack—. Tal vez Shail sí quiera verle a él. ¿Vienes?
Victoria negó con la cabeza, todavía conmocionada. —Tengo un mal presentimiento —dijo de pronto. —¿Acerca de Shail?
—No, acerca de... Es igual —concluyó, desviando la mirada, incómoda.
Jack la miró y adivinó lo que pensaba. Estuvo a punto de decir algo, pero lo pensó mejor. Oprimió suavemente la mano de su amiga y le susurró al oído:
—Ten cuidado.
Después, dio media vuelta y se alejó hacia el arroyo, en busca de Alexander. Victoria lo vio marchar, suspiró y, tras dirigir una mirada apenada a la cabaña de Shail, se fue en dirección contraria, internándose en la espesura.
Christian se había alejado del poblado porque necesitaba estar solo. Se sentía cada vez más confuso, y no estaba acostumbrado a experimentar ese tipo de sensaciones.
Era la gente. No le gustaba estar rodeado de gente, pero, desde que se había unido a la Resistencia, encontraba difícil hallar un momento para estar a solas. Echaba de menos la soledad... no obstante, y esto era lo que más le preocupaba, al mismo tiempo la temía, cada vez más.
Encontró una roca solitaria sobre el río, y se sentó allí, para reflexionar.
Percibió entonces una presencia tras él, y se volvió a la velocidad del relámpago para acorralar al intruso contra un árbol. Apenas unas centésimas de segundo después, el filo de su daga rozaba la garganta de un hada de seductora belleza.
Christian la reconoció. No le sorprendió que hubiera logrado traspasar la principal defensa del bosque de Awa, un escudo invisible tejido por feéricos, que sólo podía ser contrarrestado por ellos. A nadie le había parecido que eso pudiera ser un problema, dado que a ningún feérico se le habría ocurrido venderlos a Ashran.
Era obvio que nadie se había acordado de Gerde.
—¿Ha así como recibes a los amigos, Kirtash? —preguntó ella con voz aterciopelada, sin parecer en absoluto preocupada por su situación de desventaja.
Christian ladeó la cabeza y la miró con un destello acerado brillando en sus ojos azules.
—Dame una sola razón por la que no deba matarte —siseó.
—En el pasado, Kirtash, no habrías detenido esa daga, me habrías matado sin vacilar. Si no lo has hecho es porque te recuerdo a lo que eras antes... esa parte de ti que esa chica te está robando poco a poco... y que, en el fondo de tu alma, añoras.
El filo del puñal se clavó un poco más en la suave piel de Gerde.
—¿Qué es lo que quieres?
—Te he traído un regalo.
Christian no dijo nada, pero tampoco retiró la daga. —Sabes de qué se trata —prosiguió Gerde, con suavidad—. La dejaste abandonada en la Torre de Drackwen, cuando saliste huyendo... cuando nos traicionaste para protegerla a ella.
—Haiass —murmuró Christian.
—Es eso lo que has venido a buscar, ¿no es cierto? Porque, de lo contrario, no comprendo cómo te has atrevido a regresar a Idhún. Ashran ha puesto un precio muy alto a tu cabeza.
Christian retiró el puñal y se separó de ella.
—No lo dudo. Por eso me sorprendería que hubiera decidido devolverme mi espada. Sería todo un detalle por su parte...un detalle que no creo que esté dispuesto a tener conmigo, dadas las circunstancias.
—Y, sin embargo, aquí está. Mírala. La has echado de menos, ¿no es verdad?
Gerde alzó las manos, y entre ellas se materializó la esbelta forma de una espada que Christian conocía muy bien. A pesar de que la vaina protegía su filo, el joven la reconoció inmediatamente. Miró a Gerde con desconfianza.
—¿Qué me vas a pedir a cambio?
El hada dejó escapar una suave risa cantarina. Se acercó más a él, y el muchacho percibió su embriagador perfume.
—¿Qué estarías dispuesto a darme? —susurró. Christian entrecerró los ojos.
—No voy a traicionar a Victoria. No la entregaré a Ashran otra vez.
Gerde rió de nuevo.
—Qué patético que no seas capaz de dejar de pensar en ella ni un solo momento, Kirtash. Estás perdiendo facultades. Tiempo atrás habrías adivinado enseguida cuáles son mis intenciones. —No pongas a prueba mi paciencia. Dime qué quieres a cambio de mi espada.
—Nada que no puedas darme. —Gerde se acercó más a él y alzó la cabeza para mirarle directamente a los ojos—. Bésame.
—¿Cómo has dicho?
—No es tan difícil de entender. Bésame, y la espada será tuya. Christian enarcó una ceja.
—¿Sólo eso? ¿Sólo me pides un beso a cambio de Haiass?
—Ya te he dicho que estaba a tu alcance.
—¿Y dónde está el truco?
—Lo sabes muy bien —respondió ella, con una risa cruel. Christian se separó de ella con un suspiro exasperado.
—A estas alturas ya deberías haber aprendido que tus hechizos no pueden afectarme, Gerde.
—¿Entonces, por qué dudas?
Él la cogió del brazo y la atrajo hacia sí, casi con violencia. —Sé cuál es tu juego —le advirtió—. Conozco las reglas.
—Entonces deberías saber que no puedes perder —sonrió ella— A no ser, claro... que hayas perdido ya.
Christian entornó los ojos. Entonces, sin previo aviso, se inclinó hacia ella y la besó, con rabia.
Gerde echó los brazos en torno al cuello del muchacho, pegó su cuerpo al de él, enredó sus dedos en su cabello castaño. Christian sintió el poder seductor que emanaba de ella. Lo conocía, lo había experimentado en otras ocasiones, aunque nunca se había dejado arrastrar por él.