Authors: Laura Gallego García
—El shek debe marcharse —concluyó el Archimago.
—¡Pero no puede marcharse! —gritó Victoria, para hacerse oír sobre el gentío—. ¡Si lo expulsarnos de aquí, lo estamos condenando a muerte de todas formas! ¡Los otros sheks lo matarán!
Se oyeron exclamaciones que pedían la muerte para Christian. Gaedalu negó con la cabeza; el semblante de Qaydar seguía siendo de piedra. Victoria se volvió hacia sus amigos, buscando apoyo, pero ni Allegra ni Alexander parecían dispuestos a llevar la contraria a los líderes de su mundo.
—No puedo creerlo —murmuró la chica, exasperada.
—Victoria, espera —la llamó Jack, pero ella no lo escuchó.
Se plantó delante de Christian, alzó la cabeza con orgullo y declaró:
—Si él se marcha, yo me voy también.
De pronto, reinó un silencio sepulcral en el claro.
—Eso no está bien, muchacha —murmuró el Padre, moviendo la cabeza, apesadumbrado.
Victoria se mordió el labio inferior. Sabía que no podía pedir a aquella gente que confiara en un shek, cuando llevaban más de una década sometidos a aquellas criaturas. Y que tampoco debía amenazarles con arrebatarles su única esperanza de salvación.
Pero no daría la espalda a Christian. No, después de todo lo que había pasado.
—Vaya donde vaya, yo iré con él —dijo con suavidad, pero con firmeza—. Y si lo enviáis a la muerte, yo lo acompañaré.
Ante su sorpresa, vio cómo algunos parecían decepcionados, horrorizados o incluso furiosos ante sus palabras.
La Madre avanzó hacia ella y le dirigió una fría mirada.
«Jamás pensé que un unicornio pudiera actuar de esta forma.»
Jack cerró los ojos un momento, respiró hondo y dio un paso al frente.
—Y si ellos se van, yo también —declaró en voz alta.
Todos lo miraron, incrédulos, pero Jack se mantuvo firme. Victoria le echó una mirada de agradecimiento. «No lo estoy haciendo por él, lo estoy haciendo por ti», quiso decirle Jack. Aquella gente la había esperado como a la heroína de la profecía, la que los salvaría de Ashran y los sheks. Jamás aceptarían la simple posibilidad de que Lunnaris se hubiera enamorado de uno de ellos; es más, la sola idea les resultaría repugnante. Y Jack no quería ni imaginar cómo podrían reaccionar los más extremistas. Sin embargo, si él intervenía, si hablaba en favor de Christian... apartaría de ellos la sospecha de que existiera una relación especial entre Victoria y el shek. O, al menos, eso esperaba.
Pero tendría que explicárselo a Victoria más tarde, cuando estuvieran a solas.
—Hemos pasado quince años en el exilio —dijo el muchacho, en voz alta y clara—. Hemos sobrevivido en un mundo que no era el nuestro. Este shek —añadió, señalando a Christian— traicionó a Ashran y a los suyos y fue duramente castigado por ello. Escapó de Ashran y se unió a nosotros. Nos permitió volver a Idhún cuando estábamos atrapados en la Tierra. Ha peleado a nuestro lado. Ha demostrado que es un miembro de la Resistencia.
»Hemos regresado a Idhún con la intención de desafiar a Ashran y hacer cumplir la profecía. Hemos llegado a este bosque esperando encontrar apoyo por vuestra parte. ¿Y qué es lo que hacéis? ¡Condenar a muerte a nuestro aliado!
Hubo nuevos murmullos. Pero Jack percibió que ya no miraban a Victoria con desconfianza.
—El shek se queda con nosotros —declaró el muchacho—. Si no estáis de acuerdo, nos marcharemos para situar nuestra base en otra parte.
—¡Pero es un shek! —exclamó alguien entre la multitud.
—Y yo soy un dragón —dijo Jack, fríamente—. El último dragón. Y digo que él debe quedarse con nosotros.
Sintió la mirada de hielo de Christian clavándose en su nuca, y se preguntó qué pensaría él de todo aquello.
¿Cómo sabemos que eres un dragón? —dijo alguien, y varios corearon la pregunta.
El Archimago alzó una mano para acallar las protestas.
—Es un dragón —dijo—. Es la criatura que enviamos a través de la Puerta hace quince años. Pero es más que eso, ¿no es cierto? "También tienes un alma humana.
Jack no respondió, pero sostuvo la inquisitiva mirada del hechicero.
—Tampoco el shek es sólo un shek —intervino Ha-Din, con suavidad—. ¿Tengo razón?
—Soy humano en parte —admitió Christian.
Pareció que iba a añadir algo más, pero lo pensó mejor y permaneció callado.
—Estamos cansados y heridos —añadió Jack—. Hemos escapado de la muerte por muy poco. Uno de nuestros amigos está vivo de milagro y necesita atención urgente. ¿Vais a acogernos... o tendremos que buscar otro lugar donde poder descansar?
El Archimago y los Venerables cruzaron una mirada. Qaydar dejó caer los hombros, derrotado. La Madre dejó escapar un leve suspiro. También ella parecía cansada, y Jack apreció que su piel escamosa comenzaba a cuartearse, seguramente por estar demasiado tiempo fuera del agua. Ha-Din clavó en Jack y Victoria la mirada de sus ojos azules y dijo:
—Bienvenidos al bosque de Awa. —Se volvió hacia Christian y añadió, con una sonrisa—: Todos vosotros.
El joven lo agradeció con una leve inclinación de cabeza. Victoria respiró hondo, aliviada.
«Han escapado», dijo Zeshak.
—No esperaba menos de ellos —sonrió Ashran—. Están destinados a enfrentarse a mí. Me decepcionaría mucho descubrir que son fáciles de matar.
«Se han refugiado en el bosque de Awa», informó el shek. —No me sorprende. Es el único lugar en todo Idhún en el que estarían seguros. O, al menos, eso es lo que piensan. —Se volvió hacia el rey de las serpientes—. ¿Has hecho lo que te pedí?
Por toda respuesta, Zeshak entornó sus ojos irisados y volvió la cabeza lentamente hacia la puerta. Una breve orden mental bastó para que la criatura que aguardaba al otro lado entrase en la habitación. Se trataba de un szish, uno de los hombres-serpiente que constituían las tropas de tierra de Ashran, y portaba un objeto alargado que depositó, con una reverencia, a los pies del shek.
«Aquí la tienes —dijo Zeshak con indiferencia—. Completamente muerta. Como pediste.»
El Nigromante se acercó para contemplar lo que había traído el szish.
—Haiass —murmuró—. Es una pena.
La magnífica espada mágica que había empuñado Kirtash, que encerraba todo el poder del hielo en su mortífero filo, ahora no era más que un vulgar acero. Aquel destello blanco-azulado que la había caracterizado, y que sugería la fuerza mística que atesoraba, se había apagado, tal vez para siempre.
Zeshak había enrollado su largo cuerpo y había apoyado la cabeza sobre sus anillos, y contemplaba a Ashran con gesto desinteresado.
«Jamás debería haber sido forjada —opinó—. Es un error entregar a un humano un arma que contiene el poder de los sheks y, por otro lado, tampoco nosotros necesitamos esas ridículas espadas humanas.»
—Entonces no te pareció tan mala idea —le recordó Ashran.
Se volvió hacia una figura que había estado aguardando en silencio, en un rincón en sombras.
—Acércate —le dijo.
Ella lo hizo. Era un hada de belleza salvaje y turbadora, de ojos negros, y largo y suave cabello color aceituna. Ashran le entregó la espada, que ella aceptó con una inclinación de cabeza.
—Ya sabes lo que has de hacer con ella, Gerde.
El hada esbozó una aviesa sonrisa.
—No te fallaré, mi señor.
Zeshak contempló la escena sin mucho interés. Cuando Gerde abandonó la estancia, llevándose consigo a la inutilizada Haiass, comentó:
«Dudo mucho de que eso funcione.»
—Esto no es más que el principio, amigo mío. La intervención de Gerde sólo es la primera parte de mi plan. Por supuesto que no espero que caigan con la primera maniobra. Sería demasiado fácil. Pero olvidas un detalle muy importante, Zeshak.
« ¿Cuál?»
—El hecho de que, por mucho que te pese, Kirtash todavía es un shek. Y ya sabes lo que eso significa.
Los refugiados del bosque de Awa habían construido, con el paso de los años, una población entera entre las raíces y las ramas más bijas de los enormes árboles que se alzaban en el corazón de la floresta. En un sector cercano había un grupo de curiosas viviendas redondeadas, hechas de un suave material, parecido a la seda; cuando las vio, Jack no pudo evitar pensar en los capullos en los que algunos gusanos se envolvían para transformarse en mariposas. Pero, en aquel caso, aquellas cabañas deberían haber sido construidas por orugas gigantescas, del tamaño de un ser humano.
A una de aquellas extrañas viviendas se habían llevado a Shail para curarlo, en cuanto los pájaros dorados aterrizaron en el claro del bosque donde habían recibido a la Resistencia. Victoria sabía que debía dejar trabajar a las hadas curanderas, pero le costaba estarse quieta en la cabaña que le habían asignado, de modo que salió a dar un paseo.
Encontró a Jack, Allegra y Alexander reunidos no lejos de allí. Qaydar y Ha-Din estaban con ellos. Gaedalu se había ido sin duda a tomar un baño.
—Los feéricos han tejido un fuerte conjuro de protección en torno al bosque —estaba diciendo el Padre—. Es un poder que ni siquiera Ashran puede contrarrestar. Aquí hemos estado a salvo durante quince años... y espero que sigamos estándolo en el futuro.
—¿Qué sucedió con la Torre de Kazlunn? —preguntó Allegra.
—Fue todo tan repentino que ni siquiera podría explicar cómo ocurrió —respondió el Archimago con amargura—. Nos atacaron los sheks, y nuestras defensas mágicas cayeron... Parecía que ya no tenían suficiente fuerza como para resistir al poder del Nigromante. Pero fue, sencillamente, que la magia de Ashran se hizo más fuerte. Sin duda la revitalización de la Torre de Drackwen tuvo mucho que ver con ello.
Victoria desvió la mirada, incómoda. De alguna manera, era culpa suya. Ashran la había utilizado para renovar el poder de la torre, que hasta entonces había sido un bastión muerto y abandonado. Evocar aquella experiencia hizo que el estómago se le encogiera de angustia, y se esforzó por centrarse en el presente.
—Algunos hechiceros lograron escapar, pero la mayoría murieron en el ataque. Sobre todo aprendices. Eran los más vulnerables.
»Pensamos que destruirían la torre, tal y como habían destruido las demás. Pero la mantuvieron en pie. Respetaron cada piedra, y lo único que hicieron fue enviar a esos repugnantes hombres-serpiente a saquearla para depositar sus tesoros a los pies de Ashran.
—Nos tendieron una trampa —murmuró Alexander—. Por eso dejaron la torre intacta.
—¿Las otras dos han sido destruidas? —preguntó Allegra, aunque ya sospechaba la respuesta.
—La Torre de Awinor cayó la primera, como ya sabes. El mismo día de la conjunción astral. La Torre de Derbhad no tardó en correr la misma suerte —concluyó el Archimago tras una pausa.
Allegra entrecerró los ojos. Victoria comprendió cómo se sentía. La Torre de Derbhad había estado a su cargo tiempo atrás, pero ella la había abandonado poco después de la conjunción astral para acudir a la Tierra a buscar al dragón y al unicornio de la profecía.
—También los Oráculos —añadió Ha-Din— Los sheks no dejaron piedra sobre piedra. Sólo respetaron, por alguna razón que se me escapa, el Oráculo de la Clarividencia, que aún se yergue en lo alto de los acantilados de Gantadd.
—Sagrada Irial... —murmuró Alexander, y sus ojos despidieron un destello de ira.
—Por lo demás, los sheks no han causado demasiados destrozos —prosiguió el Padre—. Han dejado vivir en paz a la mayor parte de la población... de los reinos cuyos gobernantes les han jurado lealtad. Aquellos que se han rebelado contra ellos han recibido castigos ejemplares. —Miró a Alexander significativamente, y el joven se irguió, inquieto—. Hace mucho que nadie se opone a la voluntad de Ashran y los sheks. Se diría que la gente se está acostumbrando a su mandato. Como ya has visto, los refugiados de Awa no somos muchos.
—¿Y Vanissar? —preguntó Alexander de inmediato—. ¿Qué ha sucedido en el reino de mi padre?
Shail le había dicho que había caído bajo el gobierno de los sheks, pero no le había dado más detalles; Alexander había dado por supuesto que, o bien no sabía nada más, o bien las cosas no habían cambiado demasiado. De todas formas, enterarse de que en realidad habían transcurrido quince años desde su partida, en lugar de los cinco que él había contado, había supuesto para él un golpe que todavía estaba asimilando, y casi había preferido no preguntar más. Pero ahora consideraba que ya estaba preparado para saber.
—Muchos reyes acudieron a luchar contra los sheks después de la invasión, príncipe Alsan. El rey Brun fue uno de ellos. —Ha-Din hizo una pausa antes de proseguir—. Por desgracia, murió en la batalla.
Alexander cerró los ojos un momento. Jack colocó la mano sobre el brazo de su amigo, ofreciéndole apoyo.
—A ti también te daban por desaparecido —continuó el Padre—, de modo que fue tu hermano menor, Amrin, quien subió al trono tras la muerte del rey Brun.
—El no fue educado para gobernar —murmuró Alexander—. Tampoco estaba preparado para afrontar una crisis como ésta.
—Lo primero que hizo fue rendirse a los sheks y aceptar sus condiciones.
El joven desvió la mirada.
—No se lo reprocho. Supongo que no podía hacer otra cosa, dadas las circunstancias.
—Sus súbditos sí se lo reprocharon al principio, pero ahora encontrarás a pocos que se quejen. Vanissar disfruta de paz gracias a esa alianza con los sheks.
—Pero ¿no se unirán a la Resistencia? Las cosas han cambiado; ahora que el dragón y el unicornio han regresado a Idhún, tenemos alguna posibilidad de vencer.
—Tendrás que hablarlo con tu hermano, muchacho. Nunca me ha parecido muy dispuesto a ir a la guerra. –0 tal vez no haga falta —intervino el Archimago—. Alsan, tú eres el legítimo heredero del reino. Cuando vuelvas a Vanissar podrás reclamar el trono.
Alexander vaciló, y Jack comprendió su dilema. Ya no era la misma persona que había abandonado Idhún, años atrás. Un conjuro fallido lo había transformado en un ser semi-bestial, y su lado salvaje todavía afloraba en ocasiones. Hacía tiempo que el joven había abandonado la idea de ser rey de Vanissar algún día, simplemente porque no se veía digno de ello. No importaba cuánto le insistiera Jack en que él era digno de aquello y de mucho más, Alexander sentía que no podía presentarse como príncipe en aquel estado.
En aquel momento llegó volando un pequeño silfo. Se detuvo jadeando ante ellos, indeciso. Por un lado parecía que traía noticias urgentes; pero, por otro, temía interrumpir la conversación, y se sentía cohibido ante la presencia del Archimago, los Venerables, el príncipe de Vanissar y, por supuesto, los héroes de la profecía.