Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Entonces espero que alguien pueda dar unos cuantos puñetazos en mi nombre —replicó Mallar con los labios empalidecidos por la tensión—. Se lo digo porque creo que he dejado escapar mi única oportunidad de hacerlo.
Media docena de hojas de un árbol wroshyr se agitaron allí donde no había ni un hálito de aire para moverlas, levantándose hasta un palmo por encima de su posición original para volver a caer después. El movimiento traicionó la posición de Lumpawarump, que se encontraba a unos cuarenta metros al este de Chewbacca.
Su hijo no estaba acechando a ningún objetivo. Ni siquiera se estaba moviendo a través del Pozo de los Muertos en busca de su presa. Chewbacca había quedado terriblemente consternado y desilusionado al ver que Lumpawarump avanzaba temerosamente cosa de unos cien pasos vacilantes por la espesura y después se buscaba un escondite, pegando la espalda al tocón de un árbol wroshyr y con el cuerpo oculto por los pesados brotes jóvenes que colgaban de las ramas y que había dispuesto a su alrededor.
De vez en cuando Lumpawarump asomaba la cabeza de su pantalla improvisada y escrutaba el bosque durante unos momentos como si esperase que un katarn fuera a pasar, totalmente visible, por delante de él en un despreocupado paseo. Después, al no ver nada, se retiraba nuevamente a la falsa seguridad de aquella invisibilidad imaginaria en la que tanto deseaba creer.
Pero Chewbacca no había tenido ninguna dificultad para localizar a su hijo, y ninguno de los depredadores del Pozo la tendría tampoco. Además, el tocón en el que confiaba Lumpawarump para que le protegiera creaba un enorme punto ciego desde el que un katarn podía aproximarse y atacar sin ningún aviso previo.
Chewbacca sabía que su hijo corría un peligro mucho más grande de lo que suponía, y sin embargo el código del honor le obligaba a no intervenir salvo para detener un golpe letal. Lo único que podía hacer era observar y esperar, manteniendo su arco de energía preparado para disparar y tratando de que la inquietud no afectara a su concentración hasta el extremo de que él mismo llegara a convertirse en un blanco fácil.
El corpulento wookie siguió moviéndose para que la acción continuada le ayudara a mantenerse alerta. Chewbacca se fue desplazando en un arco irregular que usaba el escondite de Lumpawarump como ancla, sin acercarse o alejarse demasiado en ningún momento y sin que su presencia llegara a suponer un obstáculo para el disparo que estaba visualizando constantemente en su imaginación.
Vio moverse las hojas de los árboles wroshyr en cuatro ocasiones, y reaccionó al instante en cada ocasión quedándose totalmente inmóvil.
Lumpawarump nunca llegó a verle.
Chewbacca podía repetirse a sí mismo una y otra vez que, incluso si era sorprendido al descubierto, inmóvil y con el rostro ladeado, un wookie de largo pelaje podía ser confundido con otro de los tallos y montículos de musgo parásito jaddyyk que puntuaban el suelo del Pozo. Pero incluso un cazador novato que estuviera utilizando la técnica de parpadeo más simple tendría que haberse dado cuenta de que uno de los tallos de jaddyyk estaba cambiando de posición. Eso era una señal clarísima de lo aterrorizado que estaba Lumpawarump mientras se encogía detrás de su telón verde..., lo que a su vez suponía otra terrible desilusión para su padre.
Pero aunque Lumpawarump no se hubiera dado cuenta, Chewbacca no tardó mucho tiempo en estar seguro de que otra criatura sí lo había hecho. Sólo se movía cuando Chewbacca se movía, y sin embargo estaba consiguiendo acercarse lentamente. Permanecía encogida sobre la gruesa capa de vegetación que cubría el suelo del bosque, y se confundía con las sombras.
Cuando Chewbacca se volvía en esa dirección, no veía nada. Cuando avanzó hacia la presencia invisible, no tardó en volver a percibirla detrás de él.
La atmósfera del Pozo estaba totalmente inmóvil y saturada de potentes aromas, por lo que Chewbacca no pudo captar el olor de lo que le estaba acechando hasta que estuvo incómodamente cerca. Chewbacca olisqueó el aire y dejó escapar un gruñido ahogado. Otro wookie surgió de las hojas de los árboles wroshyr a ocho metros de distancia sin producir el más mínimo ruido. Era Freyrr, uno de los muchos primos segundos de Chewbacca, y el cazador más ágil y silencioso de toda la familia.
Después de un intercambio silencioso de miradas y muecas llenas de dientes, Chewbacca y Freyrr quedaron el uno junto al otro y se inclinaron hasta desaparecer entre el follaje. Una vez allí, su conversación prosiguió mediante gruñidos tan débiles que podían ser tomados por el gemir de las ramas.
[¿Dónde está Lumpawarump?], preguntó Freyrr.
[Ha buscado un refugio donde esconderse], dijo Chewbacca, señalando el escondite de su hijo con una inclinación de la cabeza. [¿Por qué estás aquí? ¿Por qué te entrometes en el hrrtayyk de mi hijo?]
[Mallatobuck me ha enviado en tu busca. Hay noticias que no podían esperar hasta tu regreso.]
[¿Qué noticias?]
[Sería mejor que antes salieras del Pozo.]
[Mi hijo no puede marcharse hasta que su prueba haya terminado.]
[Yo me quedaré con él, primo. Shoran te espera en el Sendero de Rryatt, y te lo explicará todo mientras volvéis a Rwookrrorro.]
Una oleada de furia reprimida a duras penas envaró el cuerpo de Chewbacca.
[¿Estás pensando en robarme este deber? ¿Cómo puedes permitir que tu aliento lance tal vergüenza al aire? Incluso cuando la compañera de Jiprirr fue quemada por los escarabajos de fuego y cayó del Sendero de la Recolección, incluso cuando la compañera de Grayyshk tuvo que ser confinada en su árbol para acabar muriendo consumida por la enfermedad de la sangre amarilla... ¡Ni siquiera entonces fueron apartados del hrrtayyk!]
Freyrr extendió el brazo y sus peludos dedos sujetaron las manos de Chewbacca.
[No levantes la voz, primo.]
El tenue gruñido de respuesta que emitió Chewbacca resultó todavía más amenazador por la facilidad con la que rompió la presa de Freyrr.
[Si no oigo ahora mismo de tus labios qué noticias me has traído, cada tejedor de redes, gundark y katarn que pueda haber en tres niveles del Pozo a la redonda escuchará mi voz al momento siguiente. ¿Y bien, Freyrr? ¿Qué ocurre? ¿Tiene algo que ver con Mallatobuck?]
Freyrr dejó escapar un suspiro de rendición.
[No... Se trata de aquel con quien has contraído tu deuda de vida. Han Solo ha sido capturado por los enemigos de la princesa Leia. Los yevethanos lo tienen prisionero en algún lugar del Cúmulo de Koornacht. La princesa te pide que vuelvas a Coruscant.]
La carne peluda de su antebrazo fue lo único que impidió que el aullido de preocupación de Chewbacca llegara a escapar de sus labios.
[Veo que por fin lo entiendes], siguió diciendo Freyrr. [Tienes otro deber que está por encima del deber que te retiene aquí. Vete. Shoran te espera.
Él te contará el resto. Después vigilará a tu hijo y cuidará de él durante el resto de las pruebas. Mallatobuck se asegurará de que tu hijo lo entienda.]
La decisión a la que se enfrentaba Chewbacca era muy desagradable, pero no resultó nada difícil de tomar.
[El hrrtayyk puede esperar hasta que vuelva.]
Después se incorporó y abandonó su escondite.
Freyrr se incorporó con él.
[Chewbacca, te lo suplico... Si tu hijo vuelve a Rwookrrorro sin poder anunciar su nuevo nombre, sin poder llevar la faltriquera que Malla ha hecho para él...]
[Eso siempre será mejor para Lumpawarump que el volver encima de tu hombro, primo.] Freyrr le enseñó una boca llena de dientes.
[¿Dudas de mi rraktorr?]
[No, primo. Dudo del suyo.] Chewbacca llamó a Lumpawarump con un gruñido estentóreo que atravesó el Pozo para asustar a una manada de escures y hacer que un charkarr de cuerpo rechoncho se apresurara a remontar el vuelo. Un poco más lejos Chewbacca percibió la agitación de hojas que indicaba la presencia de un katarn que volvía de una cacería.
Chewbacca vio que Lumpawarump no aparecía, y repitió su llamada.
[Ven a mí, primero de mis hijos. Esta noche dormirás en el árbol familiar.
Mi hermano de honor corre peligro, y debo ir en su búsqueda.]
Han abrió un ojo hinchado y amoratado recubierto de sangre seca y, con una mueca de dolor, obligó a la habitación a adquirir nitidez a su alrededor.
—Barth —dijo.
El ingeniero de vuelo estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared opuesta, hecho un ovillo con las rodillas pegadas al pecho y los brazos curvados sobre ellas. Su rostro estaba inclinado hacia abajo y mantenía el mentón pegado al esternón, como si durmiera..., o como si se estuviera escondiendo.
—Barth —repitió Han, empleando un tono de voz más claro y alto.
Esta vez su compañero de celda se removió, levantó la cabeza y la volvió hacia Han.
—Comodoro —dijo con voz sorprendida, y se apresuró a deslizarse sobre la rugosa superficie del suelo para reunirse con él—. No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde que lo trajeron aquí... Por lo menos habrán sido varias horas.
—¿Qué ha estado ocurriendo?
—Nada, señor. Ha permanecido inconsciente durante todo ese tiempo. Ni siquiera estaba seguro de que fuera a despertar alguna vez. No me malinterprete, señor, pero... Bueno, espero que no se sienta tan mal como parece indicar su aspecto.
Han permitió que el ingeniero de vuelo le ayudara a sentarse.
—Bueno, no es tan grave. He sido golpeado por bastantes expertos, y comparados con ellos los yevethanos son unos simples aficionados. —Han estiró una pierna, torció el gesto y se apoyó en la pared—. Aunque hay que reconocer que son unos aficionados muy entusiásticos.
—¿Qué quieren hacer con nosotros?
—No lo dijeron —replicó Han. Movió las mandíbulas de un lado a otro en un cauteloso desplazamiento experimental, y después olisqueó el aire y arrugó la nariz—. Dígame la verdad, Barth... ¿Ese olor viene de mí?
Una sombra de incomodidad cruzó velozmente por el rostro de Barth.
—Me temo que somos todos. No hay cubículo sanitario ni nada que se parezca remotamente a uno, y no hay agua. Yo... Eh... Bueno, digamos que he escogido un rincón. Pero por lo menos eso ayuda a que no se note tanto el olor que desprende el cuerpo del capitán. Y ahora hay algo creciendo sobre él... Ya ha tapado la mayor parte de su piel. Me dan náuseas cada vez que lo veo.
—Pues entonces procure mirar en otra dirección —dijo Han mientras sus ojos iban más allá del teniente para posarse en el cuerpo del capitán Sreas. Su rostro y sus manos estaban desapareciendo detrás de una fina vellosidad grisácea—. Esporas de hongos, probablemente. Este mundo es muy seco... Basta con olisquear el aire y ver la piel de un yevethano para saberlo. Un cadáver humano probablemente debe de parecerle un auténtico abrevadero a los bichos que viven en un lugar semejante.
—No quiero pensar en ello —dijo Barth.
—Bueno, pues no piense en ello. —Han estiró la otra pierna, y una punzada de dolor le obligó a cerrar los ojos y soltar un gruñido—. Pensándolo bien, creo que hubiera preferido ser golpeado por un experto. ¿Ha venido alguien a vernos?
—Nadie desde que volvieron con usted. —Barth titubeó durante un momento antes de seguir hablando—. ¿Cuántas probabilidades de salir de este lío cree que tenemos, comodoro?
—Más de las que tenemos de poder proteger nuestro derecho a la intimidad —respondió Han.
Barth volvió la cabeza a un lado y a otro y contempló los muros casi totalmente desnudos de su prisión. La celda tenía una ranura de ventilación en el centro del techo, otra ranura de desagüe en el centro del suelo, luces de áspera intensidad incrustadas en las esquinas del techo y una puerta blindada por planchas metálicas aseguradas mediante remaches.
—¿Piensa que nos están observando..., que nos escuchan?
—Si estuviera en su lugar yo lo haría. ¿
Dokoprek anuda ten
? —preguntó de repente, con la esperanza de que Barth conociera el idioma privado de los contrabandistas.
—Lo siento, comodoro. No le he entendido.
Han pasó al sibilante lenguaje illodiano.
—¿
Stacch isch stralsi
?
—Lo lamento, comodoro. Puedo hacerme entender en bothano y conozco un poco el Contrato Estándar del Sector Corporativo, y si eso sirviera de algo también podría recitarle de memoria los nueve cursos de agua en calamariano. Pero ése es el límite de mis talentos lingüísticos. —El ingeniero de vuelo inclinó la cabeza, como pidiéndole disculpas—. La Academia de la Flota eliminó el requisito de conocer tres idiomas el año en que me admitieron.
—No se preocupe —dijo Han—. Dudo mucho que ninguno de esos idiomas supusiera un obstáculo para los yevethanos durante mucho tiempo. Bien, tendremos que suponer que contamos con un público y que está entendiendo la mayor parte de los chistes. ¿Le han dado algo de comer?
—No, nada.
Han asintió con expresión pensativa.
—Bueno, pues a menos que eso cambie, pronto podrá hacerse una idea de cuáles son nuestras probabilidades sin necesidad de preguntármelo. Vamos a hacer un inventario.
Los bolsillos de lo que quedaba de los trajes de vuelo de los dos hombres le proporcionaron un peine flexible, la moneda imperial de mil créditos «Impuesto de la Victoria» que Barth llevaba siempre encima como amuleto, un vale caducado para la cantina de la Flota, un vaso plegable de piloto y una dosis de dos tabletas de un antialérgico que figuraba en la lista de sustancias de consumo desaconsejado antes del despegue. El inventario de la joyería resultó todavía más reducido, y quedó limitado a dos insignias de servicio de la Flota provistas de una sujeción autosellable y una cadenilla de titanio muy fina para el tobillo.
—He visto arsenales más grandes —dijo Han, y señaló el cadáver con una inclinación de la cabeza—. Será mejor que averigüemos qué hay en sus bolsillos.
Barth palideció.
—¿Es realmente necesario que lo hagamos?
—No se han molestado en desnudarlo. Quizá tampoco se hayan tomado la molestia de registrarlo.
El haz desintegrador que había matado al capitán Sreas había hecho desaparecer un tercio de la parte superior de su pecho, dejando una concavidad a la que habían quedado adheridos los bordes calcinados del agujero abierto en su blusa. La vellosidad gris que estaba creciendo tan entusiásticamente sobre el cadáver ya había llenado la mitad del agujero.