Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (43 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—Estamos ejecutando un contrato de exploración y excavación de Maltha Obex.

—¿Y cuál es el propósito de su exploración y excavaciones?

—Somos un navío de investigación arqueológica —dijo Eckels, recuperando una parte de su equilibrio—. Y, lógicamente, hemos venido a hacer las cosas que hacen los arqueólogos: queremos obtener muestras biológicas y artefactos culturales relacionados con los antiguos habitantes de este planeta.

—¿Quién ha contratado esta expedición?

Durante unos momentos Eckels tomó en consideración la posibilidad de no contestar. Los contratos estándar del Instituto contenían cláusulas de confidencialidad que le ofrecían no sólo un pretexto adecuado, sino también una defensa bastante razonable de sus acciones después de que las hubiera adoptado. Pero el poner dificultades no ayudaría a hacer progresar la conversación hacia el tema de qué querían realmente aquellos visitantes..., aunque Eckels ya estaba seguro de qué era. Desde la llegada de la nave sólo había habido lugar en su mente para un pensamiento, y aquella coincidencia —aquella confrontación, de hecho— sólo podía tener una explicación.

—Harkin Dyson, un coleccionista privado —dijo—. Pero... Oh, vamos, usted ya sabe todo eso. ¿Puede decirme qué ha hecho Dyson? No debería haber confiado en él. Los hombres que poseen tantas riquezas hacen lo que quieren y dejan que la ley intente pillarles después. Oh, por favor, no me diga que intentó vender los restos trozo a trozo...

Pakkpekatt no parecía sentir el más mínimo interés por las confesiones de Eckels.

—¿Y ese contrato era la única base de su interés en Maltha Obex?

—No —dijo Eckels. Ser observado tan fijamente por aquel alienígena que no parpadeaba estaba empezando a resultarle un poco molesto—. Perdimos a algunas personas aquí..., gente que estaba trabajando en otro contrato. Pero supongo que ya está enterado de todo eso. Los rumores que circulaban por el Instituto afirmaban que estaban haciendo un trabajo para la INR.

—No le he pedido que se limite a informarme de cosas sobre las que ya estaba al corriente, doctor Eckels —dijo Pakkpekatt, arreglándoselas de alguna manera inexplicable para que su imagen pareciese aproximarse todavía más amenazadoramente—. ¿Han tenido algún tipo de contacto con más naves desde su llegada aquí?

—Sólo con la otra nave de la INR...

La imagen holográfica se disolvió repentinamente en un estallido de nieve estática.

—¿Qué ha pasado?

—He cortado la conexión —dijo Manazar—. Doctor, ese militar que dice llamarse Pakkpekatt... Acabo de identificar su especie. Es un hortek.

—¿Y?

—Se supone que son telépatas. Por eso solicitó la conexión holográfica. Probablemente ya ha obtenido toda la información que quería sacarle.

—Bueno, pues yo no soy telépata y todavía no he obtenido toda la información que necesito —dijo Eckels con voz gélida—. Restaure la conexión.

—Ah, doctor... Veo que ha vuelto —dijo Pakkpekatt un instante después—. Ese fallo momentáneo del equipo me ha impedido recibir su contestación.

Eckels inclinó levemente la cabeza.

—No ha sido ningún fallo del equipo, coronel, sino... Bueno, digamos que se ha tratado de un pequeño descuido.

Pakkpekatt extendió los dedos y movió la mano de un lado a otro, como indicando que aquello no tenía ninguna importancia.

—Me estaba hablando de una nave de la INR.

—Cuando llegamos a Maltha Obex nos encontramos con un navío militar —dijo Eckels—. Supuse que era de la INR, aunque nunca se llegó a decir nada de una manera abierta. Era la nave que había traído a nuestros difuntos colegas a este planeta. El piloto nos condujo hasta sus cadáveres antes de irse. He de admitir que el que esperase a que llegáramos fue una cortesía inesperada por su parte.

—No fue ninguna cortesía, doctor —dijo Pakkpekatt—, sino meramente un pequeño episodio de parálisis burocrática.

—Comprendo. —Eckels se inclinó hacia adelante—. Lo que mató a Stopa y Krenn fue la impaciencia, coronel, y me refiero tanto a su impaciencia como a la de quienquiera que agitó ante sus ojos una bonificación que ascendía al doble de su presupuesto de investigación anual. Resulta un poco curioso que lo que antes era tan urgente se volviera repentinamente innecesario... ¿O sigue siendo muy urgente? Hasta ahora estaba dispuesto a creer que Dyson sólo era otro de los buscadores de artefactos que siempre están revoloteando alrededor del Instituto. Pero su llegada... Ya son demasiadas coincidencias. Dyson es uno de ustedes, ¿verdad?

—No sé quién es, doctor —dijo Pakkpekatt—. Empieza a parecerme que es un entrometido que ha conseguido manipularnos a los dos.

Eckels quedó bastante sorprendido ante aquella respuesta tan inesperada, pero se recuperó rápidamente.

—¿Qué han venido a hacer aquí? ¿Y a qué viene todo esto de que nuestra nave puede correr peligro? ¿Se trataba de una advertencia o pretendía que fuera una amenaza, coronel?

—Era una advertencia —dijo Pakkpekatt—. Es posible que una nave se esté dirigiendo hacia aquí..., y se trata de una nave que ya ha destruido o dañado seriamente a un mínimo de cinco navíos de guerra de cuatro armadas distintas. Hemos venido a interceptarlo. Si permanecen aquí, su nave puede correr un grave peligro. Les sugiero que terminen lo que estaban haciendo, recojan todo su instrumental y se vayan lo más deprisa que puedan.

—Eso no es posible, coronel —dijo Eckels—. Tenemos programados trece días más de trabajo y necesitamos cada minuto de cada hora.

—Quizá puedan volver en otro momento —sugirió Pakkpekatt—, pero actualmente Maltha Obex es un sitio muy poco seguro.

—Maltha Obex nunca ha sido un sitio demasiado seguro, coronel.

—Me pregunto si su personal estará dispuesto a seguir trabajando en la superficie sabiendo que no puede prometerles que dispondrá del tiempo necesario para volver a por ellos —dijo Pakkpekatt—. ¿Están dispuestos a correr el riesgo de morir congelados con el recuerdo de ver cómo el
Abismos de Penga
se convierte en un puntito de luz que brilla en el cielo durante unos segundos antes de esfumarse?

—Está intentando asustarme, coronel —dijo Eckels—. Eso demuestra una falta de respeto realmente muy decepcionante.

—Estoy intentando salvar su vida y las vidas de sus subordinados.

—Está intentando proteger sus secretos —replicó Eckels—. ¿Qué clase de nave viene hacia aquí, coronel?

—Una nave que destruyó un crucero de diseño imperial con relativa facilidad hace tan sólo dos días —dijo Pakkpekatt—. Quizá debería hablar con el capitán del
Abismos de Penga
y preguntarle qué opina de la perspectiva de ejercer el mando de su nave durante una batalla espacial.

—No cederé Maltha Obex a la INR —dijo Eckels—. El trabajo es importante..., y una amiga mía murió aquí. Son dos cosas que a mí me importan bastante, incluso si carecen de importancia para usted, coronel. Haga lo que necesite hacer aquí. No interferiremos con su trabajo..., siempre que usted esté dispuesto a concedernos esa misma cortesía.

—No es nuestra interferencia la que debe preocuparles —dijo Pakkpekatt—. Doctor, no puedo ofrecerle protección...

—Oh, sí, de la nave misteriosa que no supone ninguna amenaza para la suya, pero que sí supone una terrible amenaza para la nuestra. Supongo que seguimos hablando de ese coloso devastador que liquida navíos de guerra con gran facilidad y que, sin embargo, se encogerá de miedo cuando tenga que enfrentarse a su yate, ¿verdad? Realmente, coronel... ¿Es que no podía inventarse una mentira más plausible? Pensaba que se suponía que los espías eran unos grandes inventores de mentiras...

Pakkpekatt dejó escapar un siseo ahogado y se lanzó hacia adelante mientras las crestas de su garganta se desplegaban amenazadoramente.

Eckels se asustó tanto que intentó levantarse de un salto. Incluso Barjas, que estaba siguiendo la conversación por el monitor de pantalla plana, se encogió de manera claramente perceptible.

—Todo lo que le he dicho es verdad —gruñó Pakkpekatt con la voz enronquecida por la ira—. Los muertos les esperarán. Váyanse de aquí antes de que acaben reuniéndose con ellos.

Esta vez la amenaza sí resultó efectiva. Sólo su tozudez innata consiguió reprimir el repentino destello de miedo que apareció en los ojos de Eckels.

—Quizá me está diciendo la verdad, tal como afirma que ha hecho —replicó—. Pero si contara con la autoridad necesaria para ordenarnos que nos marcháramos ya lo habría hecho, por lo que quiero que quede bien claro que nos quedamos. Aceptamos los riesgos. Otros tal vez vuelvan aquí en el futuro, pero este momento nos pertenece.

—No tiene ni idea de qué está arriesgando con esa decisión, doctor Eckels.

—Pero usted todavía puede disipar las tinieblas de mi ignorancia cuando lo desee —dijo Eckels—. ¿Qué clase de nave se dirige hacia Maltha Obex?

Pakkpekatt se recostó en su asiento y juntó las manos sobre su regazo.

—Una nave de los qellas, doctor Eckels.

Eckels le contempló en silencio durante unos momentos, totalmente perplejo, y después bajó la vista. Abrió la boca dos veces como si fuera a hablar y las dos veces acabó cerrando los ojos por un instante y meneando la cabeza, como si quisiera expulsar de ella el pensamiento que intentaba llegar hasta sus labios. Finalmente deslizó una mano por entre sus ya escasos cabellos y alzó la cabeza.

—¿Aceptaría mi invitación de venir a verme a bordo del
Abismos de Penga
, coronel? —preguntó, hablando en un tono de voz sorprendentemente firme y tranquilo—. Creo que le debo una disculpa, y después tenemos que hablar.

—Eso era lo que usted quería desde el principio, ¿verdad? —dijo Taisden, mirando a Pakkpekatt con visible sorpresa en cuanto la conexión se hubo cortado.

—Nunca he tenido intención de permitir que se fueran —admitió Pakkpekatt—. Esa nave contiene a todos los expertos sobre los qellas con que cuenta la Nueva República. Lo que saben, por muy poco que sea, puede significar la diferencia entre el éxito y el fracaso.

—Claro:.., y si podemos utilizar sus conocimientos siempre es preferible mantenerlos aquí a echarlos del planeta —dijo Taisden—. Pero ha jugado con él igual que un pescador de kolos cuando va soltando sedal para agotar a esa maravillosa pieza con la que espera establecer un nuevo récord de capturas. Probablemente le ha dejado convencido de que ha salido vencedor de ese pequeño tiroteo verbal y de que tiene una posibilidad de hacerse con el Vagabundo como recompensa a su valor al haberle plantado cara.

—Contaba con la ventaja insuperable de ser capaz de distinguir el cebo del anzuelo —dijo Pakkpekatt mientras se levantaba—. Aun así, estar sentado en el sillón de Calrissian quizá haga que ese tipo de manipulaciones acudan con más facilidad a la mente y a la lengua.

—¿De qué manipulaciones está hablando? —preguntó Taisden sin que en su expresión hubiera ni rastro de burla—. Después de todo, coronel, y tal como usted dijo, todo lo que le ha contado era verdad.

Pero los dos sabían que Eckels todavía no había oído toda la verdad.

Pakkpekatt dejó al coronel Hammax al mando de la cubierta de vuelo del
Dama Afortunada
y ordenó a Pleck que hiciera los arreglos necesarios con Coruscant para que la señal de llamada fuera retransmitida desde las estaciones y los navíos de la INR que estuviesen operando de manera abierta. Después él y Taisden fueron hasta el
Abismos de Penga
en el esquife del navío de investigación.

Habían traído consigo una selección de imágenes de Gmar Askilon, una copia del catálogo genético y una petición para uno de los satélites de redifusión orbital del
Abismos de Penga
. Consideradas como equipo estándar a bordo de los navíos de exploración e investigación —pero no a bordo del
Dama Afortunada
—, aquellas unidades del tamaño de un casco normalmente eran utilizadas en grupos de tres para proporcionar una cobertura de comunicaciones global a una nave.

—Podemos originar la señal de llamada del
Dama Afortunada
y lo haremos —explicó Taisden—. Pero por razones obvias, quizá no queramos estar justo al lado de la antena si y cuando el Vagabundo salte al interior del sistema.

Un Joto Eckels profundamente inquieto y alterado se mostró de acuerdo mediante un gesto de la mano.

—Sí, por supuesto. Disponemos de dos unidades de repuesto; Mazz les entregará una.

Los hologramas del Vagabundo escapando de la flotilla, yuxtapuestos a unas cuantas imágenes cuidadosamente seleccionadas del crucero de Prakith destruido, habían dejado muy impresionado a Eckels.

Pero lo que más le impresionó fue el despacho que contenía el informe sobre el genoma qella.

—Es un trabajo excelente —dijo mientras estudiaba las secuencias en su cuaderno de datos—. Estas cápsulas, los cuerpos Eicroth que menciona el informe... Qué descubrimiento tan extraordinario. Este informe está basado en el único ejemplo de material que yo entregué a Harkin Dyson, ¿verdad?

—Supongo que sí —dijo Pakkpekatt—. Parece ser el único material qella que ha salido del sistema.

—Entonces no sabemos si los cuerpos Eicroth son un rasgo típico de la especie, o si indican una condición anormal o representan una variante de la especie —dijo Eckels—. Disponiendo de un solo ejemplo, no podemos hacer ninguna generalización.

—Presumiblemente no.

Eckels cerró su cuaderno de datos.

—Coronel, tenemos cinco cadáveres más en el laboratorio de especímenes.

Todos han sido sometidos a un sondeo completo, pero los resultados todavía no han sido examinados de manera detallada y...

—¿Por qué no? —le interrumpió Taisden.

—Los sometimos a los sondeos habituales tan pronto como los recibimos debido al riesgo de que las muestras se deteriorasen —explicó Eckels, volviéndose hacia el agente Taisden—. El análisis es algo que podemos llevar a cabo durante el viaje de vuelta a casa, o en el Instituto.

—Volvió a dirigir la mirada hacia Pakkpekatt—. No sabíamos nada sobre este material genético secundario, coronel. Si pudiera llevarme estos datos al laboratorio y trabajar con ellos durante unas horas, quizá podría responder a esa pregunta..., y tal vez podría responder a unas cuantas preguntas más.

—Esa copia es para su uso particular, asumiendo que acepte una restricción —dijo Pakkpekatt.

—Aceptaré cualquier restricción razonable —dijo Eckels—. Le aseguro que es realmente necesario que todo esto sea investigado de inmediato.

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