Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Aun así, esta vez sus dedos estaban explorando la conexión como un objeto independiente..., y su mente se estaba preguntando cómo sería la experiencia de no encontrarla allí ni con sus manos ni con sus pensamientos.
Fuera de la cámara 228, como en cualquier otro lugar, la superficie interior del interespacio del Vagabundo —aquel espacio vacío que se extendía entre lo que Lando consideraba el verdadero casco de la nave y su casco exterior— estaba cubierta de celdillas hexagonales que contenían rostros qellas minuciosamente esculpidos. Lando estaba empezando a pensar que toda la nave debía de estar recubierta por aquel increíble mosaico.
Mientras volaba por delante de la gigantesca superficie intacta e ininterrumpida de aquel colosal bajorrelieve, Lando se preguntó cuántas caras contendría y si cada una de ellas era única. Cuando intentaba pensar en los números implicados, su magnitud volvía casi inconcebible la idea de que aquello fuera una galería de retratos y de que cada rostro representara a un individuo de carne y hueso..., que muy probablemente llevaba mucho tiempo muerto y que quizá no era recordado en ningún otro sitio salvo allí.
«Tiene que haber centenares de millares..., quizá millones. Tendré que pedirle a Lobot o a Erredós que lo calculen —pensó Lando—. ¿Quién puede haber creado todas esas caras? La mera labor de ir acumulándolas y organizarlas en esta exhibición ya tuvo que ser un trabajo de dimensiones monumentales. ¿Cómo las hicieron? ¿Serán como el resto de esta nave..., y estarán casi vivas?»
Los qellas le contemplaban con ojos impasibles mientras pasaba por delante de ellos, pareciendo sentirse mucho más reconfortados por la presencia de Lando de lo que se sentía él por la suya.
«¿Y por qué están aquí? Todo ese trabajo..., ¿y quién iba a verlas? —El descubrimiento de accesos al interespacio no había alterado la impresión inicial de que se trataba de un espacio privado que Lando se había formado de él—. Tienen la mirada vuelta hacia el exterior como si el casco no estuviera ahí, como si algo que ven flotando en el vacío los mantuviera sumidos en un trance, como si todos compartieran el mismo pensamiento...
¿Cuál puede ser ese pensamiento? ¿El infinito? ¿La eternidad? ¿Su mortalidad?»
Poco después de haber entrado en el interespacio, Lando descubrió que el casco interior y el casco exterior estaban unidos por delgadas conexiones en forma de cable. Entrecruzándose y extendiéndose en una hilera continuada, los cables juntaban los dos cascos mediante un dibujo de diamantes y triángulos que parecía formar una serie de X. Las aberturas más pequeñas eran lo suficientemente grandes para que Lando pudiera pasar por ellas sin ninguna dificultad. Lando sospechó que los cables rodeaban todo el casco interior formando una red muy parecida a la de los radios en la rueda de una bicicleta, y pensó que aquella estructura cumplía simultáneamente las funciones de distanciador, refuerzo y amortiguador de impactos.
Siguió avanzando y se encontró con un segundo anillo de cables, y no tardó en averiguar que tenían otra función. Aquella hilera formaba una barrera sólida provista de membranas que cerraban los huecos entre los hilos, con lo que impedía el acceso a la sección siguiente del interespacio. El obstáculo le obligó a volver a entrar en la nave por la cámara 207.
A partir de aquel punto, los accesos que llevaban al interespacio seguían estando iluminados por los anillos pero se encontraban herméticamente cerrados. Aunque ninguno de ellos quiso abrirse bajo la mano de Lando, el centro de los que intentó abrir se transformó en un hexágono de la misma sustancia transparente que habían visto en el auditorio. En una cámara tras otra, aquellas mirillas surgidas de la nada le permitieron contemplar la razón por la que los accesos no querían abrirse: el casco exterior había sido rasgado, y la enorme herida empezaba en la cámara 202 y seguía hacia adelante hasta desaparecer a muy poca distancia de la proa.
Cuando Lando volvió la mirada hacia el interespacio para echar un vistazo, vio estrellas.
La gigantesca transparencia estaba opacada, pero aun así la mejor visión de los daños se obtenía desde el auditorio. Lando miró por un acceso anteriormente desconocido y pudo ver que el atacante había estado a punto de separar toda la sección de proa del Vagabundo del resto del casco. Las señales dejadas por las quemaduras formaban una pauta tan clara como familiar; aquellos daños eran el resultado de la tremenda emisión de energía modulada lanzada por las baterías de un navío de combate de gran tamaño.
«Eso era lo que hemos oído», pensó mientras sus dedos bailaban sobre el teclado del comunicador del traje.
—¿Estás ahí, Lobot?
—Te escucho.
—Estoy en el auditorio —dijo Lando—. Hay un agujero muy grande a estribor, y todo lo que había por delante de este punto se encuentra destrozado. Las últimas andanadas lograron abrirse paso a través del Vagabundo y salieron por el otro lado, abriendo un agujero más pequeño a babor. Toda la sección está sellada, no puedo acercarme más a los daños sin perforar mi propia puerta, cosa que ni me hace falta ni quiero hacer.
—¿Existe alguna indicación de que la brecha esté siendo reparada?
—Bueno, resulta difícil decirlo... —respondió Lando—. La parte del casco que ha desaparecido es muy grande, y no puedo iluminar los bordes más cercanos con suficiente luz para verlo. Probablemente tendré que esperar un rato para saberlo.
—¿Hay alguna señal de que alguien haya subido a bordo?
—No veo ninguna. Resulta obvio que querían destruir los nódulos de armamento —dijo Lando—. Lo cual quiere decir que deben de haber visto luchar al Vagabundo con anterioridad, muy probablemente en Prakith.
—¿Puedes ver al navío o navíos que nos atacaron?
—No hay ni rastro de ellos. A juzgar por el ángulo de incidencia, yo diría que se encontraban bastante a popa de nosotros cuando empezaron a disparar. Lobot... El planetario ha desaparecido.
—¡No! —protestó Lobot—. ¿Ha desaparecido o sólo está inactivo?
—Ha desaparecido. Ha quedado destruido. Toda la cámara de las sombras debió de quedar repleta de rebotes después de que el casco fuera atravesado por los disparos. Todo lo que no ha sido arrastrado al espacio por la descompresión ha quedado convertido en vapor.
—Quizá se regenerará.
—¿A partir de qué? Ahí fuera no hay nada. No, parece que tú y yo fuimos los últimos en verlo...
—Eso es terrible —dijo Lobot.
—Estoy demasiado lejos para poder asegurarlo, pero diría que también hay unos cuantos miles de retratos menos en la galería. El Vagabundo probablemente ha estado a punto de perder toda esta cámara.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte ahí para observar?
Lando echó un vistazo al cronómetro.
—Le daré unos veinte minutos de tiempo. Si no he conseguido detectar ninguna actividad cuando hayan transcurrido, empezaré a volver por donde he venido. ¿Qué tal te van las cosas por ahí? ¿Alguna señal de problemas? ¿Dónde estás ahora? ¿Sigues en la 228?
—Todo va bien —respondió Lobot—, pero no puedo explicarte dónde estoy. Si no fuera por el holomapa de Erredós ya me habría perdido.
—¿Te has metido por los pasadizos interiores?
—Sí.
—Quizá debería volver ahora mismo —dijo Lando—. Ya he visto la mayor parte de lo que necesitaba ver. ¿Has ido marcando tu ruta?
—Preferiría que no lo hicieras —dijo Lobot—. El silencio resulta sorprendentemente agradable. Ahora puedo oír con mucha más claridad. Por eso no he utilizado la barra de pintar, y por eso voy a apagar mi comunicador en cuanto haya acabado de hablar contigo.
Lando empezó a protestar furiosamente.
—¡Lobot! ¿Qué está pasando...?
—Dijiste que debía hacer lo que quisiera, ¿verdad? Bien, pues es lo que he decidido hacer.
—Perfecto, pero no apagues tu comunicador. ¿Qué pasaría si...?
—Me pondré en contacto contigo si quiero hacerlo —dijo Lobot—. Hasta entonces, te deseo que tomes las decisiones más acertadas y por tu parte tú puedes desearnos buena suerte.
Ése fue el fin de la conversación. Lando no consiguió establecer contacto con Lobot en ningún canal de comunicaciones ni siquiera cuando utilizó una señal de emergencia.
«Se ha puesto de parte de los androides y en contra de mí —pensó Lando, golpeando la pared de la cámara con el puño en un gesto de pura frustración—. Lo cual es otra prueba de que esta nave nos está volviendo locos a todos... Cuando salgamos de aquí, si es que logramos hacerlo, todos vamos a necesitar un buen barrido mental.»
Se volvió hacia el acceso, pegó el visor facial de su casco a la transparencia y contempló la oscuridad. Los contornos de los agujeros parecían haber cambiado levemente, como si las brechas pudieran estar empezando a cerrarse. Pero Lando no tenía forma alguna de saber hasta dónde podía llegar el proceso. Si no recibían tratamiento médico, los bordes de una cavidad acabarían curándose sin llegar a regenerar lo que había sido destruido.
Lando apagó las lámparas de su traje, clavó la mirada en el agujero abierto por los disparos y examinó las estrellas que brillaban más allá de él, escrutándolas en busca de una pauta familiar, una estrella reconocible o la espiral de una nebulosa que pudiera identificar con facilidad. La ley de las probabilidades estaba en su contra. Incluso después de toda una vida dedicada a recorrer los caminos espaciales, una galaxia con cien mil millones de estrellas contenía una cantidad de misterios desconocidos muy superior a la de lo conocido.
Pero si había alguna manera en que pudiese hacerlo, Lando tenía que establecer contacto con lo familiar y recordarse a sí mismo cómo era aquello que le impulsaba a seguir luchando por la supervivencia para que pudiera verlo de nuevo alguna vez.
El
Dama Afortunada
volvió a entrar en el espacio real a un segundo luz escaso de la Anomalía 1033 y a muy poco más de un año luz de Carconth.
A esas distancias la anomalía era invisible salvo para los sensores, pero la súper gigante roja seguía siendo una visión realmente espectacular.
Quinientas veces tan grande y cien mil veces tan brillante como el sol alrededor del que orbitaba Coruscant, Carconth dominaba el cielo como muy pocas estrellas podían llegar a hacerlo. En el momento álgido de sus fluctuaciones, era la segunda estrella más grande y la séptima más brillante de todas las estrellas conocidas. El Instituto de Exploración Astrográfica y sus predecesores llevaban más de seiscientos años manteniendo a Carconth bajo la vigilancia continuada de sus equipos de supernovas.
La Anomalía 1033 probablemente fuera el resultado de una expedición alienígena a Carconth. Esas expediciones habían sido enormemente frecuentes, y la mayoría de ellas no se hallaban registradas en los archivos de la Antigua o la Nueva República. Pero el coronel Pakkpekatt y sus voluntarios no tendrían ninguna posibilidad de averiguarlo, y dispondrían de muy pocas oportunidades de quedarse boquiabiertos contemplando el espectáculo galáctico visible por las mirillas del yate espacial.
Unos instantes después de su llegada, los controles del
Dama Afortunada
quedaron repentinamente desactivados bajo las manos de Pakkpekatt. El yate aceleró a medida que iba girando y describió un arco de unos sesenta grados hacia estribor y de veinte grados hacia el norte galáctico, enfilando su proa hacia el vector que llevaba a Kaa. Las pantallas fueron invadidas por un enloquecido torbellino de imágenes mientras el sistema automático de navegación llevaba a cabo sus cálculos y enviaba los resultados al motivador hiperespacial.
—¿Qué ocurre, coronel? —preguntó Bijo Hammax.
—Que algo ha activado un circuito de control remoto —dijo Pakkpekatt, levantando las manos del panel y apoyando la espalda en el acolchado del sillón de pilotaje—. El yate ya no se encuentra bajo mi control.
—Pero veo que no está intentando recuperar el control.
El familiar silbido con que el sistema de hiperimpulsión del yate indicaba que se estaba preparando para un salto hiperespacial ya podía ser oído con toda claridad por los dos oficiales.
—Así es.
Pleck y Taisden se reunieron con ellos en la cubierta de vuelo.
—Coronel... —empezó a decir Pleck.
Hammax hizo girar su sillón hacia Pakkpekatt.
—No entiendo por qué está permitiendo que nos secuestren, coronel.
—Vencer a un circuito de control remoto bien diseñado siempre resulta muy difícil a menos que se esté dispuesto a infligir considerables daños a la nave —respondió Pakkpekatt—. Si pudieran ser desactivados con excesiva facilidad, los circuitos de control remoto no servirían de nada.
—Pero eso no explica...
Taisden apartó a Pleck con el hombro y dio un paso hacia adelante.
—Puedo desconectar la hiperimpulsión en treinta segundos, coronel —dijo.
—Dudo mucho de que pueda hacerlo, agente Taisden. También dudo mucho que pueda disponer de treinta segundos.
—Déjeme intentarlo.
—No —replicó Pakkpekatt.
—Piensa que el
Dama Afortunada
va a llevarnos hasta ellos —concluyó Hammax.
—La persona que es más probable haya instalado los circuitos de control remoto también es la persona que parece más probable haya podido activarlos —dijo Pakkpekatt—. Dentro de... —echó un vistazo a las pantallas de datos de la nave— unas seis horas sabremos si esa persona es el general Calrissian.
Unos segundos después el
Dama Afortunada
salió despedido hacia adelante a través de un túnel de estrellas.
—¿Dónde están? —aulló el capitán Gegak mientras fulminaba con la mirada a la dotación del puente del destructor
Tobay
—. ¿Dónde está el objetivo? ¿Dónde está el
Gorath
?
—No hay ni rastro de ninguna de las dos naves, capitán —se atrevió a responder el jefe de sensores—. No detecto la emisión del transductor del
Gorath
.
—¡Idiota! ¿Piensa que no sé interpretar las lecturas de una pantalla de seguimiento? —gritó Gegak, apretando las manos hasta convertirlas en puños. Su rabia parecía tan indiscriminada como salvaje, y ninguno de los presentes en el puente se sintió lo suficientemente a salvo de ella para moverse o hablar—. ¡He sido traicionado! Uno de ustedes trabaja para el capitán Dokrett. Alguien ha conspirado para robarnos nuestra parte de la recompensa.
Gegak empezó a ir y venir por detrás de los oficiales sentados en sus puestos de control.