Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (51 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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Las sondas 203, 239 y 252 se convirtieron en los heraldos que anunciarían la llegada de la gran armada.

Eran las últimas supervivientes de las más de cincuenta sondas que Alfa Azul y la Flota habían enviado al interior del sistema de N'zoth. Las otras habían sido aniquiladas por las patrulleras yevethanas o habían acabado sucumbiendo a las duras exigencias del perfil de su misión.

Indetectable en el hiperespacio, una sonda de éxtasis sólo entraba en el espacio real durante el tiempo justo para tomar una instantánea sensora, transmitir los datos a su controlador y recibir la instrucción de intervalo referente a su próxima aparición. Todas esas operaciones normalmente sólo exigían unos veinte segundos, y las sondas sólo utilizaban sensores pasivos. El sigilo era esencial para la supervivencia de la sonda.

En circunstancias normales, el desafío más severo al que debía enfrentarse ese sigilo venía dado por la radiación Cronau que acompañaba a las entradas y salidas del salto hiperespacial. Pero con la velocidad espacial cero de las sondas, la radiación Cronau quedaba colapsada en una angosta zona cónica que, además, era cuidadosamente encauzada para alejarla de los sensores enemigos.

Aun así, las últimas instrucciones recibidas por las tres sondas distaban mucho de lo ordinario. De hecho, su extrañeza carecía de precedentes..., y eran lo suficientemente extrañas para que cupiera la posibilidad de que unas sondas dotadas de sistemas androides más sofisticados se hubieran negado a obedecerlas.

Las sondas debían llevar a cabo una maniobra de orientación giroscópica para que el cono de la radiación Cronau de su próxima entrada quedara dirigido hacia N'zoth y resultara tan llamativo como el haz luminoso de un gran foco. Después debían iniciar una operación de sondeo activo y enviar señales ópticas y de radar separadas por intervalos de diez segundos.

Finalmente, debían continuar operando dentro de esa modalidad durante los cien minutos siguientes.

En conjunto, esas instrucciones garantizaban que las sondas serían localizadas y destruidas mucho antes de que hubieran transcurrido esos cien minutos. El flujo de nuevos datos quedaría interrumpido, y las misiones de las sondas terminarían bruscamente y en el fracaso más absoluto.

Pero no se pretendía que sobrevivieran. Los datos que estaban transmitiendo ya no tenían ninguna importancia. Las sondas iban a ser sacrificadas para conseguir que el mayor número de ojos yevethanos posible mirase hacia el exterior y hacia arriba y, en definitiva, para reunir al público del espectáculo que se iniciaría a continuación.

Y como heraldos, las sondas lo hicieron maravillosamente bien. Durante aquel día, la máxima prioridad de Nil Spaar había sido volver a llenar sus reproductorios. Casi todos los nuevos
maranas
habían sido destruidos durante el torpe e infructuoso intento de rescatar a Han Solo llevado a cabo por las alimañas. Las pérdidas dejaron a Nil Spaar tan apenado como enfurecido, y el virrey se había encerrado en sus aposentos con las
marasis
más selectas para asegurarse de que las alcobas de los reproductorios que no habían sufrido daños se llenarían lo más rápidamente posible.

Pero las noticias transmitidas a sus aposentos con gran timidez por el segundo guardián de defensa parecían lo suficientemente importantes para justificar la interrupción.

—Os pido diez mil disculpas,
darama
, pero naves alienígenas de un tipo desconocido acaban de aparecer en las zonas de defensa nueve y once —dijo el guardián, encogiéndose temerosamente ante el virrey—. Nuestra flota está siendo sometida a un sondeo general. El primado Dar Bille ha ordenado que todos los sistemas y dotaciones de la nave se preparen para entrar en acción y suplica vuestro consejo.

Cuando Nil Spaar llegó al puente, se encontró con una lamentable confusión. Múltiples alarmas sonaban estridentemente, y el nuevo guardián de defensa del mundo-cuna estaba manteniendo un ruidoso enfrentamiento con el primado de la nave para decidir quién debía inclinarse ante quién. Pero la llegada del virrey resolvió la crisis jerárquica, pues tanto Tho Voota como Dar Bille se arrodillaron ante él y le expusieron sus respectivos argumentos.

—Mostradme qué ha ocurrido —dijo Nil Spaar, barriendo sus palabras con un gesto de la mano.

Nil Spaar clavó los ojos en la pantalla principal y fue siguiendo atentamente los datos de los archivos de acontecimientos de los distintos monitores y navíos de exploración que los técnicos se apresuraron a rebobinar para él. Tres sondas alienígenas habían aparecido a intervalos de unos cuantos segundos.., y eran del mismo tamaño, y quizá incluso del mismo tipo, que aquellas sondas que las patrullas del perímetro exterior ya llevaban algún tiempo destruyendo con cierta regularidad. Las sondas parecían marcar los vértices de un triángulo irregular cuyo lado más largo abarcaba quince grados del cielo, y la insistencia con que lanzaban chorros de energía radiónica y lumínica hacia la flota explicaba la ensordecedora actividad de la mayoría de alarmas del puente.

—Dar Bille ha sabido interpretar correctamente la situación —dijo Nil Spaar—. El significado de todo esto es que se aproximan más naves. Avanzaremos inmediatamente hacia esas sondas.

—Pero
darama
... Os ruego que penséis en las posibles consecuencias. Si esto acaba resultando ser otra falsa ofensiva, tal como ocurrió ayer en Freza... —intentó protestar el guardián.

—Entonces las alimañas no pasarán lo bastante cerca de nosotros para que podamos llegar a entablar combate desde esta órbita —dijo Dar Bille.

—Su propósito podría ser alejarnos de aquí y dejar desprotegido el mundo-cuna.

—Hay naves suficientes para ocuparse de ambas cosas —dijo Nil Spaar, poniendo fin a la discusión—. Pero el navío insignia del Protectorado no necesita temer a ningún enemigo. Iniciaremos la operación de intercepción.

Dar Bille giró sobre sus talones.

—¡Comunica a nuestros navíos compañeros que vamos a salir de la órbita, timonel! Fija un curso hacia las anomalías y avanza a un cuarto de la velocidad máxima en cuanto el camino haya quedado despejado.

La proa del gigantesco Destructor Estelar giró hacia arriba y hacia fuera con grácil majestuosidad, y el viraje colocó el triángulo de sondas enemigas en el centro de su ventanal principal. Nil Spaar se sentó en su sala de mando, clavó la mirada en ese triángulo y llenó su mente con reconfortantes pensamientos de vengar la aniquilación de sus hijos.

Era de noche en Giat Nor y, como ocurría en casi todas las noches de N'zoth, no había viento y el cielo estaba totalmente despejado bajo el esplendor del Todo.

Pero un centinela había hecho que Ton Raalk acudiera al patio de la residencia del guardián de la ciudad para informarle sobre un acontecimiento bastante extraño: tres destellos habían iluminado el cielo en las latitudes norte de N'zoth.

—Aparecieron uno detrás de otro, como una palabra que sigue a otra —dijo el centinela—. Y eran muy brillantes..., más que cualquiera de las luces del Todo. Sólo vi directamente el tercero de ellos, pero me dejó medio cegado durante varios minutos después de que lo hubiera contemplado.

En el patio también había algunos familiares y sirvientes de Ton Raalk que habían visto iluminarse el cielo o el suelo a través de una ventana o una puerta. El guardián era muy consciente de su presencia cuando abrió la boca para responder al centinela.

—Yo no veo nada raro en el cielo, y tampoco veo que haya ninguna razón para preocuparse —dijo alzando la voz—. Seguramente era una parte de nuestra gloriosa flota partiendo para iniciar la cacería de las alimañas.

Pero el centinela no estaba dispuesto a dejarse convencer tan fácilmente.

Mientras montaba guardia había tenido ocasión de ver muchas naves que llegaban a los cielos de N'zoth o que partían de ellos, y esa luz sólo había sido un parpadeo en comparación con aquellos fogonazos.

—¿Y no puede ser que haya combates en esa zona, etapas? Quizá sería conveniente sacar a las familias de aquí para ponerlas a salvo...

Y entonces alguien gritó y alzó el brazo para señalar el cielo. Ton Raalk se volvió hacia el sonido y después levantó la cabeza..., y permaneció inmóvil, tan perplejo como los demás, mientras una pequeña área del cielo, que tendría el tamaño de su mano si la hubiera contemplado con el brazo extendido, empezaba a temblar y se agitaba en una deslumbrante danza de luz.

A medida que un navío de combate detrás de otro iba apareciendo dentro del triángulo dibujado por las sondas alienígenas, Nil Spaar se fue inclinando hacia adelante en el sillón con una impaciente alegría ardiendo en sus ojos.

—Sí... Venid, venid —les apremió—. Qué victoria tan gloriosa vais a darnos. Qué cielo tan espléndido, lleno de objetivos para nuestros cañones. Hoy habrá honor de sobras para cada yevethano, y venganza para cada niño perdido.

Pero de momento las dos flotas todavía estaban muy alejadas del radio de alcance del armamento de cada una. Aún había tiempo para que los planificadores de juegos tácticos de ambos bandos dispusieran sus piezas para la batalla y buscaran la ventaja en el enfrentamiento que no tardaría en producirse. La lenta gracia de aquella danza ocultaba el propósito de aniquilación que la impulsaba.

Dar Bille ordenó al Interdictor
Esplendor de Yevetha
que avanzara hacia el vértice inicial del despliegue para proteger al navío insignia de cualquier posible ataque por sorpresa llegado del hiperespacio. Tho Votha mantuvo al navío insignia y a sus compañeros en un vector de velocidad reducida mientras el grueso de la flota del mundo-cuna abandonaba su órbita para iniciar una veloz ascensión y reunirse con ellos.

Mientras tanto, el recuento de la armada que se aproximaba había continuado subiendo hasta que superó los doscientos navíos antes de que los destellos de la entrada en el espacio real cesaran por fin. Después la formación empezó a desplegarse, disgregándose en unidades del tamaño de un escuadrón dispuestas en una parrilla de uno en fondo que permitía ver cada nave. Su lenta y casi majestuosa aproximación declaraba una arrogante seguridad.

—Estamos recibiendo una señal de las alimañas,
darama
—anunció el guardián de comunicaciones.

—Me divertiré escuchándola —dijo Nil Spaar, levantándose de su sillón—. Que todos podamos oírla, guardián... Esas palabras serán una confesión de la impotencia y la debilidad de nuestro enemigo. Fanfarronearán y amenazarán, y después ocultarán su cobardía bajo el disfraz de la clemencia.

—Aquí el general Etahn Ábaht, comandante de las fuerzas combinadas de la Nueva República enviadas a Farlax. Ésta es mi advertencia final a los ciudadanos y mundos de la Liga de Duskhan: hemos venido aquí para poner fin a sus crímenes contra los pueblos pacíficos de Koornacht. Deben renunciar al territorio del que se adueñaron ilegalmente mediante el uso de la fuerza. Deben devolver inmediatamente a todos los rehenes, sanos y salvos...

Sil Sorannan contempló la llegada de la flota de la Nueva República en los monitores tridimensionales del centro de control de fuego del navío insignia.

Las distintas baterías del
Orgullo de Yevetha
recibirían sus asignaciones de blancos de esa sala. Aquellas decisiones estaban en manos de los tres oficiales yevethanos sentados en las consolas del pozo. La responsabilidad de Sorannan se limitaba a atender el servidor de datos que alimentaba el registro de blancos y sus conexiones electrónicas esparcidas por toda la nave.

Aun así, Sorannan estudió la imagen-mapa holográfica con tan devota atención como los guardianes del control de fuego. Cuando los primeros navíos de combate aparecieron en ella, la mano de Sorannan se introdujo en su bolsillo y encontró la dureza de las púas del peine. Sorannan acarició nerviosamente el peine mientras veía crecer la flota de la Nueva República. El respeto que habían empezado a inspirarle los atacantes también fue creciendo a medida que escuchaba la advertencia de su comandante.

—... las agresiones que cometieron en el pasado no volverán a ser toleradas. No permitiremos nuevas agresiones futuras. Exijo a todos los capitanes de las naves yevethanas que descarguen sus baterías y bajen sus escudos. Mantengan sus órbitas actuales..., o serán destruidos. Exijo al virrey Nil Spaar que ordene la rendición inmediata de todas las fuerzas yevethanas estén donde estén. Si renuncia a su autoridad y a su cargo de virrey, sus ciudades no sufrirán ningún daño. Oponga resistencia y causará la destrucción total tanto de su flota como de su forma de vida.

«Un ataque frontal lanzado con unas fuerzas abrumadoras... Así es como hay que librar la guerra —pensó Sorannan con admiración—. Fuerza contra fuerza y que la más grande venza, en vez de las tácticas cobardes y temerosas de la Alianza Rebelde. Habéis crecido un poco desde nuestro último encuentro.»

Mientras Ábaht hablaba, Sorannan fue hacia el extremo izquierdo de su consola y abrió uno de los varios paneles de mantenimiento cuyos pequeños recuadros recubrían la instrumentación de su superficie. Pero todavía no cogió el desintegrador construido a mano que reposaba sobre sus circuitos en el interior del hueco. Estaba esperando la respuesta de Nil Spaar, aunque tenía muy pocas dudas de en qué iba a consistir.

Etahn Ábaht, inmóvil con los brazos cruzados y los pies separados, frunció el ceño mientras contemplaba cómo la flota yevethana iba asumiendo su formación ante él. El puente del
Intrépido
había ido cayendo en un silencio asfixiante a medida que el general enviaba su ultimátum, y el silencio se iba volviendo más tenso y difícil de soportar a cada segundo que pasaba.

—¿Hay alguna respuesta? —preguntó por fin.

—No, a menos que se pueda considerar como tal el que sigan viniendo hacia nosotros.

—Puede que sea toda la contestación que vamos a obtener —dijo Ábaht—. ¿Cuánto falta para la activación del armamento?

—Seis minutos y veinte segundos.

Ábaht asintió.

—Muy bien —dijo con un suspiro—. Que los pilotos suban a sus carlingas. Inicien el proceso de cierre de las puertas blindadas. Ah, y que veinte de nuestras baterías iluminen ese Súper Destructor Estelar con fogonazos láser de seguimiento. Vamos a recordarle a nuestro querido virrey que sabemos dónde vive...

Mientras los minutos iban transcurriendo y la distancia que separaba a una flota de otra continuaba encogiéndose, Sil Sorannan sacó el peine de su bolsillo y lo deslizó por entre sus ya bastante escasos mechones pelirrojos. Sabía que el silencio de Nil Spaar era una expresión de desprecio hacia sus adversarios, pero también confiaba en que el virrey sería incapaz de resistir la tentación de expresar su desprecio directamente. Soranna esperó paciente y tranquilamente la llegada de ese instante.

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