Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (60 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
5Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Fue el último y supremo gran logro de su especie —dijo Eckels—. A juzgar por lo que vi, los qellas no disponían de los medios necesarios para destruir o repeler una luna: incluso la pequeña luna de Maltha Obex es un coloso cuando se la compara con esta nave y su poder. Tampoco disponían de los enormes medios necesarios para evacuar un planeta muy poblado. La cultura descrita en todos estos serógrafos estaba formada por centenares de millones de habitantes, si es que no más.

—Habrían hecho falta millares de navíos de estas dimensiones —dijo Luke—, y eso suponía una tarea imposible de llevar a cabo en el tiempo de que disponían.

—Pero construyeron una nave y la lanzaron al espacio antes de que llegara el fin —dijo Eckels—. Cuando la expedición descubrió el planetario, vieron este sistema tal como era cuando el Vagabundo lo había visto por última vez..., antes del impacto lunar, la destrucción de los qellas y la muerte de su planeta bajo una gruesa capa de hielo.

Eckels volvió la cabeza hacia la parte delantera de la cabina y contempló los rostros de la galería.

—Su amigo Lando estaba equivocado —siguió diciendo—. Lo que hay aquí es muy real. Esta nave no es una colección de objetos, Luke: es una colección de ideas. Tal vez nunca lleguemos a saber por qué, pero los qellas otorgaban más valor a esas ideas que a sus vidas. Y lo que nosotros consideramos que tiene auténtico valor es aquello que da un significado a nuestras vidas, claro... Qué gran regalo nos han hecho..., qué futilidad tan gloriosamente desafiante.

—¿Futilidad? —exclamó Luke—. ¿Qué me dice de esas cosas del interior?

Lobot sigue queriendo llamarlas qellas, y usted dijo que parecían qellas..., y ahora el Vagabundo las ha traído de vuelta a casa.

Eckels frunció el ceño y bajó la mirada hacia la pantalla de su cuaderno de datos.

—Pero sólo hay unos cuantos miles en un navío que podría haber contenido a muchas más —dijo, meneando la cabeza—. No, no puede ser. Esto no es un arca, y ni siquiera es un bote salvavidas. Esos cuerpos son los controladores y protectores de este navío, no su tesoro. El verdadero tesoro de este navío radica en las ideas y recuerdos que contiene: un millar de años de historia, un millar de años de arte, toda esta espléndida ciencia biomecánica... No, este lugar no es ningún museo. Es un monumento, Luke.

—No —dijo tozudamente Luke—. Aquí hay algo más que todo eso.

Giró sobre sus talones y se dejó caer grácilmente por la escotilla de entrada abierta. Después se agarró a uno de los asideros del casco y se catapultó hacia adelante, alejándose del esquife para internarse por el silencio y la oscuridad del interespacio.

Y una vez allí, flotando lentamente a la deriva por delante de la galería qella, Luke desplegó sus sentidos hasta que abarcaron todo el planeta que tenía debajo. Sólo encontró una inmensidad de silencio y falta de movimiento. No había ningún halo de energía vital, ningún depósito de la Fuerza. La superficie recubierta de hielo estaba impregnada por una ausencia de actividad tan profunda como la que definía a la masa de rocas que se extendía por debajo de ella.

—¿Qué está buscando?

—Busco una razón que justifique el tener que esperar hasta que se produzca el deshielo.

—Pues había que esperar para que el Vagabundo pudiera terminar su viaje, naturalmente —dijo Eckels—. No significaba nada más que eso.

—Shhhh —dijo Luke.

Se había ido acercando a la piel exterior del Vagabundo y había estirado los brazos para pegarse a ella. Luke escuchó en silencio los complejos ritmos de la nave, y permitió que se fueran definiendo poco a poco hasta convertirse en el majestuoso latido fundamental de su ser. Después siguió prestando oídos únicamente a ese latido hasta que lo hubo absorbido totalmente y pudo llegar a conocer todos sus secretos y misterios. Luego volvió a enviar sus sentidos hacia el planeta, pero esta vez reprimió su deseo y su apremiante impaciencia y buscó aquel profundísimo estado de conexión carente de personalidad en el que todo podía ser oído sin distracciones o distorsiones.

Y de repente estaban allí, como millones de granos de arena que caen lentamente a la superficie, agitándose en un palpitar colectivo tan tenue y lánguido que incluso el más leve susurro de impaciencia bastaría para ocultarlo. Con un grito exultante, Luke se apartó del muro tan impetuosamente que su cuerpo describió un veloz salto mortal.

—¿Qué ocurre? ¿Qué ha descubierto? —preguntó Eckels.

El científico se propulsó a través del espacio abierto para interceptar a Luke, y logró agarrarle un instante antes de que llegara a la galería.

Pero Luke escapó de su presa con un brusco retorcimiento del cuerpo y giró sobre sí mismo para reseguir los contornos de un rostro qella con las manos.

—Los cuerpos que encontró... Los qellas que vagaban por el hielo... Ésos no eran los supervivientes —dijo después—. Eran los que no estaban de acuerdo con el plan colectivo.

—¿Qué quiere decir?

—Exactamente lo que he dicho. Todos estábamos equivocados. Esta nave no es un museo, o un templo repleto de tesoros, o un bote salvavidas..., y tampoco es un monumento. Es una caja de herramientas, doctor..., una caja de herramientas para reconstruir un mundo devastado.

Luke se volvió hacia Eckels y envolvió sus manos en un enérgico apretón lleno de fervoroso entusiasmo. La alegría y el asombro brillaron en su sonrisa y le dieron vida.

—Tuvieron tiempo para hacer algo más que preparar esta nave, doctor. Tuvieron tiempo para prepararse a sí mismos. Ese planeta no está muerto, porque hay millones de qellas enterrados en los glaciares esperando el deshielo.... Y nosotros podemos darles lo que están esperando.

En cuanto el
Babosa del Fango
hubo salido de la abertura que el Vagabundo había creado para acogerlo, Luke hizo que las toberas les diesen un buen empujón y después dio la vuelta al esquife para que todos pudieran ver cómo el navío qella se iba alejando por detrás de ellos.

—¿Está seguro de que no quiere ocultar nuestra presencia tal como hizo antes? —le preguntó Eckels, que parecía estar un poco preocupado—. Francamente, preferiría no tener que hacer ninguna contribución personal al calentamiento de Maltha Obex.

—El Vagabundo no nos hará ningún daño —dijo Lobot con tranquila firmeza.

—No se preocupe, doctor Eckels —dijo Lando—. Lobot ha pasado tanto tiempo dentro de los túbulos que ha sido ascendido a huevo honorario.

Luke soltó una risita.

—Si quiere preocuparse por algo, doctor, preocúpese por la posibilidad de que sus amigos del Instituto hayan invertido dos números y se hayan olvidado un decimal.

—Nuestro mejor climatólogo planetario supervisó personalmente la creación del modelo de la era glacial qella —replicó Eckels con envarado orgullo profesional—. Si Lobot comunicó sus recomendaciones de una manera lo suficientemente precisa...

—Lo ha entendido —dijo Lobot—. La labor requirió la construcción de una nueva hebra del código de memoria, pero el Vagabundo lo ha entendido todo.

—Sigue sorprendiéndome que se necesite tan poca energía —dijo Luke—. Al principio pensé que tendríamos que traer media docena de Destructores Estelares y mantenerlos aquí durante un mes.

—Un poco de energía, y tiempo —dijo Eckels—. Este planeta ya lleva muchos años suspendido al borde del cambio, y de no ser por la oscilación orbital causada por la pérdida de la segunda luna, probablemente se hubiese recuperado con el tiempo, tal como los qellas debían de esperar que hiciese.

—Miren —dijo Lando—. Ya está empezando.

El casco del Vagabundo había empezado a resplandecer, y serpientes de crepitante energía azulada se arrastraban por toda su longitud a medida que la carga de capacitancia iba aumentando para iniciar el salto de cascada. Un instante después tres haces de energía surgieron de cada extremo de la nave y se precipitaron sobre el planeta, creando túneles ionizados a través de la atmósfera en los que unas sustancias químicas preciosas empezaron a renovarse. Los haces convergieron sobre la superficie del océano a medio congelar que se extendía debajo de ellos, creando colosales explosiones de vapor e inmensos chorros de agua hirviendo que se alzaron por entre las masas de hielo.

—Como espectáculo de luces y colores no está nada mal ¿eh? —dijo Lando—. Es una lástima que sólo haya presentes seis espectadores para verlo.

—Al contrario, general Calrissian —dijo Eckels—. Esa sopa tendrá que hervir durante mucho tiempo, y es mejor para los qellas que pueda hacerlo sin sufrir interferencias del exterior.

El bombardeo del planeta prosiguió durante la larga ascensión del
Babosa del Fango
hacia su cita con el
Dama Afortunada
. Cuando las dos naves por fin se encontraron y llevaron a cabo la maniobra de atraque, tanto Lando como Lobot se apresuraron a huir del diminuto y atestado esquife para disfrutar de los lujos del yate. Cetrespeó se fue con ellos, persiguiendo la promesa de un baño de aceite.

Pero Luke y Eckels se quedaron un rato más a bordo del esquife y se dedicaron a contemplar Maltha Obex mientras el Vagabundo, que se había convertido en una manchita minúscula perdida en la lejanía, se sumía en el silencio. Ni Luke ni Eckels expresaron en voz alta lo que estaban pensando, pero los dos compartieron un solo estado de ánimo formado por una mezcla de curiosidad y respeto temeroso.

Cuando Luke cerró los ojos y empezó a respirar lenta y profundamente, Eckels le observó sin hacer ningún comentario. Pero no quedó muy sorprendido cuando, poco después, el Vagabundo desapareció por completo.

—Veo que ha estado practicando —dijo entonces, dándole una palmada de aprobación en el hombro—. Confieso que quiero quedarme para documentar todo esto..., y muy especialmente el día en el que los qellas empiecen a salir del hielo. Pero es mejor así. Sí, es mejor que los dejemos a solas... ¿Cuánto tiempo perdurará el efecto de lo que acaba de hacer?

—No sé cuánto tiempo durará —dijo Luke, bajando la mirada hacia el planeta—. Quizá no dure mucho. Las fuerzas que afectan a la nave son muy complejas, y mi maestra me dijo que todavía he de aprender a ser un poco más delicado y sutil. Pero tenía que intentarlo... Tenía que tratar de correr la cortina y devolverles su intimidad, dándoles un poco de tiempo para la curación y la reconstrucción. —Miró a Eckels—. Pero quiero volver para conocerlos. Me pregunto cuánto tiempo tendremos que esperar.

Había algo más que una sombra de pena y melancolía en la sonrisa con que el arqueólogo respondió a sus palabras.

—Deles cien años —dijo Eckels, sabiendo mientras hablaba que eso significaba que nunca volvería a Maltha Obex—, o un millar. Dejaremos que este lugar siga figurando en las cartas estelares como un mundo muerto y helado en el que no hay nada que merezca ser robado o explotado. Los qellas no nos echarán de menos, y sus vidas serán perfectamente satisfactorias sin nosotros. Les ha hecho un gran regalo, Luke... Les ha dado un futuro. —Eckels se volvió hacia el gran disco blanquecino del planeta—. Presiento que los qellas sabrán aprovecharlo.

EPÍLOGO

Coruscant, ocho días más tarde.

Un viento frío y húmedo que surgía de un cielo medio nublado abofeteó a Luke Skywalker mientras permanecía inmóvil en el risco que se alzaba sobre su refugio costero. Luke estuvo allí durante mucho rato, y se dedicó a pensar en todas las razones por las que había hecho surgir aquel refugio de las arenas rocosas y en el trabajo que había pensado llevar a cabo allí.

Había reunido los fragmentos de la fortaleza de la soledad de su padre y había intentado convertirlos en algo que pudiera redimirlos de su historia, pero por fin había comprendido que lo único que consiguió con ello fue construir una prisión, y que había tenido mucha suerte al poder escapar de ella.

Luke extendió sus manos y su voluntad, encontró los puntos de mayor tensión ocultos en el interior de la estructura y ejerció presión sobre ellos, y después encontró los puntos de mayor fragilidad y los aplastó. El refugio se desmoronó con un rugido que rivalizó durante unos momentos con el aullido del viento, y las ruinas se desplomaron sobre el caza que seguía estacionado en su interior.

Pero eso no bastaba para satisfacer a Luke, y no sería suficiente para que la tentación quedase definitivamente borrada. Luke fue alzando uno tras otro los fragmentos del refugio y del caza destrozado, sacándolos de la arena y elevándolos por los aires para estrujarlos con el poder de sus pensamientos hasta que sólo quedó una espesa nube de partículas metálicas y trocitos del tamaño de un guijarro que giraron locamente en el vacío durante unos instantes.

Después, con un último y convulsivo esfuerzo de su voluntad, lanzó la nube de restos hacia la lejanía y la impulsó más allá de los rompientes, donde cayó sobre el oleaje en una fugaz lluvia y se desvaneció.

—Aún no ha llegado el momento de que me vaya —le dijo al viento a modo de explicación—. Y cuando llegue ese momento, me iré a un sitio mejor que éste.

Leia saludó al androide de vigilancia con un asentimiento de cabeza mientras pasaba junto a él e intentaba conseguir que sus tres hijos cruzaran la verja por delante de ella.

—Ya puedes cerrar el perímetro —le dijo al androide—. Pasaremos la noche en casa, y el resto del mundo puede esperar fuera hasta que haya amanecido.

—Sí, princesa.

Jacen y Jaina echaron a correr a lo largo del sendero bordeado de flores, y unas risas y chillidos de deleite totalmente inesperados llegaron a los oídos de Leia unos instantes después de que los gemelos hubieran desaparecido detrás de un recodo. Dejando a Anakin en el centro del camino para que siguiese adelante por su cuenta, Leia echó a correr hacia la casa para averiguar cuál podía ser la causa de toda aquella conmoción. Pero sólo había dado unas cuantas largas zancadas cuando su carrera fue frenada en seco por la visión de Luke llevando a Jaina sobre un brazo mientras Jacen tiraba de su otro codo. Los tres estaban sonriendo de oreja a oreja, aunque la sonrisa de Luke se desvaneció rápidamente en cuanto vio la expresión de Leia.

—Me acaban de explicar que has ido al hospital de la flota —dijo Luke, preparando un hueco en el otro brazo para Anakin—. ¿Qué tal se encuentra Han?

—Está mejor —dijo Leia—. Ya ha salido del tanque, y empieza a parecer el Han de siempre. Es la primera vez que he ido a visitarle con los niños. ¿Qué estás haciendo aquí?

Other books

Taking Risks by Allee, Cassie
Compass Rose by John Casey
In the Suicide Mountains by John Gardner
Wrath of the White Tigress by David Alastair Hayden
Stolen Away: A Regency Novella by Shannon Donnelly
The Pitch: City Love 2 by Belinda Williams
Nowhere City by Alison Lurie