Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (44 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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Emund Ulvbane, sin embargo, tenía más honor que darse por vencido ante un crío, y había luchado tantas veces que sabía que incluso una situación terriblemente inferior podía cambiar de pronto sin que se tratase de un milagro. Al continuar la lucha se volvió más minucioso y se movía menos como para reservar las fuerzas.

Eso en un principio confundió un poco a Arn, que ahora comprendió que no podría ganar con la renuncia de Emund, cosa que habría sido lo sensato si notase que sus golpes nunca acertaban y con eso Arn le podría dar el golpe cuando quisiese. El chico sintió que tenía que pensar muy nítidamente y que, por indefenso que pareciese Emund, no debía dejarse llevar por la soberbia. Con gran determinación, dejó el escudo en el suelo para atraer a Emund a nuevos ataques feroces que lo dejarían definitivamente sin fuerzas.

Un susurro de temor pasó por el lugar cuando vieron que Arn dejaba el escudo en el suelo y, además, colocaba la espada en la mano equivocada, ya que ahora las posibilidades de Emund de acertar con uno de sus golpes eran el doble de antes. Y Emund mordió el anzuelo y atacó con tanto desespero como furia. Arn, que todo el tiempo se movía hacia el lado equivocado para Emund, tenía más posibilidades de golpear hacia su cabeza o su cuello; muchos lo vieron, pero nadie comprendió por qué desistió.

Arn, sin embargo, tenía una intención especial. Se había fijado, no en la cabeza ni el cuello de Emund, sino en su muñeca derecha, donde la cota de malla nórdica no protegía. Cuanto más se movía alrededor de Emund, tanto más aparecía el punto flaco, pero esperaba hasta ver el momento seguro. Entonces golpeó por primera vez con toda su fuerza.

Un susurro de temor recorrió la multitud de hombres reunidos al ver la gran espada de Emund volar por los aires con la mano derecha todavía asiendo la empuñadura.

Emund cayó de rodillas, tiró su escudo a un lado y apretó con la mano izquierda alrededor de su muñeca cortada para parar la sangre que salía a borbotones.

Arn se acercó a él y dirigió la punta de su espada contra su cuello y todos esperaron en súbito silencio el golpe mortal que era el derecho legal de Arn.

Pero Arn recogió el escudo rojo con el asa negra de Emund, le dio la espalda y recogió su propio escudo. Y luego caminó hacia su padre y le entregó el escudo de Emund.

Algunos de los hombres del hermano del rey, Boleslav, salieron apresuradamente a recoger a Emund y lo llevaron rápidamente fuera del alcance de la vista.

Magnus Folkesson, aliviado y con lágrimas de orgullo en los ojos, levantó triunfalmente el escudo rojo conquistado hacia el cielo y los Folkung sacaron sus espadas y picaron contra los escudos, produciendo una fuerte alarma de guerra.

Ningún hombre que allí estuviese olvidaría jamás ese día. Y los que no estuvieron oirían hablar tanto de ello que sería como si hubiesen estado presentes.

X

C
omo un viento de tormenta de otoño volvió Knut Eriksson, el aspirante al trono, a Götaland Occidental desde Noruega. Primero visitó al hermano de su padre, Joar Jevardsson, y allí, en la iglesia de Eriksberg, celebró el adviento y la acción de gracias por el retorno. Después de eso tenía muchos amigos a quienes visitar y también podía decir que acudía por la caza. Era un invierno de lobos en Götaland Occidental, en que la nieve no estaba demasiado alta para el caballo ni para el siervo de a pie, pero sin embargo perjudicaba al lobo en su huida. Durante esos inviernos era costumbre que los jóvenes cazadores audaces cabalgasen de casa en casa encargando cacerías de lobo. Pero aparte de la caza había unas cuantas cosas de que hablar en relación con la victoria de los Folkung y el linaje de Erik en el concilio de Axevalla. Y Knut tenía mucho que opinar sobre ello y muchas ideas que ahora quería sembrar y así facilitar luego la cosecha cuando llegase el momento oportuno.

Su primer y más importante objetivo en esta cacería de lobos por el país era Arnäs. Cuando él y sus hombres llegaron ya se les esperaba, pues había enviado unos jinetes el día anterior para avisar de su llegada.

Magnus había mandado ya a Svarte y a Kol con todos los siervos a su disposición a los bosques del Norte de Arnäs para acorralar a los lobos en las buenas tierras para la caza.

Eran unos hombres fuertes y briosos, la mitad de ellos noruegos, los que entraron cabalgando sobre sus monturas con los cascos repicando en el patio del castillo y en seguida fueron atendidos por los siervos domésticos que acudían corriendo a encargarse de sus caballos. Knut Eriksson fue el primero en bajar de un salto del caballo y se dirigió al encuentro de su anfitrión Magnus con los brazos abiertos. Pero la segunda persona a la que abrazó fue a Arn y lo tomó por los hombros, sacudiéndolo amigablemente y diciendo que éste era un encuentro realmente deseado, puesto que de Arn, precisamente de Arn entre todos, guardaba uno de los recuerdos más fuertes de su niñez. Primero Arn no entendía a qué se refería, pero cuando Knut con gran jocosidad le recordó aquella vez en que los dos juntos habían ido a escondidas por la misma casa principal en la que ahora se encontraban para escuchar al bardo noruego que había llegado con el padre de Knut,
el santo
Erik, y se les habían meado encima nada menos que un rey y un santo.

Arn lo recordó y dijo que ciertamente era un recuerdo impresionante, pero también era un acontecimiento bastante más divertido en el recuerdo de lo que les había parecido en aquel momento. Los dos se rieron en voz alta de aquello y era como si dos amigos se hubiesen encontrado después de muchos años. Con el brazo rodeando los hombros de Arn, Knut entró en la casa principal como el huésped de honor. Los dos hombres ya estaban hablando al mismo tiempo, lo que producía gran diversión a los demás, dado que uno hablaba como un noruego y el otro como un danés.

Luego era como si la bendición de Dios iluminase esta visita, pues nunca habían estado mejor en Arnäs ni habían sentido tanta felicidad en una misma habitación y en un mismo momento.

Magnus ya era el padre respetado de un hijo que había derrotado al mismísimo Emund Ulvbane en un desafío y había llevado un inmenso honor a la casa de su padre y a su linaje. Eskil sentía la misma felicidad por el hecho de que su hermano, en lugar de ser el más criticado, fuese ahora el más nombrado y con ello todas las sombras entre padre e hijos habían desaparecido. Arn se sentía como si él, el hijo pródigo, por fin hubiese vuelto a casa. Erika Joarsdotter recibía respeto y halagos de todas partes, puesto que los lomos de ciervo hechos al horno con exóticas especias del sur y los pequeños jabalíes adobados en miel que servía junto con la mejor cerveza e hidromiel de la casa producían tan grandes exclamaciones de admiración y de sorpresa que los invitados bebían una y otra vez a la salud de Magnus para felicitarlo por tener una mujer así. Ninguno de los invitados hizo la menor referencia al habla gangosa de Erika.

Knut Eriksson no podría haber tenido una recepción más cálida en la finca que según sus planes consideraba la más importante de toda Götaland Occidental. Por eso él también estaba repleto de felicidad y alivio en esta visita.

Cuando ya nadie pudo comer más, sino sólo beber, empezaron a hablar sobre lo que todo el mundo sabía que se trataría tarde o temprano, el desafío en el concilio de Axevalla.

A Arn ese tema lo avergonzaba y lo volvía taciturno y se limitaba a decir que había ganado a un granuja con peor espada y menos práctica, y que no era nada como para extenderse al respecto. Pero Knut le pidió que al menos le mostrase la espada, y la petición del hijo de un rey y el huésped de honor debía ser cumplida sin demora. Un siervo doméstico se acercó inmediatamente con la espada en las manos.

Knut la sacó de la funda con asombro y, sopesándola primero con una mano, luego salió al centro de la sala dando estocadas al aire para probarla; se notaba que su mano estaba acostumbrada a manejar una espada. No obstante, encontró la espada demasiado ligera y débil, tal como se rumoreaba, y le pidió a Arn que lo explicase.

Arn objetó diciendo que las espadas tenían poco que ver con mesas y jarras. Pero al ver la cara rosada e ilusionada de Erika Joarsdotter animándolo insistentemente a mostrar y explicar, obedeció en seguida.

Se acercó a Knut al centro de la sala y con su permiso sacó su espada de la funda y la sopesó en la mano.

—Tienes una espada noruega pesada y hermosamente labrada, mi querido amigo —dijo blandiendo pensativamente la espada en el aire—. Si aciertas, tal vez ni un yelmo resistiría, pero ¡mira ahora!

Alzó la espada como para golpearla por el lado ancho en el hogar y quebrarla por la mitad. Knut profirió un grito de temor. Arn paró el golpe como si estuviese asombrado, luego se rió y entregó respetuosamente la espada a Knut, diciendo que naturalmente nunca habría dañado la espada con la que tal vez se ganaría un reino.

Pero luego tomó su propia espada de las manos de Knut, la blandió y con toda su fuerza golpeó con ella por el lado ancho contra la piedra sin otro resultado que el eco del acero retumbando por toda la sala.

—Ahf tienes la diferencia, amigo Knut —se burló, doblando la punta de su espada un par de veces—. Nuestras espadas nórdicas son de hierro duro y pueden quebrarse y son pesadas de blandir. La espada que yo tengo tiene la tercera parte de la punta blanda y no se quiebra y es ligera de blandir.

Sus palabras despertaron asombro pero no incredulidad. Knut pidió poder intercambiar unos golpes con Arn y sacó de nuevo su espada y Arn alzó obedientemente la suya. Como para demostrar lo que había que demostrar, Arn paró los golpes de Knut un par de veces en el aire, dejando que la espada pesada perdiese su fuerza a causa de la flexibilidad de la espada ligera, de manera que él podía estar quieto y aparentar no esforzarse en absoluto mientras Knut tenía que usar mucha fuerza en cada golpe sin lograr nada. Finalmente, Arn dobló su muñeca súbitamente en una de sus paradas y el golpe de Knut se fue hacia el suelo y él mismo cayó detrás tambaleándose. Los amigos noruegos lo encontraron muy gracioso.

Knut, sin embargo, se levantó sin ira pero con admiración y se acercó a Arn y lo abrazó amigablemente diciendo que ojalá todos los santos procurasen que sus espadas siempre estuviesen del mismo lado, ya que no querría tener nunca a Arn por enemigo.

Brindaron unánimemente y bajo una gran emoción por estas palabras elocuentes y por esta buena tolerancia a la cerveza. Todos se sintieron unidos y no solamente por lazos de sangre.

Cuando Erika Joarsdotter un rato más tarde se levantó para dar las buenas noches, Eskil se adelantó y la halagó, dándole las gracias y deseándole un sueño tranquilo. Seguramente era la primera vez que lo hacía y ella se sintió como cuando el hielo del invierno finalmente se rompe y da paso a la primavera.

Cuando Arn se acercó para darle las buenas noches, ella sonreía alegremente y dijo en voz tan baja que sólo él pudo oírla que nunca nadie había recibido tanto aprecio por la preparación culinaria de otro. Arn rechazó esto diciendo que era la comida de la casa la que había deleitado a los invitados y que ambos habían trabajado duro para lograrlo. Añadió con un guiño que, no obstante, tendrían que conservar el secreto entre ellos dos, ya que de lo contrario los machos noruegos de nuevo pensarían que era un chico poco viril. Con eso se despidieron con gran amor la madrastra y el hijo.

Eskil aprovechó para hacer cambios en el banquete. Quienes aún tenían un hueco para cerveza e hidromiel podían acompañarlo a una de las habitaciones de la torre situada encima del patio, que estaría fría pero los siervos en seguida la prepararían con bandejas de fuego. Luego, quienes así lo deseasen podrían dormir sin molestias, y los que quisiesen armar jaleo podrían hacerlo sin molestar a la señora de la casa.

Todos los hombres jóvenes optaron por la habitación de la torre. Magnus prefirió dar las buenas noches.

Al principio hacía frío arriba en la habitación de la torre, hasta que encendieron los fuegos, y el frío del patio también hizo lo suyo, porque cuando de nuevo empezaron su reunión había cambiado el tono.

Knut, con palabras marcadas por la cerveza, empezó diciendo lúgubremente que de alguna manera había sido una lástima que Arn dejase con vida al asesino real, Emund. Aunque por otro lado, Arn había obrado bien, añadió apresuradamente Knut, porque lo ocurrido ridiculizaría eternamente a Emund, y ahora lo llamaban Emund Manco en lugar de Ulvbane Matalobos. Sin embargo, un asesino real no merecía seguir vivo, y siendo el hijo de su padre, Knut acabaría lo que Arn había dejado sin completar.

Arn palideció ante estas palabras y no pudo contestar. Tampoco hizo falta porque en seguida Eskil tomó parte en el asunto, aunque de una manera que nadie habría esperado.

Fue a buscar un mapa de pergamino y lo desenrolló sobre una de las mesas de la habitación, acercó unas velas y pidió a todos que se acercasen a mirar. En seguida se reunieron alrededor de él con gran curiosidad.

Eskil puso primero el dedo encima de Arnäs, siguiendo luego el río Tidan hasta el lugar del concilio de Askeberga al este, deteniéndose en Forsvik a la orilla del Vättern, que era la casa principal de Emund Ulvbane, es decir Manco, corrigió rápidamente.

—Mirad y pensad —dijo señalando los territorios de Emund con la mano—. Aquí está Emund en Forsvik, solo en terreno enemigo y con una mano menos. No debe de sentirse demasiado contento ni seguro. Del cachorro Boleslav no podrá esperar mucha ayuda y Karl Sverkersson tardará bastante en asomar el hocico por Götaland Occidental. ¡Fijaos ahora! Si nosotros de Arnäs pudiésemos comprar sus terrenos, seríamos propietarios de toda la tierra situada entre el Vänern y el Vättern. Todos los caminos y todo el comercio estarían en nuestras manos. Sería un gran paso hacia adelante.

Eskil los miraba como si todos hubiesen comprendido lo que quería decir, pero ése no era el caso. Knut contestó, ceñudo, que eso en realidad no tenía nada que ver con lo otro.

Entonces Eskil contestó con palabras dóciles que tal vez podrían arreglar este asunto primero, antes de darle su merecido al asesino real. De lo contrario, sus terrenos pasarían en herencia dentro de su mismo linaje enemigo.

Pero tal como estaba la situación ahora, dijo Eskil casi susurrando, Emund no se resistiría ante la idea de irse a vivir a un territorio más seguro y por eso tal vez se le podría ofrecer un precio bajo por Forsvik. No debería de ser un negocio demasiado complicado de conseguir.

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