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Authors: Leon Uris

Tags: #Histótico

Trinidad (8 page)

BOOK: Trinidad
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Jaysus… —murmuré yo.

Conor, cuando estaba excitado, no despegaba los labios. Sólo entornaba los ojos y el cuerpo se le ponía rígido con una tensión amenazadora.

—Le dejaron con la vida saliéndosele del cuerpo —prosiguió Daddo— y diciéndole que a la mañana siguiente volverían para completar el castigo. Había de ser arrastrado, descuartizado y decapitado y habían de clavar su cabeza en una pica para exhibirla corno escarmiento de las futuras rebeliones de
croppies.

Durante la noche, los pocos que quedaban de su partida, incluidos los dos hermanos supervivientes, regresaron sigilosamente, arrollaron a los
yeomen
de guardia, cortaron las amarras que sujetaban a Ronan al poste, lo cargaron en un carro y huyeron corriendo. El caso es que Ronan siguió con vida.

Los tres hermanos Larkin, ayudados por la organización clandestina, se trasladaron aquí, a Inishowen y Ballyutogue, precisamente al nacer el año 1800. Como no se podían conseguir tierras buenas, arrendaron parcelas por encima de los doscientos metros sobre el nivel del llano, tan metidas ya en la maleza que eran poco más que peña pelada. Pero ellos arrancaron la piedra y la utilizaron para levantar paredes. Luego transportaron allí tierra buena (cada hombre llevaba dos baldes en cada viaje) y la mezclaron con algas marinas y cenizas de algas para hacerla más fértil. Mientras, para subsistir, allanaban los derechos de pesca de lord Hubble sobre el lago Foyle, llegando a ser los primeros pescadores eficientes del sector. El segundo año ya hubo cosecha, y durante un tiempo pudieron ir aumentando la superficie cultivada y conservar el arriendo gracias a un trabajo extenuador.

—Después de la paliza recibida, Ronan nunca llegó a recuperar todas sus fuerzas, y sólo engendró tres hijos, el mayor de los cuales fue Kilty. Sí… cierto, todo un hombre ese Kilty. Ya nació arañando.

Daddo se dejó llevar por un súbito acceso de entusiasmo que nos envolvió también a nosotros. Mientras Kilty yacía ahí al lado de su última noche de velatorio, un narrador, un
shanache
embrujado ponía en marcha su leyenda, sorbiendo el calor del fuego junto a nosotros, un par de chicuelos. En el curso de mis días, escucharía las gestas de Kilty Larkin una y mil veces, pero ya nunca volvería a experimentar lo que sentí en aquel primer momento de revelación.

—Habéis oído decir que sólo los cerdos pueden ver el viento; pero yo os aseguro que Kilty Larkin lo veía. A caballo, entraba y salía del viento, atacando con una guadaña invisible, y no le tocaron ni una sola vez.

»Cuando Kilty se hizo cargo de las tierras, al fallecer Ronan, ya tenía algunas ideas propias. Como por ejemplo, la de negarse a pagar el tributo a la Iglesia anglicana. Vinieron los
constabulary
, esos cochinos policías irlandeses renegados, y se cobraron el tributo de sus cosechas. Poco después el comandante
constabulary
desaparecía misteriosamente, y dos semanas más tarde lo sacaban del agua en Dunagree Point. Era la señal de una nueva alborada.

Durante años ningún arrendatario reparaba su casa ni mejoraba los campos, porque si lo hacía le subían la renta, fundándose en que el terreno había aumentado de valor. Kilty estudió las fincas protestantes de abajo, suponiendo que seguían mejores métodos. Adoptó de ellas todo lo que pudo y embelleció, además, su casita, separando cerdos y gallinas de la vivienda principal y enjalbegando paredes y vallas. Naturalmente, el agente del dueño casi le dobló la renta.

Este tipo de política agraria condujo a una guerra local. Los
constabulary
no se enfrentaban ahora con una banda mal organizada de reventadores de vallas, sino con una fuerza de asalto experta y feroz que sabia cómo causar perjuicios. La primera gran hazaña consistió en un golpe maestro de Kilty al organizar el boicot contra los campos del conde de Foyle en la época de la cosecha. Los amos trajeron trabajadores de Escocia, y transportaban las mieses bajo la protección de las armas de los
constabulary.

Pero los campos del conde eran muy extensos y la fuerza constabularia demasiado reducida. Antes de que pudieran llegar tropas a reforzarla, los trabajadores importados estaban ya completamente aterrorizados; se quemaba las cosechas y se asesinaba a los confidentes. Las pérdidas de lord Hubble ascendieron a millares de libras.

Las represalias vinieron en forma de evicciones, subidas de las rentas y flagelaciones públicas.

—La víspera del 11 de julio de 1843, Kilty rayó a una altura épica —explicaba Daddo con un tono de voz que era casi un canto triunfal—. Los protestantes se habían empapado de licor hasta los globos de los ojos, celebrando las fiestas del rey Guillermo. Kilty montó un bonito reclamo. A uno de quien sospechaba era confidente, le proporcionaron informaciones falsas sobre un planeado asalto al castillo del conde en Hubble Manor. Los otros se tragaron el anzuelo, trasladaron allá a los
constabulary
y a soldados y dejaron expedito el camino de Derry.

»No se había visto cosa igual desde aquella antigua incursión céltica de Cooley a la requisa de ganado hasta nuestros días… Yo… mismo… cabalgaba a la izquierda de Kilty. Y la luna llena nos iluminaba el camino.

»Los corrales de ganado vacuno del muelle de Derry estaban hasta los topes, esperando el momento del embarque para Inglaterra. Nosotros los asaltamos con tal furia que a mí se me rompieron los cordones de las botas, reventando las vallas y provocando una estampida. En menos de una hora condujimos más de dos mil cabezas del mejor vacuno de lord Hubble al lago Doyle y las ahogamos, desapareciendo luego en el viento.

»El confidente que había dado una información falsa a sus dueños sufrió un destino terrible a manos de éstos. Con lo cual, después, otros confidentes titubeaban bastante antes de dar el soplo. En fin, sabían muy bien que aquello había sido obra de Kilty Larkin; pero les daba miedo encerrarle… y les aterrorizaba aún más dejarle en libertad.

Daddo soltó una carcajada seca al recordar el hecho, sin duda corregido y aumentado en su mente por el paso, del tiempo.

—Kilty fue el primer arrendatario que se sentó a negociar. Y barrió el tributo. Fijaos bien, esto ocurría en aquellos tiempos en que no existía aún ninguna de esas fantasiosas Ligas protectoras. Sí, era un gran muchacho. Años después, Kilty y yo nos hicimos fenianos. El levantamiento no fue gran cosa, y en premio a nuestras fatigas nos excomulgaron, igual que habían excomulgado a Ronan y sus hermanos por pertenecer a los United Irishmen.

La mente del narrador derivaba hacia otro tema…

—La Iglesia siempre se untó el pan con la basura de los británicos… —Daddo se quedó seco repentinamente, cansado ya, y la intensa magia de sus pensamientos se desfondó—. ¡Ah, qué grande fue aquella incursión… Conor…!

—Sí —dijo Conor, abandonando el taburete y arrodillándose delante del
shanache
, que levantó la mano para tocarle la mejilla y el cabello, al mismo tiempo que emitía una especie de carcajada gutural.

—La sombra de Kilty ha significado una pesada carga para tu padre; pero también Tomas alimentó sus sueños particulares, lo mismo que los tienes tú. Pero el hambre los mató. Fuésemos lo que fuéramos antes, ya no hemos vuelto a ser lo mismo, después del hambre; ni hemos vivido un solo día sin temerla… Conor…

—No, Daddo.

—Tomas es capaz de sufrir el ataque de la locura, esta noche. Yo he notado cómo le invadía. Todos los Larkin padecieron esa locura… Ronan… Kilty y también tu padre. Esta noche estará bajo su influjo.

Conor se apartó. Sus ojos exploraban ya más allá de la casita, buscando a su padre.

Apoyándose en las manos, Conor saltó la pared que separaba las dos casitas y recibió en el rostro el runruneo del rosario. Abrió la puerta con cautela. La habitación principal estaba llena de gente en vela, arrodillados todos, todos golpeándose el pecho con los puños, a compás, murmurando peticiones a los santos, que seguramente los estaban contemplando desde una gloriosa, desconocida morada.

Los ojos de Conor resbalaban sobre la turba, buscando a su padre. Finola estaba arrodillada junto al cadáver, la cara escondida entre las manos, completamente agotada por una segunda sesión de lamentaciones. La mujer levantó los ojos despacio, estableciendo contacto con su hijo por un procedimiento que no necesitaba amplificadores.

Conor retrocedió calladamente. Bajo un cielo inusitadamente poblado de estrellas, Conor recorrió el sendero, dejando atrás una docena de casitas, y luego empezó a subir cuesta arriba en dirección a la taberna clandestina.

La taberna dormía en la oscuridad; ningún ruido salía de ella. Conor empujó la puerta. Acompañando el gemido de sus goznes, un fuerte olor de whisky salía al exterior.

—Papá.

Sin que nadie le respondiera, Conor avanzó a tientas, buscando la vela colocada en un pilar y logró encenderla. La estancia se iluminó de mala gana por la pequeñez de la llama.

Tomas Larkin estaba acurrucado sobre un barril, doblado sobre sí mismo como un toro derrotado, con unos ojos tan fijos y ciegos como los de Daddo y sin darse cuenta en absoluto de la presencia de otra persona. Conor se acercó a él.

—Papá.

Tomas levantó los ojos y parpadeó, sin reconocer a su hijo.

—Kilty —susurró con un extraño dejo de horror estremeciendo su voz—, las patatas se han vuelto negras. Se han podrido delante de mis propios ojos. Dios mío, Kilty, ¿qué vamos a hacer?

—Papá, soy yo, Conor. Estás saliendo de una pesadilla.

—Oh, Jesús, ayúdanos. Vamos a morir. Vamos a morir, todos.

6

Por los campos católicos de Ballyutogue se extendía la quietud de una mañana de mayo cuando las campanas de San Columbano doblaban por Kilty Larkin.

Levantaron el ataúd de las cuatro sillas que lo sostenían y que ahora fueron derribadas de sendos puntapiés, de acuerdo con la costumbre, la cual disponía también que el ataúd había de salir de la casa con los pies por delante.

Finola tuvo que quedarse en casa, porque si unan mujer preñada asistía a un entierro y le alcanzaba la maldición del difunto, abortaría, sin duda alguna.

Dado que no había otro Larkin adulto que Tomas, amigos y vecinos se turnaban como portadores, llevando el ataúd sobre los hombros y relevándose de vez en cuando. Tomas andaba inmediatamente detrás de ellos, apoyando las manos y la frente en la caja que guardaba el cuerpo de Kilty. Detrás de Tomas, iba una docena de hombres con azadas y, detrás de éstos, el pueblo entero formaba la comitiva.

El padre Lynch se acercó a la procesión con unos ornamentos negros que, lo mismo que sus demás vestiduras, habían sido bordados por las mujeres del lugar. Siempre salmodiando y echando agua bendita, dio media vuelta y dirigió la marcha hacia la iglesia.

Cuando el ataúd cruzó la entrada del patio de la iglesia seguido de los que componían el duelo, Tomas se apartó a un lado. La atmósfera de pelea inminente se espesó todavía más cuando el sacerdote y su vicario hacían entrar a toda la gente para cerrar las puertas del templo. Conor empujó a Brigid y Liam adentro, y él retrocedió hasta su padre, que permanecía inmóvil junto a la entrada.

—No entraré —le dijo Tomas—. Ven a buscarme a la taberna de McCluskey después de la misa y le diré adiós a Kilty en el cementerio.

El padre Lynch fue hacia Tomas con la cara tensa y los labios prietos como una cáscara de nuez. A Conor lo alejaron con un ademán y fue a reunirse con cierto número de aldeanos que ahora asomaban la cabeza por la puerta llenos de curiosidad, aunque cuidando bien de mantenerse a respetuosa distancia. El padre Lynch había restañado los dientes indicándoles, en tono autoritario, que no se metieran en aquello.

—Te estamos esperando —dijo a Tomas con una voz como un silbido.

—No… No asistiré a esa misa.

—¿Has perdido la cabeza?

—Hago lo que habría hecho Kilty si hubiera estado en sus cabales. Aquí tiene el importe de la misa.

La experta mano del cura se apoderó del dinero con el gesto instantáneo del áspid al atacar. Luego se acercó más todavía.

—Tomas Larkin, estás a punto de cometer un pecado grave y peligroso. Si no entras, no celebraré la misa.

—En ese caso —respondió afablemente Tomas—, su pecado será tan grave como el mío. Ya sé que le desilusiono después de haber esperado usted tanto tiempo la dulce victoria de tener a Kilty y a Tomas Larkin, ambos a la vez, dentro del templo de San Columbano… uno en el ataúd y el otro de rodillas rezando por su alma inmortal. Pero, de todos modos, Dios no sabrá quiénes somos, porque tenemos aquí sacerdotes que ni siquiera saben rezar en idioma irlandés… Porque ellos son ingleses.

—Nunca llegarás ni siquiera a la altura suficiente para ver el purgatorio. Ahora entra ahí y saca el ataúd de mi templo.

—Muy bien…

El padre Lynch se apresuró a cogerle por la manga.

—No, espera. Esto no nos lleva a ninguna parte. Si vienes, diré la misa de balde… con tal de que no se lo expliques a nadie.

—No, me lo llevaré. Estará más contento durmiendo en los montes, al fin y al cabo.

El cura sabía que la fe de su pueblo no tenía límites. Le obedecían sumisamente. Sin embargo, a pesar de tantísima fe, tenían una cosa más poderosa todavía: la memoria. Todo el mundo sabía que Kilty había recibido la absolución. El padre Lynch, cuya autoridad nunca había desafiado nadie, se hallaba en un aprieto, en la incertidumbre. Más aún, le invadió un acceso de miedo insobornable y se puso a sudar.

La gente salía al atrio y se acercaba. El padre Lynch percibía su respiración.

—En atención al alma del finado —dijo en voz bastante alta para que le oyeran todos— y por la paz y el consuelo de tu mujer y tus hijos, tan inocentes…

—Y para salvar la faz del cura —le interrumpió Tomas, dando media vuelta y marchándose.

—¡Como representante de Jesucristo, te impongo a ti, Tomas Larkin, eterna condenación en esta vida y para siempre, y no vengas jamás a pedirme lloriqueando que te absuelva, porque no te absolveré!

Los aldeanos retrocedieron horrorizados.

Tomas se alejaba despacio, moviendo la cabeza.

—Ah, padre, usted es una ortiga —dijo, prosiguiendo hacia la taberna de McCluskey.

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