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Authors: John Varley

Trueno Rojo (14 page)

BOOK: Trueno Rojo
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Evangeline había sido elegida por la fertilidad de su familia, más que por su belleza o su inteligencia, puesto que poseía ambas cualidades en poca medida, pero sí que era fértil y prolífica, y capaz de trabajar como una mula aun a los ocho meses y medio de embarazo. Y esto era una suerte, puesto que pasó los siguientes quince años preñada, pariendo normalmente en marzo o abril, por lo general en domingo, y en tres ocasiones en el mismísimo Domingo de Pascua. Avery y Evangeline tuvieron siete hijos: Veneración, Jubileo, Celebración, Santificación, Exaltación, Consagración y Aleluya. Tuvieron cinco hijas, todas ellas llamadas Gloria: Gloria Patri, Gloria Filli, Gloria Spiritusancti, Gloria Inexcelsis y Gloria Lunes. Tuvieron además tres abortos, un niño y dos niñas.

La mayoría de la gente de la ciudad conocía la leyenda que rodeaba al nombre del más pequeño, Aleluya. Durante el parto se habían presentado complicaciones y, en contra de lo que le dictaban sus creencias, Avery había llevado a su mujer a la ciudad, donde le practicaron una cesárea. Cuando el médico le dijo que no podría tener más hijos, Evangeline gritó allí mismo el que sería el nombre de su hijo.

Jubileo, conocido como Jubal por todos salvo su padre, tenía seis años la primera vez que Avery vio a Jesucristo. Desde aquel día, las vidas de todos los miembros del clan de Avery Broussard se convirtieron en una carrera por ver si cualquiera de ellos lograba alcanzar la edad suficiente para librarse de él antes de que su creciente locura los matara a todos.

Avery se convirtió en pastor de la Iglesia de la Santa Biblia de los Redimidos cuando su antecesor sucumbió como consecuencia de las múltiples picaduras de una viuda negra que estaba tratando de tragarse. Era alérgico al veneno de la araña y expiró en el altar de un shock anafiláctico.

La vocación que llamaba a dirigir el rebaño de los Redimidos no requería de certificado alguno emitido por un seminario. Era más bien cosa de dar un paso al frente y arrebatarle el micrófono de la mano al anterior pastor antes de que hubiera terminado de enfriarse y empezar a predicar. Aquella noche, Avery pasó dos horas bramando, sin utilizar notas, citando de memoria pasajes de la Biblia, y cuando el último himno de la noche se hubo cantado, estaba claro que nadie desafiaría su liderazgo.

Desde el principio, Avery no ocultó sus encuentros con Jesús. Un reducido grupo de parroquianos, considerando que sus descripciones sobre el Hijo de Dios eran blasfemas, abandonó la iglesia, pero un número dos veces superior oyó hablar de las maravillosas historias de lo que era, literalmente, hablar con Jesús, y se unió a ella. De modo que, en sus primeros años, la iglesia de Avery floreció.

Y las historias eran realmente maravillosas. Avery no solo caminaba con Jesús. También pescaba con él y cazaba con él. Declaró que Jesús era el mejor tirador que había visto con una .22 y eso que había cazado con cientos de hombres, en casi todas las parroquias de la Lousiana meridional. Si Jesús veía una ardilla a cientos de metros de distancia, la ardilla estaba condenada. Y a Jesús tampoco le gustaba demasiado la imagen que todos hemos visto de ese tío triste y flaco clavado en la cruz, o rezando en Getsemani con aspecto de necesitar una buena dosis de Ex-lax, le dijo a su congregación, ni llevaba una túnica de hippie y unas sandalias de colgado. Jesús recorría los pantanos calzado con unas buenas y sólidas botas americanas. Llevaba un mono de J.C. Penney y camisas americanas de franela, a cuadros rojos y blancos, o camisetas con un paquete de cigarrillos enrollado en la manga. Jesús mascaba Red Man, decía Avery, y fumaba Lucky.

Las ideas de Avery sobre la educación eran muy sencillas. Creía que toda persona tenía que aprender a leer, escribir y contar, pero tampoco era un entusiasta de la idea.

Pensaba que una persona debía ser capaz de leer la Biblia si no quería estar en grave desventaja ante la vida. Con este fin, enseñó laboriosamente el abecedario a sus tres hijos mayores y los obligó a escuchar una y otra vez una vieja cinta de "Enganchado a la fonética" en un radiocasete portátil adquirido en una tienda de decomisos. No podía hacer más. Su propia capacidad lectiva no era gran cosa, aunque poseía una memoria fenomenal.

Sabía escribir su nombre, así que sus hijos aprendieron también a hacerlo. Cualquier cosa más allá de esto, según creía, era territorio de clases avanzadas, un lujo innecesario.

Era de la opinión de que una persona debía saber contar el dinero, para que no lo engañasen al darle el cambio, y para poder darle al César lo que no le podía esconder al César. Así que sus hijos jugaban a hacer cuentas con monedas de verdad y dinero del Monopoly.

Sin embargo, el hecho de que aprendieran a leer acarreó un problema, al menos para gusto de Avery. Como muchos de sus vecinos, no permitía que sus hijos fueran al cine o vieran la televisión. En esto, como en tantas otras cosas, fue un poco más allá. La única cosa que merecía la pena leer en todo el mundo, y por consiguiente el único libro que sus hijos leerían jamás, era la Santa Biblia.

Jubal aprendió a leer por sí solo a la edad de tres años, asomándose por encima del hombro de su padre mientras este les daba su lección diaria sobre la Biblia. Al principio, Avery estuvo encantado. Empezó a dejar que Jubal se encargara de la lectura.

Pero cuando se enteró de que su hijo había empezado a frecuentar la compañía de su primo Travis, comenzó a albergar sospechas. Todo el mundo sabía que Travis era demasiado listo para su propio bien, y por lo que Avery había visto, actitudes de listillo como la suya podían ser pegadizas.

Una vez que Jubal comprendió que su capacidad de leer la Biblia se extendía a cientos de libros y revistas diferentes, estuvo perdido. Decidió leer todos los libros de Louisiana.

Travis lo ayudó a empezar, prestándole sus libros del colegio, que el niño devoró en una sola noche y, más tarde, libros de la biblioteca infantil del instituto. Jubal tenía que ocultarlos en un pequeño escondrijo que había construido, y los leía de noche a la luz de una lámpara de queroseno. Algunas veces Travis estaba con él. Fue la mejor época de la vida de Jubal.

Un mensaje que Jesús repetía constantemente a Avery era: «Si la vara escasea, el niño se estropea». Los castigos que dispensaba a sus hijos por las más insignificantes infracciones de sus normas y las de Dios fueron haciéndose cada vez más severos.

Empezó golpeándolos con un remo, recortado hasta un tamaño apropiado, una herramienta que casi todos sus vecinos aprobaban y de la que hacían uso sobre las espaldas de sus propios hijos. Los "castigos sin salir" y las caras largas nunca habían gozado de gran popularidad como formas de disciplinar a los niños en la zona en la que Avery vivía. No obstante, surgieron algunas discrepancias cuando empezó a golpearlos en otras partes del cuerpo. Pero la gente no veía a los niños de Avery durante semanas, y a veces meses. ¿Quién iba a saber, cuando uno de ellos aparecía con un ojo morado, magulladuras o un brazo roto, que la historia de que habían sufrido un accidente era mentira? Los niños respaldaban siempre las historias de su padre, como habían aprendido a hacer.

Avery pasó a utilizar un taco de billar recortado, que llevaba consigo a todas partes.

Poco después, a la edad de quince años, Veneración, "Vinnie" Broussard se cayó desde una rama situada a quince metros de altura al tratar de coger un conejo muerto al que su padre había abatido y que se había quedado atrapado entre el follaje. O al menos eso dijo Avery. Explicó que los cardenales que el muchacho tenía en el cuerpo se debían a las ramas con las que había chocado en su caída.

El forense de la parroquia dijo que era ridículo. Contó cuarenta y ocho moratones de unos veinte centímetros de longitud, así como dos profundas depresiones en la base del cráneo. El sheriff examinó el árbol desde el que supuestamente había caído Veneración y llegó a la conclusión de que era imposible recibir cuarenta y ocho golpes en una caída allí, a menos que las ramas estuvieran zarandeándolo de un lado a otro, arriba y abajo, como una bola en una máquina de billar automático.

Vinnie había vivido tres días en coma, según el testimonio de Avery. Él renegaba de los hospitales desde el día en que aquel "médico de abortos" había arruinado el vientre de su Evangeline antes de que hubieran tenido tiempo de formar una auténtica familia.

El fiscal del condado lo acusó de asesinato en segundo grado y otros crímenes menores.

Uno de los miembros de la congregación de Avery era un abogado bastante competente. Se concentró en los aspectos del caso relacionados con la libertad religiosa, trató de conseguir que el jurado no se fijara en el taco de billar y se pusiera del lado de un hombre que no había confiado en la medicina convencional sino que había buscado la ayuda del Todopoderoso. Le salió bastante bien. Avery fue condenado a un año por homicidio.

Jesucristo compartió su celda y, desde entonces, fue su compañero constante. Cuando lo llevaron de nuevo ante un tribunal, por haber intentado asesinar a su hijo Jubileo, el abogado defensor de Avery se sentaba a su izquierda, y Jesús a su derecha. Y, a juzgar por su forma de inclinar la cabeza como si estuviera escuchando algo, y luego romper a reír a carcajadas, Cristo debía de contar unos chistes buenísimos.

Capítulo 11

—Impresionó tanto al jurado que lo declararon "no culpable por demencia" —dijo Travis—. Fue el primer juicio que se hizo famoso en aquella parte de los pantanos. Pero es que, viendo cómo escuchaba a Jesús y hablaba con él, nadie hubiera podido hacer otra cosa que desechar la teoría de que estaba actuando. Nadie hubiera podido creer que fuera lo bastante Listo para actuar tan bien.

Travis se terminó los últimos posos de su tercer café de la noche, dirigió una mirada nostálgica a la botella de bourbon y a continuación le tendió la taza a Alicia para que volviera a llenársela.

—Ha estado en el manicomio estatal desde entonces y nunca saldrá de allí, porque los médicos saben que el resto de los Broussard les harían personalmente responsables si alguna vez lo declararan cuerdo y lo soltaran. Y además, porque Avery no quiere salir. Está encantado de estar allí, sentado y hablando con Jesús todo el día, que es lo que lleva haciendo todo este tiempo.

Se reclinó en su asiento, con la mirada fija en un punto situado sobre nuestras cabezas. Me moví en mi silla, tratando de ponerme cómodo. Travis llevaba bastante rato hablando y creo que no me había movido en todo aquel tiempo. Me dije que la próxima vez que me sintiera triste por ser pobre y no tener padre, me acordaría de la juventud de Jubal.

—¿Qué le hizo a Jubal? —preguntó Alicia.

Travis volvió a mirarnos.

—Fue espantoso. Todo empezó con las cosas que Jesús le susurraba al oído a Avery. Resulta que Jesús era un chismoso y un mentiroso. Mientras Avery estaba cumpliendo su condena, que se redujo a la mitad por buen comportamiento, Jesús le dijo a Avery que Jubal y yo éramos "sodomitas, maricones y nenazas" y que eran las cosas pecaminosas que estábamos leyendo las que nos estaban volviendo malos.

»Avery descubrió el escondrijo de Jubal y pasó una tarde entera hojeando los libros. Había un texto de biología que hablaba de la evolución y otras cosas impías. Nos esperó, y cuando aparecimos aquella noche, se arrojó sobre él. No llevaba su taco de billar. Había encontrado un tablón y le había clavado unos clavos.

»Me golpeó una vez, con la parte plana. No sé si tuve suerte o es que no pretendía golpearme con el lado de los clavos. Todavía tengo una cicatriz... — Se tocó un punto cerca del cuero cabelludo, donde se veía una cicatriz casi borrada.

»Entonces empezó con Jubal. No sé cuántas veces le golpeó. Yo no podía hacer otra cosa que mirar, aturdido. Los doctores encontraron cuatro perforaciones que atravesaban su cráneo y llegaban hasta el cerebro. Le partió los dos brazos y la mayoría de las costillas.

»Escapé corriendo mientras él seguía pegando a Jubal. Aún... aún tengo pesadillas y probablemente siempre me culpe por ello.

—No es justo —dijo Kelly—. Eras demasiado pequeño para detenerlo.

—Podría haber pensado en algo. Desde entonces se me han ocurrido muchas ideas. Ponerme donde no pudiera verme, golpearlo con un palo, salir y tirarle piedras... hacerle algo o distraerlo. Pero en ese momento no se me ocurrieron, así que corrí hasta la casa más cercana, que se encontraba a más de un kilómetro de allí. Dos tipos muy grandes, los hermanos Charles, regresaron conmigo. Avery había levantado un altar. Jesús le había dicho que le ofreciera la muerte de Jubal a Dios, como Abraham había hecho con Isaac. Dios estaba tirándose un farol, pero Avery no. Bajaron a Jubal del altar, apagaron el fuego y lo llevaron al hospital. No mataron a Avery pero le dieron una buena paliza.

»Los daños cerebrales de Jubal eran tan graves que los médicos no creían que volviera a caminar o hablar. Pensaban que tal vez no pudiera ni comer solo. Pero no importaba, porque yo estaba decidido a ocuparme de él durante el resto de mi vida.

»Pero sus hermanos y hermanas no me lo permitieron. Me dijeron que fuera a la universidad y recibiera una educación y que ellos se ocuparían de él. Y lo hicieron. No le faltó de nada desde el día en que su padre casi lo mata hasta que se trasladó aquí conmigo, hace siete años. No recuerda casi nada de lo que ocurrió antes de la paliza.

—Nos contó algo sobre su única Navidad —dije. Iba a seguir hablando pero de repente me di cuenta de que si lo hacía corría el riesgo de echarme a llorar. El único recuerdo que conservo sobre mi propio padre es uno muy vago, de una Navidad. Está empujando un camión Tonka hacia mí, haciendo ruidos de motor con la boca, y yo me río. Creo que tenía cuatro años.

Kelly me cogió la mano y la apretó.

—Esa historia os dará una idea de cómo era Avery. Jubal se acuerda de algunas de las veces que estuvimos leyendo juntos. Recuerda el día que lo llevé al cine en secreto. Echaban Deliverance. ¿Sabéis que fue lo que más le gustó? La cascada. Las montañas y acantilados por los que pasaban. Nunca se había alejado más de treinta kilómetros de su casa. Un arroyo de montaña era algo nuevo para él.

»En cualquier caso, descubrió que podía volver a aprender las cosas y, francamente, gran parte de sus recuerdos familiares están mejor olvidados.

»Jubal sigue siendo tan inteligente como siempre y, lo creáis o no, que eso es cosa vuestra, estoy hablando de alguien que está a la altura de Einstein, Hawking, Edison o Dyson. Unos pocos años después de la paliza, le mostré la ecuación de Einstein, E igual a m por c al cuadrado. Me preguntó, "¿qué es la E mayúscula?". Se lo dije y me preguntó por la m. "¿Y la c". Le dije que era la velocidad de la luz. La miró durante uno o dos segundos y entonces sonrió y dijo: "Esto va a terminar con todo eso de Newton que me enseñaste. Va a ser otro big bang". Durante la hora siguiente le enseñé algunas otras ecuaciones, y más o menos dedujo por sí solo la Teoría General de la Relatividad.

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