Trueno Rojo (46 page)

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Authors: John Varley

BOOK: Trueno Rojo
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—Me parece bien —dijo Travis—. Kelly, toma nota, ¿quieres? Cuando estemos construyendo el Trueno Rojo II, añadiremos una capa adicional de acero por encima del morro de la nave, separada de esta por aproximadamente medio metro. De este modo, si algo como esto choca con nosotros, el escudo absorberá toda la energía del impacto.

—¿Trueno Rojo II? —preguntó Kelly. Travis estaba sonriendo.

—Claro. No pensarías que esta nave iba a ser el fin la historia, ¿verdad?

—Si te digo la verdad, mi imaginación no había llegado tan lejos.

Decir que Dak y yo esperábamos con impaciencia la maniobra de desaceleración sería quedarse muy corto ¿Cuál es la mayor atracción en los viajes espaciales? Cuando lo piensas un poco, la vida en el espacio gira alrededor de las restricciones, que se extienden a casi todo. Tu espacio vital está más limitado que en un submarino.

El único momento en el que eres más libre que en la Tierra es cuando te liberas de la gravedad. Ingravidez. Volar como un pájaro, rebotar en las cosas como una pelota de goma. No es posible haber leído sobre ello o haberlo visto y no desear experimentarlo.

Irónicamente, el Trueno Rojo eliminaba esta posibilidad. No es que me queje. ¿Meses y meses de ingravidez o tres días de aceleración y deceleración a una g? Creo que todo el mundo se decantaría por los tres días.

Pero luego estaba la maniobra de giro.

Era posible dar la vuelta a la nave sin necesidad de apagar los motores, pero nunca se había hecho antes y Travis, como todos los buenos pilotos, era un conservador nato. Apagaría el motor antes de realizar el giro, y realizaría la maniobra muy despacio, entre diez y quince minutos. De modo que tendríamos este período de tiempo para pasarlo en grande en un medio ingrávido.

Pasamos la última hora antes de dar la vuelta limpiando la nave, puesto que todo lo que no estuviera amarrado empezaría a flotar al instante en cuanto Travis apagara el motor. Cosa que, según nuestro capitán, podría resultar francamente molesta, dado que:

—Es un axioma que, en un medio ingrávido, todo lo que vas a necesitar dentro de poco, buscará y encontrará el peor escondite posible, tan seguro como que las tostadas con mantequilla caerán cabeza abajo.

Lo último que pasó antes de dar la vuelta fue que Travis nos entregó una bolsa de basura de plástico. Todos nos reímos y él esbozó una pequeña sonrisa.

Dos minutos después de la desconexión del motor, yo estaba mareado como un perro.

Mi único consuelo era que también Dak estaba vomitando hasta la última papilla. Llenamos la bolsa de plástico que nos había dado y pedimos otra con voz miserable. Diez minutos después del inicio de la maniobra, yo estaba maldiciendo a Travis. ¿No puedes terminar antes? Pero para entonces ya había llegado a la fase en la que lo has echado todo pero no puedes parar. Las arcadas secas.

¿Cómo podía empeorar? Oh, por favor. Había una cosa que lo hacía infinitamente peor, y era que... Alicia y Kelly se lo estaban pasando como nunca.

Les encantaba la ingravidez. Rebotaban en las paredes, realizaban piruetas por el aire que hubieran hecho sentirse orgulloso al Barón Rojo... De vez en cuando dejaban de reírse el tiempo suficiente para disculparse, pero entonces volvían a caer en la cuenta de lo ridículo que resultaba todo y empezaban de nuevo. Dudo que llegue a perdonarlas alguna vez.

—Ya casi hemos terminado, chicos —dijo Travis desde arriba—. No os desaniméis. Aproximadamente un cincuenta por ciento de la gente experimenta náuseas en su primer vuelo.

—¿Tú las tuviste? —preguntó Dak. Yo no dije nada. Había llegado a un punto en el que la mera mención de la palabra "náuseas" bastaba para provocarme un ataque de vómitos.

—Bueno, no. La suerte del principiante, supongo. Muy bien. ¿Todo el mundo se ha abrochado los cinturones? Bien. Mirad arriba. Si hay algo flotando sobre vuestras cabezas se os va a caer encima dentro de unos diez segundos. ¿Todo despejado?

Todos respondimos que sí. Travis apretó las palancas de aceleración... y sentí que mi peso empezaba a pegarme a la espuma del sillón de seguridad. Había un indicador de aceleración ante mis ojos, una simple aguja unida a un resorte, y vi cómo empezaba a reptar hacia el número mágico de una g...

Y, entonces, toda la nave se estremeció, hubo un fuerte ruido procedente de popa y Travis deceleró a tal velocidad que todos habríamos salido despedidos de nuestros asientos de no ser por los cinturones de seguridad.

Estaba tan asustado que el mareo se me pasó al instante. Miramos a nuestro alrededor, con los nudillos pálidos a fuerza de apretar las máscaras de gas.

—No suena la alarma —susurró Dak. Tenía razón. No se oían los timbres, ni la voz grabada de Kelly diciendo "esto no es un simulacro, esto no es un simulacro". ¿Cómo era posible?

—No hay pérdida de presión —dije tras examinar los controles en busca del problema. Todas las luces estaban en verde. Así como las de todos los demás. Entonces, Dak reparó en los indicadores de potencia de señal de las diferentes emisoras que habíamos estado recibiendo desde la Tierra. Todos estaban a cero. —La antena —dijo Alicia.

—Hemos perdido la antena —dijo Travis desde arriba—. Tiene que ser eso. Estoy desabrochándome el cinturón, voy a echar un vistazo... Sí, la hemos perdido. —¿Contra qué ha chocado? —pregunté.

—Contra una de las patas —dijo Travis—. Manny, acabo de lanzar una moneda y te ha tocado. Sube al puente. Vas a hacer de piloto un rato.

Me desabroché el cinturón mientras el mareo regresaba poco a poco y subí flotando hasta el puente. Travis había abandonado el sillón del comandante y estaba buscando la pata con la mirada por una de las ventanas laterales.

—Desde aquí no parece que haya sufrido daños —dijo—. Pero tendré que salir y echar un vistazo. —Bajó la voz y, sin llegar a susurrar, prosiguió—. Si me ocurre algo, estás al mando. ¿Qué harás?

Vomitar, cagarme en los pantalones y tener un ataque de nervios, no necesariamente por este orden. Pero lo que dije fue:

—Decelerar al máximo.

—Todo está en el ordenador —me dijo—. Limítate a cumplir con lo planeado. Os detendréis a unos ciento cincuenta mil kilómetros de Marte. Sigue.

—Trazar una trayectoria de regreso a la Trueno Azul —dije.

—Sin prisas —dijo Travis—. Tómate el tiempo que necesites. Tendrás de sobra. Los programas de aprendizaje del sistema de navegación son buenos. Pero antes de hacerlo, a baja velocidad, envía a alguien, Kelly o Alicia, a comprobar que la pata está en buen estado si no has recibido noticias mías. Dak y tú no podéis trabajar con los trajes en el exterior hasta que hayáis pasado un período de ocho horas en ingravidez sin vomitar. Lo siento, pero es así. No se puede vomitar dentro de un traje. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Continúa.

—Reducir la velocidad hasta unos pocos cientos de kilómetros por hora con respecto a la Tierra... entrar en la atmósfera de cola, encenderme los motores... y probablemente achicharrarme en la atmósfera.

—Una actitud negativa no va a ayudarte. Si Kelly o Alicia encuentran algún defecto en la pata, aterriza en el océano. La nave debería de flotar.

—Reviento la escotilla de emergencia, despliego el bote salvavidas y nos largamos de allí como alma que lleva el diablo —dije. La escotilla de emergencia se encontraba en la parte superior del Módulo Uno. Se abría con unas cargas explosivas. Cuando los cierres reventaran, un bote salvavidas hinchable, de los que se utilizan habitualmente en los aviones, se desplegaría de forma automática, y nos permitiría abandonar la nave antes de que se hundiera.

—Si no estás seguro de poder aterrizar en tierra firme, puede que te convenga amerizar de todas maneras.

—No estoy seguro de poder hacerlo.

—Haz lo que tengas que hacer. En cualquier caso, todo esto no es más que un procedimiento rutinario. Me refiero a este informe. Volveré dentro de veinte minutos. —Sonrió.

Alicia asomó la cabeza por la escotilla.

—Travis, hemos estado hablando y hemos llegado a la conclusión de que Kelly o yo deberíamos salir a comprobar el estado de la pata. Tú eres el capitán, no deberías abandonar la nave.

Travis suspiró.

—No te falta parte de razón. Pero no hemos probado los trajes ni las cámaras de descompresión y, como capitán, no pienso enviar a ninguno de vosotros ahí fuera. Tengo más horas de experiencia con los trajes espaciales que todos vosotros juntos. Fin de la discusión.

Pareció que Alicia iba a replicar algo, pero entonces recordó que se había comprometido a acatar órdenes. Dak apareció junto a ella, con cara de suspicacia.

—¿Cómo se lanza una moneda cuando no hay gravedad?

Travis sacó una moneda de cuarto de dólar del bolsillo y la lanzó al aire dando vueltas. Todos la observamos un momento y entonces, con una palmada, la atrapó entre las manos. Las abrió y la moneda se quedó allí flotando, con la cara orientada hacia él.

Alicia y Dak estaban en la pantalla, ayudando a Travis a ponerse el traje. Es una suerte que lo hubiéramos practicado. Al principio, tardábamos casi una hora en meternos en uno. Después de mucho entrenamiento, llegamos a hacerlo en diez minutos, con otros cinco para todas las comprobaciones. Naturalmente, Travis era más rápido. Kelly se reunió conmigo en el puente y lo seguimos con otras cámaras mientras entraba en la cámara de descompresión y expulsaba el aire. El indicador de presión cayó a cero y Travis abrió la escotilla.

Alternamos entre la cámara estacionaria de la parte trasera y la que el traje de Travis llevaba en el casco. Se desenvolvía bien. Sujetó su cable de seguridad a la nave y a continuación se dirigió a la pata y empezó a inspeccionarla. No tardó en localizar el área de impacto.

—Esa parabólica se dirige a las estrellas a cinco millones de kilómetros por hora —nos dijo por radio—. ¿Cuánto tiempo tardará en llegar a Alfa Centauro?

—¿Lo vas a preguntar en el examen final? —pregunté.

—Para subir nota.

—Mil años —dijo Kelly, y cuando la miré, se encogió de hombros—. Un tiro a ciegas —susurró.

—¿Le has soplado la respuesta, Manny? —dijo Travis con una carcajada.

Yo no lo había calculado. Pero si la luz viaja a 300.000 kilómetros por segundo... que son 18 millones de kilómetros por hora, unos 108 millones de kilómetros por hora, un año luz son más de nueve trillones y medio de kilómetros y, como Alfa Centauro se encuentra a cuatro años luz y medio de distancia... la respuesta era 1.004 años. ¿Qué os parece?

—Era una pregunta con truco —dijo Travis—. La respuesta es nunca. No estamos apuntando hacia Alfa Centauro.

En aquel momento estaba moviéndose junto a la pata con bastante rapidez. Sufrí otro episodio de arcadas secas antes de que terminara de examinar la zona más crítica, las soldaduras que conectaban la pata a la estructura de soporte, y desde allí al resto de la nave.

Pasó media hora antes de que nos informara de que todo estaba bien. Otros veinte minutos más para regresar a la nave y subir a la cabina. Cinco minutos más antes de que considerara que estábamos preparados para volver a acelerar. Y así, poco más de una hora después del inicio de la emergencia, la bendita, bendita aceleración volvió a colocar mi estómago donde le correspondía. Me sentía como si acabara de pelear diez asaltos con el campeón del mundo de los pesos pesados.

Travis estabilizó la nave en un nuevo vector de avance y a continuación se reunió con nosotros en la sala común.

—¿Ya no nos dirigimos a Marte? —preguntó Alicia—. O sea, hemos recorrido más de cinco millones de kilómetros mientras estabas fuera, si no me equivoco.

—No te equivocas. Si nos atuviéramos a nuestros planes de vuelo originales, pasaríamos de largo y tendríamos que dar media vuelta. Pero puedo compensar la deriva aplicando un poco más de potencia. Todavía no he calculado con exactitud de cuánta potencia se trata... Esa es una de las ventajas del Trueno Rojo, es sencillo de manejar. Básicamente, solo hay que apuntar al sitio al que quieres llegar y pisar el acelerador. No hace falta calcular complicadas órbitas. Pero tendremos que soportar entre uno punto tres y uno punto cinco g hasta llegar a Marte, si queremos situarnos en una órbita estacionaria de unos mil quinientos kilómetros sobre la atmósfera. No creo que lo notéis. De hecho, en este momento volamos con uno punto cinco g. ¿Os sentís pesados?

No fue hasta ese momento que tuve tiempo de pensar en las consecuencias del accidente de la antena. Ya no podíamos transmitir ni recibir señales desde la Tierra. Estábamos aislados, y seguiríamos estándolo.

De repente, el espacio exterior me parecía un lugar muy solitario.

Capítulo 28

Retiro todo lo dicho sobre la falta de vistas en la Trueno Rojo. Al llegar a Marte, Travis nos llevó con suavidad hasta una órbita baja, y Marte, en toda su gloria, cubrió la mitad del horizonte.

El Planeta Rojo no era tan rojo como yo esperaba. Había en él infinitos matices de color óxido, y grandes zonas de arena, de color más claro, vastos desiertos y profundos valles, y montañas volcánicas que proyectaban sombras muy alargadas al anochecer o al alba.

Ojalá me hubiera encontrado bien para poder apreciarlo como merecía.

Estábamos flotando en la cabina, disfrutando de la mejor vista que tendríamos en todo el viaje, y yo tenía la boca llena de saliva. A veces trataba de tragármela, pero a mi estómago no le gustaba nada la idea. Sentía arcadas, y trataba de vomitar de nuevo. Creo que a Alicia y Kelly estábamos empezando a parecerles repugnantes. Las muy asquerosas.

Podríamos haber penetrado en la atmósfera sin necesidad de ponernos en órbita. El Trueno Rojo era capaz de hacerlo, pero el lugar en el que Travis quería aterrizar se encontraba al otro lado del planeta cuando llegamos, así que tuvimos que "aparcar" durante una hora.

—¿Noctus Labyrinthus? —preguntó Dak—. Creía que...

—Elysium Planitia, lo que le dije al mundo entero en nuestra última conferencia de prensa —dijo Travis con una sonrisa—, es una llanura bonita y plana, sin nada de auténtico interés. Una elección magnífica para realizar un elegante, seguro y tranquilo aterrizaje. Pero no es allí adonde vamos.

—¿Por qué no? —preguntó Kelly.

—Porque es un sitio sin interés y porque es lo que quería que creyeran los chinos. Hijos míos, las dos atracciones turísticas más importantes de Marte son el Olympus Mons y los Valles Marinensis. El primero es el volcán más grande del sistema solar. Más de veinte mil kilómetros por encima de la tierra circundante. Comparadlo con el Mauna Loa, el mayor volcán de la Tierra, que se eleva tres mil kilómetros sobre el lecho del océano.

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