Authors: John Varley
Estaba claro que mucho de lo que rodeaba a Travis frustraba a los medios de comunicación. A pesar de lo enorme que era el clan Broussard, no pudieron localizar a una sola persona dispuesta a hablar delante de las cámaras. El máximo potencial para una historia lo representaba, evidentemente, el tipo de la barba blanca que aparecía en el cuadro pintado en la nave, pero ningún Broussard quería hablar de él salvo para decir, y nunca delante de los micrófonos, que el primo Jubal era un poco retrasado. Estaba escondido porque todo aquel revuelo podía afectarlo. Que era exactamente lo que Travis les había dicho que dijeran.
Pero el detalle más jugoso sobre Travis fue que su ex mujer era miembro de la misión Ares Siete, que en aquel momento marchaba de camino a Marte en el Ares Siete.
La tripulación de la nave americana celebró una conferencia de prensa un día después de que hubiéramos dejado la Tierra. Apenas pudieron disimular su irritación, aunque se veía a las claras que la postura oficial que se habían visto obligados a adoptar era que si, si la nave existía, y en efecto estaba tripulada por americanos, les deseaban toda la suerte del mundo. Después de todo, lo de menos es quién llegue primero, lo importante es que el hombre vaya a Marte.
Holly Broussard Oakley parecía confundida. Debía de ser una pesadilla para ella, descubrir, cuando solo le quedaban unas semanas para llegar a Marte, que su ex marido estaría allí esperándola. Todos lo sentimos por ella, Travis incluido.
Pero lo peor para Travis fue cuando trataron de involucrar a sus hijas. La cuestión que se planteó inmediatamente fue si tenía sentido embarcarse en un viaje tan peligroso como aquel mientras su madre, que tenía la custodia, se encontraba en una situación similar. Una procesión de cabezas pensantes discutió sobre lo traumático que sería para unas niñas pequeñas que sus dos padres murieran en el espacio exterior. La televisión emitió imágenes de las niñas en la escuela y en la puerta del edificio del piso de Holly Oakley y de sus abuelos. Los periodistas, desesperados por obtener nuevos testimonios, llegaron a incordiar a los vecinos del inmueble mientras entraban y salían de sus casas. Ser periodista debe de ser un trabajo asqueroso si posees un mínimo de decencia.
La historia del aterrizaje de emergencia de Travis en África se contó muchas veces, así como la del de Atlanta. Fuentes que deseaban permanecer en el anonimato insinuaron que había en su historial más de lo que parecía a primera vista y los periodistas siguieron excavando. Yo esperaba que no llegaran a averiguar la verdad. No contribuiría a la tranquilidad de espíritu de mi madre... pero para entonces ya sabía que había que estar preparado para lo peor.
El peor caso fue el de Alicia, claro. ¿Un padre en prisión por haber matado a su madre? Una historia magnífica. Se emitieron unas viejas imágenes en las que se veía a un hombre blanco con expresión confusa, pelo revuelto y un corte en el labio, junto a una fotografía de una sonriente mujer de color. Tribunal TV había seguido el juicio, así que se emitieron también sus momentos culminantes, especialmente la sentencia. La única buena noticia fue que el padre se negó a hablar con los periodistas.
En un momento dado, mientras veíamos todo esto en la televisión, me di cuenta, con cierta sorpresa, de que yo era el único al que no estaban crucificando de una forma o de otra. De todos nosotros, era el único que no tenía "asuntos", como solía llamarlos el consejero escolar, con uno o más de sus padres. El único problema que tenía con mi padre era que estaba muerto.
No hubiera debido hacerme ilusiones. Desenterraron la historia de su muerte en un asunto de drogas. Un periodista sacó el tema a colación mientras entrevistaba a mi madre. La aparición repentina de la pregunta, totalmente inesperada, pareció caer sobre ella como un peso muerto, porque puso cara de confusión... y entonces echó al periodista con cajas destempladas y por la puerta delantera.
—Oh, Betty —gimió Travis al verlo—. Nunca ataques a un periodista. Por mucho que se lo merezca.
—Mamá y su mal genio —dije. Estaba colorado y sudoroso. Kelly me cogió la mano y la apretó... y entonces sacó un once y aparcó en un hotel que Dak tenía en la Avenida Nueva York. Por una vez, Dak no lanzó un aullido de alegría al recibir su dinero.
—Animaos, chicos —dijo Travis—. Todos sabíamos que esto iba a ocurrir. Y ninguno de vosotros tiene de qué avergonzarse. Así que no os avergoncéis del lado oscuro de vuestras familias, ¿de acuerdo? Todas las familias tienen lados oscuros. Creedme, cuando regresemos, todo será perdonado y olvidado.
No todo fue podredumbre. Muchas de las historias nos hicieron reír.
En los días posteriores al lanzamiento debieron de entrevistar a todos los profesores y todos los alumnos de cada colegio en el que había estado cualquiera de nosotros. Nuestros compañeros nos apoyaban, al 1000 por 100. Empezó a resultar un tanto embarazoso escucharles diciendo lo listos que éramos, lo dispuestos que estábamos siempre a ayudar a todo el que lo necesitaba y lo buenos amigos que éramos. Y es que, en muchos casos, los que lo decían eran tipos a los que apenas recordábamos. Recordaba a esos reportajes sobre tiroteos escolares —¡Siempre me pareció un poco raro, no tenía amigos, joder, sí, todos sabíamos que un día se liaría a tiros!— solo que al revés.
Todos prorrumpimos en vítores el día que entrevistaron a 2Loose. El tío era un maestro. Sabía de forma instintiva cómo manejar a los medios y estaba más que dispuesto a pasarse un día entero delante de una reproducción del mural del Trueno Rojo, explicándole los detalles a la audiencia. Y solo concedía entrevistas en su estudio, donde la gente podía echar un vistazo a sus otras obras... que estaban a la venta.
Pero no solo estaban las noticias de la prensa sensacionalista. Había otras que nos recordaron que el hecho de que hubiésemos llegado hasta allí había tenido serias consecuencias, que era algo más que un alegre viaje a otro planeta.
Los agentes Dallas y Lubbock se presentaron en el Despegue unas cuatro horas después del lanzamiento, junto con cuatro o cinco agentes más y algunos polis locales. Los polis no parecían demasiado contentos. Me da la impresión de que estaban de nuestro lado. Entraron todos en el salón, que en aquel momento estaba abarrotado por nuestros amigos... y un hombrecillo con un maletín al que se había visto allí sentado, solo, en algunas imágenes anteriores. Lo que vino a continuación podría haber resultado gracioso de no ser tan importante para nosotros.
Estaba claro que a los agentes no les gustaba la presencia de las cámaras de televisión, y les gustó aún menos cuando el hombre trajeado se identificó como George Whipple, del despacho de abogados que habíamos contratado, representante de los Broussard, los García y los Sinclair.
—Queremos hacerles algunas preguntas —dijo el agente Dallas o el agente Lubbock.
—Claro —dijo mamá.
—En el... cuartel —dijo Dallas o Lubbock.
—¿Están mis clientes bajo arresto? —preguntó Whipple.
—Eh... no, pero así sería más fácil...
—Mis clientes responderán a sus preguntas aquí mismo —dijo Whipple. Aquí mismo, delante de dos mil millones de personas—. Si los arrestan, naturalmente yo los acompañaré. Les he aconsejado que no respondan a nada si no estoy presente.
Básicamente, aquello fue el fin del incidente, aunque Dallas y Lubbock no se rindieron de inmediato. Pero, ¿qué podían hacer? ¿Esposar a dos hombres y tres mujeres y llevárselos arrestados por... por qué? No podían recurrir al argumento de la "seguridad nacional". No habíamos robado nada ni le habíamos revelado nada a ninguna potencia extranjera. Whipple nos dijo que creía que solo habíamos quebrantado tres leyes. Primero, habíamos utilizado un aeroplano ilegal sin haberlo registrado en la FAA. Segundo, habíamos despegado sin el permiso del aeropuerto de Daytona o de cualquier otro. Y tercero, habíamos montado una fundición sin permiso. A la gente del Despegue solo se la podía procesar por conspiración para cometer estos delitos.
—Un caso sin base, si alguna vez he visto uno —dijo—. Si no puedo conseguir que os suelten a todos por haber ido a Marte y convertiros en héroes nacionales, no volveré a practicar la abogacía.
Los agentes y los policías se marcharon del motel quince minutos después de haber llegado. Los polis estaban sonriendo. Lubbock y Dallas fueron trasladados a las oficinas del FBI en Butte, Montana.
Pero no había ningún elemento cómico en la otra parte seria de la historia. Sabíamos que a China no le gustaría ser vencida en la carrera hacia Marte. Había invertido demasiado dinero y demasiado esfuerzo nacional. Su pérdida de prestigio sería gigantesca si lográbamos vencerlos.
Así que la postura oficial de China fue: es un fraude.
Vimos al director del programa espacial chino en la televisión, denunciando el asunto entero. Parecía furioso, aunque debo admitir que los chinos y los japoneses siempre me han parecido un poco cabreados por su forma de escupir las palabras.
—Ahora mismo, este es nuestro mayor problema —dijo Travis—. Tenemos que convencer a todo el mundo, incluidos los chinos, de que no estamos sentados en un estudio de Washington y de que todo esto no es un montaje.
—¿Cómo podemos hacerlo? —preguntó Dak.
—Tengo algunas ideas —dijo Travis con una sonrisa.
La sonrisa se apagó cuando vio a un millón de chinos enfurecidos en la plaza de Tian-an-men, quemando banderas americanas. Un grupo muy nutrido de manifestantes marchó a la embajada americana y empezó a bombardearla con piedras y bombas incendiarias. Un Marine resultó muerto antes de que el Ejército Chino lograra hacer retroceder a la multitud. Cuando lo vimos en las noticias, creí que Travis iba a meterse en la pantalla y empezar a matar manifestantes con sus propias manos, y todos hubiéramos ido con él.
Después de aquello, apagamos la televisión durante un rato.
Siempre me había costado imaginarme durmiendo mientras volábamos por el espacio a velocidades absurdas. No había contado con lo aburrido que puede ser un viaje por el espacio con aceleración constante. Era exactamente igual que los cinco días de ensayo general, con la única diferencia de que entonces teníamos las emergencias de Travis para entretenernos.
Dak nos había aplastado al Monopoly y nadie tenía ganas de empezar otra partida. En aquel momento yo estaba de guardia en el sistema de aire y cuando terminara, le tocaría el turno a Alicia.
Kelly bostezó y se levantó de la mesa.
—Hora de irse a la cama, ¿no crees, Manny?
—Idos todos —dijo Alicia, guiñándonos un ojo.
Seguí a Kelly hasta nuestro camarote y, una vez dentro, cerró la puerta, echó el cerrojo y se apoyó en ella.
—¿Has oído hablar del Club de la Milla de Altura? —me preguntó.
—Todo el mundo ha oído hablar del Club de la Milla de Altura.
—Bueno, querido, pues estamos a punto de convertirnos en miembros del Club del Millón de Millas de Altura. Hasta puede que seamos sus primeros miembros. —Se metió en la cama conmigo.
¿Sus primeros miembros? Probablemente no, aunque los tripulantes de la Ares Siete o de la Armonía Celestial nunca lo habrían reconocido. Tanto China como mi amada patria eran demasiado estrictas en estos asuntos.
Pero aunque no fuéramos los primeros, fue una noche digna de recordarse. Creo que dormí algo así como una hora, y entonces Alicia llamó a la puerta, porque empezaba mi turno de guardia en el sistema de aire.
Así que un viaje a Marte no tiene por qué ser aburrido.
Unas dos horas antes del inicio de la desaceleración, la nave entera empezó a repicar como una campana gigante. Me puse en pie al instante, en medio de las alarmas y la voz grabada de Kelly.
—Pérdida de presión en el Módulo Uno. Pérdida de presión en el Módulo Uno. Esto no es un simulacro. Esto no es un simulacro.
Fui el primero en llegar a la intersección, bajé y cerré la compuerta interior de la cámara de descompresión. Cuando estaba terminando, llegó Kelly para ayudarme con el traje de supervivencia de emergencia. Me lo puse en cuestión de segundos y entré en la cámara de descompresión. Kelly cerró la compuerta tras de mí y dio un golpe en el metal para indicarme que la había sellado.
La lectura del indicador de presión de la cámara era normal, lo mismo que la del módulo... un segundo, acababa de bajar una fracción de centímetro. Muy poco, pero lo bastante para que no pudiera abrirse la escotilla interior a menos que utilizase la palanca de sobrecarga de emergencia, situada allí, en la cámara.
El procedimiento establecía que debía activar el traje si la presión descendía por debajo de 10 psi. Todavía faltaba mucho para eso y si la fuga empezaba a aumentar repentinamente, podía activar el traje en dos segundos. Así que sobrecargué la compuerta y abrí la compuerta interior. Me colgué de la escalerilla y cogí dos de los paquetes de parches que se guardaban allí y un generador de humo, que a continuación rompí y sostuve en alto para ver en qué dirección flotaba el humo. Ascendía, así que lo seguí por la escalerilla.
En la parte alta de la nave, el aire se movía con bastante más violencia que en el centro. Pero la presión seguía siendo aceptable, puesto que el sistema automático suministraba más aire para compensar la pérdida, cosa que continuaría haciendo hasta que la fuga alcanzase un nivel mucho más preocupante. Vi que el humo flotaba hacia un diminuto agujerito. El revestimiento aislante había explotado hacia el interior como un cristal golpeado por una Broussard.
—Hemos chocado con algo —dije por radio—. Hay una brecha, menor que un perdigón. ¿Creéis que hemos podido topar con un perdigón?
—Si hubiéramos chocado con algo de ese tamaño a esta velocidad —dijo Travis—, nos habría hecho pedazos. Habrá sido una mota de polvo o un granito de arena muy pequeño. No pongas el parche hasta que...
—Tengo la situación controlada, Travis. Perdón, quería decir capitán.
—Lo estás haciendo muy bien, Manny.
La abertura estaba enfriándose con rapidez. No me arriesgué a tocarla, pero la tapé con un parche y aguantó. El humo dejó de revolverse. Una vez seguro de que el parche estaba bien colocado, bajé de nuevo y volví a subir con un sellador de silicona, con el que rocié los bordes del parche. Una, dos, tres veces, por seguridad. El vacío no succionaría el denso y pegajoso material que rodeaba los bordes del parche. Misión cumplida.
—Será mejor que nos guardemos esta historia hasta que hayamos regresado —sugerí mientras volvía a entrar en el módulo central y Kelly me ayudaba a quitarme y plegar el traje.