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Authors: John Varley

Trueno Rojo (52 page)

BOOK: Trueno Rojo
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Vi que Travis estaba poniéndose su traje. Me sonrió.

—Alguien tiene que salir para ayudarlas a cruzar —dijo—. Y no creo que eso sea demasiado peligroso. Pero quiero que vosotros dos os pongáis también los trajes, todo menos los cascos, y que los tengáis a mano. Deberíamos haberlo pensado antes. Hay demasiadas cosas volando por todas partes. Podríais sufrir un accidente.

Y con estas palabras, los tres se pusieron los trajes —después de que le diera un último beso a Kelly— y entraron en la cámara de descompresión.

Dak y yo los seguimos con la mirada mientras nos cambiábamos y a continuación subimos corriendo a la cabina. Llegamos justo a tiempo de verlos flotando hasta las portillas, unidos por un cable entre sí y a uno de los numerosos ganchos que sobresalían de los costados del Trueno Rojo con ese preciso propósito.

—Kelly, ve tú la primera. Estaré aquí para guiarte cuando llegues allí. ¿Ves ese trozo de aluminio a unos siete metros de la pieza más gruesa?

—Sí, creo que sí.

—Parece el centro de gravedad. Si llegas hasta allí, engancha el cable y de ese modo no empezarás a dar vueltas. Luego mandaremos a Alicia. Y ahora, este trasto de aquí...

Se refería a la Unidad de Maniobra Espacial que el capitán Xu nos había prestado. Parecía el manillar de una bicicleta con un enorme termo adosado.

—Al principio te impulsarás dando una simple patada al costado de la nave. Tienes que sostener la UME de esta forma, ¿ves? Por encima de tu cabeza. Sujétate a ella pero no la utilices para acelerar o frenar, ¿de acuerdo? Solo para llevar a cabo pequeñas correcciones de trayectoria. Pulsa este botón con el pulgar. No lo bajes, o tiraré de ti y tendrás que volver a empezar, ¿de acuerdo?

Kelly asintió. Imagino que estaba demasiado asustada para hablar.

Travis ató la UME al traje de Kelly para que no la perdiera, le puso la bolsa de herramientas en la cintura y la empujó hasta una posición situada a unos dos metros de la nave. Kelly empezó a sacudir los brazos y a mí se me puso el corazón en un puño. Pero entonces ella se calmó, miró a Travis y empezó a repetir una serie de movimientos de entrenamiento. Al principio apretó el control demasiado tiempo y se alejó hasta el máximo alcance del cable de seguridad, que era de siete metros. Travis la trajo de regreso, sin dejar de hablar calmada y tranquilamente un solo momento, y volvió a colocarla en posición. No tardó en aprender a dirigirla en la dirección que quería.

—Nunca me había sentido tan inútil, tío —dijo Dak, y no pude por menos que estar de acuerdo. ¿Cómo habíamos llegado a eso? Kelly y Alicia nunca habían soñado con ir al espacio, al contrario que Dak y yo. ¿Cómo era posible que nuestras novias hubieran acabado allí fuera y nosotros en la nave?

Después de unos veinte minutos de entrenamiento, Travis decidió que nunca estaría más preparada. Así que la colocó con los pies apoyados en la superficie del Trueno Rojo y le dijo que saltara. Ella saltó.

Al principio parecía que iba bien, dirigida hacia el centro de gravedad de los restos de la Ares Siete. Pero Travis, que tenía una perspectiva mejor, le dijo que se estaba desviando hacia la derecha.

Mantuvo el botón pulsado demasiado tiempo y la máquina pareció retorcerse entre sus manos. Sea como fuere, soltó la UME y empezó a sacudir los brazos.

—Oh Dios, oh Dios —dijo con un hilo de voz.

—Kelly, recupera la UME. Solo tienes que tirar del brazo izquierdo. Eso es. Ya la tienes. Ahora apunta directamente en sentido contrario a tu pecho y pulsa el botón.

Seguía columpiándose de tal forma que parecía que acabaría dando vueltas alrededor del Trueno Rojo, pero al menos ahora se movía más despacio.

—Otra vez. Eso es. Otra vez más. Otra más.

Finalmente quedó inmóvil al otro extremo del cable. Verifiqué algo que no había recordado hasta el momento, la telemetría de su traje. Sus ritmos cardiacos y respiratorios estaban muy acelerados. El cardiaco disminuyó un poco mientras Travis la traía de regreso lentamente. Pude oír su suspiro al volver a tocar el casco con las botas.

—No está mal —dijo Travis—. Nunca creí que pudieras hacerlo al primer intento. ¿Quieres que esperemos un poco para que puedas recobrar el aliento?

—No, sigamos.

Volvió a saltar. Esta vez se desplazó a la derecha desde el principio... pero esta vez lo hizo mucho mejor con la UME, logró alinearse casi perfectamente, se pasó por poco, corrigió de nuevo la trayectoria y, cuando le quedaban tres metros de cable, se detuvo a escasa distancia de la posición óptima. Travis tiró un poco del cable de seguridad y la aconsejó para que consiguiera llegar hasta el objetivo con pequeñas maniobras de la UME. Tardó un minuto entero en recorrer los últimos centímetros, pero cuando finalmente pudo extender los brazos y sujetarse a aquella densa maraña de cables, la oí reír. Dulce música para mis oídos.

—Bien. Engancha tu segundo cable de seguridad en alguna parte... eso es. Ahora, desengancha el primero y asegúralo en los cables que tienes delante. Bien.

Travis tiró del cable hasta ponerlo tenso y sujetó su extremo en una argolla.

—Ahora va a pasar Alicia.

Esta vez fue más fácil, porque lo único que Alicia tuvo que hacer fue unir su cable al primero con un mosquetón y tirar de él.

—Solo hace falta que tires unas cuantas veces —le dijo Travis—. Tardarás unos cinco minutos en cruzar, ¿de acuerdo?

—Sí.

Con una mano en el cable y la otra en la bolsa presurizada en la que llevaba instrumental y equipo médico, empezó a tirar.

—Oh, tío, esto no me gusta, esto no me gusta.

—Puede que sea mejor que cierres los ojos —le dijo Dak.

—Dak, no te quiero en esta línea.

—Déjelo hablar, capitán. Me ayuda.

—Bueno. Lo siento, chicos.

—No hay problema.

—Dak, ¿puedes seguir hablándome?

Dak corrió a la cubierta de control, sin dejar de hablar un momento, y regresó al cabo de unos segundos con un CD. Lo introdujo en el reproductor y la canción favorita de Alicia empezó a sonar en nuestros oídos. Oí que ella se echaba a reír y luego se unía a la canción.

—Ahora abre los ojos, Alicia —dijo Travis cuando ella se encontraba casi al otro lado—. ¿Me oyes? Sujétate con fuerza al cable, con eso debería bastar. —Así lo hizo, y en cuestión de segundos, Kelly la cogió de la mano y entre las dos sujetaron sus cables.

—¿Y ahora qué?

—¿Veis algo que parezca prometedor? —preguntó Travis. Hubo una larga pausa.

—Nada —admitió Kelly—. No se ven luces ni nada parecido.

—Bien. Seguid buscando.

—Está bastante oscuro.

—Encended los focos del casco.

—Los... ¡Oh, bien, buf! Olvidad esto último. —Todos los cascos tenían focos de criptón montados sobre los visores, no muy diferentes a un faro de coche. En su momento solo funcionaba uno y el resto habíamos tenido que pedirlos a Rusia.

Las luces de sus dos trajes se encendieron.

—Creo que ya sé dónde estáis —dijo Travis—. Dak, Manny, sacad los planos del Ares Siete. Corregidme si me equivoco pero, ¿no se parece eso a la cubierta C?

Desplegamos el mapa en la pantalla de Travis, lo giramos varias veces y finalmente encajó. Dak señaló un alargado cilindro de oxígeno que había en el plano y luego un tanque de grandes dimensiones que Alicia y Kelly tenían encima de sus cabezas.

—Creo que tiene razón, capitán. Kelly, Alicia, si no estamos confundidos, la escotilla principal debería de estar en el lado opuesto al Trueno Rojo. Gira un poco a la derecha, Kelly... un poco más... ahí. Lo que estáis enfocando ahora se parece bastante a la escalerilla de descenso y a lo que queda de una pata de aterrizaje. ¿Lo veis?

—Sí. Pero... hay un montón de cables. Es una auténtica ratonera.

—No os enganchéis en los cables.

—No pienso acercarme a ellos. Pero la escotilla está al otro lado. No sé cómo vamos a atravesarlos, a menos que los cortemos.

—¡No! —gritamos los tres a la vez. Kelly se echó a reír.

—No vamos a hacer un solo movimiento hasta que lo hayamos discutido, no os preocupéis.

—¿Alguna idea? —pidió Travis.

—Que vuelvan, damos la vuelta a la nave y volvemos a intentarlo —dijo Dak.

—Cortamos algunos cables y probamos a pasar —dijo Alicia.

Hubo un largo silencio.

—Estoy de acuerdo con Dak —dijo Travis—. Volved junto al cable y os traeré de regreso.

—Podríamos tardar horas —dijo Kelly—. Si hay alguien ahí dentro, puede que se les esté acabando el tiempo.

—Y si no lo hay —dijo Travis—, puede que estéis arriesgando la vida por nada.

—Yo creo que sí que hay alguien —dijo Alicia.

—Y yo. Y no lo llames intuición femenina. Ahí hay alguien.

Hubo otro largo silencio. Travis suspiró.

—Cortadlos de uno en uno. La situación es terriblemente peligrosa. Si cortáis el cable equivocado, podría deshacerse todo.

—En ese caso, vienes y nos recoges.

Una pausa.

—Claro. Pero tomáoslo con calma, ¿de acuerdo?

—Recibido. ¿Dónde está esa cizalla? Oh, Alicia, ¿puedes...? Acabo de perder el martillo del mango rojo. Lo siento, Travis. Se ha ido volando... Voy a ver si puedo...

—¡Déjalo! —le espetó Travis. Y luego murmuró—. Debería haber atado las putas herramientas... Kelly, no te preocupes. Puedes utilizar cualquier cosa como martillo.

—Tengo la cizalla. Estoy atándola al traje... Ahora estoy cerrando la bolsa de herramientas. Bien, Alicia, ¿por dónde empezamos?

—Por ese de ahí.

—Voy a cortar un cable grueso, de color verde... Ya está... Bueno, ha ido bien. Apártate, Alicia... Bien. Ahora voy a cortar uno grueso, de color dorado... Ya.

Cortó seis cables y los apartó antes de topar con el que no debía. En cuanto lo cortó, todo empezó a moverse.

—¡Apártate, Alicia! —le advirtió Kelly. Se movieron... y el menor de los tres fragmentos de la Ares Siete se soltó de los demás y empezó a perderse girando en dirección al olvido. Todo ocurrió en un silencio completo, pero mi mente suministró el chirrido del metal tenso y el sonido de unas cuerdas de guitarra que se partían mientras otros cables más pequeños, incapaces de soportar el peso que hasta ahora habían sustentado cuatro o cinco cables gruesos, cedían y reventaban como latigazos. Kelly y Alicia le dieron la espalda al caos. Uno de aquellos látigos desbocados restalló sobre la mochila de Kelly. Entonces, los dos fragmentos restantes de la nave se separaron y empezaron a alejarse flotando... y me di cuenta de que el cable de seguridad estaba en el lado equivocado.

Travis también se dio cuenta. Vio que el pedazo de chatarra extraviada estaba a punto de tensar el cable, y alargó la mano para soltar el nudo corredizo que le había hecho por si se producía alguna situación muy crítica. El cable resbaló como una serpiente por la argolla y desapareció.

—Tenía que hacerlo —dijo—. Tenía que hacerlo. Estaba a punto de verse atrapado en una espiral... se habría...

—Enroscado alrededor del Trueno Rojo —dije— y se habría estrellado contra nosotros.

—Así es. ¡Kelly, comprueba los sistemas de tu traje, ahora mismo!

—... cinco por cinco Travis. —Seguían sujetas al fragmento más grande y ahora podían ver cómo nos alejábamos flotando—. Vais a venir a buscarnos, ¿no? Quiero decir... deprisa. Esto no me gusta demasiado.

—Vamos ahora mismo —le aseguró Travis, que ya había salido de mi campo de visión. Oímos el mecanismo de la cámara de descompresión y Travis llegó al puente en un tiempo récord, con la superficie del traje llena de escarcha.

Dak y yo bajamos y nos abrochamos los cinturones. Sentimos unas sacudidas suaves mientras Travis giraba la nave utilizando unos pequeños cohetes, no muy diferentes a los de la UME. Luego, una patada en los pantalones al activar el motor principal. Dos minutos, otra fuerte sacudida del motor principal, un ligero eructo y, cuando Dak y yo subimos a la cabina, pudimos ver que había situado el Trueno Rojo en una trayectoria paralela a la de la chatarra y las chicas, y estábamos inmóviles con respecto a ellas. Una hazaña asombrosa de vuelo sin contar con el apoyo de un ordenador, que demostraba una vez más que nada podía sustituir a un piloto humano a los mandos de una nave, dijeran lo que dijeran los chinos.

—Muy bien, chicos —dijo Travis con voz fatigada—. Teníais razón. Tengo que permanecer en los controles. Manny, quiero que...

—¡Estamos viendo dos trajes espaciales! —exclamó Kelly. Travis se acercó al instante a la portilla. Desde nuestra perspectiva, parecía que las chicas se habían desplazado al otro lado de la nave. Podíamos ver el reflejo de sus focos en las superficies metálicas del fragmento, pero no las luces mismas.

—¿No os dije que no os movierais?

—De hecho no, Travis, pero la verdad es que apenas lo hemos hecho. Este trozo de chatarra ha empezado a rotar. Nos hemos alejado de vosotros. Estoy acercándome a la...

—Quieta, Kelly, por favor.

—Si apenas me muevo... Oh, Dios mío. No vomites, no vomites, no vomites.

—Capitán, hay alguien dentro del traje —dijo Alicia—. No lo mires, Kelly.

—Estoy bien, estoy bien.

—El... ah, tiene el brazo seccionado a la altura del codo. Es difícil saber si ha muerto por la hemorragia, el frío o la anoxia.

—No vomites, no vomites, no vomites...

—¿Podéis ver de quién se trata? —preguntó el capitán en voz baja.

—Capitán, la cara... no está muy bien. Ni siquiera sé si es un hombre.

—Roger.

Kelly parecía haber controlado al fin su estómago. Mientras el trozo de chatarra giraba lentamente hacia nosotros, a una velocidad aproximada de una rotación cada tres minutos, volvimos a verlas.

—El camino a la escotilla está expedito, capitán —dijo Kelly—. ¿Lo veis?

—Lo vemos. Voy a enviar a Manny con otro cable para ayudaros.

—Capitán —dijo Alicia—. Sugiero que esperemos un momento. No os vais a ir a ninguna parte, ¿verdad? Quiero decir, ahora que volvemos a estar juntos.

—Es verdad.

—Bueno, cuando Kelly perdió ese martillo, empecé a preguntarme qué más cosa necesarias nos habríamos olvidado. ¿Por qué no esperáis hasta que hayamos echado un vistazo? No creo que nadie quiera pasar de la nave a aquí si no es absolutamente necesario.

—Ahora que lo mencionas, Alicia, estoy de acuerdo. Buena idea.

—Nos estamos acercando a la escotilla.

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