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Authors: John Varley

Trueno Rojo (51 page)

BOOK: Trueno Rojo
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—Alguien de la NASA o de algún departamento del gobierno ha debido de pensar que éramos la última esperanza de la Ares Siete, porque ha enviado la última telemetría de la nave al capitán Xu. Eso nos proporcionará una idea bastante aproximada de dónde encontrarlos. —Levantó un DVD plateado—. Gracias, capitán.

—Me alegra haber podido ayudarlos. Pero me temo que debo mencionar otro problema. —Tardó un rato en decidirse a hablar. Se veía en su cara lo mucho que aquello estaba costándole.

—El camarada Chun ha... ha sufrido una crisis mental. Recibimos órdenes de no pasarles esta información. Creo que el origen de las órdenes es dudoso, no seguía la cadena habitual de mando de la agencia espacial. Chun me ordenó... que destruyera su nave, o la inutilizara de alguna manera. Se puso violento y hubo que reducirlo.

Se miró los pies y ninguno de nosotros dijo nada. ¿Destruir nuestra nave? ¿Es que habían traído explosivos? Entonces me acordé de que uno de los experimentos previstos para el día era colocar unas cargas explosivas y estudiar las vibraciones sísmicas, como hacen los prospectores cuando buscan petróleo. El Trueno Rojo era duro, probablemente más de lo que creían esos asesinos de Pekín, pero como cualquier nave, tenía sus puntos débiles, y no haría falta una carga demasiado potente para destruirlos o debilitarlos. ¡Hijo de puta!

—Nos espera una estancia muy larga en Marte —continuó finalmente Xu—. Estaba preguntándome si sería posible... que... que se llevaran con ustedes al camarada Chun y lo entregaran a las autoridades, o a la embajada china. No... no sé cómo vamos a tenerlo maniatado y vigilado todo este tiempo. Y, como ustedes estarán de regreso en la Tierra dentro de pocos días...

No pudo seguir.

Travis le puso una mano en el hombro, lo miró a los ojos y sacudió la cabeza.

—No puedo hacerlo, amigo mío. No voy a pedirle a mi tripulación que esté vigilándolo las veinticuatro horas del día, por muy corto que sea el viaje.

—Sí, claro. Estoy seguro de que yo habría hecho lo mismo. En tal caso... ¿no tendrían algo en la nave que nos sirviera para maniatarlo? Parece ser que dejamos la Tierra sin unas tristes esposas.

Lo dijo con tono irónico.

—En eso sí podemos ayudarlos. Aunque, curiosamente, también nosotros nos hemos olvidado las esposas.

Le dimos media docenas de rollos de cinta aislante y un rollo de cable que nos sobraba. Lo creáis o no, no llevaban cinta aislante a bordo. Para mí, una norma de vida fundamental es no salir jamás de los límites de tu ciudad natal sin un rollo de cinta aislante en el maletero y una navaja suiza en la guantera.

—Pero no creo que tengan que mantenerlo atado todo ese tiempo —dijo Travis—. En los próximos meses vendrá mucha más gente. Joder, vendré yo en persona a buscarlos si nadie más lo hace. —Hizo una pausa momentánea—. No sé si se ha buscado muchos problemas con esto, capitán Xu, pero si vengo a buscarlo, lo llevaré a cualquier sitio de la Tierra que quiera. ¿Comprende lo que le estoy diciendo? A cualquiera.

Xu sonrió.

—Le entiendo perfectamente, y se lo agradezco. Por desgracia, tengo una familia muy grande, muchos parientes, y no podría marcharme sin ellos. Y además, debo decir, amo a mi país, aunque no siempre a sus gobernantes.

—Bien dicho. Ha sido un placer conocerlo. Preséntele mis respetos a Mei-Ling y al Dr. Li.

Todos secundamos estas palabras y le estrechamos la mano.

Quince minutos después, el tiempo justo para que Xu se alejara lo suficiente, partimos con destino desconocido.

Volamos durante cuatro horas. Entonces dimos la vuelta —y, ¡aleluya!, no me sentí ni la mitad de mal que la otra vez— y desaceleramos durante otras cuatro horas. Luego, la ingravidez.

Dak seguía mareado. No sentí deseos de reírme de él, ni por un segundo.

No sé cómo describir el problema que Travis tenía que resolver si queríamos tener alguna esperanza de encontrar al Ares Siete.

Hasta el momento del accidente, la nave estaba enviando continuamente información sobre su posición, información que teníamos hasta el último segundo. A esas alturas, su velocidad se había reducido por debajo de la de escape, de modo que si no cambiaba de trayectoria, se alejaría hasta llegar al cinturón de cometas y luego, al cabo de mil años, regresaría al sistema solar inferior.

Pero, sin duda, la explosión debía de haber liberado energía suficiente para alterar esta trayectoria. Lo único que Travis podía hacer era tratar de llevar al Trueno Rojo hasta la zona en la que debería de encontrarse si extrapolábamos sus parámetros orbitales a partir del momento de la explosión.

Contábamos con un excelente software de mecánica orbital. Contábamos con sistemas de navegación óptica de calidad media o baja para situar nuestra posición exacta. Contábamos con buenos datos enviados desde la Tierra. Contábamos con un pésimo radar para la última fase de la interceptación. Buenas noticias, malas noticias, buenas noticias, malas noticias.

Pero en la columna de buenas noticias yo incluiría el hecho de que Travis Broussard había demostrado ser el mejor improvisador en la historia de los pilotos espaciales. Si alguien podía llegar hasta allí, si alguien podía encontrar esa nave, apuesto a que era Travis.

Nos llevó hasta el área donde más probabilidades había de encontrarlos y aminoró hasta la velocidad a la que parecía probable que volaran los restos. Nos preparamos para esperar, como un coche de policía esperando en la cuneta, aguardando a los infractores. Pero no podíamos esperar demasiado en un sitio, la situación era demasiado incierta.

Para llevar a cabo una operación de búsqueda como aquella hay que estar constantemente cambiando de posición. Conforme pasaba el tiempo, Travis iba comportándose con menos prudencia. Empezó a pasar de cero a tres g, la máxima aceleración que se había atrevido a utilizar con el Trueno Rojo. Llegamos a un punto en que yo esperaba con impaciencia los momentos de ingravidez, porque al menos nos proporcionaban unos minutos de estabilidad. Dak, que seguía muy mareado, estaba tratando de soportarlo, y hasta Kelly empezaba a ponerse un poco verde.

Seguimos así durante dos horas. Travis parecía dispuesto a continuar hasta que el Infierno se congelase o nos quedásemos sin energía. Los demás estábamos cada vez más desanimados. Comprendimos que le pasaba lo mismo cuando empezó a dar voces, preguntándonos si veíamos algo, cuando era evidente que en el instante mismo en que fuera así, se lo haríamos saber.

Normalmente, el radar estaba a mi cargo. Seguía siendo así, pero, además, teníamos las lecturas del radar en las cuatro pantallas. ¿Qué otra cosa se podía hacer? Miramos fijamente las pantallas hasta que nos dolieron los ojos y no vimos nada.

Entonces, en la decimotercera parada, justo cuando Travis se disponía a cambiar de nuevo de posición, me pareció ver por el rabillo del ojo un parpadeo en un extremo de la pantalla. ¿Podía tratarse de la nave, o de un fragmento de ella, que enviaba la más tenue de las señales por el espacio esférico que estábamos registrando?

—¿Alguien más ha visto eso? —pregunté.

—¿El qué? —rugió Travis desde arriba.

—Creo que ha habido un parpadeo —dije—. Pero nadie más lo ha visto.

—Coordenadas. ¡Dame unas coordenadas!

Se las di e, instantáneamente, la nave giró hacia allí. Acto seguido, las tres g volvieron a aplastarnos en nuestros asientos. Dak gimió y sus brazos, pesados como el plomo, fueron incapaces de llevar la bolsa de plástico hasta su boca, pero ya no importó, porque no tenía nada que vomitar.

—¡Lo he visto de nuevo! —exclamé. Ahí estaba... un parpadeo... y otro, y otro.

—Cuatro... no, cinco señales.

—Yo veo siete —gritó Alicia.

—Es el campo de restos —contestó Travis—. Ahora tenemos que averiguar cuáles son los que no nos interesan.

Buscábamos fragmentos grandes, aunque no necesariamente los más grandes. Todo dependía del tamaño y la forma de la explosión y de dónde se encontraba la tripulación en el momento de producirse. Los tres primeros objetos que encontramos resultaron ser fragmentos pesados del motor.

—Es lógico que sean los que han llegado más lejos, ¿no? —dijo Travis. Nadie respondió—. Bueno, ¿alguien tiene una teoría mejor?

—A mí me parece que tiene razón, capitán —dije. Estaba mirando mi pantalla, donde se veía cerca de un centenar de puntos. Algunos de ellos parpadeaban cada uno o dos segundos, mientras que otros, presumiblemente en rotación, aparecían y desaparecían a intervalos de varios minutos. El Trueno Rojo estaba dirigiéndose al campo de restos en punto muerto. Habría sido demasiado peligroso hacerlo de otra manera. Ya habíamos chocado con dos fragmentos grandes como puños, que habían provocado un ruido inquietante.

Después de examinar y desechar varías docenas de objetos más, Travis empezó a impacientarse.

—¿Alguien puede subir a ayudarme? ¿Alguien tiene alguna idea? Ideas absurdas, ideas locas, ideas fuera de lugar... cualquier idea. Os prometo que no me reiré.

No teníamos ninguna. Pero yo estaba estudiando un punto que se alejaba lentamente de nosotros. De hecho, la forma en que cambiaba la reflexión estaba induciéndome a pensar que tal vez fueran varios puntos, unidos entre sí de alguna manera. ¿Una idea estúpida? Bueno, él la había pedido.

—Travis, tengo aquí algo interesante —dije, y le di la posición del trío de puntos. Al instante, el Trueno Rojo volvió a rotar.

—Yo no lo veo —dijo Kelly en voz baja, para que Travis no pudiera oírla. Moví el cursor sobre los tres puntos y los resalté en rojo. Kelly se mordió el labio—. Puede que sea algo. No perdemos nada comprobándolo.

—¡Bingo! —exclamó Travis dos minutos más tarde—. Manny, ven a ver.

Solté los cinturones de seguridad y ascendí flotando hasta la cabina. Miré por la ventana y lo vi, a cinco kilómetros de nosotros. Tres objetos de diferentes tamaños, rotando alrededor de un centro de gravedad común. No veía qué era lo que los mantenía unidos.

—Cables —dijo Travis, como si me hubiera leído la mente—. A menos que esté confundido, dos de esos fragmentos forman parte de los habitáculos. Merece la pena echarles un vistazo, ¿no te parece?

—Claro que sí.

—Muy bien, vuelve a bajar y abróchate el cinturón. Voy a acercarme hasta unos cien metros, más o menos. Tardaré cinco minutos.

Yo sabía lo que son las maniobras de aproximación en el espacio, donde un VStar podía tardar varias horas en recorrer los últimos cientos de metros que lo separaban de una estación espacial. También sabía que la mejor virtud del Trueno Rojo no era su precisión. Un motor de Estrujador es una maravilla de la potencia, pero le cuesta mucho liberarla en la cantidad justa para llegar a donde uno pretende sin meterse en problemas. No obstante, una vez más, apostaba por Travis.

Y, precisamente porque a esas alturas ya conocía a Travis demasiado bien, lo primero que hice cuando llegué a la cubierta de control, antes incluso de abrocharme los cinturones, fue incitar a la tripulación al motín. Al ver que todos me respaldaban, me abroché al asiento y esperé, muy tieso.

En cuanto estuvimos donde Travis quería, nos llamó:

—Dak. Acabo de lanzar una moneda y te ha tocado. El puente es tuyo hasta que regrese.

—Creo que no, capitán —dijo. Travis asomó la cabeza por la portilla de acceso y frunció el ceño.

—¿Cuál es el problema?

—Que no está bien, Travis —dije—. No deberías ser tú el que salga.

—Tengo más horas de experiencia con el traje que...

—Ya lo sabemos. Y si algo te pasa, ya podemos ir abriendo las escotillas y empezar a tragar vacío —dijo Dak—. Probablemente eres el único capaz de manejar este trasto y, seguro, el único capaz de conseguir que aterrice.

—¿Qué es esto? ¿Estás diciéndome que no vas a tomar el control?

—Si me lo ordenas, lo haré. Pero quiero que te des cuenta de que no deberías dar esa orden.

—¿Es eso lo que todos pensáis? —Todos respondimos con un asentimiento. Por un momento pensé que iba a explotar, pero entonces se dejó caer a la cubierta de control y se quedó allí, frotándose la cara con las manos. Creo que se sentía tan cansado como yo, y yo estaba exhausto.

—Muy bien, estoy atrapado. Preferiría cortarme una mano a tener que enviar a uno de vosotros ahí fuera a encargaros de esto... pero supongo que es lo que me merezco por haberme embarcado en esta misión sin un copiloto entrenado a bordo. Alicia, ponte el traje. Cuanto antes, mejor.

—Bien, capitán —dijo ella, y empezó a desabrocharse los cinturones.

—Oye, espera un...

—Lo siento, Dak. Tú lo has pedido. Tú estás demasiado mareado para salir. Tenía la intención de llevarme a Alicia, de todos modos. Decidamos lo que decidamos, ella tiene que ir. Se ha entrenado para esto. Si me encuentro con alguien herido ahí fuera, no podré hacer gran cosa por él. Pero Alicia sí. Y como ya decidimos esta mañana, Kelly irá con ella.

Kelly se le había adelantado y ya estaba desabrochándose los cinturones. Entonces fui yo el que se quejó. Travis me interrumpió sin contemplaciones.

—Seguramente me guste tan poco como a vosotros, chicos, o menos. A los tíos de mi generación nos enseñaron que son los hombres los que se encargan de las situaciones peligrosas. ¿Pretendes decirme que los hombres del siglo XXI seguís siendo paternalistas con las mujeres?

Ni Dak ni yo teníamos nada que decir en nuestra defensa. Sí, sentía deseos de proteger a Kelly, y también a Alicia, por cierto. Pero Travis nos había atrapado. Era verdad, Alicia tenía que ir. Era verdad, Kelly era la única que podía acompañarla, puesto que Dak y yo distábamos mucho de poder hacer el trabajo sin llenar nuestro casco de vómitos, y eso que a esas alturas yo me había aclimatado mucho más que Dak.

Seguimos a las chicas hasta la sala de los trajes. Dak y yo las ayudamos a vestirse, mientras Travis se mantenía pudorosamente de espaldas. Estaba preparando un maletín de herramientas llenando una bolsa de plástico con algunas de las cosas que podían necesitar.

—Por primera vez en mi vida, me planteo mi feminismo —dijo Kelly—. Manny, estoy muy asustada.

—Si quieres quedarte, solo hace falta que lo digas —le dije, y hablaba en serio. Convencería a Travis con los puños si era necesario.

—Tú no lo dirías, ¿verdad? Sé sincero.

—No, no lo haría.

—Y seguro que estarías tan asustado como yo.

—Probablemente más.

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