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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Último intento (61 page)

BOOK: Último intento
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—Si es acerca de Berger, ya estoy enterada —digo—. Un periodista de AP me informó que ella ha sido nombrada para querellarme. Todavía no he decidido si es algo bueno o malo. Demonios, ni siquiera puedo decidir si me importa.

En la cara de Marino aparece una expresión de perplejidad.

—¿En serio? ¿Cómo va a hacerlo? ¿Pertenece a la Asociación de Abogados de Richmond?

—No es necesario —contesto—. Puede actuar
pro hac
vice.—Esa frase significa «por esta ocasión particular», y paso a explicarle que, a pedido de un jurado especial, el tribunal puede permitir que un abogado de otro estado participe en una causa, incluso si esa persona no tiene licencia para practicar el derecho en Virginia.

—¿Y Righter? —Pregunta Marino—. ¿Qué hará mientras tanto?

—Alguien de la oficina del procurador del estado tendrá que trabajar con ella. En mi opinión, él será el segundo de Berger y dejará en manos de ella el interrogatorio.

—Se han producido novedades en el caso del Motel Fort James —dice Marino—. Vander ha estado trabajando como loco en las huellas que obtuvo en el interior del cuarto y no vas a poder creerlo —repite—. Adivina las huellas de quién aparecieron. Las de Diane Bray. Y no bromeo. Una huella latente perfecta en el interruptor de luz, no bien se entra en el cuarto: una maldita huella latente de Bray. Desde luego, tenemos también las huellas del tipo muerto, pero ninguna otra excepto las de Bev Kiffin, como cabría esperar. Las huellas de ella están en la Biblia, por ejemplo, pero no las de él, no las de Matos. Y eso es también bastante interesante. Todo parece indicar que Kiffin puede haber sido la que abrió la Biblia en un libro en especial.

—El Eclesiastés —Le recuerdo.

—Sí. En las páginas abiertas, una huella latente de Kiffin. Y, recuerda, ella dijo que no abrió la Biblia, así que volví a preguntárselo por teléfono y ella sigue diciendo que no la abrió. Así que comienzo a tener sospechas con respecto a cuál es su participación, en especial ahora que sabemos que Bray estuvo en esa misma habitación antes de que al tipo lo mataran allí adentro. ¿Qué hacía Bray en ese motel? ¿Quieres decírmelo?

—Quizá la llevó allí su tráfico de drogas —contesto—. No se me ocurre otra razón. Por cierto, ese motel no es precisamente el lugar donde cabría esperar que ella se alojara.

—Bingo. —Marino me apunta con el dedo como si fuera una pistola. —Y el marido de Kiffin supuestamente trabaja para la misma compañía de transporte que Barbosa, ¿no es así? Aunque todavía no encontramos ningún registro de que alguien llamado Kiffin conduzca un camión o lo que sea… ni siquiera podemos rastrearlo en absoluto, lo cual debo reconocer que es bien extraño. Y sabemos que Overland es una compañía que está metida en el contrabando de drogas y de armas. A lo mejor tendría más sentido si resulta que Chandonne es la persona que dejó esos pelos en el camping. Quizá estamos hablando del cartel de su familia, ¿verdad que sí? Tal vez eso es lo que lo trajo a Richmond para empezar… el negocio de la familia. Y mientras estaba en la zona, no pudo controlar su hábito de liquidar mujeres a golpes.

—Eso también podría contribuir a explicar qué hacía allí Matos —Acoto.

—Claro. Quizás él y Juan el Bautista eran compañeros. O tal vez alguien de la familia envió a Matos a Virginia para espiarlo y sacarlo del juego para que no siguiera cantando nada sobre el negocio de la familia.

Las posibilidades son infinitas.

—Lo que nada de esto explica es por qué Matos fue asesinado y quién lo hizo. O por qué fue asesinado Barbosa —Señalo.

—No, pero creo que nos estamos acercando —dice Marino—. Y tengo una picazón y opino que si la rascamos un poco podríamos encontrar a Talley. Quién le dice, a lo mejor es el eslabón que falta en esta cadena.

—Bueno, al parecer él conoció a Bray en Washington —digo—. Y ha estado viviendo en la misma ciudad en que está el cuartel central de Chandonne.

—Y siempre se las ingenia para estar en escena cuando Juan el Bautista también lo está —Añade Marino—. Y me parece que el otro día vi al muy imbécil. Yo estaba en la pickup, detenido frente a la luz roja de un semáforo y de pronto veo una imponente motocicleta Honda en el carril de al lado. Al principio no lo reconocí porque tenía puesto un casco y el visor tonalizado le tapaba la cara, pero miraba fijo mi vehículo. Estoy bastante seguro de que era Talley, quien enseguida apartó la vista. Tarado de mierda.

Rose se comunica conmigo para avisarme que el gobernador me llama para nuestra conferencia telefónica de las diez. Le hago señas a Marino de que cierre la puerta de la oficina mientras espero a Mitchell en línea. La realidad asoma de nuevo. Tengo la sensación de que sé exactamente lo que está pensando el gobernador.

—¿Kay? —La voz de Mike Mitchell es sombría. —Lamento mucho lo que hoy salió en el periódico.

—Yo tampoco estoy muy feliz —Le digo.

—Yo te apoyo y te apoyaré siempre —dice él, quizá para tranquilizarme y prepararme para lo que me va a decir a continuación, que no puede ser nada bueno. Yo no respondo. Sospecho que también sabe lo de Berger y probablemente tuvo algo que ver con que a ella la nombraran acusadora especial. Yo no saco el tema. No tiene sentido.—En vista de tus actuales circunstancias —Continúa él— opino que sería mejor que abandonaras tus tareas hasta que este asunto se resuelva. Y, Kay, no es porque yo crea una palabra de lo publicado.—Esto no es precisamente lo mismo que decir que él cree que yo soy inocente. —Pero, hasta que las cosas se calmen, creo que sería poco prudente que siguieras dirigiendo el sistema de médicos forenses del estado.

—¿Me estás despidiendo, Mike? —Le pregunto a boca de jarro.

—No, no —Se apresura a decir, y su tono es más suave—. Esperemos a que termine la audiencia del jurado especial de acusación y veamos después qué pasa. Yo tampoco he renunciado a ti ni a tu idea de convertirte en consultora privada. Pasemos primero por todo esto —repite.

—Por supuesto, haré lo que tú digas —Le contesto con el debido respeto—. Pero debo decir que no creo que sea en el mejor interés del estado que yo me retire de los casos actuales que todavía necesitan mi atención.

—Kay, eso no es posible.—Es un político. —Sólo hablamos de dos semanas, suponiendo que tu audiencia salga bien.

—Cielo Santo —respondo—. Tiene que salir bien.

—Estoy seguro de que sí.

Corto la comunicación y miro a Marino.

—Bueno, no hay más que hablar. —Me pongo a arrojar cosas en mi maletín.—Espero que no cambien las cerraduras en cuanto transponga esa puerta.

—Realmente, ¿qué podía hacer él? Si lo piensas, Doc, ¿qué otra cosa podía hacer? —Marino se ha resignado a lo inevitable.

—Lo que me gustaría saber es quién demonios se lo filtró a los medios. —Cerré mi maletín y le eché llave. —¿A ti te citaron, Marino? —Le pregunto sin vueltas—. Nada es confidencial. Será mejor que me lo digas.

—Sabías que me citarían. —Tiene una expresión apenada en el rostro. —No dejes que los hijos de puta te ganen, Doc. No te des por vencida.

Yo tomo mi maletín y abro la puerta de la oficina.

—Lo último que liaría sería darme por vencida. De hecho, tengo mucho que hacer.

La cara de él parece preguntar: ¿qué? El gobernador acaba de ordenarme que no haga nada.

—Mike es un buen tipo —dice Marino—. Pero no lo presiones. No le des ninguna razón para que te eche. ¿Por qué no te vas a alguna parte por unos días? Tal vez ir a visitar a Lucy en Nueva York. ¿No fue ella a Nueva York? ¿Ella y Teun? Mándate a mudar de aquí hasta la audiencia. Desearía que lo hicieras para no tener que preocuparme por ti cada minuto. Tampoco me gusta que estés sola en casa de Anna.

Hago una inspiración profunda y trato de reprimir mi furia y mi dolor. Marino tiene razón. No tiene sentido mandar a la mierda al gobernador y empeorar las cosas. Pero ahora, encima de lodo, me siento echada de la ciudad, y no tengo noticias de Anna y eso también me molesta. Estoy al borde del llanto y me niego a llorar en mi oficina. Desvío la vista de Marino, pero él advierte lo que siento.

—Epa —dice—, tienes todo el derecho de no sentirte bien. Todo esto apesta, Doc.

Cruzo el pasillo y corto camino por el cuarto de baño de damas para llegar a la morgue. La Turca está cosiendo a Benny White y Jack está sentado frente al mostrador ocupándose del papeleo. Acerco una silla a mi subjefe y extraigo varios pelos de su bata quirúrgica.

—Tienes que dejar de perder pelo —Le digo para ocultar mi fastidio—. Quiero que me digas por qué se te cae tanto el pelo.—Es algo que hace semanas quiero preguntarle. Como de costumbre, han pasado tantas cosas y Jack y yo no hemos hablado.

—Lo único que tiene que hacer es leer el periódico —dice y apoya su lapicera—. Eso le dirá por qué se me cae el pelo. —Su mirada es pesada.

Yo asiento cuando entiendo lo que quiere decir. Es lo que espero. Hace mucho que Jack sabe que estoy en problemas serios. Tal vez Righter se ha puesto en contacto con él hace semanas y ha comenzado a sonsacarle cosas, tal como hizo con Anna. Le pregunto a Jack si es así, y él lo reconoce. Dice que está destrozado, que odia la política y la administración y que no quiere mi cargo ni nunca lo querrá.

—Usted me hace quedar bien —dice—. Siempre lo hizo, doctora Scarpetta. Es posible que ellos crean que yo debo ser nombrado jefe. ¿Entonces qué hago? No lo sé. —Se pasa los dedos por el pelo y se queda con algunos en la mano. —Ojalá todo pudiera volver a ser normal.

—Créeme, también yo lo deseo —digo y en ese momento suena la campanilla del teléfono y contesta la Turca.

—Eso me recuerda —dice Jack—. Estamos recibiendo llamados muy extraños aquí. ¿Ya se lo dije?

—Yo estaba aquí cuando recibimos uno —contesto—. Alguien que aseguraba ser Benton.

—¡Qué enfermo! —dice, con repugnancia.

—Sé solamente ése —Agrego.

—¿Doctora Scarpetta? —me llama la Turca—. ¿Puede tomar este llamado? Es Paul.

Me acerco al teléfono.

—¿Cómo estás, Paul? —Le pregunto a Paul Monty, el director de todos los laboratorios forenses del estado.

—En primer lugar, quiero que sepa que todos en este maldito edificio estamos de su lado, Kay —dice—. Leí todas esas sandeces y prácticamente tuve que escupir el café que estaba tomando. Y estamos trabajando a lodo trapo. —Con esto se refiere al testeo de pruebas. Supuestamente tiene que haber un orden igualitario en el tratamiento de las pruebas: debe ser apropiado, ninguna víctima debe ser más importante que otra ni se debe adelantar a nadie al principio de la lista. Pero existe también un código tácito, igual que en los tiroteos de la policía. Cada uno cuida de lo suyo. Eso es un hecho. —Tengo algunos resultados interesantes de las pruebas que quería pasarle a usted personalmente —Continúa Paul Monty—. Los pelos del camping, los que usted sospecha que pertenecen a Chandonne. Pues bien, el ADN concuerda. Lo que es más interesante aún es que una comparación de las fibras muestra que las fibras de las sábanas de algodón del camping coinciden con las fibras recogidas del colchón del dormitorio de Diane Bray.

El cuadro comienza a tomar forma. Chandonne se llevó las sábanas de Diane Bray después de asesinarla y huyó al camping. Quizá durmió sobre ellas. O tal vez sencillamente se deshizo de ellas. Pero, sea como fuere, podemos decididamente ubicar a Chandonne en el Motel Fort James. Paul no tiene nada más que informarme por el momento.

—¿Qué puedes decirme del hilo dental que encontré en el baño? —Le pregunto a Paul—. ¿En el cuarto en que asesinaron a Matos?

—En eso no hay coincidencia. El ADN no es de Chandonne ni de Bray ni de ninguno de los sospechosos habituales —me dice—. ¿Quizá de algún huésped anterior del motel? Podría no tener relación alguna.

Vuelvo al mostrador donde Jack continúa con su relato de los llamados extraños. Me dice que hubo siete.

—Por casualidad yo contesté uno y la persona, un tipo, preguntó por usted, dijo que era Benton y después colgó —Informa Jack—. La Turca contestó el segundo. El individuo dice que le comunique a usted que él llamó y que llegará una hora tarde para la cena, se identifica como Benton y cuelga. De modo que sume eso a la mezcla. Con razón me estoy quedando pelado.

—¿Por qué no me lo dijeron? —Distraídamente tomo una fotografía Polaroid del cuerpo de Benny White en la camilla antes de que lo desnudaran.

—Porque pensamos que ya le estaban sucediendo suficientes cosas desagradables. Yo debería habérselo dicho. Estuve mal.

La visión de ese muchachito vestido con su mejor ropa dominguera, dentro de una bolsa para cadáveres y encima de una camilla de acero es tan incongruente. Siento una profunda lástima cuando veo que sus pantalones son un poco cortos y las medias son de distinto color: una azul y la otra negra. Me siento peor.

—¿Encontraste en él algo fuera de lo común? —Ya he hablado bastante de mis problemas; de hecho, no me parecen tan importantes cuando miro las fotografías de Benny y pienso en su madre en la sala de observación.

—Sí, una cosa me intrigó —dice Jack—. Lo que me dijeron fue que él volvió a su casa de la iglesia, pero nunca entró en la casa. Se bajó del auto y enfiló hacia el galpón, diciendo que enseguida entraría a la casa, que iba a buscar su cortaplumas. Que debe de estar en su caja con anzuelos y olvidó sacarlo cuando el otro día regresó a casa de pescar. En otras palabras, nunca llegó a cenar ese domingo. Pero este pequeño tenía el estómago lleno.

—¿Pudiste descubrir qué había comido? —Pregunto.

—Sí. Para empezar, rosetas de maíz. Y parece que también
hotdogs
. Así que llamé a su casa y hablé con su padrastro. Le pregunté si Benny había comido algo en la iglesia y él me contestó que no. El padrastro no tenía idea de dónde provenía esa comida —contesta Jack.

—Eso es muy extraño —Comento—. ¿De modo que regresa a casa de la iglesia y va al bosque a ahorcarse, pero en el camino se detiene en algún lugar para comer rosetas de maíz y un
hotdog
? —Me pongo de pie. —Algo no calza en ese cuadro.

—Si no fuera por el contenido gástrico, yo diría que es directamente un suicidio. —Jack permanece sentado y me mira. —Podría matar a Stanfield por haber cortado la soga a través del nudo. El muy idiota.

—Quizá deberíamos echar un vistazo al lugar donde Benny se ahorcó —Decido—. Ir a la escena.

—Ellos viven en una granja del condado de James City —dice Jack—.Justo sobre el río y, al parecer, los bosques donde se ahorcó están cerca del borde del campo a menos de un kilómetro y medio de la casa.

BOOK: Último intento
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