Aunque ha sido posible definir la lesión primaria del cerebro del señor I. —el daño sufrido por parte de su sistema de construcción del color—, todavía ignoramos completamente los cambios que deben de haber ocurrido como consecuencia en la función cerebral a nivel «superior». Jonathan I. no sólo perdió su percepción del color, sino las imágenes, incluso los sueños en color. Finalmente pareció perder incluso su memoria del color, de modo que dejó de formar parte de su conocimiento mental, de su mente.
De este modo, cuanto más tiempo transcurría sin visión del color, más se parecía a alguien que padeciera amnesia del color, o, de hecho, a alguien que jamás lo hubiera conocido. Pero, al mismo tiempo, estaba ocurriendo una revisión, de modo que mientras su anterior mundo en color e incluso su memoria se volvían cada vez más débiles y se apagaban en su interior, un mundo nuevo de visión, de imaginación, de sensibilidad, nacía en él.
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No hay duda de la realidad de estos cambios, aunque puede que precisaran a un sujeto de tanto talento y con una capacidad expresiva como la de Jonathan I. para mostrarlos con tal claridad. La neurociencia, en este punto, no puede decir nada de la base cerebral de estos cambios de orden «superior». La investigación fisiológica del color, hasta este momento, concluye en los sistemas de color de la visión temprana, las correlaciones landianas que ocurren en V1 y V4. Pero V4 no es un punto final, sino sólo una estación de paso, que a su vez se proyecta hacia niveles cada vez más superiores… y finalmente hacia el hipocampo, tan esencial para el almacenamiento de recuerdos; hacia los centros emocionales del sistema límbico y las amígdalas; y hacia muchas otras partes de la corteza. El cese del flujo de información desde V4 hasta los sistemas de memoria del hipocampo y la corteza prefrontal, por ejemplo, podría explicar en parte el «olvido» del color por parte del señor I. En este momento no poseemos las herramientas necesarias para trazar anatómicamente las sutiles consecuencias de tal pérdida sensorial neurales que afectan el nivel superior, pero una historia como la de Jonathan I. demuestra cuán importante es hacerlo.
Los trabajos de la última década han mostrado lo plástica que es la corteza cerebral, y cómo el «trazado» cerebral de la imagen corporal, por ejemplo, puede ser drásticamente reorganizado y revisado no sólo después de lesiones o inmovilizaciones, sino como consecuencia del uso o falta de uso de partes individuales. Sabemos, por ejemplo, que el constante uso de un dedo en la lectura Braille conduce a una enorme hipertrofia de la representación del dedo en la corteza. Y con una sordera precoz y el uso del lenguaje por señas, pueden ocurrir drásticos retrazados en el cerebro, donde grandes zonas de la corteza auditiva se reasignan a la elaboración visual. Algo semejante pareció ocurrir con el señor I.: si bien en su interior se habían extinguido sistemas enteros de representación, de significado, habían nacido otros completamente nuevos.
Sobre la cuestión fundamental —la cuestión de los
qualia
: por qué una sensación particular se percibe de color rojo—, el caso de Jonathan I. no puede ayudarnos en absoluto. Tras describir «el celebrado fenómeno de los colores», Newton retrocedió ante cualquier especulación relacionada con la sensación y no aventuró ninguna hipótesis referente a «mediante qué modo o acción la luz produce en nuestras mentes los fantasmas de los colores». Tres siglos después, todavía no tenemos ninguna hipótesis, y quizá nunca se pueda dar respuesta a estas cuestiones.
Cuadro pintado por el señor I. antes de su accidente.
Cuadro pintado por el señor I. antes de su accidente.
Vaso con flores pintado cuatro semanas después del accidente. Las líneas básicas son claras, aunque están enmascaradas por una aplicación del color aleatoria.
El señor I. pintaba frutas grises para mostrar el universo "plúmbeo" en que había caído.
Un dibujo-test de
Colour-Blindness
, de Mary Collins (
izquierda
), reproducido sucesivamente por un daltónico que no distingue el rojo del verde (
en el centro
), y por el señor I. (
derecha
).
En la imagen superior se reproduce la puesto de sol de la cual el señor I. prácticamente no distinguía nada; en la imagen inferior un efecto simulado mediante de una fotocopia en blanco y negro de la foto.
Cuado en blanco y negro pintado unos dos meses después del accidente del señor I.
Otro cuado pintado dos años más tarde. En esa época el señor I. experimentaba añadiendo un solo color, aun cuando no pudiera verlo.
Cuánto, cuánto tiempo se nos ha ido…
Y cuán poco queda
R
OBERT
H
UNTER,
«Box of Rain»
Greg F. creció en la década de los cincuenta, nació en un acogedor hogar de Queens, y fue un muchacho atractivo y con talento que parecía destinado, al igual que su padre, a una carrera profesional, quizá escribiendo canciones, actividad para la cual mostró un talento precoz. Pero se volvió inquieto, comenzó a cuestionarse las cosas, como muchos adolescentes de finales de los sesenta; comenzó a odiar la vida convencional de sus padres y vecinos y el cínico y belicoso gobierno del país. Su necesidad de rebelión, pero también de encontrar un ideal y guía, de encontrar un líder, cristalizó en el Verano del Amor, en 1967. Iba al Village a escuchar declamar a Allen Ginsberg toda la noche; amaba la música rock, especialmente el acid rock y, por encima de todo, a Grateful Dead.
Cada vez estaba más enfrentado con sus padres y profesores; con unos se mostraba agresivo, con los otros reservado. En 1968, cuando Timothy Leary instaba a la juventud norteamericana a «sintonizar, colocarse y pasar de todo», Greg se dejó el pelo largo y desapareció de la universidad, donde había sido un buen estudiante; dejó su casa y se fue a vivir al Village, donde se unió a la cultura de la droga del East Village, buscando, como tantos otros de su generación, la utopía, la libertad interior y una «conciencia superior».
Pero «colocarse» no satisfizo a Greg, que seguía necesitando una doctrina y un modo de vida más codificado. En 1969 gravitó, al igual que muchos otros jóvenes que tomaban ácido, hacia el
swami
Bhaktivedanta y su Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna, en la Segunda Avenida. Y bajo su influencia Greg, al igual que muchos otros, dejó de tomar ácido, y encontró que la exaltación religiosa reemplazaba sus éxtasis de ácido. («El único remedio radical contra la dipsomanía», dijo William James una vez, «es la religiomanía.») La filosofía, la vida en comunidad, los cánticos, los rituales, la austera y carismática figura del propio
swami
, fueron como una revelación para Greg, y se convirtió, casi inmediatamente, en un apasionado devoto y converso.
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Ahora era un centro, un foco, para su vida. En esas primeras y exaltadas semanas de su conversión, vagó por el East Village, vestido con una túnica azafrán, salmodiando los mantras de los Hare Krishna, y a principios de los setenta comenzó a residir en el templo principal de Brooklyn. Al principio sus padres se opusieron, pero luego lo aceptaron: «Quizá le ayude», dijo su padre filosóficamente. «Quizá, ¿quién sabe?, es el camino que tiene que seguir.»