Un cadáver en la biblioteca (20 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Un cadáver en la biblioteca
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Florencia Small se detuvo a tomar aliento. La señorita Marple sintió náuseas al escuchar el plausible refrito de numerosas novelas y sin fin de argumentos de película. Pamela Reeves, como la mayoría de las muchachas, habría sido advertida que no debía hablar con extraños... pero la aureola de romanticismo que rodea al cine la haría olvidar todos los consejos.

—Lo trató desde un punto de vista completamente comercial —prosiguió Florencia—. Dijo que si la prueba salía bien le extenderían un contrato. Y le dijo que, como era joven e inexperta, debería llevárselo a un abogado para que lo viera antes de firmarlo. Pero no debía decirle a nadie que había sido él quien le había aconsejado que lo hiciese así. Le preguntó si sus padres pondrían inconvenientes y Pam contestó que seguramente que sí. Y él dijo: "Sí, claro, ésa es siempre la dificultad de una muchacha tan joven como usted, pero creo que si se les explica que ésta es una oportunidad maravillosa que seguramente no se le volverá a presentar en la vida, se avendrán a razones." Pero de todas formas, dijo, era inútil hablar de eso siquiera hasta ver si la prueba salía bien. No debía quedarse desilusionada si fracasaba. Le habló de Hollywood y de Vivien Leigh... cómo se había llevado a Londres de calle de pronto... y cómo sucedían saltos tan sensacionales desde la oscuridad a la fama. Él, personalmente, había vuelto de América para trabajar con los Estudios Lemville y dar un poco de dinamismo a las Compañías inglesas cinematográficas.

La señora Marple movió afirmativamente la cabeza.

Florencia continuó:

—Conque quedó acordado todo. Pam iba a entrar en Danemouth después de la reunión y a entrevistarse con él en su hotel. Él la llevaría a los Estudios. Le dijo que tenía un estudio pequeño para hacer pruebas en Danemouth. Le harían la prueba y después podría tomar el autobús y volver a su casa. Podría decir que había ido de compras. La avisaría dentro de unos días cuál había sido el resultado de la prueba, y en caso de ser favorable, el señor Hamsteiter, el amo, iría a hablar con sus padres.

»Eso parecía maravilloso, claro está. ¡Le tenía yo una envidia...! Pam no pestañeó siquiera durante toda la reunión de exploradoras... Siempre decíamos de ella que tenia cara de palo. Luego, cuando dijo que iba a entrar en Danemouth para ir a los Almacenes Woolworth, me guiñó un ojo.

»La vi echar a andar por el camino —Florencia empezó a llorar—. Debí de haberla detenido. Debía de haberla detenido... ¡Debí de haber comprendido que una cosa así no podía ser verdad! Debía haberlo dicho a alguien. ¡Dios mío! ¡Ojalá me muriera!

—Vamos, vamos... —La señorita Marple le dio unos golpecitos en el hombro—. No te preocupes. Nadie te echará a ti la culpa. Has hecho muy bien en decírmelo.

Dedicó unos minutos a animar a la muchacha.

Cinco minutos más tarde le contaba la historia al superintendente Harper. Este último se puso muy ceñudo.

—¡El muy canalla! —exclamó—. ¡Vive Dios que le arreglaré las cuentas a ése! Esto hace cambiar las cosas de cariz.

—Sí, en efecto.

Harper la miró de soslayo.

—¿No la sorprende?

—Esperaba algo así.

Harper dijo con curiosidad:

—¿Qué le hizo escoger a esa muchacha precisamente? Todas parecían muertas de miedo y no había dónde escoger entre ellas.

La señorita Marple dijo con dulzura:

—No ha tenido usted tanta experiencia como yo con muchachas que mienten. Florencia le miraba a usted de hito en hito, si recuerda, y estaba muy rígida, y sólo movía los pies, nerviosa, como las demás. Pero no se fijó usted en ella cuando salía por la puerta. Me di cuenta en seguida de que tenía algo que ocultar. Casi siempre aflojan demasiado pronto la tensión de sus nervios. Mi doncellita Juanita siempre lo hacía. Explicaba de una forma muy convincente que los ratones se habían comido la punta de un pastel y se delataba a sí misma sonriendo estúpidamente en el momento de salir de la habitación.

—Le estoy muy agradecido —dijo Harper.

Y agregó pensativo:

—Los Estudios Lemville, ¿eh?

La señorita Marple no dijo nada. Se puso en pie.

—Me temo —dijo— que habré de marcharme a toda prisa. Me alegro de haber podido serle útil.

—¿Va usted a regresar al hotel?

—Sí... para hacer la maleta. He de regresar a Saint Mary Mead lo más aprisa posible. Tengo mucho que hacer allí.

Capítulo XV
1

La señorita Marple salió por la puerta-ventana de su sala, bajó el sendero de su bien cuidado jardín, salió al camino, entró por la verja del jardín de la vicaría, cruzó el jardín, se acercó a la ventana de la sala y golpeó suavemente el cristal con los nudillos.

El vicario estaba muy ocupado en su despacho preparando el sermón del domingo; pero la esposa del vicario, que era joven y linda, estaba admirando los progresos que hacía su vástago arrastrándose por la estera delante de la chimenea.

—¿Puedo entrar, Griselda?

—Si, entre, señorita Marple. ¡Fíjese en David! ¡Se enfada de una manera porque sólo sabe arrastrarse hacia atrás! Quiere llegar a alguna parte, y cuanto más lo intenta más recula hacia el cubo del carbón.

—Está muy hermoso, Griselda.

—No está mal, ¿verdad? —dijo la joven madre, intentando parecer indiferente—. Claro está que no me preocupo mucho de él. Todos los libros dicen que a una criatura hay que dejarla sola todo lo más posible.

—Eso es muy prudente, querida —aseguró la señorita Marple—. ¡Ejem...! Vine a preguntarle si estaba usted recaudando para algo especial en estos momentos.

La mujer del vicario la miró con cierto asombro.

—Oh, para un montón de cosas —aseguró alegremente—. Siempre hay que recaudar para algo, las necesidades son muchas.

Fue contando con los dedos:

—Hay el fondo para Restaurar la Nave de la iglesia, y las Misiones de San Gil, y nuestro Bazar Benéfico del miércoles, y las Madres Solteras, y la Excursión de los Exploradores, y la Sociedad del Ganchillo, y la llamada del Obispo en pro de los Pescadores de Alta Mar...

—Cualquiera de ellos sirve —dijo la señorita Marple—. Había pensado en dar una vueltecita... con una libreta de recaudación, ¿sabe...? si me lo autorizara usted...

—¿Va usted con segundas? Apuesto a que si. Claro que la autorizo. Recaude para el Bazar Benéfico. Resultaría muy agradable conseguir dinero de verdad en lugar de esas horribles almohadillas perfumadas, y limpiaplumas cómicos y muñecas hechas de ropa vieja y de trapos de quitar polvo...

»Supongo —continuó Griselda acompañando a la anciana hasta la puerta-ventana— que no querrá usted decirme de qué se trata.

—Más tarde, querida —dijo la señorita Marple, retirándose precipitadamente.

Exhalando un suspiro, la joven madre volvió a la estera, y cumpliendo los preceptos de no preocuparse en absoluto de su hijo, le dio tres veces en el estómago con la cabeza, oportunidad que aprovechó el niño para agarrarle el cabello y tirar con grandes muestras de alegría. Luego rodaron los dos por el suelo dando gritos, hasta que se abrió la puerta y la doncella de la vicaría le anunció a la feligresa de más influencia de la parroquia, a la que, por cierto, no le gustaban los niños:

—La señora está aquí.

Al oír lo cual Griselda se incorporó y procuró asumir un aire de seriedad más en consecuencia con su calidad de esposa del vicario.

2

La señorita Marple, llevando en la mano un librito negro lleno de anotaciones en lápiz, caminó apresuradamente por la calle del pueblo hasta llegar a la encrucijada. Allí torció a la izquierda y pasó de largo por delante de la hostería del "Jabalí Azul", deteniéndose ante Chatsworth, alias "la casa nueva del señor Booker".

Entró por la puerta del jardín, se acercó a la casa y llamó a la puerta principal.

Abrió la joven rubia llamada Dina Lee. Estaba menos cuidadosamente maquillada que de costumbre y parecía tener algo sucia la cara. Llevaba pantaloncito corto gris y un jersey color esmeralda.

—Buenos días —dijo la señorita Marple alegremente—. ¡Me permite que entre un instante?

Avanzó al hablar, de suerte que Dina Lee no tuvo tiempo de reflexionar.

—Muchísimas gracias —dijo la anciana, mirándola con radiante y bondadosa expresión y sentándose con mucho cuidado en una silla de bambú.

—Hace bastante calor para la época del año en que estamos, ¿verdad? —prosiguió la señorita Marple, rebosando genialidad.

—Sí, sí, en efecto —asintió la señorita Lee.

No sabiendo cómo hacer frente a la situación, abrió una caja y se la ofreció a su visita.

—Ah... ¿un cigarrillo?

—¡Cuánto se lo agradezco...! pero no fumo. Sólo vine, ¿sabe?, para ver si conseguía su cooperación para la tómbola del Bazar Benéfico de la semana que viene.

—¿Bazar Benéfico? —exclamó Dina Lee, como quien repite una frase en un idioma extranjero.

—En la vicaría —dijo la señorita Marple—. El miércoles que viene.

—¡Oh! —La señorita Lee la miró boquiabierta—. Me temo que no podría...

—¿Ni siquiera una pequeña suscripción...? ¿Dos chelines y medio quizá?

Enseñó el librito que llevaba.

—Oh... ah... bueno, sí... Creo que eso sí podría.

La muchacha pareció experimentar un gran alivio y empezó a rebuscar en su bolso.

La penetrante mirada de la señorita Marple estaba recorriendo la habitación.

—Veo que no tienen ustedes estera delante del fuego.

Dina Lee se volvió y se la quedó mirando. No podía menos de darse cuenta del agudo escrutinio al que la anciana la estaba sometiendo; pero no despertó en ella más emoción que una leve molestia. La señorita Marple lo notó. Dijo:

—Es algo peligroso, ¿sabe? Saltan chispas del fuego y estropean la alfombra.

"¡Qué viejecilla más rara!" —pensó Diana.

Pero dijo amablemente, aunque con cierta vaguedad:

—Había una estera antes. No sé dónde habrá ido a parar.

—Supongo —dijo la anciana— que sería de esas esteras lanosas, ¿verdad?

Empezaba a divertirse. ¡Qué vieja más excéntrica!

Le ofreció una moneda de dos chelines y medio para su Bazar Benéfico.

—Aquí tiene —dijo.

La señorita Marple la aceptó y abrió el librito.

—Ah... ¿qué nombre anoto?

La mirada de Dina se tornó de pronto dura y desdeñosa.

"¡La muy entrometida! —pensó—. Sólo ha venido para eso: a husmear y comadrear después."

Dijo claramente y con maliciosa satisfacción:

—La señorita Dina Lee.

La señorita Marple le miró fijamente.

Preguntó:

—Ésta es la casa del señor Basilio Blake, ¿verdad?

—Sí; y yo soy la señorita Dina Lee.

Sonó retadora su voz... echó hacia atrás la cabeza; centellearon los ojos azules.

La señorita Marple la miró sin parpadear. Inquirió luego:

—¿Me permite que le dé un consejo, aun cuando pueda considerarlo impertinente?

—Si que lo consideraré una impertinencia. Más vale que no diga usted nada.

—No obstante —dijo la anciana—, voy a hablar. Quiero aconsejarle que no continúe empleando su nombre de soltera en el pueblo.

Dina se la quedó mirando.

—¿Qué... qué quiere usted decir? —preguntó.

La señorita Marple le aseguró, muy seria:

—Dentro de muy poco tiempo pudiera necesitar usted toda la simpatía y toda la buena voluntad que le sea posible encontrar. Es importante para su esposo también que se piense bien de él. Existen prejuicios en los distritos anticuados contra la gente que vive junta sin estar casada. Les habrá resultado divertido a los dos seguramente fingir que eso era lo que estaban ustedes haciendo. Mantenía alejada a la gente, de suerte que no venía a molestarles ninguna de las que seguramente llamarían "viejas entrometidas". No obstante, las viejas también sirven para algo.

Dina exigió:

—¿Cómo sabia que estábamos casados?

La señorita Marple sonrió despreciativa.

—¡Oh, querida...! —dijo.

Dina insistió:

—¿Cómo lo sabía usted? No... no habrá ido al Registro Central, ¿verdad?

Un destello apareció momentáneamente en los ojos de la señorita Marple.

—¿Al Registro Central? ¡Oh, no! Pero era muy fácil
adivinarlo
. Todo se sabe en un pueblo. La... ah... clase de riñas que tienen... típicas de los primeros tiempos del matrimonio. Completa...
completamente
distintas a las de personas que tienen relaciones ilícitas. Se ha dicho, ¿sabe?, y con muchísima razón creo yo, que sólo puede exasperarse de verdad a una persona cuando se está casado con ella. Cuando no existe ningún... lazo legal... la gente tiene mucho más cuidado... tienen que estarse asegurando de continuo de que son felices y que están muy bien. Tienen
que justificarse
, ¿comprende? ¡No se atreven a regañar! He observado que la gente casada goza hasta con sus riñas y con las... ah... consecuentes reconciliaciones.

Hizo una pausa, mirándola con benignidad.

—Pues sí que... —Dina calló y se echó a reír. Se sentó y encendió un cigarrillo—. ¡Es usted verdaderamente maravillosa!

Luego prosiguió:

—Pero ¿por qué quiere usted que confesemos la verdad y reconozcamos que somos gente decente?

El semblante de la señorita Marple se tornó muy grave. Contestó:

—Porque de un momento a otro ya,
su esposo podrá ser detenido, acusado de asesinato.

3

Durante unos segundos Dina se la quedó mirando boquiabierta. Luego exclamó con incredulidad:

—¿Basilio? ¿Asesinato? ¿Bromea usted?

—De ninguna manera. ¿No ha leído los periódicos?

Dina contuvo el aliento. Dijo luego...

—¿Se refiere... a esa muchacha del Hotel Majestic? ¿Quiere usted decir con eso que sospechan que ha sido Basilio quien la ha matado?

—Sí.

—Pero... ¡eso es un disparate!

Se oyó fuera el ruido de un automóvil y la puerta del jardín que se cerraba de golpe. Basilio Blake abrió la puerta de la casa y entró con unas botellas.

—Traigo la ginebra y el vermouth. ¿Hiciste...?

Se interrumpió y miró con incredulidad a la visita.

Dina estalló:

—¡Está loca! Dice que te van a detener por el asesinato de Rubi Keene.

—¡Dios Santo! —exclamó Basilio Blake.

Se le cayeron las botellas de los brazos al sofá. Se acercó tambaleándose a una silla, se dejó caer en ella y sepultó el rostro entre las manos. Repitió:

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