Il—manhous significa algo así como «el permanentemente desventurado», pero a Fuad no le importaba el sobrenombre. En realidad le hacía feliz que lo reconocieran. Y se hacía el imbécil mejor que nadie a quien haya conocido. Tenía cierta genialidad para ello.
Estaba en el club sentado con Kmuzu a una mesa cerca del fondo. Hablábamos de lo que mi madre había hecho últimamente. Llegó Fuad il—Manhous y se quedó de pie a mi lado sosteniendo una caja de cartón.
—Indihar me deja venir aquí durante el día, Marîd —dijo con su voz gangosa y nasal.
—No hay ningún problema —dije. Hizo que me olvidara de lo que estaba a punto de decir. Le miré y él me sonrió y agitó la caja. Algo sonó en su interior—. ¿Qué llevas en esa caja?
Fuad lo consideró una invitación a sentarse. Acercó una silla de otra mesa haciendo que las patas rechinaran contra el suelo.
—Indihar dijo que mientras nadie se quejara, por ella estaba bien.
—¿Qué estaba bien? —le pregunté impaciente. Odiaba tener que arrancar información a la gente—. ¿Qué demonios llevas ahí dentro?
Fuad se pasó una mano deformada por su pelo grasiento y miró a Kmuzu con desconfianza. Luego se inclinó sobre la mesa, dejó la caja en ella y la destapó. Contenía una docena de cadenas baratas, chapadas en oro. Fuad las cogió con el índice y las levantó.
—¿Ves?
—Aja —le dije.
Guiñé un ojo a Kmuzu, que en ese momento se terminaba un vaso de té helado; estaba arrepentido de haberle engañado aquella vez para que bebiera tanto alcohol y desde entonces respetaba sus deseos. Dejó su vaso con cuidado sobre la servilleta de cóctel. Su rostro era inexpresivo pero podía decir que no aprobaba a Fuad. Kmuzu no aprobaba nada de lo que veía en el local de Chiri.
—¿De dónde las has sacado, Fuad? —le pregunté.
—Echa un vistazo —dijo sonriendo; sus dientes también estaban fatal.
Saqué una de las cadenas de la caja e intenté examinarla de cerca, pero la luz del club era demasiado débil. Di la vuelta a la etiqueta del precio. Ponía doscientos cincuenta kiams.
—Seguro, Fuad —dije con escepticismo—. Los turistas y los parroquianos se quejan cuando pagan ocho kiams por una copa. Creo que encontrarás cierta resistencia a tus ventas.
—Bueno, no las vendo por ese precio.
—¿Por cuánto las vendes?
Il—Manhous cerró los ojos, simulando concentración. Luego me miró como si me suplicase un favor.
—¿Cincuenta kiams?
Volví a mirar la caja y aparté las cadenas. Luego moví negativamente la cabeza.
—Muy bien —dijo Fuad—, diez kiams, pero yaa lateef. Me quedaré sin beneficio.
—Puede que las vendas por diez kiams —admití—. La etiqueta del precio es de una de las mejores tiendas de la ciudad.
Fuad me quitó la caja.
—O sea que valen más de diez kiams.
Me eché a reír.
—Mira —le dije a Kmuzu—, las cadenas son de metal barato plateado. Es probable que no valgan ni cincuenta fíqs. Fuad ha entrado en alguna boutique exclusiva y ha robado algunas etiquetas con el elegante nombre de la tienda y un precio de tres cifras. Luego ha puesto las etiquetas en su mierda de joyas y se las vende a los turistas borrachos. Se figura que no notarán lo que compran, sobre todo lejos de la radiante luz del sol.
—Por eso quiero pedirte que me dejes venir durante el turno de noche —dijo Fuad—. De noche es más oscuro. Seguro que lo haría mucho mejor.
—No —dije—. Si Indihar te deja timar a los turistas durante el día, eso es cosa suya. Yo prefiero no tenerte aquí por la noche cuando vengo.
—Fuera del Budayén, yaa Sidi —dijo Kmuzu amenazador—, a los que pillan haciendo esto les cortan las manos.
Fuad se horrorizó.
—¿Tú no dejarías que me hicieran nada parecido, verdad, Marîd?
Me encogí de hombros.
—«En cuanto al ladrón, sea hombre o mujer, cortadle las manos. Es la recompensa de sus actos, un castigo ejemplar de Alá. Alá es poderoso y sabio.» Es una cita del sagrado Corán. Puedes buscarla.
Fuad apretujó la caja contra su pecho hundido.
—¡Espera a que necesites algo de mí, Marîd! —gritó.
Luego salió disparado hacia la puerta, golpeándose con una silla y chocando contra Pualani por el camino.
—Insistirá —le dije a Kmuzu—. Mañana volverá a estar aquí. Ni siquiera recordará lo que le he dicho.
—Muy mal —dijo Kmuzu con seriedad—. Algún día intentará venderle una de esas cadenas a la persona errónea. Puede que se arrepienta el resto de su vida.
—Sí, pero así es Fuad. De cualquier modo, necesito hablar con Indihar antes de que cambie el turno. ¿Te importa si te dejo solo un par de minutos?
—En absoluto, yaa Sidi.
Me miró con los ojos en blanco durante un momento. Siempre me desconcertaba cuando lo hacía.
—Le diré a alguien que te traiga otro té helado —dije.
Luego me levanté y fui hacia la barra.
Indihar llevaba gafas oscuras. Le dije que no tenía que venir a trabajar hasta que se sintiera mejor, pero me dijo que prefería trabajar a quedarse en casa con los niños y sentirse peor. Necesitaba ganar dinero para pagar a la canguro y aún tenía un montón de gastos del funeral. Todas las chicas andaban de puntillas a su alrededor, sin saber qué decirle ni qué hacer. Eso creaba un ambiente sombrío en el club.
—¿Necesitas algo, Marîd? —me dijo.
Tenía los ojos enrojecidos y ojerosos. Desvió la mirada hacia los vasos del fregadero.
—Otro té helado para Kmuzu, eso es todo.
—Muy bien.
Se agachó hacia la nevera de debajo de la barra y sacó una jarra de té helado sin prestarme atención.
Recorrí la barra con la mirada. Había tres chicas nuevas trabajando en el turno de día. Sólo recordaba uno de los nombres.
—Brandi —dije—, llévale esto a ese tipo alto de allá al fondo.
—¿Te refieres a ese kaffirl —dijo.
Era bajita, de brazos gruesos y muslos rollizos, con grandes implantes pectorales y un pelo estropajoso de un rubio alentado artificialmente. Llevaba tatuajes en los dos brazos, encima del pecho derecho, en el omóplato izquierdo, saliendo por su taparrabos, en los dos tobillos y en el culo. Creo que le molestaban, porque siempre llevaba un chal negro cuando se sentaba con los clientes en el bar, y cuando bailaba llevaba zapatos rojos con plataforma y medias blancas.
—¿Quieres que le cobre?
Negué con la cabeza.
—Es mi chófer. Bebe gratis.
Brandi asintió y le llevó el té helado. Yo me quedé en el bar, retorciendo ocioso uno de los posavasos de corcho.
—Indihar —dije por fin.
Me miró indiferente.
—Te dije que no quería escuchar tus excusas.
Levanté la mano.
—No voy a decir eso. Creo que deberías aceptar alguna ayuda. Si no por ti, por tus hijos. Me gustaría pagar una tumba en el cementerio de tus suegros. A Chiri le alegrará prestarte el dinero...
Indihar respiró con exasperación y se secó las manos en la toalla de la barra.
—Eso es otra cosa de la que no quiero oír hablar. Jirji y yo nunca debimos dinero. No voy a empezar ahora.
—Seguro, pero la situación es distinta. ¿Qué pensión recibes del departamento de policía?
Arrojó la toalla, ofendida.
—Un tercio del salario de Jirji. Eso es todo. Y me han venido con el cuento de un retraso. No creen que empiece a cobrar la pensión hasta dentro de seis meses como mínimo. Antes ya estábamos con el agua al cuello. No sé qué voy a hacer ahora. Creo que tendré que buscar otro sitio más barato para vivir.
Mi primer pensamiento fue que cualquier lugar más barato que el apartamento de Haffe al—Khala sería nefasto para la educación de sus hijos.
—Quizá —dije—. Mira, Indihar, creo que te has ganado unas vacaciones pagadas. ¿Por qué no dejas que te pague dos o tres semanas por adelantado y te quedas en casa con Zahra, Hakim y el pequeño Jirji? O empleas el tiempo para ganarte algún dinero adicional, quizá...
Brandi regresó a la barra y se dejó caer a mi lado con un gesto de enojo.
—Ese cabrón no me ha dado propina.
La miré. Es probable que no fuera más lista que Fuad.
—Ya te lo dije. Kmuzu bebe gratis. No quiero que le molestes.
—¿Quién es, tu amigo especial? —preguntó Brandi con una sonrisa maliciosa.
Miré a Indihar.
—¿Por qué demonios quieres que esta puta trabaje aquí? —le dije.
Brandi se levantó del taburete y se dirigió al vestuario.
—Muy bien, muy bien —dijo—, olvídalo todo.
—Marîd —dijo Indihar en voz baja y cuidadosamente controlada— déjame en paz. No quiero préstamos, ni tratos, ni regalos. ¿Vale? Limítate a respetarme y déjame hacer las cosas a mi modo.
Fui incapaz de seguir discutiendo con ella.
—Como quieras.
Volví a la mesa con Kmuzu. Deseaba de veras que Indihar me permitiera ayudarla de algún modo. Se había ganado toda mi admiración. Era una mujer bondadosa, inteligente y amable si te fijabas en su lado bueno.
Tomé un par de copas para matar el tiempo y se hicieron las ocho. Llegó Chiri y las del turno de noche, y vi como Indihar contaba el dinero, pagaba a las chicas del turno de día y salía sin cruzar una palabra con nadie. Fui a la barra a saludar a Chiri.
—Me parece que Indihar intenta con todas sus fuerzas ser valiente —le dije.
Se sentó en un taburete detrás de la barra y echó una ojeada a los siete u ocho clientes.
—Ayer me hablaba de cuando cumplió los doce años —dijo Chiri con una voz distante—. Me dijo que conocía a Jirji desde que eran pequeños. Crecieron juntos en el mismo pueblo. Siempre le había gustado Jirji y cuando sus padres le dijeron que habían arreglado con los Shaknahyi el matrimonio de sus dos hijos, Indihar fue feliz.
Chiri se inclinó y sacó su botella privada de tende. Se sirvió medio vaso y lo probó.
—Indihar tuvo una infancia tradicional. Sus paisanos eran muy anticuados y supersticiosos. Creció en Egipto, donde según una antigua leyenda las mujeres que beben el agua del Nilo son muy apasionadas. Agotan a sus pobres maridos. Así que la costumbre es amputar el clítoris a las muchachas antes de su boda.
—Muchos países musulmanes lo hacen.
Chiri asintió.
—La partera del pueblo practicó la operación a Indihar y le puso cebollas y sal en la herida. Después de eso Indihar permaneció en cama siete días y su madre la alimentaba con mucho pollo y granadas. Cuando se levantó, su madre le regaló un vestido nuevo que acababa de terminar. A Indihar le amputaron el clítoris de raíz. Luego las dos juntas fueron al río y arrojaron el vestido a él.
Me encogí de hombros.
—¿Por qué me cuentas todo esto?
Chiri tragó un poco más de tende.
—Para que comprendas lo mucho que Jirji significaba para Indihar. Me dijo que su operación fue muy dolorosa pero que se alegraba de haberlo hecho. Significaba que ya era una mujer adulta y podía casarse con Jirji con la bendición de su familia y amigos.
—Supongo que no es de mi incumbencia.
—Te diré lo que no es de tu incumbencia: molestarla sobre su situación financiera. Déjala en paz, Marîd. Tus intenciones son buenas y está bien que le brindes ayuda después del asesinato de Jirji. Pero Indihar dice que no quiere tu dinero y haces que se sienta peor si andas todo el tiempo ofreciéndoselo.
Me encogí de hombros.
—Supongo que no he caído en la cuenta. Está bien. Gracias por decírmelo.
—Se pondrá bien. Y si tiene algún problema nos lo hará saber. Ahora, quiero que hables con Kmuzu. Me gusta el aspecto de ese tipo.
Alcé las cejas.
—¿Intentas ponerme celoso? ¿Kmuzu? No es un chico muy alegre, sabes. Te lo comerías vivo.
—Me gustaría intentarlo —dijo con su mejor sonrisa de dientes afilados.
Era el momento para otro tiro a ciegas.
—Chiri, ¿qué significan las letras A.L.M. para ti?
Lo pensó un poco.
—Asociación Lésbica de Madres. Esa chica, Ranina, que solía bailar en lo de Frenchy, acostumbraba llevar su boletín de información. ¿Por qué?
Me mordí el labio.
—Eso puede ser. Si se te ocurre que A.L.M. puede significar algo más, me lo dices.
—Vale, cariño. ¿Qué es, algún tipo de enigma?
—Sí, un enigma.
—Muy bien, lo pensaré. —Bebió un poco de tende y miró por encima de mi cabeza hacia la pared de espejos que estaba a mi espalda—. ¿Es cierto lo que he oído de que has tirado todas tus drogas recreativas? Nunca pensé que vería el día. ¿Tendremos que buscar a otro campeón de la química?
—Eso creo. Vacié la caja de píldoras el día en que Jirji murió.
La expresión de Chiri se tornó seria.
—Ah, sí.
Durante unos segundos se produjo un incómodo silencio.
—Aunque te diré —dije por fin—, tengo un mono bastante fuerte. Me cuesta muchísimo, pero me mantengo alejado de las drogas.
—Cortar es una cosa; sin embargo, dejarlas del todo parece algo extremado. Supongo que es lo mejor, pero siempre he creído en la moderación en todas las cosas y eso va también por la abstinencia.
Sonreí.
—Aprecio tu interés —dije—, pero sé lo que hago.
Chiri movió la cabeza con tristeza.
—Eso espero. Espero que no te estés engañando a ti mismo. No tienes mucha experiencia en manejarte estando sobrio. Podrías salir malparado.
—Todo irá bien, Chiri.
—Quizá debieras pasar por la tienda de Laila por la mañana. Tiene esos moddies que te hacen sentir como si te hubieras tomado un puñado de píldoras. Tiene toda la gama: sunnies, beauties, trifets, RPM, lo que quieras. Te conectas el moddy y si más tarde necesitas usar el cerebro para algo, te lo quitas y otra vez estás sobrio.
—No sé, me parece un poco estúpido.
Chiri separó las manos.
—Es asunto tuyo.
—¿Me preparas ginebra con bingara?
No quería seguir hablando de drogas. Empezaba a sentir el mono otra vez.
Miré a Yasmin bailar en el escenario mientras Chiri me preparaba la bebida. Yasmin seguía siendo la más preciosa colección de cromosomas XY que he visto en mi vida. Como volvíamos a ser amigos, me había contado que se arrepentía de haberse cortado su largo pelo negro. Se lo dejaba crecer de nuevo. Mientras se movía sensualmente al ritmo de la música, dirigía la vista hacia mí. Cada vez que se encontraba con mi mirada me sonreía. Yo le devolvía la sonrisa.
—Aquí tienes, jefe —dijo Chiri, dejando la bebida en un posavasos delante de mí.