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Authors: Adele Ashworth

Tags: #Histórico, #Romántico

Un hombre que promete (41 page)

BOOK: Un hombre que promete
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—Quise morir, Madeleine —susurró en un tono grave, desgarrado y vacilante al tiempo que extendía la mano hacia el alféizar de la ventana para poder sostenerse en caso de que le fallaran las piernas—. La vida que conocía se había acabado, y ya no deseaba seguir existiendo. No me quedaba nada en el plano personal: ni autoestima, ni esposa, ni amigos. Todo lo que conocía y lo que me importaba antes de partir hacia Hong Kong estaba fuera de mi alcance, y todo a causa de mi propia estupidez. ¿Cómo podría trabajar? ¿Cómo iba a llevar la vida de un caballero educado? ¿Cómo iba a montar a caballo o a bailar? Nadie quiere pasar el tiempo con un lisiado en una silla de ruedas, ni pasear a su lado mientras él cojea con la ayuda de una muleta. Solo me quedaba mi hijo, que en aquel momento tenía nueve años y rebosaba de vida, y sentí que de alguna manera lo había avergonzado. Lo mejor para él sería heredar la propiedad a mi muerte y criarse con el hermano de mi esposa, su próspero y muy capacitado tío, en lugar de cuidar de su solitario e inválido padre durante los años venideros. Me convertí de pronto en una responsabilidad, en alguien que con el tiempo dependería cada vez más de su compañía, y no quería eso para él. No lo quería para nadie. No deseaba seguir viviendo, y a mediados de verano me convencí a mí mismo de que tenía el coraje necesario para abandonar esta vida.

»El veintinueve de julio, mientras yo trataba de hacer caso omiso de las groseras miradas y de los crueles comentarios de aquellos que pasaban a mi lado, mi enfermera empujó mi silla de ruedas hasta la oficina de sir Riley en la ciudad a fin de que yo pudiera renunciar a mi puesto por escrito, firmar cualquier documento atrasado y visitar al caballero por última vez. Hacía un día espantoso, húmedo y de mucho frío, y decidí que sería el día perfecto para una última excursión, para mis últimas horas en este mundo.

El interior de la casa estaba ya prácticamente a oscuras, ya que el fuego de la chimenea casi se había apagado y las lámparas aún no se habían encendido, ya fuera por apatía o por descuido. A Thomas se le secó la boca y su corazón comenzó a latir con rapidez a causa de la ansiedad. Por primera vez en muchos años, necesitaba con desesperación un trago de whisky. Pero se negaba a moverse, se negaba a dejar la narración en ese punto, a guardar el secreto durante más tiempo y a apartar los ojos de la elegante y hermosa silueta femenina.

—Lo que ocurrió esa tarde inolvidable no fue la muerte cobarde que deseaba, sino el mayor milagro de mi vida. Cuando aguardaba sentado en mi silla frente al despacho de sir Riley con unos dolores horrorosos y con la cabeza y la cara vendadas para que mis heridas terminaran de sanar; cuando mi corazón y mi mente comenzaban a aceptar su amargo destino, la puerta se abrió y esa dama, esa… aparición arrebatadora flotó hacia la sala de espera en medio de un remolino de seda amarilla, tan resplandeciente como el arco iris tras un chaparrón de primavera.

Se le hizo un nudo en la garganta cuando el recuerdo de ese momento decisivo llegó hasta él en oleadas y lo obligó a demorarse en los detalles, como si la escena que tenía lugar en su cabeza le hubiera ocurrido el día anterior. Con todo, a pesar de lo difícil que le resultaba, no apartó la vista de Madeleine.

—Me quedé sobrecogido por su belleza —continuó con un trémulo susurro que ya no pudo controlar—. No pude pensar de manera coherente cuando ella volvió sus exquisitos ojos azules en mi dirección y se fijó en mí, aunque recuerdo con toda claridad que me encogí por dentro al pensar en lo que me había convertido, a sabiendas de que aunque en otra época de mi vida podría haber impresionado a esa extraordinaria mujer, para entonces ya era demasiado tarde. Estaba a punto de agachar la cabeza por la vergüenza cuando esa alma cándida me miró a los ojos con una sonrisa radiante y caminó hacia mí. Y no solo me sonrió, sino que también se sentó a mi lado. Yo no era más que un hombre horrorosamente feo y mutilado, pero aun cuando había otros asientos libres en la habitación, aquella criatura angelical decidió, eligió, sentarse a mi lado.

»Y me habló —susurró con voz ronca, como si estuviera soñando—. Pasó por alto tanto el profundo corte lleno de puntos que había junto a mi boca como las múltiples cicatrices y quemaduras, y no se echó para atrás al ver el grotesco muñón de la pierna que me faltaba. Me contó su viaje hasta Londres con toda dulzura y me habló de su hogar en Francia, y todo ello sin dejar de sonreír, de tocarme el brazo y de dirigirse a mí con una voz suave y preocupada.

»Esa extravagante francesa me dejó fascinado —declaró en un tono apasionado—. Así pues, cuando se marchó dos horas después y dispuse de tiempo para hablar sobre ella con sir Riley, me quedé atónito al descubrir para qué había viajado hasta Inglaterra. ¿De verdad era posible? ¿Podía una francesa ser una espía británica? Él me informó de todo lo que ella había hecho hasta ese momento, sin dinero ni instrucciones, y aunque a Riley le resultaba gracioso y se tomaba su ambición un poco a la ligera, yo estaba boquiabierto. Él seguía albergando sus dudas ante la posibilidad de aceptar a una mujer, a una francesa, a su servicio, pero a mí me pareció una idea tan intrigante como la propia mujer.

Thomas sabía que aquel era el momento crítico, pero debía llegar hasta el final. A pesar de que escuchaba el latido errático de su corazón en los oídos, de que tenía un nudo en el estómago y de que le temblaban las piernas, se obligó a bajar los brazos a los costados y a quedarse inmóvil como una estatua.

—Insistí en que sir Riley la contratara, y así lo hizo. Cuatro días más tarde. Su trabajo se ganó los elogios de todo el mundo de inmediato, pero lo más curioso de todo es que me sentía tan cautivado por esa mujer y su súbita aparición en mi vida que me olvidé de la autocompasión. Tenía un objetivo, aunque solo fuera ver cómo ella alcanzaba el éxito.

«Envié dos hombres a Francia para descubrir todo lo posible sobre ella, tanto de su pasado como de su presente, lo que le gustaba y lo que no, sus angustias y sus alegrías. De esa manera me enteré de su solitaria infancia a manos de una madre hermosa y egoísta, de la desolación que sufrió tras la pérdida de su padre, de su decisión de aprender inglés y su éxito al hacerlo. Me enteré de quién fue su primer amante, de quién había sido el siguiente, y de quiénes habían sido todos los demás; de que había trabajado como bailarina en los escenarios a fin de asegurar su futuro.

Thomas vio las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas en dos finos regueros que reflejaban la luz del fuego moribundo. Eso lo desgarró por dentro y le provocó un terrible nudo en el pecho; deseó con desesperación tocarla, abrazarla y decirle que todo saldría bien. Que tenía que salir bien. Y solo ese pensamiento le dio el coraje que necesitaba para finalizar.

—Lo más duro de todo, Madeleine —susurró, incapaz de controlar el sufrimiento que revelaba su voz trémula—, fue cuando me di cuenta, seis o siete meses después de conocer a esa hermosa y extraordinaria mujer, de que me estaba enamorando de ella… Pero no de la imagen culta y físicamente exquisita que representaba para todos los demás, la única parte de ella que los demás hombres de su vida habían amado y deseado, sino de su espíritu de lucha, de sus talentos ocultos, de la bondad, la valentía y el entusiasmo que había demostrado al sacar el máximo provecho posible a la difícil vida que había llevado sin tener ninguna culpa. Menos de un año después de nuestro encuentro ya lo sabía todo sobre ella, admiraba tremendamente a la mujer que era en su interior y entendía que había utilizado su encanto y su belleza para ganarse una posición en el mundo porque ésa era la única parte de ella que la gente valoraba.

Se inclinó hacia ella y se dio unos golpes en el pecho con el puño.

—Sé muy bien qué se siente cuando la gente te valora solo por tu belleza. Sé muy bien que su ignorancia puede herir y dejar cicatrices internas que son mucho peores que las externas. Esa valiente mujer se había enfrentado a los mismos prejuicios con los que yo comenzaba a enfrentarme, y sabía lo que era. Si hay algo que he llegado a comprender en mi vida, Madeleine, es el dolor que esa hermosa mujer había albergado en su interior porque no podía evitar ser como era.

Madeleine agachó la cabeza y se cubrió el rostro con la palma de la mano mientras su cuerpo se sacudía con violencia, aunque aún no había emitido ni un ruido. Ningún tipo de sonido. Si lloraba, lo hacía en silencio.

Thomas se sintió morir al ver su sufrimiento, y estuvo a punto de venirse abajo. Estaba apenas a dos metros de ella y sin embargo no podía acudir a su lado. Nunca en toda su vida había sentido tanto miedo como en ese momento, mientras se preguntaba si ella arremetería contra él si seguía adelante, si lo despreciaría para siempre. Pero no podía detenerse a esas alturas.

—Esperé durante años, dándole trabajo cuando lo necesitaba, amándola en la distancia, orgulloso a más no poder de sus logros, resignado aunque herido cada vez que tenía un amante que no era yo. Me moría por dentro cada vez que estaba sola y deseaba consolarla, convertirme en un amigo en el que pudiera confiar y con quien pudiera hablar cuando no tuviera a nadie más. No podía esperar nada a cambio de mis esfuerzos, pero durante años me bastó con eso, ya que no se me ocurría ninguna forma de volver a verla, de llegar a conocerla sin que hubiera otros alrededor, de entablar una conversación íntima con ella… ninguna forma de darle la oportunidad de llegar a conocerme. Pero de pronto el verano pasado se me ocurrió una idea. Si la traía a Inglaterra a trabajar conmigo, tendría una oportunidad, una única oportunidad, de ver si se sentía atraída hacia a mí, un intelectual común y corriente; de ver si me deseaba como hombre aunque estuviera discapacitado; de ver si podía llegar a amarme.

Se puso rígido, con los puños a los costados, y tragó saliva con fuerza.

—Te amo, Madeleine —dijo con la voz rota sin dejar de contemplar su silenciosa y sollozante silueta—. No estoy encaprichado con tu belleza, ni con tu encanto, ni con los maravillosos placeres que me has proporcionado en la cama. Amo a esa pequeña que descubrió lo que eran la adicción al opio y las perversiones sexuales, que no tenía a una madre que la amara y cuidara de ella. Amo a la niña que perdió a su padre, la única persona a la que había amado, cuando era tan joven, y que a los quince años encontró consuelo en los brazos de un hombre que le doblaba la edad. Amo tu forma de salir adelante sin recurrir a la prostitución cuando ésa era la opción más fácil. Amo tu risa, tu honradez y tu inteligencia. Amo tu elegancia, tu estilo y tu despreocupación por la fealdad física que te rodea, porque siempre ves algo bello e inocente en todas las cosas —Bajó la voz para añadir con absoluta certeza—. Te amaré cuando seas vieja, Maddie, cuando la edad te arrebate por fin el encanto de la juventud. Te amaré cuando tu rostro esté lleno de arrugas, cuando tu cabello se vuelva gris, cuando tus pechos dejen de ser firmes y tu cintura aumente. Te amo más de lo que jamás he amado a nadie, pero lo más importante, te aprecio porque eres una persona encomiable. Tú me devolviste la vida, y yo viviré para hacerte feliz.

Se hizo un silencio ensordecedor cuando él terminó de hablar. Durante un largo y agonizante momento, Thomas no fue consciente más que de la mujer que tenía ante él, de su brillante cabello recogido en trenzas perfectas, del suave vestido de seda que le cubría las piernas, de los temblores que sacudían su espalda, de las manos que le cubrían el rostro mientras lloraba. La noche se acercaba y el frío se intensificaba a medida que el fuego se apagaba en la chimenea, pero él seguía concentrado tan solo en ella. Solo en ella. Esperando.

—Madeleine…

—¿Por qué? —preguntó ella con un jadeo de angustia. Thomas ya no pudo contener las lágrimas que inundaban sus ojos.

—Por favor…

—¡Te he preguntado por qué!

Ese grito lo desconcertó y lo conmovió hasta lo más hondo. Ella lo miró a los ojos por fin, y fue entonces cuando se dio cuenta de que su confesión la había destrozado.

Dio un paso hacia ella y en ese mismo instante, Madeleine extendió el brazo con todas sus fuerzas para esparcir las piezas de ajedrez por la habitación, haciendo que todas ellas cayeran al suelo con un fuerte estruendo que para él fue como una cuchillada en el pecho.

—¡Esto es una mentira! ¡Todo es mentira! ¡Todo! —Se puso en pie, presa de un arrebato de furia, y apretó los puños a los lados mientras se enfrentaba a él—. ¡Y tú eres la mentira más grande de todas, Thomas, y también el mayor de los embusteros! ¿Sabes lo que has hecho? ¿Te haces la más mínima idea? Me has manipulado a tu antojo. Soy una mentira de tu invención, una identidad creada con tanta facilidad como ésas que creas para ti… el constructor naval, el sencillo erudito… Ahora soy la persona que tú querías, no la mujer en la que quise convertirme. Creí durante años que me admiraban por lo que hacía, que me querían, que me necesitaban por algo más que por mi aspecto. Y ahora descubro que por esa… esa… extraña artimaña tuya, se han reído de mí y sin duda me han ridiculizado constantemente, porque en realidad no soy más que una audaz francesa que intenta en vano convertirse en una ciudadana inglesa. Debía de parecer ridícula cada vez que contactaba con el Ministerio del Interior. Qué bien deben de habérselo pasado todos los hombres burlándose de mis cualidades femeninas mientras yo me paseaba por toda Francia en nombre de la seguridad nacional británica.

—Eso no es cierto —replicó Thomas con aspereza mientras intentaba controlar con todas sus fuerzas el pánico que lo atenazaba, los muros que se cerraban a su alrededor—. Nada de eso es cierto. Nadie se ha reído de ti nunca ni ha menospreciado tus habilidades mientras trabajabas para la Corona.

Madeleine se rodeó con los brazos y soltó un gemido de pura agonía.

—¡Por Dios! ¿Es que no lo entiendes? Me has humillado, y no solo ahora, sino también frente a otros, ¡frente a mis superiores y mis colegas! ¿No entiendes lo difícil que ha sido para mí llegar hasta aquí? ¿Lo agotador que ha sido mantener este puesto todos estos años? ¿Lo difícil que resulta todavía que me acepten? Creí que lo que hacía valía la pena y que se tenía en alta estima, pero ahora me dices que todo ha sido una mentira. ¡Me has convertido en una idiota y has hecho que mi trabajo carezca de significado! Has jugado con mi vida, Thomas, ¡y no soy nada! ¡Nada!

Conmocionado y sobrecogido, Thomas clavó la mirada en ella, cegado por su dolor.

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