Un mundo para Julius (61 page)

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Authors: Alfredo Bryce Echenique

Tags: #Novela

BOOK: Un mundo para Julius
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—Luis Martín —dijo Juan Lucas—, ocúpate un momento de los invitados.

—¿Qué pasa con Susan?

—No sé; algo indispuesta...

Juan Lucas entró por la puerta por donde Susan había desaparecido. Ahí estaba, al fondo del primer salón, sonriente, guardando su pañuelo.

—No es nada, darling.

—Susan...

—Hay que ocuparse de los invitados.

Juan Lucas trató de besarla, pero ella no se dejó.

—Susan...

—Darling —le dijo, besándolo—; vamos al patio.

Ahora era Julius el que había desaparecido. Los invitados no se dieron cuenta de nada, felizmente. Atilio y Esteban, muy afónico este último, continuaban comentando las virtudes de la polka con los chaperones. La orquesta había parado de tocar y las parejas descansaban rendidas en sus sillas. Se veían manos cogidas por encima de las mesas, otras se adivinaban cogiditas bajo las mesas. Andy Latino y los nueve profesores bebían lentamente los vasos de cerveza que Abraham acababa de traerles, mientras el maestro Lobo se sentaba frente al órgano para tocarles de nuevo música suavecita, y los fotógrafos aprovechaban para tomarle su foto a cada pareja.

Pasó todavía largo rato antes de que la música se acabara del todo. Al principio Julius creyó que podría dormir. Ya no quería más fiesta, muy alegre primero y después siempre suceden cosas. Creyó que la música del órgano era el fin y que así, tan suave, lo ayudaría a dormir. Pero de pronto, allá abajo, el maestro Lobo empezó a meterle ritmo al asunto y poco a poco fueron entrando los demás instrumentos, la trompeta ahora, ¡a bailar merengue!, gritó Andy Latino, y Julius saltó de la cama. Pensó en vestirse de nuevo y en bajar, pero no. Tampoco abrir la ventana y ponerse a buscarla. Miró la foto de Cinthia, no se acuerdan de ti, Cinthia, sólo mami lo sabe, lo vi en su sonrisa esta noche, yo tenía cinco años la otra vez que la vi sonreír así, cuando no regresaste de Boston, Cinthia. Eran tus compañeras de colegio, de clase, mami lo notó, te vio, no, Cinthia, no te vio pero te recordó en su sonrisa, yo sí te vi, qué miedo, así son de tristes las fiestas, por eso seguro pasan siempre de noche. No se acuerdan de ti, Cinthia, esa chica me asustó, una vez mami me encontró hablándote, todos decían está en el cielo, una vez mami me encontró rezándote, ¡no! ¡no! ¡no!, ¡Julius!, ¡no darling!, ¡no mi amor!, ¡mi tesoro no!, me confesé, no te recé más pero hasta hoy te he hablado, ¿acaso no estábamos conversando antes de la fiesta?, tú querías hablar, yo no quería, siempre te he hablado, por eso mami lloró y yo no, yo me asusté, mami tiene razón, ¡Julius no!, ¡mi amor!, ¡no puedes!, ¡no debes!, ¡te va a hacer daño!, ¡mi amor!, ¡Cinthia está!... ¡te va a hacer daño mi amor! Eso fue hace tiempo, Cinthia, te he seguido hablando, por las mañanas, por las noches, tu retrato tú, por las noches, todo lo sabes cuando te miro al acostarme, por las mañanas, todo lo sabes cuando te miro al levantarme, Cinthia, mami tiene razón, por eso hoy tuve miedo, un día se acuerdan de ti y lloran, así es la gente, yo en cambio te contaba de Cano, de Bobby, de mami, y hoy me he asustado, tienes que perdonarme, Cinthia, es sólo tu foto, tienes que perdonarme Cinthia, te voy a poner sobre la cómoda, lejos de mi cama, desde chiquito pienso en mi cama, te voy a alejar de mi cama, sobre la cómoda, Cinthia, perdón, ¿ya ves?, hace horas que te estoy hablando, por eso esta noche me he asustado y a lo mejor hace daño asustarse así, después te tiemblan las manos y te duele el estómago siempre a las cuatro de la tarde, perdón, Cinthia, estás... la sonrisa de mami esta noche, perdóname, te vas a la cómoda, voy a cumplir once años, encima de la cómoda, un día yo voy a tener que ir a una fiesta y no quiero asustarme, ya te conté mi sueño Cinthia, la otra noche, comprende por favor, era la fiesta de Bobby y yo tenía la edad de cuando estaba chiquito, antes de Boston, pero te había conversado hasta esa noche, esta noche, hasta tus quince años y salí feliz a buscarte, corrí a verte con tus compañeros pero no estabas, ¿dónde está?, les preguntaba, y no se acordaban de ti, Cinthia, ya eso te lo conté, no llores, ¿ya ves?, esto no sirve para nada, para hacerte sufrir y nada más, para asustarme yo, esto no sirve, yo con la edad de cuando era chiquito no te encuentro y Bobby me quiere botar porque molesto, de verdad molestaba, tú no viste el sueño, Cinthia, andaba de mesa en mesa preguntando, fastidiando, una eras tú de repente, pero otra también eras tú y otra eras tú seguro porque mami dijo un día a los quince años todas son iguales, hoy se equivocó mami, pobre mami, pero yo entonces seguro le creí y ésa eras tú y la otra tú y tú la que creí que iba a ser Cinthia, mami, ¿por qué dijiste que todas eran iguales?, qué difícil era, qué difícil, se terminaba la fiesta y no te encontraba Cinthia, sentía pesadez y todo empezaba a vacearse, a irse, yo corría aún, sentía ya el cansancio, toda la noche buscándote Cinthia, recién al fin cuando me sonreiste, ya te lo conté, recién entonces fue fácil, por fin tu sonrisa me llevó tras de ella hasta una mesa, tu sonrisa, Cinthia, ya te lo conté, el sol de la mañana me despertó a tu lado, como siempre, mirándote, ya ves, todo lo sabes cuando te miro al despertarme... —¡Julius!

Con el susto Julius escuchó la voz de Susan, hasta pensó en una explicación, es la última vez, mami, pero al voltear se encontró con que era Bobby.

—¿Ya se acabó la fiesta?

—¿No has visto que ya no hay música?

—Sí, sí, verdad, qué bruto...

—Vengo a hacerte una propuesta.

—Si me das la plata de tu alcancía, yo te digo a quién voy a tirarme esta noche.

Julius recordó que Juan Lucas había dicho a Bobby ni un centavo hasta que termine el verano, casi le entrega la alcancía, je-je, ¿qué haría tío Juan Lucas?, pero eso de que su hermano viniera a pedirle todo su dinero a las cuatro de la mañana y apestando a licor no le dio muy buena espina.

—Recién empieza el verano —le dijo—; no tendrás para pagarme.

—¡Apúrate, imbécil! ¿Sí o no?

—¡No! —gritó Julius, abalanzándose sobre la maletita de hierro del Banco Internacional de Perú.

Bobby la cogió antes, ya se iba el muy bruto...

—Mami tiene la llave en la caja de fierro...

Bobby conocía muy bien las alcancías esas, más difíciles de abrir que las propias bóvedas del Banco Internacional, él tenía una también, vacía desgraciadamente y ya no tardaban en cerrar el burdel.

—¡Mierda! —gritó, soltando la alcancía—. ¡Te quedas sin saber a quién me voy a tirar esta noche! —añadió, partiendo la carrera furioso, Sonia ya debería haber llegado donde Nanette.

Pero Julius no sabía nada de eso. Si tú me das la plata de tu alcancía, yo te digo a quién voy a tirarme esta noche; volteó a mirar a Cinthia, ¿qué va a hacer?, ¿qué quiere?, a quién voy a tirarme esta noche... Perdón, Cinthia, te vas a la cómoda, te pongo sobre la cómoda, mami tiene razón. Julius cogió el retrato de Cinthia y lo dejó encima de la cómoda, junto al de Susan. ^Tirarme}, ¿tirar?, tirar una piedra, perdón, Cinthia, tirar, ¿ya ves?, tengo que ponerte aquí, voy a apagar ya Cinthia, me despido, mami tiene razón, ¿tirar?, ¿ya ves?, todo lo sabes cuando te miro al acostarme...

Fue radical Julius. Valiente. Se durmió con un nudo en la garganta, cuando ya amanecía, pero se durmió dándole la espalda a la cómoda. Poco después los rayos del sol estuvieron a punto de despertarlo porque la Decidida, con el alboroto de la noche anterior, se había olvidado de subir a cerrar las cortinas como acostumbraba. Julius llegó a sentir un rayo de luz sobre los párpados cerrados, pero en ese instante Cinthia, sonriente, lo llamó desde una mesa al otro lado del patio. ¡Permiso mami!, ¡permiso! Susan no lograba retenerlo y Julius, jadeante, atravesaba con dificultad entre las parejas que ahora, de golpe, abandonaron su dormitorio, dejando libre el espacio entre él y la mesa, entre su cama y la cómoda, todo lo sabes cuando te miro, al despertarme...

III

«Y aquél fue, si mal no recuerdo, mi último llanto aún pueril y ya se mezclaba en él un no sé qué de turbio y amargo.»

Federico Chiesa,
Tempo di Marzo

«... escuchamos la voz de Maurice O'Sullivan diciendo que una gran parte de él murió también en esa noche: una íntegra y profunda parte de su vida: su niñez.»

Dylan Thomas,
Twenty years a-growing

«Lo prometido es deuda», dijo Juan Lucas, enseñándole el telegrama a Susan. ¿Cómo, ya no se acordaba que les había prometido traerlo para esta Navidad? Susan leyó el telegrama sonriente: «Llegó el 24. Tres de la tarde hora de Lima. Vuelo 204. Nueva York-Lima. Voy con Lester Lang.» Bobby sintió una profunda alegría, Santiago llegaba dentro de unas horas.

Almorzaron a la carrera; después partieron todos en la camioneta. Juan Lucas prefirió que Carlos manejara, para que pudiera dejarlos en la puerta principal del edificio y luego buscar donde estacionar. Felices llegaron al aeropuerto. «Ese es», dijo Bobby señalando un avión que descendía. Julius miró la hora en su reloj, ése tenía que ser. «¿Te acuerdas de tu hermano?», le preguntó Susan, cogiéndolo del brazo, mientras entraban al hall principal.

Sí, sí se acordaba. Todos se acordaban de Santiago. Carlos también; en un segundo había estacionado la camioneta y había corrido para ver aterrizar el avión del niño Santiago. Ahí estaba ahora, parado junto a ellos en la terraza, pronunciando con ellos el nombre de Santiago, hasta que por fin lo vieron aparecer detrás de las dos aeromozas que abrieron la puerta del jet. Bobby alzó el brazo para hacerle adiós, pero justo en ese momento Santiago abrazó a una aeromoza y estuvo besándola un rato. Terminó, y Bobby ya estaba alzando otra vez el brazo, pero entonces apareció uno más rubio que Santiago, abrazó a la otra aeromoza y estuvo besándola un rato también. «¡El hijo de Lester!», comentó Juan Lucas, encantado. «No dejan bajar a los demás pasajeros», intervino Julius, cagándola, al menos ajuzgarporlamiradita que le clavó Juan Lucas. Por fin miraron hacia la terraza. Santiago los ubicó inmediatamente entre el gentío que esperaba a familiares o amigos. «Esos son, le señaló a Lester, ¡sí!, ¡sí!, ¡ésos son!» Entonces Lester Lang IV se quitó un sombrero tejano que no traía, y se arrancó con unos largos y prolongados adioses, dibujaba y desdibujaba abanicos que alcanzaban un ángulo de ciento ochenta grados, adioses tipo un-canto-de-amistad, debuena-vecindad. «El hijo de Lester», comentó Juan Lucas entre ja-jajas.

Santiago pagó un montón por exceso de equipaje y se lanzó sobre su familia, seguido de cerca por Lester Lang IV. Susan se cuadró en broma para enfrentarse a la emoción de su hijo, pero no pudo evitar que éste la desarmara en rápida maniobra, «¡clinch!», gritó Santiago, y empezó a hacer lo que le daba la gana con ella; la besaba, se le apartaba, la miraba, la admiraba, la volvía a abrazar, la besaba, la despeinó íntegra. «¡Darling! ¡darling! ¡darling!», gritaba Susan, indefensa, pero todavía giraron dos veces más, abrazados. «¡Mastodonte!», exclamó, al verse libre de la alegre furia de Santiago, que ahora se abalanzaba sobre el aturdido Bobby y lo ponía fuera de combate en cuestión de segundos. Se oían las risotadas de Juan Lucas. El próximo era Julius, «¡orejitas!», le gritó, clavándole un codazo despacito en el hígado y pegándole al mismo tiempo un fuerte jalón de orejas. Después abrazó a Juan Lucas, y por ahí se encontró con Carlos, aprovechando la alegría del momento para abrazarlo también. «Éste es Lester», dijo, presentando al hijo de Lang III, pero ya el otro había saludado a todos.

Una vez en el palacio, Julius consideró que era su deber enseñarle toda la casa nueva a Santiago y a su amigo, pero tanto uno como el otro se paseaban de habitación en habitación como si toda la vida hubieran vivido ahí. Susan desapareció porque se moría de sueño y necesitaba su siesta. También Juan Lucas les dijo bueno muchachos, ya nos veremos por la noche, vamos a comer todos juntos en casa. Santiago y Lester se quedaron sentados en el bar de verano, bebiendo un coñac y hablando de que sería conveniente pegarse un duchazo y descansar un rato. Ahí fue que aparecieron Celso, Daniel y la Decidida. Santiago le explicó en inglés a Lester de quién se trataba y por qué eran tan feos, pero en castellano los saludó con afecto y hasta hizo algunos comentarios sobre años pasados, con los mayordomos. «¿Y ése?», preguntó, de pronto, al ver que Abraham, de quien nadie le había hablado, atravesaba nerviosísimo el jardín, mirándolos de reojo. «Es el cocinero —le explicó Julius—, pero no sé qué hace aquí a estas horas; siempre se va después del almuerzo y viene para la comida.»

Lester y Santiago acariciaban aún su coñac, cuando apareció Bobby y se sirvió uno también, ante la mirada crítica de Julius. «¿Tú que miras?», le dijo, y Julius casi le contesta que con una copita se emborrachaba, pero prefirió no quedar como acuseta ante los viajeros que hasta el momento parecían simpáticos, aunque su hermano tenía algo raro en la mirada.

—¿Qué autos hay? —preguntó, de pronto, Santiago.

—Una camioneta y un Mercedes, aparte del Jaguar de Juan Lucas.

—¿Tú tienes la camioneta?

—Sí.

—Entonces mamá tiene el Mercedes; ¿y nosotros qué?

Bobby iba a explicar que muchas veces el Mercedes estaba libre, que Susan generalmente salía con Juan Lucas, pero de golpe Santiago pasó a otra cosa.

—¿Dónde está la piscina?

—The swimmingpool —dijo Lester, que consultaba constantemente un librito para llegar a América latina y ser simpático, bestseller del género, según decía en la carátula.

—No te preocupes —le dijo Santiago en inglés—; toda la gente que te voy a presentar habla inglés. No necesitas tu librito para nada; si quieres métetelo al culo...

—¡Colou, ass\ —exclamó Lang, ésa se la conocía sin mirar el librito.

—¿Dónde está la piscina? —preguntó Santiago, nuevamente.

—Por allá —explicó Bobby, señalando—; queda justo bajo la ventana de tu cuarto.

—Sí, mi gussta muchos Lima —leyó Lang, pesadísimo con su librito.

—¿Es profunda?

—Sí, ¿por qué?

—Nada... A ver, quiero verla.

—Mi gussta muchos Lima señoureta...

—Señorita —corrigió Julius, alegremente, volteando para ver si Santiago aprobaba la intervención.

Efectivamente había algo raro en su mirada. Lo observó ponerse de pie y dirigirse hacia la piscina. Todos lo siguieron. Bobby, que iba delante, volteó de pronto.

—¿Qué quieres tú con nosotros, mocoso de mierda? —le gritó a Julius—. ¡Vienes si me das la alcancía! —¡No!

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