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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Ciencia ficción

Una canción para Lya (25 page)

BOOK: Una canción para Lya
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—Ya ve, Kagen —dijo—. Esto prueba que usted está en buena forma, como siempre.

Me habría detenido si yo no hubiera pulsado los rayos motrices. Se lo repito, necesitamos hombres con su experiencia y con su entrenamiento. Le necesitamos para luchar contra los Hrangans. Vuelva a alistarse.

Los fríos ojos azules de Kagen aún destilaban odio.

—¡Al diablo los Hrangans! —dijo—. No voy a volver a alistarme y ninguna triquiñuela que planee me hará cambiar de idea. Iré a la Tierra. No podrá detenerme.

Grady enterró su cara entre sus manos y suspiró.

—Muy bien, Kagen —dijo por fin—. Usted gana. Cursaré su petición.

Le miró una vez más y sus ojos oscuros parecieron preocupados.

—Ha sido un gran soldado, Kagen. Le echaremos de menos. Le aseguro que lamentará su decisión. ¿Está seguro de que no quiere reconsiderarla?

—Absolutamente seguro —afirmó Kagen.

La extraña mirada se desvaneció de los ojos de Grady. Su rostro volvió a cubrirse con su habitual máscara de aburrida indiferencia.

—Muy bien. Está relevado —dijo de forma tajante.

Los rayos siguieron haciendo presión sobre Kagen y le condujeron a través del edificio.

—¿Ya estás listo, Kagen? —preguntó Ragelli, apoyándose de forma casual contra la puerta del cubículo.

Kagen cogió su pequeña maleta y echó una mirada a su alrededor para asegurarse de que no se olvidaba nada. No. El cuarto estaba casi vacío.

—Creo que sí —dijo adelantándose hacia la puerta.

Ragelli apretó el escudo plastoide que sostenía bajo su brazo y se dispuso a alcanzar a Kagen que ya caminaba por el pasillo.

—Bueno, ya has logrado tu objetivo —dijo mientras se colocaba a su lado.

—Sí —respondió Kagen—. De aquí a una semana, estaré disfrutando en la Tierra mientras vosotros os morderéis la cola, sentados dentro de aquellos malditos smokings de duralium.

Ragelli soltó una carcajada.

—Tal vez —dijo—. Pero sigo diciendo que eres un imbécil por elegir la Tierra cuando podrías comandar todo un campo de entrenamiento en Wellington. Aceptando el hecho de que quieras dejarlo todo, lo cual es una locura…

La puerta de los barracones se abrió ante ellos y la atravesaron. Ragelli seguía hablando. Un segundo guardia se colocó al otro lado de Kagen. Al igual que Ragelli, vestía la armadura de batalla blanca.

El mismo Kagen vestía un traje blanco, ribeteado con galones dorados. Un rayo láser ritual, desactivado, colgaba de una cartuchera de cuero a su costado. Unas botas de piel y un escudo de acero lustrado completaban su uniforme. Las barras azules sobre sus hombros significaban que se trataba de un oficial de campo de rango. Sus medallas tintineaban sobre su pecho a medida que caminaba.

El tercer escuadrón de ataque completo estaba formado en honor del retiro de Kagen sobre el campo que se hallaba detrás de los barracones. A lo largo de la rampa que conducía al aeropuerto espacial, se alineaban los oficiales, rodeados de pantallas protectoras. El Mayor Grady estaba en la hilera de delante. Las pantallas ocultaban su expresión de aburrimiento.

Con un guardia a cada lado, Kagen caminó sobre el pavimento, sonriendo por debajo de su casco. Música grabada se dejaba oír por todo el campamento; Kagen reconoció el himno de la F.E.T. y la antífona de Wellington.

Al pie de la rampa se detuvo y miró hacia atrás. Ante la orden de un oficial, la compañía saludó y permaneció en posición de firmes hasta que Kagen devolvió el saludo. Entonces, uno de los oficiales principales dio un paso hacia adelante y le entregó sus papeles de retiro.

Guardándolos en su cinturón, Kagen esbozó un gesto rápido y casual hacia Ragelli; después corrió sobre la rampa. Esta se estaba elevando con lentitud a sus espaldas.

Dentro de la nave, un tripulante le saludo con un leve movimiento de cabeza.

—Hemos preparado unos aposentos especiales para usted —dijo—. Sígame. El viaje sólo durará quince minutos. Después le trasladaremos a la nave que le llevará a la Tierra.

Kagen asintió y siguió al hombre que le conduciría hasta sus aposentos. Resultó ser un cuarto vacío, reforzado con placas de duralium. Una pantalla cubría la pared. Una camilla de aceleración se encontraba frente a ella.

Solo, Kagen se echó sobre la camilla de aceleración y colocó el casco sobre un soporte que se hallaba a su lado. Los rayos motrices le asieron suavemente y le mantuvieron con firmeza en su sitio.

Unos minutos después, se oyó un rugido sordo que provenía de las profundidades de la nave y Kagen sintió que varias gravedades presionaban mientras la lanzadera se disparaba. La pantalla cobró vida de repente y mostró cómo el planeta se alejaba velozmente.

El espectador se mareó cuando se pusieron en órbita. Después, intentó sentarse pero descubrió que aún no podía moverse. Los rayos motrices le mantenían clavado en la camilla.

Frunció el ceño. No había necesidad de que permaneciera en la camilla una vez que la nave había entrado en órbita. Algún idiota se había olvidado de liberarlo.

—Eh —gritó, suponiendo que en el cuarto existiría un comunicador—. Los rayos todavía están en funcionamiento. Detenedlos para que pueda moverme un poco.

Nadie respondió.

Luchó en contra de los rayos. La presión pareció aumentar. La maldita cosa estaba comenzando a molestarle un poco, pensó. Ahora, estos imbéciles están girando las perillas en el sentido equivocado.

Lanzó una maldición en voz baja.

—No —gritó—. Los rayos se están ajustando. Los están manejando mal.

Pero la presión continuaba subiendo y sintió que más rayos le cogían por todas partes, hasta que su cuerpo estuvo cubierto por una especie de manto blanco.

—Vosotros, idiotas —aulló—. Vosotros, imbéciles. Cortadlos, bastardos.

Con un brote de furia comenzó a pelear contra los rayos. Mientras tanto, maldecía.

Pero ni siquiera los poderosos músculos de Wellington podían con los rayos motrices.

Estaba fuertemente ligado a la camilla.

Uno de los rayos estaba dirigido hacia el bolsillo que se encontraba contra su pecho. La Cruz Estelar se le clavaba dolorosamente en la piel. El agudo borde de metal había cortado el uniforme y Kagen podía ver la roja línea de sangre que manaba a través del blanco.

La presión siguió en aumento y Kagen se retorció de dolor, debatiéndose contra los invisibles grilletes. No era nada bueno. La presión continuó creciendo más y más, y aparecieron otros rayos.

—Cortadlos —aulló—. Vosotros, bastardos. Os haré trizas cuando salga de aquí. ¡Me estáis asesinando, malditos!

Escuchó el ruido seco de un hueso al quebrarse bajo la presión. Sintió un dolor intenso en su muñeca derecha. Un instante después, se oyó otro crujido.

—¡Cortadlos! —gritó con una voz que exhalaba pánico—. Me estáis asesinando.

Malditos, me estáis asesinando.

Y de pronto, comprendió que estaba en lo cierto.

Grady miró con mal gesto al ayudante que entraba en su oficina.

—Sí. ¿Qué pasa?

El ayudante, un joven terráqueo que se estaba entrenando para llegar a ser un oficial de rango, saludó brevemente.

—Tenemos el informe de la nave, señor. Las órdenes han sido cumplimentadas.

Quieren saber que deben hacer con el cadáver.

—Al espacio —replicó Grady—. Como cualquier otra cosa.

Una débil sonrisa cruzó por sus labios y movió la cabeza de un lado a otro.

—Malo, malo. Kagen era un hombre bueno para el combate, pero su entrenamiento psíquico había fallado en algún punto. Le enviaremos una reprimenda al encargado de los barracones. Se trata de algo nuevo; nunca nos habíamos tenido que enfrentar con una situación semejante.

Sacudió la cabeza de nuevo.

—A la Tierra —dijo—. Por un momento, me hizo pensar si no sería posible. Pero cuando le controlé con mi láser, lo supe. De ninguna manera. De ninguna manera.

Tembló ligeramente.

—Como si alguna vez hubiéramos permitido que un habitante de los Mundos Guerreros visitara la Tierra…

Entonces, se volvió hacia sus papeles.

—Otra cosa, no se olvide redactar un informe a la Tierra Un-Héroe-Muere-Ante-El-Disparo-De-Un-Hrangan. Redáctelo bien. Los medios de comunicación recogerán la noticia y nos servirá de publicidad. Y envié sus medallas a Wellington. Las querrán para el museo de los barracones.

El ayudante asintió y Grady volvió a su trabajo. Todavía parecía bastante aburrido…

FTL

El hiperespacio existe. No caben dudas al respecto. Lo hemos probado matemáticamente. Pese a que todavía no conocemos las leyes del hiperespacio, podemos estar seguros de que no son las mismas que las del espacio normal. No hay motivo para suponer que la barrera de la velocidad de la luz se verifique en el hiperespacio. De modo que lo que queda por averiguar es el modo de pasar del espacio normal al hiperespacio y viceversa. ¡Dadme los fondos para descubrir el medio de hiperviajar, y os daré las strellas!

Dr. Frederick D. Canferelli

Fundador de la Fundación FTL,

en carta al Comité de Evaluación Tecnológica,

Senado Mundial, Ginebra. 21 de mayo de 2016

Es bien sabido que una hormiga no puede

mover una planta del árbol del caucho.

Lema de la Fundación FTL

Kinery entró corriendo, con un grueso legajo bajo su brazo. Era un joven agresivo, de cabellos rubios cortos, barba en punta y modales de quien no se ocupa de cosas sin importancia. No mostraba ningún miramiento.

Jerome Schechter, el director adjunto de la Fundación FTL. Observó con ojos cansados a Kinery, que se sentó sin esperar invitación y arrojó su pesado legajo sobre el atestado escritorio de Schechter.

—Buenas, Schechter —dijo Kinery secamente—, me alegro de haber burlado al fin su escolta palaciega. Es usted un hombre difícil de encontrar, ¿lo sabía?

Schechter asintió.

—Y usted es muy persistente.

El director adjunto era un hombre gordo, tirando a obeso, con cejas pobladas y una melena de espeso cabello gris.

—Hay que ser persistente para tratar con ustedes. Schechter, no voy a malgastar palabras. Estoy recibiendo un desplante de FTL, y quiero saber por qué.

—¿Un desplante? —Schechter sonrió—. No entiendo lo que me quiere decir.

—Mire, no juguemos. Usted y yo sabemos que soy uno de los mejores físicos que haya aparecido en mucho tiempo. Conocerá mis estudios acerca del hiperespacio, si es que se mantiene al día en su especialidad. Debe saber que mi enfoque es válido. Ha ocasionado la mayor conmoción de este terreno desde lo de López. Y eso fue hace treinta años.

Estoy en la pista de una máquina para hiperviajar, Schechter. Cualquiera que sepa algo está enterado de eso… Pero necesito dinero. Mi Universidad no puede afrontar los costes del equipo que necesito. Por eso acudí a la Fundación FTL. Maldita sea, Schechter, su gente tendría que haber saltado de alegría al ver mi requerimiento. En lugar de eso, recibo evasivas durante un año, y luego, un rechazo. Ni siquiera puedo obtener una explicación de nadie. Usted está siempre en reuniones, sus asistentes me despachan con mentiras, y López parece estar de vacaciones permanentes.

Kinery se cruzó de brazos y se sentó en su asiento, sofocado. Schechter jugó con un pisapapeles y suspiró.

—Está usted enojado, señor Kinery —dijo—. Nunca es bueno estar enojado.

Kinery se inclinó hacia adelante nuevamente.

—Tengo derecho a estar enojado. La Fundación FTL fue creada con el expreso propósito de encontrar una vía al hiperespacio. Yo estoy a punto de conseguirla. Sin embargo, ustedes ni siquiera me prestan atención, por no mencionar el dinero.

Schechter suspiró otra vez.

—Usted está basándose en una serie de malentendidos. Para empezar, la Fundación FTL fue creada para investigar el método para viajar mes rápido que la luz (FTL=faster-than-light). Digamos, la energía estelar. El hiperespacio es sólo un camino hacia ese objetivo. En este momento, estamos dedicados a otros caminos que parecen más prometedores. Así…

—Lo sé todo acerca de esas otras vías —interrumpió Kinery—. Caminos sin salida. Eso es lo que son. Están malgastando el dinero de los contribuyentes. Y, por Dios, ¡las cosas que están financiando! Allison y sus experimentos de teletransporte; Claudia Daniels y sus disparates acerca de una supermáquina. ¡Y la hipótesis tempostasial de Chung! ¿Cuánto le están dando a él? Si quieren mi opinión, les diré que la Fundación FTL ha estado mal administrada desde la muerte de Canferelli. El único que estaba haciendo algo bien era López, y ustedes, son tontos, lo sacaron de su campo y lo convirtieron en administrador.

Schechter estudió a su interlocutor. La cara de Kinery se veía un poquitín enrojecida, y sus labios estaban apretados.

—Entiendo que ha ido a ver al senador Markham —dijo el director adjunto—. ¿Es que piensa llevar estas acusaciones ante él?

—Sí —dijo Kinery de manera cortante—. A menos que obtenga algunas respuestas. Y le garantizo que si esas respuestas no me satisfacen, me ocuparé de que el Comité Tecnológico del Senado eche una mirada a fondo en la Fundación FTL.

Schechter sacudió la cabeza.

—Muy bien —dijo—. Le daré sus explicaciones. Kinery: ¿tiene idea de lo poblada que está la Tierra en estos momentos?

Kinery bufó.

—Por supuesto, yo…

—No —dijo Schechter—. No rechace la idea. Piénselo. Es importante. No nos queda mucho sitio, Kinery. Ni aquí ni en ningún otro lugar de la Tierra. Las colonias en Marte, Luna y Calisto son una broma, los dos sabemos esto. El hombre está en un callejón sin salida. Necesitamos los astros para que sobreviva nuestra especie. La Fundación FTL es la esperanza de la humanidad, y gracias a Canferelli, el público ve a la Fundación sólo en términos de hiperespacio.

Kinery no estaba convencido.

—Schechter, ya tuve suficiente ración de tonterías de parte de su gente durante el último año. No necesito más.

Schechter tan solo sonrió. Luego se levantó y caminó hasta la ventana, mirando las torres de los rascacielos de la megalópolis que los rodeaba.

—Kinery —dijo, sin darse vuelta— ¿alguna vez se preguntó por qué López no inició ningún proyecto de investigación acerca del hiperespacio desde que fue nombrado director? Después de todo, es su campo…

—Bueno… —empezó Kinery.

Schechter le cortó.

—No importa —dijo—. No es importante. Financiamos las estupideces que financiamos porque son mejor que nada. El hiperespacio es un callejón sin salida, Kinery. Lo mantenemos vivo para el público, pero sabemos la verdad.

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