Una conspiración de papel (50 page)

Read Una conspiración de papel Online

Authors: David Liss

Tags: #Histórica, Intriga, Misterio

BOOK: Una conspiración de papel
11.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

El carcelero apareció en el umbral.

—¿Va a necesitar alguna cosa, entonces? —preguntó.

—Una botella de vino —susurró Kate—. Paga él —me señaló a mí.

Él cerró la puerta educadamente.

—Bueno, Kate —comencé, cogiendo una de las sillas de madera y colocándola frente a ella—, ¿es ésta manera de tratar a tu benefactor?

Me senté y esperé su respuesta, empujando delicadamente con el pie un orinal destapado.

—No tengo nada que decirle —arrugó el morro como una niña.

—No entiendo por qué estás enfadada conmigo. ¿No te he dejado yo bien acomodada y te he alejado del peligro?

Kate levantó la mirada lentamente.

—No me ha alejado ni de la horca, ni de Wild. Así que si así son las cosas, puede irse al diablo, que yo no tenía elección, ¿entiende?

—¿Qué es exactamente lo que estás intentando decirme, Kate?

—Que fue Wild, eso es. Fue él quien me obligó a acusarle. Yo no iba a decir nada, pero Wild, primero me dice que usted quería verme ahorcada, pero cuando le dije que no era verdad, entonces me dice que era él quien quería verme ahorcada y que él tenía más influencia con el juez de la que usted tendría nunca. Así que eso fue lo que pasó y usted ya verá lo que hace.

Guardé silencio un momento, intentando verlo todo con perspectiva. Kate respiraba fuerte, como si el discurso hubiese gastado todas sus energías. Supongo que en parte habría sido ensayado; ella tenía que saber que yo le iba a hacer aquella visita.

Significaba al menos un ligero progreso el saber que era Wild quien me había involucrado en el caso de Kate. No quería decir que Wild estuviese detrás de los asesinatos de Balfour y de mi padre, pero sí quería decir que había sido mucho menos que honesto cuando afirmó que estaba dispuesto a tenerme como rival siempre y cuando yo anduviese detrás de la Compañía de los Mares del Sur.

Había sencillamente demasiados fragmentos de información como para descifrarlos, quizá porque mi método de desciframiento era fallido; Elias me había regañado por pensar en cada elemento de la investigación por separado. ¿Cómo, pues, podía analizar las relaciones entre elementos dispares?

Estaba allí para hablar con Kate sobre Wild, pero quizás debiera hablar con ella acerca de otra cosa, ya que había aún un enigma en el centro de mi investigación: Martin Rochester. Supuestamente había sido él quien arrolló a mi padre, y parecía que todos los hombres de la calle de la Bolsa habían oído hablar de él. Pero eran las afirmaciones de Wild sobre Rochester las que más me interesaban, porque el gran apresador de ladrones se había mostrado muy decidido a convencerme de la vileza de Rochester sin ofrecerme al mismo tiempo ninguna información útil. Y bien, ahí estaba Kate; Kate, que sabía al menos algo acerca del negocio de Wild y que no tenía ningún aprecio por su amo. A lo mejor ella podía decirme qué parte de aquellos crímenes podía atribuirse a Rochester.

Vino el carcelero y nos proporcionó la botella de vino. Exigió la escandalosa cantidad de seis chelines, que le pagué porque resultaba más conveniente hacerlo que debatir la cuestión.

Kate me arrancó la botella de las manos, le sacó el corcho y tomó un largo trago. Después de limpiarse la boca con el dorso de la mano me miró, sin duda tratando de decidir si ofrecerme a mí un poco o no. Supongo que consideró que me había hecho demasiado daño como para enmendarlo con pequeños gestos, así que se quedó con el vino.

Le dejé tomar otro trago antes de hablar.

—¿Conoces a un hombre llamado Martin Rochester?

—¡Ahhh! —chilló, como una rata atrapada bajo una bota—, ahora resulta que es Martin Rochester quien está en el ajo, ¿eh? Pues a mí no me coge un tipo de su calaña. Ya me ha traído bastantes problemas, el tío.

—¿Entonces le conoces? —le pregunté con ansia. Sentí que mi corazón iba a estallar de la emoción. ¿Podía ser verdad que hubiera encontrado finalmente a alguien dispuesto a admitir que tenía algo más que una vaga familiaridad con aquel hombre tan enigmático?

—Oh, claro que le conozco, faltaría más —dijo Kate con indolencia—. Es tan hijo de puta como Wild, y el doble de listo también. ¿Qué tiene Rochester que ver con esto?

No podía dar crédito a mi suerte. Estaba asombrado de que Kate hablara de su conocimiento de aquel hombre con tanta tranquilidad.

—No lo sé —dije, fiel a la verdad—. Pero cada vez estoy más convencido de que si lo encuentro, nuestras vidas serán más fáciles. ¿Qué puedes decirme de él?

Kate abrió la boca, incluso empezó a hacer algunos ruidos, pero se retuvo, y sus labios se extendieron en una mueca carnívora.

—Todavía no me ha dicho lo que tiene usted con Rochester.

—¿Qué es lo que tienes tú con él? —le pregunté—. ¿Qué sabes de él?

—Yo sé mucho sobre él. Muchísimas cosas.

—¿Entonces le has conocido? —inquirí—. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo?

—Oh, pues claro que le he conocido. Pero es imposible encontrarlo si él no quiere, eso sí se lo digo. Se dedica a eso, sí señor. Es un tipo duro.

—¿Puedes decirme algo que pueda facilitarme su localización?

Sacudió la cabeza.

—Sólo que será mejor que lo encuentre antes de que él lo encuentre a usted.

—¿Me lo puedes describir?

—Bueno, supongo que sí.

—Entonces, por favor hazlo.

Kate me observó con un brillo en la mirada. Pude ver que se le había ocurrido una idea que le parecía de lo más inteligente.

—¿Por qué no quedamos en que lo hago después de que me dejen en libertad? —me lanzó una sonrisa manchada de vino.

—Estoy dispuesto a pagar por cualquier información que me ayude a encontrar a Rochester.

—Apuesto a que está dispuesto a pagar, pero mientras usted está dispuesto a pagar, yo me estoy pudriendo en la cárcel, ¿no? No hace más que decirme lo que usted quiere, pero si yo le doy a usted todo lo que quiere, me quedo sin nada, y estoy segura de que acabarán mandándome a Tyburn. Así que de ahora en adelante, usted póngase a pensar en todas las cosas que quiere de mí, y yo estaré encantada de dárselas una vez que haya salido de Newgate.

—Kate —dije, sintiendo cómo mi cuerpo se tensaba de furia—, creo que no te das cuenta de lo importante que es esto.

Pensé en el interés de Wild en mi investigación, y en sus esfuerzos por mezclarme en el juicio de Kate. Tenía que haber alguna conexión entre estos dos datos, pero no sabía cuál podía ser. Rochester era la figura escurridiza detrás de la muerte de mi padre, y tenía algún vínculo con Wild. Creí que sólo si me enteraba de algo más con respecto a ello, comprendería muchos de los misterios que me agobiaban.

Kate, sin embargo, no mostraba ningún interés en mis preocupaciones.

—Me dan igual sus problemas, y sé perfectamente que es Wild quien está detrás de los míos. Y sé que no hay nada entre Wild y Rochester, así que no hay nada que pueda usted decirle o hacerle a Rochester que pueda ayudarme.

Intenté razonar con ella durante casi quince minutos más, pero no dio su brazo a torcer. Pensé en echarla de la celda que le había conseguido, pero con eso no iba a arreglar nada. Así que la dejé, decidido a intentarlo de nuevo y decidido a pensar en algo con que poder presionarla para que hablara.

Al día siguiente recibí un mensaje para reunirme con Virgil Cowper en el Jonathan's. Llegué un cuarto de hora antes de la hora convenida, pero lo encontré sentado a una mesa solo, encorvado sobre un pocillo de café.

—¿Qué ha descubierto? —le pregunté, sentándome frente a él.

Apenas si me miró.

—No hay ninguna prueba de que Samuel Lienzo suscribiera nunca acciones de la Mares del Sur.

No puedo decir que esta información me causara gran sorpresa. Teniendo en cuenta lo que sabía de la postura de mi padre con respecto a la Compañía y al Banco de Inglaterra, me hubiera sorprendido que fuera accionista.

—Sin embargo —continuó—, el caso de Balfour es completamente distinto. Tuvo acciones por valor de más de veinte mil libras.

No sabía hasta qué punto había tenido éxito Balfour como hombre de negocios, pero veinte mil libras era una cantidad astronómica para invertirla en un solo valor. Y si ese valor resultaba ser una ruina, me parecía que casi cualquier inversor acabaría también en la bancarrota.

—Dice usted que tuvo —pensé en voz alta—. ¿Así que no las tenía en el momento de su muerte?

—No puedo afirmar nada con respecto al momento de su muerte, pero el registro muestra que el señor Balfour compró sus acciones hace casi dos años y las vendió otra vez catorce meses después, hace hoy unos diez meses. Las acciones no subieron de manera insignificante en ese tiempo, y él consiguió una buena plusvalía.

Si Balfour había vendido sus acciones hacía diez meses, entonces su transacción con la Compañía de los Mares del Sur había tenido lugar diez meses antes de su muerte. ¿Cómo, entonces, podía este supuesto suicidio estar vinculado a la Compañía?

—¿A quién se las vendió? —inquirí.

—Pues de vuelta a la Compañía, señor —me informó Cowper alegremente.

Eso era un golpe de mala suerte, porque si se las hubiera vendido a otro individuo, yo podría haberle seguido la pista. De nuevo el rastro terminaba en la Compañía y, de nuevo, no se me ocurría qué paso dar.

—Sí me encontré con otro nombre —me informó Cowper. Me ofreció una sonrisa torcida, como un ladrón de la calle ofreciendo un pañuelo caro por poco dinero.

—¿Otro nombre?

—Sí. Relacionado con uno de los nombres que me dio.

—¿Y qué nombre es ése?

Se acarició el hueso de la nariz con el dedo.

—Le costará otras cinco libras.

—¿Y qué pasa si ese nombre no me dice nada?

—Pues que habrá malgastado usted cinco libras, me parece.

Sacudí la cabeza, pero me puse a contar las monedas de todas formas.

Cowper se las metió rápidamente en el bolsillo.

—El nombre con el que me encontré es también Lienzo. Miriam Lienzo, con dirección en Broad Court, Dukes Place.

Yo masticaba el aire.

—¿Y es ése el único Lienzo que ha encontrado?

—El único.

No tenía ni tiempo de considerar qué significaba que Miriam tuviese acciones de la Mares del Sur. Con Cowper allí, necesitaba asegurarme acerca de mi padre y de Balfour.

—¿Existe alguna otra posibilidad? —inquirí—. ¿Acerca del otro nombre, Samuel Lienzo?

—¿Qué tipo de posibilidad? —fingió una carcajada y luego miró su café sin interés.

Pensé en cómo expresar mi idea.

—Que pensase que tenía acciones cuando en realidad no las tenía.

—Le aseguro que no lo entiendo —dijo Cowper. Se dispuso a beber del pocillo, pero no llegó a llevárselo a los labios.

—Entonces permítame que sea más preciso. ¿Existe alguna posibilidad de que tuviera acciones falsas de la Mares del Sur?

—No existe ninguna posibilidad —dijo apresuradamente—. Y ahora, si me disculpa… —comenzó a levantarse.

No estaba dispuesto a dejarle marchar. Alargué el brazo, lo agarré por el hombro, y le forcé a que volviera a sentarse. A lo mejor lo hice con demasiada fuerza. Hizo una mueca de dolor cuando le empujé al asiento.

—No juegue conmigo, señor Cowper. ¿Qué es lo que sabe?

Suspiró y fingió no sentirse impresionado por mi tono agresivo.

—Han circulado rumores por la Casa de los Mares del Sur, pero nada específico. Por favor, señor Weaver, podría perder mi empleo simplemente por especular acerca de la existencia de tal cosa. No deseo seguir hablando del tema. ¿No comprende el riesgo que corro por decirle cuanto ya le he dicho?

—¿Sabe usted algo de un tal Martin Rochester? —pregunté.

Su rostro ahora se puso de un rojo encendido.

—Ya le he dicho, señor, que no pensaba hablar del tema.

Lo celebré internamente, porque Cowper acababa de darme mucha más información de la que yo esperaba; en su pensamiento, según parecía, las acciones falsas y Martin Rochester eran asuntos relacionados.

—¿Qué cantidad le haría cambiar de opinión?

—Ninguna cantidad —se puso en pie y se abrió paso hasta la salida del café.

Me quedé sentado unos momentos, observando el bullicio a mi alrededor, indeciso acerca de cómo proseguir. ¿Podía la Compañía de los Mares del Sur haber asesinado al viejo Balfour para recuperar sus veinte mil libras? Obviamente no, porque acababa de enterarme de que había revendido las acciones a la propia Compañía. Además, si sus negocios eran tan gigantescos como sugería mi tío, y se contaban por millones, veinte mil libras no eran nada para una institución de tal calibre. ¿Podía haber aquí algo más, algo que se me hubiese escapado? ¿Y qué si su motivación consistía no en el dinero, sino en la ruina en sí misma? Llevaba toda la investigación suponiendo que el viejo Balfour había sido asesinado por dinero, mientras que mi padre había sido asesinado por otra razón, una razón relacionada con el robo cometido en los bienes del viejo Balfour. Ahora parecía que esas premisas eran erróneas, o como mínimo dudosas.

Mis reflexiones se vieron interrumpidas por uno de los mozos, que entró llamando a gritos a un caballero para quien traía un mensaje. Se me ocurrió una brillante idea, e inmediatamente pedí lápiz y papel y escribí una breve nota. Luego llamé al chico y le puse unos cuantos peniques en la mano.

—Anuncia esto dentro de un cuarto de hora —le dije—. Si nadie te contesta, lo rompes.

—Por supuesto, señor Weaver —me lanzó una sonrisa bobalicona y se dispuso a salir trotando.

Lo agarré por el brazo, no demasiado fuerte, sólo lo suficiente para detenerle.

—¿Cómo sabes mi nombre? —le pregunté, soltándole el brazo. No quería que se sintiera amenazado.

—Es usted una persona famosa, señor —anunció, satisfecho de su conocimiento—. Un boxeador, señor.

—¿No eres un poco joven para haberme visto pelear? —me pregunté en voz alta.

—Nunca lo vi pelear, pero he oído hablar de usted. Y luego alguien me lo señaló.

Mi cara no delató nada.

—¿Quién me señaló?

—El señor Nathan Adelman, señor. Me pidió que le hiciese saber si lo veía. Aunque no me dio ningún mensaje para usted —su voz se convirtió en un hilo al sospechar, me parece que por primera vez, que Adelman podría no haber deseado que me dijera nada. Escondió el mal que ya había hecho sonriéndome de nuevo.

Le di unos peniques más.

—Por tus molestias —le dije, esperando que mi dinero le disuadiese de pensar demasiado acerca de su error.

Other books

Mind of Winter by Laura Kasischke
The Indifferent Stars Above by Daniel James Brown
Assassin's Rise by CJ Whrite
Caraliza by Joel Blaine Kirkpatrick
Blood Sacrifice by Maria Lima
Bodychecking by Jami Davenport
Precious by Sandra Novack
Dairy Queen by Catherine Gilbert Murdock
First Strike by Ben Coes