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Authors: Elsa Punset

Tags: #Ensayo, Ciencia

Una mochila para el Universo (27 page)

BOOK: Una mochila para el Universo
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En uno de los experimentos más gráficos que se levaron a cabo durante esta investigación, todos recibieron un periódico del que tenían que contar las fotografías.

Los suertudos tardaban unos segundos y los del bando de la mala suerte, dos minutos. ¿Por qué? En la segunda página del periódico había un anuncio enorme que decía: «En este periódico hay 43 fotografías. Deja de contar». Estaba allí a la vista para todos, pero los suertudos tendían a fijarse en el anuncio y los de la mala suerte, no.

Había un segundo anuncio en ese periódico: «Deja de contar. Dile al investigador que has visto este anuncio y te dará 250 euros». La mayoría de los del bando de la mala suerte no se fijaban siquiera en el anuncio porque estaban obsesionados contando fotografías.

De hecho, sabemos que la gente que dice tener mala suerte está más tensa y ansiosa que la suertuda. Y es que la ansiedad nos impide abrirnos al mundo, fijarnos en lo inesperado. Cuanto más te empeñas en encontrar algo concreto, menos percibes, porque tu cerebro se centra sólo en lo que buscas. Así que pierdes oportunidades. Te pasa cuando vas a una fiesta empeñado en encontrar a la pareja perfecta: probablemente no la encuentres, pero es que además no intentarás siquiera hacer amigos. Sería más productivo ir a las fiestas no sólo abierto a la posibilidad de descubrir allí a tu media naranja sino también firmemente decidido a disfrutar conociendo a muchas personas que podrían resultar divertidas o interesantes, por ejemplo, a todas aquellas que lleven algo rojo. ¡Sistematiza tu suerte, provócala!

Detrás de la buena suerte hay cuatro grandes principios:

  • – Fíjate y crea oportunidades. Las personas suertudas buscan activamente las oportunidades, y para ello incluso crean posibilidades de que pase algo distinto.

    Por ejemplo, algo que ya hemos mencionado anteriormente: cuando van a una fiesta, deciden que van a hablar con todas las personas que lleven un color determinado. O si pasean por el parque, toman de vez en cuando caminos distintos para ver qué descubren. Esto mejora las posibilidades de que algo diferente se cruce en tu camino. Piénsalo: es muy fácil agotar las posibilidades en tu vida, porque ves siempre a las mismas personas, dices las mismas cosas, vas a los mismos sitios, más o menos. Pronto ya no queda casi nada nuevo para ti. Pero si provocas situaciones distintas, se presentarán nuevas oportunidades. ¡Eso es la suerte! Para tener una vida con suerte, crea oportunidades y fíjate en las posibilidades.

  • – Mira las cosas desde un punto de vista optimista. Es el clásico del vaso medio lleno o medio vacío: imagina que estás en un banco, entra un ladrón con una pistola y te dispara en el brazo. Las personas que tienen mala suerte tienden a pensar que el evento ha sido terrible. Las personas con buena suerte piensan que han tenido suerte de que el disparo les legue al brazo, y no a la cabeza o al corazón. Pensarán incluso que si se espabilan podrían vender la historia a un periódico o escribir un guión. La realidad es la misma, pero su comportamiento y sus pensamientos frente a la realidad son los que cambian. Las personas con buena suerte tienen capacidad para sobreponerse, en vez de obsesionarse con los reveses de la vida.

  • – Las personas con buena suerte toman decisiones de forma intuitiva. Para ello, dejan que su cerebro relacione elementos aparentemente dispares, como el financiero Buffett con la compra de las joyerías, y confían en ese impulso.

  • – Las personas con buena suerte tienen expectativas optimistas. Estas personas creen que les van a pasar cosas buenas y tienden por ello a estar centrados en encontrarlas y a recordarlas por encima de todo.

¿Qué puedo hacer para cambiar o mejorar mi suerte? ¡Únete a la escuela de la buena suerte! El psicólogo Richard Wiseman, a raíz de sus investigaciones, ideó otro experimento que llamó la «escuela de la buena suerte». Cualquiera puede apuntarse a ella. Imaginemos pues que estamos en un aula donde nos enseñan a tener más suerte, es decir, a pensar y a comportarnos como personas con suerte. En el experimento de la escuela de la suerte de Wiseman, las personas que participaban aplicaban los cuatro principios de la buena suerte durante un mes. Los resultados fueron increíbles: el 80 por ciento de los participantes mejoraron su suerte de forma radical (los que tenían mala suerte tuvieron suerte, y los que ya tenían buena suerte tuvieron incluso mejor suerte).

Piénsalo: es muy fácil agotar las posibilidades en tu vida porque tiendes a ver siempre a las mismas personas, a ir a los mismos sitios. Pero si provocas situaciones distintas, se presentan nuevas oportunidades. ¡Eso es suerte! Aunque sea tentador dejarlo todo en manos de la suerte, pensar que las cosas han de ocurrir por si solas, la verdad es que muchas están en nuestras manos. ¿Qué oportunidad has buscado y has encontrado hoy? Allí fuera, esas oportunidades están esperando a que nos fijemos en ellas, a que les hagamos un lugar consciente para que puedan ayudarnos a transformar nuestras vidas a mejor.

Secretos definitivos para cumplir tus sueños

En un estudio que se hizo con cinco mil personas para saber cuántas cumplen sus sueños, sólo un 10 por ciento dio un resultado positivo. ¿Por qué tan pocas?

Básicamente, porque no tenemos un plan maestro que nos guíe, porque nos falta un sueño; y porque aunque tengamos este sueño, no nos enseñan técnicas eficaces para cumplirlo.

¿Cuál es tu sueño?

Desde que nacemos, nos entrenan para hacer lo que hace todo el mundo, y a la vez para convencernos de que hay muchas cosas que somos incapaces de hacer.

Es como un proceso de descarte en el que se nos dice: «Tú no vales para esto, ni esto, ni esto, ni esto…». Lógicamente, nos lo creemos porque nos lo dicen personas —familiares y maestros —que están intentando protegernos. ¿Por qué desconfiar de ellos? A ellos les hicieron lo mismo, porque la creencia generalizada es que educar es enseñar a las personas a aceptar sus propias limitaciones. Educar podría ser en cambio ayudar al niño a descubrir y potenciar sus múltiples talentos. Imaginad si de pequeños nos hubiesen dicho: «Hola, ¡bienvenido a la Tierra! Eres un ser único, irrepetible. ¿Qué traes de especial? ¿Cuál va a ser tu regalo para nosotros? ¿Cuál es tu sueño?». Pensad cómo sería crecer y vivir si esa pregunta estuviese muy presente en nuestras vidas. De entrada, ganaríamos mucho tiempo: iríamos directos a nuestras metas, a cumplir nuestros sueños. Además, aprenderíamos sin necesidad de sufrir inútilmente: buscaríamos sin rodeos lo que nos va bien de verdad y ocuparíamos nuestro lugar en el mundo de forma mucho más natural y segura. Estaríamos aquí, bien presentes, en vez de mostrarnos dudosos y resignados.

La realidad suele ser que vamos como una botella de plástico tirada en un río, sin rumbo fijo: a ver dónde caigo, a ver qué hago con mi vida, a ver si tengo suerte y esto duele lo menos posible. Parece que los sueños son para los ilusos, o para los afortunados, o para los héroes. En realidad perseguir un sueño da sentido y fuerza a la vida de las personas. Son hechos comprobados: cuando las personas tienen sueños que guían sus vidas, son más felices y consiguen más metas. Esto tiene un impacto en el cerebro: cuando consigues una meta generas dopamina, que te da sensación de placer. Y a la vez, la dopamina activa los circuitos del cerebro que te dan ganas de marcarte nuevas metas.

Las metas, y los sueños que las inspiran, te dan un foco, un plan a largo plazo sin el cual puedes perderte y perder el tiempo. En una palabra, ayudan a ser productivo y nos motivan.

El sueño que guía tus metas puede ser muy sencillo, muy discreto, muy diferente, muy corriente. No importa. Lo importante es tenerlo.

Si tengo claro cuál es mi sueño, el lugar que quisiera ocupar en el mundo, ¿con esto ya es suficiente? ¿Qué puedo hacer para llevarlo a cabo, para cumplirlo?

Las personas que cumplen sus sueños y sus metas (ese escaso 10 por ciento) suelen hacerlo utilizando al menos algunas de estas cinco técnicas:

  • – Dividen su sueño en una serie de submetas, temporalizadas y muy concretas. Esto es como trazar una escalera con tus planes a largo plazo, muy bien organizados. Aquí es importante recordar que hay que tener un método para cumplir los sueños, para poder transformarlos en metas concretas y claras. Y de hecho, dicen los expertos que hacen falta al menos diez mil horas de trabajo para ser competente en algo, tocar bien un instrumento, alcanzar un buen nivel en un deporte, lo que sea… Conseguir los sueños también es cuestión de disciplina y de no venirse abajo.

  • – Cuentan sus planes a amigos, familiares y colegas. Tenéis que ser un poco bocazas, tener algún cómplice, alguien positivo a quien contar vuestro sueño, porque nos esforzamos más cuando contamos nuestros objetivos a personas que nos importan y a las que no queremos defraudar, y que sabemos que van a apoyarnos.

  • – Recuerdan regularmente los beneficios que estas metas van a traer consigo. Aunque se centran en subir cada escalón a un tiempo, no olvidan el sueño a largo plazo que les inspira.

  • – Cada submeta alcanzada merece un premio, por modesto que éste sea. La moraleja de esta técnica es que es importante disfrutar del camino.

  • – Plasman sus propuestas de forma gráfica, en un diario, con dibujos o con esquemas, y lo ponen en un lugar visible como una nevera o un marco de fotos para no olvidarlo.

Todos podemos conseguir nuestros sueños
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. Existen miles de ejemplos que prueban que una persona puede lograr retos importantes con el viento en contra. Vidas difíciles plagadas de enfermedades, muertes, soledad… Detrás de tantas vidas aparentemente exitosas hay historias difíciles, historias de superación de obstáculos. A veces, es precisamente de estos obstáculos de los que nace la fuerza de las personas para transformarlos en algo positivo.

CAPÍTULO SIETE
UNA MOCHILA PARA EL UNIVERSO
Códigos para descifrar y transformar tu vida

Aunque todavía no he podido leerlo, me encanta el título de un libro de Albert Espinosa: Si tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven. Asegura el autor que se lo sugirió una señora mayor a la que conoció en una tienda, que le advertía del peligro de dejar pasar la existencia mirando desde la orilla, sin atreverse a lanzarse de cabeza. Me gusta que alguien que acumula mucha experiencia me confirme lo que siempre he sospechado: que la vida le pasa factura a los indecisos y a los miedosos.

¿Por qué esperamos que los sucesos vengan a nosotros en vez de adelantarnos y tomar la iniciativa? Sospecho que, más que por pereza, es sobre todo para evitar rechazos y vergüenzas. Pero con los miedos y las vergüenzas se escapan también por el desagüe casi todas las cosas inesperadas y divertidas, las oportunidades y los encuentros insospechados. En fin, la vida que fluye y lo transforma todo cuando no nos atrincheramos. De hecho, los estudios sugieren que al final de nuestros días nos arrepentiremos más por lo que no hemos hecho, que por lo que sí nos atrevimos a hacer, aunque salga mal. Cuidado pues con darle una importancia exagerada a la equivocación y al rechazo, a protegerse de sus pequeños zarpazos como si fuese en ello nuestra supervivencia.

Esto no le pasa a mi duendecillo Tici, que con la frescura de sus seis años y un sentido aún limitado del ridículo y del peligro se cae y se levanta varias veces cada día, a menudo con lagrimones y lamentaciones, pero siempre con el deseo incontenible de comerse la vida a bocados, de comprenderla, de catalogarla, de colonizarla.

Lo de Tici es normal, porque cuando nacemos traemos dos encargos urgentes: desarrollar nuestra capacidad de amar y alimentar nuestra curiosidad desbordante por el mundo que nos rodea. Sólo envejecemos de verdad, por dentro, cuando dejamos de amar y de sentir curiosidad. Suele ocurrir cuando nos empeñamos en construir laboriosamente respuestas artificiales y rígidas para poner coto a la fluidez mareante de la existencia, cuando dejamos de descubrir, de arriesgar y de aceptar, incluso, el fracaso. Entonces nos inquietamos, nos comparamos y nos lamentamos exageradamente. Podemos intentar paliarlo con fármacos, pero son un pobre sustituto para las ganas de vivir.

El abuelo de Tici lo llama, desde que yo era pequeña, «la infinita capacidad de la gente para hacerse infeliz». Ése es un mal que no parece afectar a mi pequeña, que acaba de despertarse y ya se ha instalado sobre mi cama. Canturrea y charla a mi lado, entremezclando preguntas dispares acerca de monos y nacionalidades, todo ello puntuado con una versión casera de la canción de Bob Esponja aderezada de unos ingeniosos versos especiales dedicados a Patricio. Es domingo, son las ocho de la mañana y no me resulta fácil seguirla. «¿Sabes que cuando Patricio se pelea con Bob Esponja es más inteligente?», afirma con las cejas levantadas. Me cuesta creerlo, pero ella está claramente convencida de ello. Y es probable que tenga razón: la vida, aunque estalle con brusquedad, necesita movimiento para seguir fluyendo, para poder ser precisamente vida, y no una espera estéril. Abro la boca para explicárselo, pero mi duendecillo ya me ha dejado atrás y me presenta nuevos retos por resolver. «¿Sabes cómo se llama a un gorila con un plátano en cada oreja?», pregunta mirándome fijamente. Trato de aventurar una respuesta y de nuevo lego tarde: «Da igual como le lames, ¡no puede oírte!», exclama con una carcajada. A veces creo que practica la curiosa hazaña de hablar sin respirar, aunque más que hablar parece que zumba como uno de esos abejorros grandes y rayados que tanto le gustan. ¿Será ése su secreto?

Al fin surgen unos segundos de silencio y luego su vocecita de nuevo: «¿Como se dice "continuará" en inglés?». «To be continued», sentencio yo con un secreto suspiro de alivio. ella se me queda mirando perpleja, intentando repetir mentalmente las palabrejas incomprensibles que acabo de pronunciar. Al cabo de unos segundos veo en su carita que las da por imposibles. «¡Pues eso!» concluye sin darle la menor importancia, mientras salta de mi cama rumbo a la vida.

RUTA 19. ABRIRSE PASO EN LA MALEZA

Cuando crecemos abiertos a lo que nos rodea, sin cargar con un exceso de miedos y con la curiosidad despierta y activa, nos exponemos a que el bombardeo de la vida, al que nos lanzamos a corazón abierto, nos pase factura. También nos arriesgamos a lo mismo si por el contrario soportamos existencias parapetadas pero que carecen de emoción y de intensidad, si nos sentimos desconectados de los demás, si pensamos que nuestro trabajo diario no aporta nada al resto del mundo, si no tenemos tiempo para disfrutar de nuestras aficiones o si no nos sentimos apreciados y respetados por nuestro entorno. Todas ellas son formas de medir el impacto del estrés en nuestras vidas.

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