Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (16 page)

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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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—¡Hombre, qué ilusión verte por aquí! —dijo Jaume Matas a modo de bienvenida mientras ejecutaba el abrazo del oso con un Iñaki Urdangarin que le saca cabeza y media. A simpático pocos ganaban al hombre al que la justicia condenó a seis años de cárcel y nueve de inhabilitación por sus negocietes con Segompá el periodista corrupto e igualmente sentenciado a pena de prisión (tres años y nueve meses) Antonio Alemany. Y como se verá a continuación, a dadivoso, tampoco.

Iñaki Urdangarin, que solo iba al cuarto de baño sin Diego Torres, a todos los demás lugares se hacía acompañar por ese guardaespaldas, se encaminó rumbo al primer piso al lado de su anfitrión. Ascendía los escalones de dos en dos demostrando la agilidad propia de quien no hace tanto que ha dejado de ser deportista profesional. Al franquear la puerta se encontró con un largo pasillo jalonado por cuadros un tanto rancios, alguna que otra maqueta de barcos, y poco más. No mucha suntuosidad y no demasiado gusto. Lo que seguro que no estaba —porque aún no se había terminado— es la maqueta que Santiago Calatrava preparó, por la módica cifra de un millón de euros, para que Jaume Matas ilustrase a sus visitantes sobre cómo iba a ser su enésimo faraónico proyecto: un teatro de la ópera construido sobre las aguas del puerto de Palma. Al político popular le encantaba apretar un botoncito que activaba el circuito eléctrico de la maqueta. De repente, el teatro, que tenía forma de concha, se abría, como se abre una almeja, ostra o cualquier otro molusco al uso.

Lo normal es que les hubieran acogido en la sala de entrevistas, situada al final del pasillo, en la confluencia de este y el despacho de las secretarias del presidente. Allí Jaume Matas hizo instalar un sillón con más altura de la normal para mandar siempre visualmente sobre sus invitados, para estar siempre varios centímetros por encima de ellos: una megalomanía como otra cualquiera. Pero no fue así, el cara a cara con Nóos se mantuvo en la sala de juntas contigua al despacho del presidente. Hay quien dice que porque, por muy gigante que fuera el sillón de marras, Urdangarin siempre le hubiera ganado. Pero esta vez la verdadera razón fue mucho más de andar por casa. El número de participantes en la reunión era tal, siete, que no cabían en la antesala o cabían con dificultad, de mala manera, lo que obligaba a utilizar la mesa de la sala de juntas, capaz de acoger precisamente a siete u ocho personas como máximo. Estaban presentes Jaume Matas, su director general de Deportes, el regatista e íntimo de la infanta y del príncipe José Luis
Pepote
Ballester; Joan Flaquer,
conseller
de Turismo y eterno delfín; Rosa Puig,
consellera
de Presidencia y Deportes; la intachable jefa de gabinete de Presidencia, Dulce Linares; Iñaki Urdangarin y Diego Torres.

—Querido
president
. —Como siempre, inició la exposición el presidente del Instituto Nóos—. Venimos a proponeros un tema interesantísimo, un foro que va a ser a Baleares lo que Davos es a Suiza.

Rosa Puig alucinó con el preámbulo del marido de la infanta. A una abogada de fuste, como es el caso, las
cantamañanadas
le superaban. Ella, Dulce y Joan Flaquer se miraron con cara de circunstancias. «Davos, joder, vaya con el duquecito, menuda comparación», pensaron todos los presentes con dos dedos de frente.

—¡Ah! Qué interesante —apuntó el jefe de las Islas Baleares a la vez que ejecutaba uno de sus tics habituales: taparse los orificios de su apéndice nasal mientras soltaba un estornudo interruptus. Consecuencias de un irresoluble problema otorrinolaringológico que le trae a mal traer y que le ha provocado una pérdida de audición.

—Sería un fórum para analizar la relación entre el turismo y el deporte, para cuantificar en qué medida el deporte puede incrementar el número de turistas en las Islas Baleares —añadió, precisando algo más, el portavoz y presidente de Nóos.

—¡Qué interesante, qué interesante! —repetía el presidente.

Urdangarin calló y Diego Torres le sucedió en el uso de la palabra. Fue el menorquín, que obviamente jugaba en casa, el que llevó el peso de la argumentación. Con su estilo didáctico, este encantador de serpientes profesional se metió definitivamente en el bolsillo a sus clientes. Tampoco hacía falta esforzarse mucho, pues Matas tenía tomada la decisión bastante antes de que el yernísimo franquease el umbral del Consolat de Mar.

No se habló de dinero. No porque sea de mala educación, sino simple y llanamente porque luego Matas se quedó a solas con Urdangarin y se lo preguntó:

—¿Cuánto cuesta? —le interrogó.

—Alrededor de 1,2 millones de euros —cuantificó el presidente del Instituto Nóos.

—Es bastante dinero, pero lo aprobaremos. Dalo por hecho —resumió el hombre que había recuperado el Govern balear para el PP en mayo de 2003, tras cuatro años de un ejecutivo, el presidido por Francesc Antich, que recogió una comunidad cuyo PIB crecía a ritmos chinos, al 7 por ciento, y la dejó decreciendo al 0,5 por ciento.

Pepote Ballester, que es testigo protegido de la Fiscalía Anticorrupción, admitió ante el juez que instruye el caso Urdangarin, José Castro, lo obvio:

—No se ponían en duda los precios que fijaba Nóos.

—¿Pero no se siguió ningún criterio para fijarlos? —repreguntó el magistrado.

—No, ninguno —confesó el que era director general de Deportes en el momento de los hechos.

Ballester y Flaquer se encargaron de sufragar a medias los 2,3 millones públicos que costaron los dos Illes Balears Forum (2005 y 2006).

La clave de todo la dio el propio Ballester en otra de sus comparecencias ante el magistrado cordobés, titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Palma:

—Matas me dio la orden de que todo lo que viniera de Iñaki Urdangarin recibiera el visto bueno —afirmó en sede judicial.

Como suelen decir los abogados cuando las cosas están claras como el agua que brota del manantial, cuando han cazado al letrado contrario, cuando han conseguido librar a su cliente o condenar al de la otra parte: «No hay más preguntas, señoría». Pues eso.

Está de más recordar que Pepote Ballester y Joan Flaquer recibieron otra consigna unas jornadas más tarde: «Lo de Nóos, que se articule a través de un convenio». El perverso objetivo era el de siempre: dar al duque dinero público a dedo impidiendo de facto la presencia de incómodos invitados con mucho más incómodas ofertas.

Urdangarin y Torres estaban de enhorabuena. Por tres días de congreso en Baleares y por otros tantos en Valencia iban a recaudar 2,7 millones de euros en el otoño de 2005. Ni en el mejor de sus sueños se hubieran visto dándole a la maquinita de contar billetes de esta manera. Los márgenes de beneficio eran bestiales: tanto el Illes Balears Forum como el Valencia Summit les costaron 150.000 euros. Lo cual significa que en un caso les quedaron limpios 1.050.000 euros y en el otro, 1.350.000. Un margen de beneficio brutal que no se conseguía ni en los
pelotazos
urbanísticos que tan de moda estaban en aquella época.

La osadía de los rectores del Instituto Nóos parecía no tener límite. Meses antes habían intentado el asalto al Real Madrid. En la primavera de 2004 se dirigieron a Jorge Valdano, director general deportivo del equipo blanco, para esbozarle una nueva genialidad. El campeón del mundo de fútbol tuvo que echar mano de sus más profundas dotes de
gentleman
para no mandar a esparragar a Iñaki Urdangarin cuando le visitó en las oficinas del Santiago Bernabéu.

—Jorge, quería proponerte un tema que se nos ha ocurrido a mi socio, Diego Torres, y a mí.

—Tú dirás —respondió el siempre educado Jorge Valdano.

—Queríamos proponerte encargarnos de los fichajes del Real Madrid —propuso a un
poeta del fútbol
que no salía de su asombro, que alucinaba, que estaba literalmente estupefacto.

Corría la era dorada de «los galácticos», un término que odian no solo Valdano sino todas las vacas sagradas del madridismo, desde Di Stéfano hasta Florentino, pasando por Butragueño o Gento. Luis Figo costó 60 millones, Zinedine Zidane 76 kilos, y Ronaldo Nazario da Lima, Ronaldo
el gordito
, 45. Dinerales que pusieron los dientes largos a la pareja. «¿Y por qué no vamos a poder hacer nosotros operaciones de este tipo con los contactos que tenemos y siendo quien eres tú?», le preguntó el uno al otro.

Jorge Valdano les tuvo que explicar, con su amabilidad, su ingenio y su carisma habituales, que había un sinfín de inconvenientes para pasar del estadio de los sueños al de la realidad: para empezar, que el mundo del fútbol es un mundo cerrado; para continuar, que es imprescindible ser agente FIFA para intermediar en fichajes; y para terminar que el Real Madrid no puede dar la exclusividad de sus contrataciones a nadie y menos a dos recién llegados.

En el club que preside Florentino Pérez recuerdan jocosamente este episodio que demuestra que Iñaki Urdangarin y Diego Torres gastaban tal osadía que hubieran sido capaces de vender un frigorífico a un esquimal. O al menos intentarlo.

Capítulo 9

El hombre que quería ser Samaranch. «Señores, quiero ser presidente del Comité Olímpico Español y luego del Internacional».

El intento de asalto al COE acaba en «gatillazo».

Dos federaciones le ponen la cruz «por sus negocios».

Cuando tienes en la mano un «pelotazo» de 5 kilos… y te lo quitan en el último minuto.

Lausana no es Banana Republic.

Alfredo Goyeneche, marqués de Artasona y conde de Guaqui, era lo que se dice un
gentleman made in Spain
, un señorazo. O si estuviéramos en el Reino Unido, un lord de esos que pasan la vida entre su palacio en la campiña y los clubes de Pall Mall. Y consecuentemente, como todo caballero que se precie, este donostiarra tenía un caballo, mejor dicho, muchos caballos para ser rigurosos, pues fue uno de los mejores jinetes españoles y europeos de su época. No en vano fue miembro del equipo olímpico español de hípica en los míticos Juegos de Roma en 1960.

Llano y sencillo, a años luz de la altanería que se le podría suponer a un hombre de su condición, guapo, rico y triunfador aunque algo duro de trato, Goyeneche presidió, como no podía ser de otra manera, la Federación Madrileña de Hípica. Y lo hizo en plena Transición. De allí, este ingeniero industrial (ICAI) dio el salto a la española, donde permaneció de 1981 a 1987, año este último en el que el añorado Carlos Ferrer Salat, uno de los personajes que más hicieron por jubilar el tercermundismo deportivo en España, le dio la alternativa en el Comité Olímpico Español en calidad de vicepresidente.

Ferrer Salat y Goyeneche cohabitaron pacíficamente como presidente y delfín durante una larga década. Juntos vivieron la travesía del desierto entre el fracaso sin paliativos de Seúl 88, de donde nos volvimos con cuatro medallas, y el éxito inconmensurable y jamás superado de Barcelona 92, Juegos en los que multiplicamos por 5,5 el número de metales coreanos (22 en total).

Fue una época dorada. De grandes y bellos sueños. Ocupar la presidencia o la vicepresidencia del COE en el periodo entre Juegos 88-92 es una experiencia impagable, de esas que millones de españoles hubieran vivido gratis. Los Juegos de Barcelona 92 fueron para España algo más que un acontecimiento deportivo, constituyeron una auténtica prueba de fuego, el test definitivo que nos puso el resto del planeta antes de decidir si nos metían en la primera división mundial o no. Sobra decir, porque eso ya figura en los libros de historia, que superamos el examen con matrícula de honor cum laude. España ya no era el país casposillo de charanga y pandereta que secularmente nos vendieron, sino una nación moderna, vanguardista y preparada que había organizado los que a decir de muchos han sido los mejores Juegos de la historia.

El deporte
amateur
español pasó de ser una actividad marginal en la que nadie quería mandar a ser oscuro, claroscuro o clarísimo objeto del deseo de muchas personas que veían en sus organizaciones un vehículo para dar rienda suelta a sus pasiones y, de paso, para prestigiarse y proyectarse socialmente. Fueron años de profesionalización de deportistas, preparadores y dirigentes.

Alfredo Goyeneche, que era buen amigo de otro caballista de pro, don Juan Carlos —la hípica fue una de las aficiones del rey en el primer tramo de su vida—, se hizo con el poder absoluto en el Comité Olímpico Español al morir repentinamente de un infarto Carlos Ferrer Salat. El escalafón corrió aquel 18 de octubre de 1998 y él pasó a ocupar el despacho principal del vanguardista cuartel general del COE, diseñado por uno de los grandes de la arquitectura española contemporánea, Rafael de La-Hoz padre. Se da una curiosa y ciertamente llamativa circunstancia: fue el primer presidente en cien años de historia del COE que había sido deportista olímpico. Lo cual, dicho sea de paso, provocó el inmediato respeto de los presidentes de federaciones, acostumbrados hasta ese momento a que los rectores de nuestro deporte fueran tipos que como mucho practicaban la barra fija.

En el transcurso de su mandato, España presentó la candidatura de Sevilla para albergar los Juegos Olímpicos de verano de 2008 y la de Jaca para los de invierno de 2010. Fue un presidente tan activo como su predecesor, laboriosidad que Juan Antonio Samaranch premió metiéndole en el Comité Olímpico Internacional, el sanedrín de ciento treinta privilegiados que rigen los destinos del deporte universal. Suya fue una decisión que generó más de una queja entre la familia olímpica —«trato de favor», denunciaron los críticos— pero que pasaron desapercibidas para el gran público, más allá de la nota de color pertinente en los periódicos: la de colar el 4 de abril de 2002 a Iñaki Urdangarin como miembro del COE en sustitución del Maradona del waterpolo, Manel Estiarte. De aquellos polvos vienen también parte de los actuales lodos…

Como si fuera una maldición
kennedyana
, Alfredo Goyeneche nos dejó de la misma manera que su antecesor y que el antecesor de su antecesor: trágicamente y antes, mucho antes de lo que tocaba.

Alfonso de Borbón Dampierre se fue en 1987, siendo presidente en ejercicio del COE, de la manera más increíble pero cierta que pueda haber: al seccionarle la cabeza un cable colocado por un operario despistado en la estación estadounidense de Beaver Creek (Colorado), en la que se encontraba esquiando. Carlos Ferrer Salat, por su parte, padre de la mejor amazona española de todos los tiempos, Beatriz, expiró de una inesperada parada cardiaca. Su óbito también llamó poderosamente la atención, ya que acababa de superar sin mayores problemas su chequeo anual, el cual se limitó a certificar la proverbial salud de hierro de este antiguo tenista del equipo español de Copa Davis.

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