Utopía (24 page)

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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, Thriller

BOOK: Utopía
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Hubo una breve pausa en la solo se oyó el girar de la cinta.

«—¿Ha comprendido todo lo que he dicho, Sarah? Es muy importante que lo haya comprendido bien.» —Hasta la última palabra.

»—Por favor, repita todo lo que he dicho.

»—A las dos y cuarto, enviar cinco vagonetas vacías por el Viaje Galáctico. Dejar el disco en la vagoneta central. Cuando las vagonetas lleguen a la curva de la constelación de Cáncer, detener la marcha durante noventa segundos.

»—Muy bien. Sarah, no es necesario que le recuerde que nada de trucos. No es este el momento para pasarse de listos. Todo el código fuente, las últimas modificaciones. No intente hacerse la heroína. ¿Entendido?

»—Sí.

»—Gracias, Sarah. Ahora, quizá quiera poner manos a la obra. Tiene por delante una media hora muy atareada.»

Sarah apagó la grabadora y la dejó junto a la taza de té. Cuando lo hizo, olió la suave colonia que usaba Barksdale. Como siempre, le recordó la tela de mezclilla y los caballos.

Se volvió hacia Fred, que miraba la grabadora con una expresión distante en el rostro.

—¿Lo tienes todo preparado? —preguntó Sarah.

El sonido de su voz sacó a Barksdale de su ensimismamiento. Asintió.

—Una vez entradas nuestras tres claves digitales, se abrirán los protocolos de seguridad.

Copiaremos los programas y el resto de los archivos. ¿Quieres que el disco no se pueda copiar?

—Por supuesto.

—Muy bien. Grabar los errores de lectura llevará algún tiempo, pero calculo que no serán más que diez minutos.

—¿Qué hay de la otra pregunta?

—¿Cómo dices? Ah, sí. —Los ojos azules de Barksdale reflejaron su inquietud—. Es obvio que quien está detrás de todo esto tiene un profundo conocimiento de nuestros sistemas, y además tienen el acceso necesario para moverse voluntad.

—¿Cuántos entre tu gente reúnen estos requisitos?

Barksdale metió la mano en un bolsillo de la chaqueta y sacó un papel. Como siempre, sus movimientos eran precisos.

—Capaces de piratear la metarred, saltarse las alarmas, reprogramar los pases y acceder a los protocolos de seguridad del Crisol tenemos a ocho personas. Nueve si me incluyo. Aquí tienes la lista.

Sarah leyó rápidamente los ocho nombres.

—¿Cuántas de estas personas están hoy en el parque?

—Seis. He localizado a cinco. Falta Tom Tibbald. Nadie lo ha visto desde esta mañana.

—Por favor, pásale una copia a Bob Allocco. Dile que ordene buscar a Tibbald, pero con discreción. Tendríamos que revisar los archivos de seguridad. Ocúpate primero de copiar el disco. Emory espera en Nueva York. Llámalo en cuanto necesites nuestras claves digitales.

Barksdale asintió y le rozó la mejilla con la palma de la mano. La preocupación continuaba reflejada en su rostro.

—¿Qué pasa, Fred? —preguntó Sarah.

—Nada importante. —Titubeó—. Iba a preguntarte si habían enviado el robot de la Torre del Grifo a Andrew Warne.

—Bob Allocco tenía que hacerlo. ¿Por qué?

—No, por nada. —Se rascó una ceja—. Verás, mientras escribía la lista me puse a pensar. ¿No habría que esperar?

—¿Esperar a qué?

—Antes de involucrar a Warne. No parece el momento más apropiado. Él tiene sus motivaciones personales, y no son las mismas que las nuestras. Recuerda las palabras de Shakespeare: «Ama a todos, confía en unos pocos». No es a la inversa.

—No estarás insinuando que tiene algo que ver con todo esto, ¿no? La metarred es la niña de sus ojos. Ya viste su cara la reunión de esta mañana. —Lo miró de soslayo y entonces, a pesar de la gravedad de la situación, sonrió—, ¿Sabe qué, señor Frederik Barksdale? Creo que está un poquitín celoso. El ex novio y todo eso. —Se acercó un poco más— ¿Tengo razón?

¿Estás celoso?

Barksdale le sostuvo la mirada.

—No, quiero decir, todavía no.

Sarah le sujetó una mano, se la acarició.

—Tienes un sentido de la oportunidad muy curioso.

—Quizá es porque me preguntaba lo que podía significar su presencia aquí, que si yo no estuviese quizá vosotros dos podríais…

La mano de Sarah se movilizó.

—¿Cómo puedes ni siquiera pensarlo? Ahora te tengo A ti. No quiero a nadie más.

Le sujetó la otra mano y lo atrajo hacia ella. Así y todo, la expresión de inquietud no desapareció por completo.

De pronto se abrió la puerta del despacho y apareció Andrew Warne.

A Sarah le pareció que era un fantasma invocado por su conversación. Warne miró primero a Sarah, luego a Barksdale y por último las manos unidas. Durante una fracción de segundo su rostro mostró una expresión dolida.

—No pretendía interrumpir la fiesta —dijo desde el umbral.

—No interrumpes nada. —Sarah Soltó las manos de Barksdale y se apartó—. Fred se marchaba ahora mismo. Fred, te veré en la entrada del Viaje Galáctico a las dos y diez en punto, ¿De acuerdo?

Barksdale asintió y caminó hacia la puerta, Sarah observó la mirada que cruzaron los hombres.

Cuando nadie se lo esperaba, Tuercas entró en el despacho detrás de Warne, con la consecuencia de que Barksdale tuvo que saltar al corredor para apartarse de su camino.

Tras el robot llegó Terri Bonifacio, con los cabellos desordenado sobre la cara. En su rostro siempre había una leve sonrisa, como si recordara algo divertido, pero en esos momentos la sonrisa brillaba por su ausencia.

—Lo siento —añadió Warne—. Me refiero a interrumpir un momento íntimo.

—No era en absoluto íntimo —replicó Sarah, mientras volvía a su asiento.

—Es un hombre muy agradable —comentó Warne—. Me alegro por vosotros.

Sarah lo miró con suspicacia. Warne tenía ese gesto inquisitivo que ella conocía muy bien.

En Carnegie-Mellon había destacado como una avispa entre las polillas: el brillante chico malo de la robótica, con sus controvertidas teorías y sus notables creaciones.

Sin embargo, en la reunión de esa mañana había visto a un Warne diferente: un hombre acorralado, y ahora este lúgubre sarcasmo era algo todavía más nuevo.

—Ahora no tengo tiempo para esto, Drew —dijo Sarah.

Terri miró a uno y a otro.

—Creo que iré a tomar un café.

—No. Quédate. Tú más que nadie puede oírlo. —Warne acercó una silla y se sentó con un gesto airado. Miró a Sarah—. ¿Ahora no tienes tiempo para esto? Dios mío. Las amargas palabras resonaron en el aire helado del despacho.

—De acuerdo. Te escucho.

—Me trajiste aquí con una historia falsa. Después me sentaste en este despacho y me leíste la cartilla por los fallos de la metarred. Incluso me culpaste por ellos, me hiciste sentir responsable por lo que le pasó a ese chico en Notting Hill. Me pediste que lo desconectara.

Sarah lo miró en silencio. Warne se inclinó hacia la mesa.

—Ni siquiera tuviste la valentía de decirme lo que estaba pasando de verdad. En lugar de seguir adelante con el desarrollo de los robots, lo estabais reduciendo al mínimo. Aparte de comprometer el programa, le estabais moviendo la silla a Terri.

—Yo no le pedí que lo dijera —puntualizó Terri.

Sarah desvió la mirada por un segundo hacia Terri y después miró de nuevo a Warne.

—No estuve de acuerdo con la manera como te trajeron Aquí, Andrew. Fue una decisión de la oficina central. En cuanto a la robótica, es una vergüenza, pero esto es un negocio, no un laboratorio. Te lo dije cuando te llevaste a Tuercas. Aquí solo cuentan los resultados.

—Cogió la taza de té. Miró el reloj: 13.57.

—Sí, los resultados. Creo que Nightingale sería capaz de salir de la tumba si supiese que su parque está en manos de contables y estadísticos. —Warne se rió con una risa desabrida. En otro contexto esto quizá habría sido divertido. Porque hemos averiguado que a la metarred no le pasa nada. Es tu maldito parque el que está averiado.

Sarah dejó la taza y lo miró con más atención.

—¿A qué te refieres?

—A que Barksdale solo acertó parcialmente. La metarred ha estado haciendo estas cosas, el cambio de las órdenes a los robots y demás. Pero se equivocó en el resto. La metarred no transmitió sus propias instrucciones a los robots. Transmitió las de algún otro.

Esperó una respuesta de Sarah y, al ver que no decía nada, continuó:

—Creo que la manera como funcionó es la siguiente: alguien en el interior, digamos el señor X, escribe un comando para que un robot altere su comportamiento y lo cuela con el resto de las instrucciones de la metarred. A la mañana siguiente, la metarred descarga las instrucciones a los robots. Excepto que esta vez, además de las habituales actualizaciones y correcciones, el comando del señor X es transmitido a un robot determinado, y dicho robot comete un fallo. En su momento se hará el informe del incidente, pero mientras tanto el señor X se asegurará de eliminar la orden para que en la próxima descarga toda vuelva a la normalidad. Para cubrir el rastro le ordena a la metarred que no guarde registro de ninguno de los dos cambios. De esta manera, cuando un equipo inspeccione al robot, verá que no hay nada fuera de lugar en las instrucciones y que ha sido víctima de un fallo fantasma. —Miró a Terri—. ¿Qué tal lo hago?

La joven levantó el pulgar para comunicarle su aprobación.

—La única vez que las cosas no ocurrieron de esta manera fue con los robots de Notting Hill, y eso fue porque los desconectaron inmediatamente después del accidente. Los aislaron de la metarred. El señor X se quedó sin la oportunidad de devolverlos a la programación normal. —Miró a Sarah—. ¿Por qué tengo la impresión de que nada de esto te sorprende?

Sarah no hizo caso del comentario.

—Por el momento aceptemos tu hipótesis. Conoces la metarred mejor que nadie. ¿Podrías buscar el rastro del pirata?, ¿descubrir cuáles son los robots afectados?

—Quizá —respondió Warne sin mirarla—. Llevaría algún tiempo. Una de las cosas que me hizo sospechar fue la falta de… —Se interrumpió y miró a Sarah—. Espera un momento. Conozco esa mirada. Tú sabes algo, ¿no es así? Estas ocultando algo.

Sarah echó una ojeada a la lista de posibles topos preparada por Barksdale. El nombre de Teresa Bonifacio aparecía en tercer lugar.

—Sarah, contéstame. ¿Qué demonios está pasando?

Sarah repasó rápidamente las posibilidades. Warne estaba en una posición única para ayudar, era la persona indicada para contraatacar a los cabrones en su propia base. Sarah miró de nuevo la lista. Podía ordenarle a Terri que saliera del despacho, pero Warne se lo diría de todas maneras. Además, lo más probable era que no pudiese hacerlo solo, al menos a tiempo. Necesitaría que alguien lo ayudara.

La directora siempre había criticado la actitud de Terri ante la Política de Utopía, su vena rebelde, su hábito de manifestar sus opiniones se las pidieran o no. Así y todo, el instinto le decía que Terri no traicionaría el trabajo que era su pasión, y Sarah siempre confiaba en su instinto.

—Teresa, cierra la puerta —dijo en voz baja. Esperó a que Terri volviera a su asiento—. Lo que os voy a decir es en la más estricta confianza. La reserva más absoluta. ¿Está claro?

Vio cómo ambos se miraban el uno al otro antes de asentir—. Nos han tomado como rehenes.

Warne frunció el entrecejo.

—¿Qué?

—Hay un grupo de asaltantes en el parque. No sabemos cuántos. ¿Recuerdas al hombre que entró en mi despacho cuando te marchabas? Dice que se llama John Doe. Es el jefe. Han saboteado a unos cuantos robots, probablemente de la manera en que tú lo has explicado.

También afirman que han colocado explosivos en los Mundos. Puede que la amenaza sea real. Quizá no lo sea, pero debemos presuponer que lo es. Tenemos que entregarles el código fuente del Crisol, todo el programa holográfico. De lo contrario…

El color había desaparecido del rostro de Warne, Miró fijamente a Sarah.

—¿De lo contrario, qué?

Sarah no respondió. Por unos momentos nadie se movió.

Luego Warne se levantó de un salto.

—Dios mío, Sarah. Georgia está en el parque.

—Haremos la entrega dentro de quince minutos. Nos han prometido que nadie sufrirá daños. Drew, si puedes utilizar la metarred para rastrear a los robots afectados, quizá podamos…

Warne no la escuchaba.

—Tengo que encontrarla.

—Drew…

—¿Cómo diablos la encuentro? —gritó Warne—. Tiene que haber una manera. ¡Ayúdame, Sarah!

La directora lo miró por un instante. Luego miró el reloj. Las dos.

—Podemos rastrear su insignia —dijo Terri.

Warne se volvió hacia la joven.

—¿Rastrear su insignia?

—A todos los visitantes les dan una insignia con un código incorporado que deben llevar mientras están en el parque. Tú la llevas.

Warne miró el pájaro estilizado que llevaba en la solapa.

Miró a Sarah.

—¿Es verdad?

Sarah le devolvió la mirada. Veía cómo se le escapaba esta oportunidad. No podía ser más frustrante. Después se volvió hacia el ordenador. Tenía que hacer esto a toda prisa.

—Hay cámaras distribuidas por todo el parque que graban imágenes de los visitantes y el personal —explicó al tiempo que tecleaba—. Todas las noches, después del cierre, procesamos las imágenes con un patrón de reconocimiento para aislar imágenes de los visitantes. A continuación las procesarnos junto con las tarjetas que utilizaron para comprar comida, recuerdos o prendas. Esto nos permite llevar un control de los patrones de compra, interés de las atracciones y cosas por el estilo.

Warne pareció tranquilizarse un poco a medida que escuchaba las explicaciones.

—El Gran Hermano se encarga de recopilar la información —comentó—. Pues esta vez no me quejo. Venga, vamos a encontrarla.

Sarah escribió unas cuantas órdenes más.

—Estoy recuperando la aplicación de búsqueda. Escribiré el nombre de Georgia. —Esperaron unos segundos—. Vale, ya tengo su código. Ahora pediré una secuencia cronológica de las imágenes.

Esta vez la espera fue más larga.

—¿Por qué tarda tanto? —preguntó Warne, impaciente.

—He pedido una tarea especial. Necesita mucha potencia. Normalmente, solo hacemos esto por la noche, cuando los ordenadores no están ocupados con las operaciones del parque.

En aquel momento se limpio la pantalla y apareció una nueva ventana, con una pequeña lista.

—Aquí está —anunció Sarah.

Warne y Terri se acercaron para mirar la pantalla.

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