Authors: Brian Lumley
Y Harry se preguntó qué disposiciones habrían tomado los miembros supervivientes de la Organización E rusa sobre lo que restaba cuando terminó la lucha. ¿Qué habían hecho de sus
zombies?
¡Aquello debió de parecer una locura total, una pesadilla absoluta! Harry presumió que, después de abandonar el
château
por el camino de Möbius, los tártaros habían quedado una vez más inactivos…
Quizá Alec Kyle tenía ahora las respuestas a estas preguntas, aprendidas de Félix Krakovitch. Harry lo descubriría, en definitiva; pero, de momento, había nuevos problemas. El primero de ellos era cuánto debía decir a Thibor acerca de Yulian Bodescu. Presumió que muy poco. Pero, por otra parte, el ahora extinto vampiro lo había adivinado, tal vez. Lo cual hacía inútil la preservación del secreto.
Muy bien
, dijo por fin Harry.
Trato hecho
.
¡Estúpido!
, dijo de inmediato Dragosani.
Había confiado un poco en ti, Harry Keogh; pensaba que eras más inteligente. ¡Y hete aquí que haces un trato con el mismo diablo! Ahora veo que tuve mala suerte en nuestra pequeña contienda. ¡Eres tan estúpido como lo fui yo!
Harry no le hizo caso.
Cuenta el resto de tu historia, Thibor, y date prisa, pues no sé de cuánto tiempo más dispongo
…
La primera vez que vino el viejo Ferenczy, me pilló desprevenido. Estaba durmiendo, aunque, agotado y medio muerto de hambre, poco habría podido hacer en cualquier caso. Me enteré de su visita cuando oí cerrarse de golpe la pesada puerta de roble y fijarse una barra detrás de aquélla. Cuatro pollos atados, vivos y con todas sus plumas, chillaban y aleteaban en un cesto, delante de la puerta. Al levantarme y dirigirme a aquélla, Ehrig se me había adelantado un paso
.
Lo agarré de un hombro, lo aparté a un lado y llegué antes que él a la cesta
.
«¿Qué es esto, Faethor?», grité. «¿Pollos? ¡Creía que los vampiros tenían mejor carne para la cena!»
«¡Nosotros queremos sangre para cenar!», gritó él a su vez, riendo entre dientes detrás de la puerta. «Desde luego, comemos carne si hemos de hacerlo, pero la sangre es la verdadera vida. Los pollos son para ti, Thibor. Córtales el cuello y bebe. Déjalos secos. Si quieres, puedes dar la carne a Ehrig, y lo que quede a tu primo de debajo de las losas.»
Oí que empezaba a subir la escalera de piedra y le grité:
«¿Cuándo empezaré mi servicio, Faethor? ¿O tal vez has cambiado de idea y consideras demasiado peligroso dejarme salir de aquí?»
Las pisadas se detuvieron
.
«Te sacaré de aquí cuando me plazca», dijo, con voz contenida. «Y cuando
tú
estés preparado…»
Rió de nuevo, esta vez más abiertamente
.
«¿Preparado? ¡Estoy preparado para un trato mejor que éste!», le dije. «Habrías debido traerme una muchacha. Con una muchacha, ¡se puede hacer algo más que comérsela!»
Hubo un momento de silencio tras el cual él dijo:
«Cuando seas dueño de ti podrás tomar lo que quieras.»
Su voz se hizo más fría.
«Pero yo no soy como una gata que caza ratones para sus gatitos. Una muchacha, un chico, una cabra…, la sangre siempre es sangre, Thibor. En cuanto a la lascivia, más tarde tendrás tiempo para ella, cuando comprendas el verdadero significado de la palabra. Por ahora… reserva tus fuerzas.»
Y se marchó
.
Mientras tanto, Ehrig se había apoderado de la cesta y se apartaba con ella. Le di un tortazo que lo hizo caer al suelo, protestando. Entonces miré las aterrorizadas aves y fruncí el entrecejo. Pero… tenía hambre, y la carne es la carne. Nunca había sido remilgado, y aquellas aves estaban gorditas. Y de todos modos, lo que había de vampiro en mí estaba embotando el filo de las buenas costumbres, la urbanidad y el comportamiento civilizado. En cuanto a la civilización, ¿qué me importaba? Como guerrero valaco que era ¡siempre había sido más que medio bárbaro!
Comí, y también lo hizo Ehrig, el perro. Sí, y más tarde, cuando estábamos a punto de dormirnos, comió también mi «primo»
…
Cuando me desperté, más despejado, saciado por mi cena, vi la Cosa, aquel ser inconsciente de carne de vampiro que se ocultaba en la oscuridad, debajo del suelo. No sé qué había esperado. Faethor había mencionado enredaderas subterráneas. Y eso lo parecía. Al menos en parte
.
Si habéis visto alguna vez un pulpo blando pescado en el mar, podréis haceros una idea de la criatura brotada del dedo de Faethor y alimentada con la sangre de Avros, el gitano. Lo único que no puedo comentar es su tamaño; sin embargo, si el cuerpo de un hombre fuese aplastado y convenido en una masa pastosa… abarcaría mucho espacio. La materia de Arvos había recibido una nueva forma
.
Las «manos» que se movían a tientas y que habían brotado de aquel ser, eran elásticas. Había muchas y no carecían de fuerza. Los ojos eran
muy
extraños y se formaban y deformaban, venían y se iban; miraban y pestañeaban; pero, si he de ser sincero, no puedo afirmar que viesen. En verdad, tuve la impresión de que eran ciegos; o tal vez veían como ven los recién nacidos, sin comprender
.
Cuando una mano de aquella cosa salió del suelo cerca de donde estaba yo, maldije en voz alta y le di una patada, ¡y enseguida se encogió y se escondió! Yo no podía saber lo que sentía aquello, pero era evidente que la cosa-vampiro recelaba de mí. Tal vez sentía que era yo una forma superior… ¡de ella misma! Recuerdo que, entonces, ésta fue una idea estremecedora
…
Faethor seguía siendo siempre el mismo: tortuoso, astuto como un zorro, escurridizo como una anguila. Así lo consideraba yo, como fruto de la mera frustración. Desde luego, él era así: ¡pertenecía a los wamphyri! No habría podido imaginar que pudiese ser de otra manera. Pero lo cierto es que no se dejaba sorprender. Yo pasaba horas esperándolo detrás de la puerta, con las cadenas en las manos, sin atreverme apenas a respirar, para que él no me oyese. Pero el infierno se enfriaría antes de que él viniera. ¡Ay! Pero sólo hacía falta que me quedase dormido… para que me despertara un cerdito chillón o el aleteo de una paloma atada. Y así iban pasando los días, acaso las semanas
…
Tengo que hacerle justicia. Después de aquel primer tiempo, el viejo diablo no permitió que pasara demasiada hambre. Ahora, creo que aquel período inicial de hambre fue para que el vampiro que llevaba en mí me dominase. El no tenía nada más con qué alimentarse y, por esto, debía confiar en mis reservas de grasa, debía convertirse más plenamente en una parte de mí. De manera parecida, yo estaba obligado a recurrir a su fuerza. Pero en cuanto el lazo estuviera definitivamente formado, Faethor podría empezara engordarnos de nuevo. Y empleo esta frase de forma adecuada
.
Junto con la comida, en ocasiones recibíamos una jarra de vino tinto. Al principio me anduve con cuidado, pues recordaba cómo me había drogado el Ferenczy. Dejaba que Ehrig bebiese el primero, y entonces observaba sus reacciones. Pero, aparte de tener más suelta la lengua, no vi nada en particular. Por consiguiente, bebí también. Mas tarde, no daba vino a Ehrig, sino que yo lo consumía todo. Esto había sido también exactamente proyectado así por el viejo diablo
.
LLegó un día en que, después de una comida, tuve sed y bebí una jarra de un trago; entonces me tambaleé de un lado a otro antes de derrumbarme. ¡Envenenado de nuevo! Faethor se había burlado de mí una vez más. Pero esa vez mi fuerza de vampiro me sostuvo; me aferré a mi conciencia y, tumbado allí, febril, me pregunté cuál era el objeto de aquello
. ¡Ay!,
escucha y te explicaré lo que se proponía Faethor
.
«Una muchacha, un chico, una cabra: la sangre es sangre», me había dicho aquella vez. «La sangre es vida.» Cierto, pero
no
me había dicho esto: que de todas las delicias, de todas las fuentes de inmortalidad, de todas las flores cortadoras de néctar, lo que el vampiro prefiere es sorber en la corriente roja palpitante de la sangre de otro vampiro. Y así, cuando hube sucumbido totalmente a su vino, Faethor vino a mí de nuevo
.
«Esto tiene dos objetivos», me dijo, inclinado sobre mí. «Primero: hace mucho tiempo que no he bebido de uno de los míos, y tengo una sed enorme. Segundo: tú eres duro y no te someterás a la esclavitud sin luchar. Que sea así; esto debería quitarte todo el veneno.»
«¿Qué… qué estás haciendo?», gruñí, tratando de levantar los pesados brazos y apartarlo
.
Fue inútil; era tan débil como un gatito; incluso me costaba muchísimo articular las palabras
.
«¿Haciendo? Bueno, ¡me dispongo para la cena!», respondió, alegremente. «Y vaya menú! Sangre de un hombre fuerte, aderezada con la sangre del vampiro en ciernes que lleva dentro…»
«¿Tú… tú vas a beber de
… mi
garganta?»
Lo miré espantado; tenía turbia la visión
.
Él no hizo más que sonreír, pero con su sonrisa más odiosa, y me rasgó la ropa. Entonces, puso sus horribles manos sobre mí y palpó toda mi carne, frunciendo un poco el entrecejo, como si buscase algo. Me volvió de lado, tocó mi espina dorsal, la apretó más fuerte y dijo:
«¡Ah! Aquí está. ¡El premio gordo!»
Yo quería escabullirme, pero no podía. Me estremecía por dentro (tal vez aquel niño que llevaba en mi interior se estremecía también), pero, por fuera, mi piel apenas temblaba. Traté de hablar, pero también eso me resultaba demasiado difícil. Mis labios se movieron sólo un poco y emitieron un sonido lastimero
.
«Thibor, dijo el viejo diablo», con voz pausada, como en amable conversación, «tienes mucho que aprender, hijo mío. Acerca de mí, acerca de ti mismo, acerca de los wamphyri. Todavía no lo adviertes, todavía no percibes todos los misterios que he volcado sobre ti. Pero llegarás a ser lo que yo soy. Y todas las facultades que poseo serán tuyas. Has visto y aprendido un poco, ahora mira y experimenta más
.»
Continuó sosteniéndome de lado, pero me levantó un poco la cabeza para que pudiese ver su cara. Sus ojos magnéticos me sujetaban como a un pez prendido en sus pupilas. Mi visión confusa se aclaró; la imagen se hizo definida; vi con más claridad que nunca. El cuerpo y los miembros podían ser de plomo, pero la mente era afilada como un cuchillo, y la conciencia tan aguda que casi podía
sentir
el cambio que se producía en la criatura inclinada encima de mí. Por alguna razón, de alguna manera, Faethor había agudizado mis percepciones, aumentado mi sensibilidad
.
«Ahora mira», susurró. «¡Observa!»
.
La piel de la cara de Faethor, granujienta y de poros abiertos en el mejor de los casos, experimentó una rápida metamorfosis. Mientras lo observaba, pensé:
«Nunca he sabido cómo es. Y ni siquiera ahora lo sabré. ¡Es como quiere que yo lo vea!».
Los poros de la cara se abrieron más aún, como picaduras de viruela. Las mandíbulas, ya enormes, se alargaron con un ruido parecido al de una tela al rasgarse gradualmente, y sus labios correosos se encogieron hacia atrás, hasta que la boca no fue más que unas abultadas encías carmesí y unos dientes babosos y mellados. Yo había visto antes los dientes de Faethor, pero nunca exhibidos de esa manera. Y aún no era completa la metamorfosis
.
Todo estaba en las mandíbulas, en los dientes, en los contornos de una cara de pesadilla. Faethor se había parecido siempre a un gran murciélago, o tal vez a un lobo, o a ambas cosas; pero ahora se convertía rápidamente en algo más que un parecido. No era un murciélago y tampoco un lobo, sino una criatura intermedia, y el hombre Faethor era sólo la cáscara, como la crisálida que ocultaba a una larva monstruosa. Pero ahora la crisálida se había abierto de par en par
.
Sus dientes eran como finos y torcidos icebergs que se apretaban en el océano rojo de las encías en carne viva. La boca sangraba y expulsaba carne a medida que aquellos terribles dientes crecían, cortando como cuchillos de sierra desde las mandíbulas que, al aparecer entre la carne, formaban aristas de cartílagos brillantes, abiertas como una trampa. Al mirar aquellas fauces, que empequeñecían el resto de su cara, comprendí que podía cerrarlas sobre
mi
cara y arrancar la carne hasta los huesos. Pero no era eso lo que se proponía. Cuando se alargaron todavía más los caninos superiores que, como colmillos de un jabalí, casi cubrían la mandíbula inferior, lanzó una carcajada que era como un gorgoteo con sus ojos amarillos ardientes sobre la nariz achatada y de orificios colorados. Con sus dientes en sable, Faethor ya estaba preparado. Antes de que me volviese boca abajo, vi que aquellos inverosímiles colmillos tenían un orificio en la punta… ¡como sifones para mi sangre!
Paralizado como estaba, nada podía hacer. Ni siquiera gritar. Y lo peor era que ya no podía verlo. Pero sentí que sus manos expertas examinaban mi espalda; sentí el súbito retorcimiento doloroso de algo dentro de mí, de algo que Faethor había descubierto pegado a mi columna vertebral; sentí cómo los grandes dientes del monstruo pinchaban mi carne como clavos, sujetando mi parásito inmaduro donde se retorcía en su propia agonía. Aunque su agonía era la mía y la mía era la suya, y ninguno de los dos podía soportarla. Faethor había aumentado mi sensibilidad, ¡para que pudiese conocer el más exquisito dolor! ¡Y de qué modo lo conocí, maldito sea su podrido corazón!
Entonces, durante largo rato, no supe nada más. Me envolvió la oscuridad
.
Lo cual, como puedes suponer, no dejé de agradecer
…
Al principio, cuando recobré el conocimiento, pensé que estaba solo. Pero entonces oí que Ehrig gimoteaba en un rincón oscuro, lo oí y recordé. Recordé nuestra camaradería, todos los sangrientos combates en que habíamos participado juntos. Recordé que había sido mi amigo fiel, que de buen grado habría dado la vida por mí.,., como yo habría dado la mía por él
.
Tal vez él también recordaba, y por eso lloriqueaba. No lo sé. Sólo sabía que, cuando el Ferenczy había hincado los dientes en mi espina dorsal, no pude ver a Ehrig en ninguna parte
…