Velo de traiciones (10 page)

Read Velo de traiciones Online

Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Velo de traiciones
9.11Mb size Format: txt, pdf, ePub

Como miembro del Comité de Asignaciones, era el contrincante directo de Valorum, ya que su mundo natal productor de especia había visto cómo se le negaba una y otra vez el estatus de mundo favorecido.

Entre los invitados al palco de Taa se encontraban los senadores Toonbuck Toora, Passel Argente, Edcel Bar Gane y Palpatine, junto a dos de los ayudantes personales de éste, Kinman Doriana y Sate Pestage.

—¿Sabe por qué le gusta tanto a Valorum asistir a la ópera? —preguntó Taa en básico por la comisura de su enorme boca—. Porque es el único lugar de todo Coruscant donde le aplauden todos los asistentes.

—Y aquí hace poco más que lo que hace en el Senado —añadió Toora—. Se limita a seguir el protocolo y a fingir interés.

Ésta era una bípeda peluda fabulosamente rica, con una boca ancha, una barba triple, ojos pequeños y una nariz respingona situada bajo la cresta ósea en que culminaba su cabeza regordeta.

—Valorum es un inútil —canturreó Passel Argente, un humanoide de complexión enjuta afiliado a la Alianza Corporativa, y vestido con un turbante y una pechera negros que sólo mostraban su rostro y el cuerno arremolinado que sobresalía de su cabeza—. Vivimos en tiempos que requieren vigor, dirección y unidad, y Valorum insiste en continuar por caminos ya transitados. Por caminos que no alterarán el status quo.

—Para nuestra diversión —murmuró Toora.

—Pero esa reverencia confidencial que nos ha dirigido… —dijo Taa, mientras maniobraba para entrar en la silla especialmente diseñada para acoger su ancho cuerpo—. ¿A qué podemos achacar ese honor?

Toora hizo un gesto como para desechar esa idea.

—Será esa tontería sobre las peticiones de la Federación de Comercio. Valorum necesitará todo el apoyo que pueda conseguir si pretende convencernos para que gravemos con impuestos las zonas de libre comercio.

—Entonces, aún resulta mucho más curioso que nos salude —remarcó Taa, haciendo un gesto hacia los demás palcos—. Allí se sientan los senadores Antilles, Horox Ryyder, Tendau Bendon… casi todos del lado de Valorum y más merecedores de una reverencia suya.

Taa alzó la gruesa mano en un saludo cuando el grupo del palco se dio cuenta de que era observado.

—Entonces el gesto debía ser sólo para el senador Palpatine —comentó Toora—. Tengo entendido que el delegado de Naboo tiene la atención del Canciller Supremo.

Taa se volvió para mirar a Palpatine.

—¿Es cierto eso, senador?

—Puedo asegurarle que no como se imagina —respondió Palpatine con una ligera sonrisa—. El Canciller Supremo se reunió conmigo para solicitar mi opinión sobre el impacto que tendría ese impuesto en los sistemas fronterizos. Hablamos de poco más. En todo caso, Valorum apenas necesita mi apoyo para que la propuesta prospere. No es tan inútil como muchos parecen pensar.

—Tonterías —dijo Taa—. Todo acabará dependiendo de las lealtades de cada uno, será una competición entre las facciones de Bail Antilles y las que tienen a Ainlee Teem como portavoz. Como siempre, los mundos del Núcleo se pondrán del lado de Valorum, y las colonias cercanas en contra.

—Sólo conseguirá dividir aún más al Senado —opinó Edcel Bar Gane, con voz sibilante. El representante del mundo de Roona tenía una cabeza bulbosa y ojos que se estrechaban y rasgaban hacia arriba.

Toora asimiló el comentario sin decir nada, antes de volverse hacia Palpatine.

—Siento curiosidad, senador. ¿Qué le dijo usted a Valorum en lo referente al impacto que tendrá ese impuesto en los sistemas fronterizos?

—Quizá me sienta inclinado a decirlo si se activa el anulador de ruido del palco.

—Oh, hágalo, Taa —le animó Toora—. Me encantan las intrigas.

Taa movió un conmutador situado en la barandilla del palco, activando un campo de contención que bloqueaba cualquier posible intento de espionaje por audio. Pero Palpatine no habló mientras Sate Pestage, un humano enjuto de rasgos afilados y alopécico cabello negro, no comprobó el buen funcionamiento del campo.

El gesto de Pestage impresionó a Argente.

—¿Todo el mundo en Naboo es tan precavido como usted, senador?

—Considérelo un defecto personal —repuso Palpatine encogiéndose de hombros.

—Lo tendré en cuenta.

—Venga, cuéntenos —dijo Toora—. ¿Piensa el Canciller arriesgarse y enfrentarse a la Federación de Comercio?

—El peligro radica en que sólo ve una parte del problema —empezó a decir el senador de Naboo—. Aunque él sería el primero en negarlo, Valorum es básicamente un burócrata, como lo fueron sus antepasados. Prefiere las normas y los procedimientos a la acción directa. Le falta discernimiento. La dinastía de Valorum fue la principal responsable hace décadas de que se diera rienda suelta a la Federación de Comercio. ¿Cómo creen que han conseguido acumular tantas ganancias? Desde luego no ha sido favoreciendo a los sistemas fronterizos, sino firmando acuerdos muy ventajosos con el Clan Bancario Intergaláctico y con corporaciones como TaggeCo. Resulta especialmente irónico que la actual crisis esté motivada por el Frente de la Nebulosa, ya que el padre de Valorum estuvo a punto de erradicar a ese grupo, pero fracasó al hacerlo y se limitó a castigarlo en vez de a desbandarlo.

—Me sorprende, senador —comentó Toora—. Y creo que en el buen sentido. Continúe.

Palpatine cruzó las piernas y se irguió en su asiento.

—El Canciller Supremo no se da cuenta de que el futuro de la República depende en gran medida de lo que suceda en los Bordes Medio y Exterior. Por muy corrupto que esté Coruscant, la auténtica corrosión, la que acabará consumiendo al centro, es la que siempre empieza en los bordes, avanzando desde ahí en dirección al centro. Si Valorum no hace algo para detener la marea, Coruscant acabará convertida en una esclava de esos sistemas, incapaz de aplicar ley alguna sin su consentimiento. Y si no se les aplaca ahora, más tarde nos veremos obligados a someterlos por la fuerza a la autoridad central. Son la clave para la supervivencia de la República.

Taa emitió un bufido.

—Si no te he interpretado mal, nos está diciendo que nuestro enlace con esos sistemas es la Federación de Comercio, que es nuestro, llamémosle embajador, y que, por tanto, no podemos permitirnos el alienar a los neimoidianos o a los demás.

—Me interpreta mal. Tenemos que tener controlada a la Federación de Comercio. Valorum tiene razón al querer imponer el impuesto, porque la Federación ya tiene demasiada influencia en los sectores fronterizos. Hay centenares de sistemas fronterizos que, desesperados por tener tratos comerciales con el Núcleo, han renunciado a su derecho de tener una representación individual en el Senado para unirse a la Federación en calidad de miembros signatarios. En este momento, los neimoidianos y sus socios carecen de los votos que necesitan para bloquear el impuesto. Pero dentro de un año o dos, tendrán el apoyo necesario para anular las decisiones del Senado siempre que lo deseen.

—Entonces usted está del lado de Valorum —dijo Toora—. Piensa apoyar el impuesto.

—Todavía no —dijo Palpatine con precaución—. Él considera ese impuesto como una manera de castigar a la Federación de Comercio y, de paso, enriquecer a Coruscant. Es un planteamiento que además de alienar a sus miembros, nos enfrentará a los sistemas fronterizos. Antes de hacer que Naboo apoye a uno u otro bando, quiero ver cómo se inclina la balanza en las votaciones. En este momento, los que más se beneficiarán serán los que se mantengan en el centro. Quienes sepan ver con claridad cuál es cada bando, serán quienes estén en mejor posición para guiar a la República por esta transición crítica. Si Valorum obtiene suficiente apoyo sin el respaldo de mi sector, mejor. Pero no por ello dejaré de hacer lo que considere que es lo mejor para el bien común.

—Ha hablado como un futuro jefe de partido —dijo Taa con una risotada.

—Cierto —dijo Argente con toda seriedad.

Toora evaluó abiertamente a Palpatine.

—Unas preguntas más, si no le importa.

Palpatine gesticuló hacia el escenario.

—Estaría encantado de seguir hablando del tema, pero la representación está a punto de empezar.

º º º

Los estudiantes Jedi vestían túnicas y botas de colores apagados, formaban dos filas enfrentadas, y dos docenas de sables láser se iluminaron en el doble de manos.

Ante una palabra del Maestro de esgrima, los doce estudiantes de una fila dieron al unísono tres pasos hacia atrás parándose en una pose defensiva, con los pies firmemente plantados en el suelo, manteniendo los sables rectos y verticales a la altura de la cintura.

No había dos sables láser iguales, ya que estaban hechos por los propios estudiantes para adecuarse a manos de diferentes tamaños y formas, pero todos tenían rasgos comunes: puertos de carga, placas proyectoras de la hoja, activadores, células energéticas de diatium y los escasos y notables cristales de Adegan que daban origen a la hoja en sí. En la galaxia había pocos materiales conocidos que los sables láser no pudieran cortar. A plena potencia y en las manos adecuadas, un sable láser podía cortar el duracreto o abrirse paso lentamente por las compuertas de duracero de una nave estelar.

Ante la siguiente palabra del Maestro, la segunda fila se puso en posición de ataque, girando los hombros y bajando su centro de gravedad al inclinar ligeramente las rodillas y alzar los sables láser con ambas manos, como si fueran a rechazar una pelota que se les lanzara.

La segunda fila avanzó ante una última palabra del instructor. Los estudiantes de la primera línea movieron con precisión coreográfica sus sables láser a una posición defensiva, retrocediendo intencionadamente mientras permitían que sus contrincantes golpearan repetidamente sus elevadas armas. Cuando los que defendían recorrieron la mitad de su espacio, el Maestro detuvo el ejercicio e hizo que los grupos cambiasen de posición.

Los que se habían defendido pasaron a ser los atacantes, y las espadas de luz zumbaron y chocaron ruidosas unas contra otras, fundiéndose sus auras, llenando el aire de la sala de entrenamiento con cegadores fogonazos de luz.

Qui-Gon y Obi-Wan observaban desde una galería situada ligeramente por encima del suelo acolchado, en el interior de la pirámide que era la base del Templo Jedi. Llevaban toda la mañana realizando ese ejercicio, pero sólo unos pocos estudiantes daban señales de fatiga.

—Recuerdo esto como si fuera ayer —dijo Obi-Wan.

Qui-Gon sonrió.

—Para mí esto representa unos cuantos ayeres, padawan.

Aunque les separaban más de veinticinco años, los dos habían pasado su infancia en el Templo, como solía pasar con todos los Jedi, fueran estudiantes, padawan. Caballeros o Maestros Jedi. La Fuerza se mostraba en la infancia, y los potenciales Jedi se convertían en residentes del Templo con sólo seis meses de edad, a raíz de ser descubiertos por los Jedi en Coruscant o en algún mundo lejano, cuando no eran los miembros de su familia los que los llevaban allí. Solían realizarse pruebas frecuentes para establecer la relativa vitalidad de la Fuerza que residía en los posibles candidatos, pero eran pruebas que no indicaban forzosamente dónde podría acabar un candidato; ya fuera varón o hembra, humano o alienígena. Se podía acabar empuñando el sable láser para defender la paz y la justicia o pasar una vida al servicio de los Cuerpos Agrícolas, ayudando a alimentar a los pobres y menesterosos de la galaxia.

—Por mucho que me entrenase, siempre me preocupó carecer del temperamento necesario para convertirme en un padawan, por no decir un Caballero Jedi —añadió Obi-Wan—. Me esforcé más que nadie en ocultar mis dudas.

Qui-Gon le miró de reojo, cruzando los brazos.

—Si te hubieras esforzado un poco más, seguramente habrías seguido en los Cuerpos Agrícolas. Fue cuando dejaste de esforzarte tanto cuando encontraste tu camino.

—No conseguía centrar la mente en el momento.

—Y sigues sin poder.

Obi-Wan había sido destinado doce años antes a los Cuerpos Agrícolas del planeta Bandomeer, siendo allí donde se formó su relación con Qui-Gon, cuyo anterior padawan había cedido ante el Lado Oscuro de la Fuerza, abandonando así la Orden Jedi. Pero, pese al lazo que se formó entre Qui-Gon y él, seguía habiendo momentos en que se preguntaba si tenía lo que hacía falta para ser un Caballero Jedi.

—¿Cómo puedo saber si el Cuerpo Agrícola es o no mi verdadero camino, Maestro? Puede que nuestro encuentro en Bandomeer sólo fuera un desvío en el camino que debí tomar entonces.

Qui-Gon se volvió por fin a mirarlo.

—Hay muchos caminos en la vida, Obi-Wan. No todos somos lo bastante afortunados como para descubrir el que late acorde con nuestro corazón, el que nos depara la Fuerza. ¿Qué encuentras cuando intentas discernir lo que sientes por las elecciones ya tomadas?

—Siento que he encontrado el camino adecuado, Maestro.

—Estoy de acuerdo contigo —repuso Qui-Gon, cogiendo a su aprendiz por los hombros, y sonriendo mientras se volvía para mirar a los estudiantes—. Aun así, creo que habrías sido un gran agricultor.

Los estudiantes se arrodillaban en dos filas, encogiendo las piernas bajo ellos, con los pies cruzados. La sala estaba silenciosa, oyéndose sólo el sonido de los pies desnudos del Maestro de esgrima en la esterilla mientras se movía entre las dos filas, dirigiéndose a cada estudiante.

El Maestro de esgrima era un twi’leko, con una cabeza de esbeltas colas y un torso musculado. Se llamaba Anoon Bondara y era un duelista de habilidad inigualable. Qui-Gon solía librar duelos con él en cuanto se le presentaba una oportunidad. Un duelo con Bondara, por breve que fuera, le resultaba mucho más instructivo que veinte contra contrincantes de menor valía.

El Maestro de esgrima se detuvo ante una estudiante humana llamada Darsha Assant, que casualmente también era su padawan. Bondara se inclinó sobre sus caderas para mirarla a los ojos.

—¿En qué pensabas al atacar?

—¿En qué pensaba, Maestro?

—¿Cuáles eran tus pensamientos? ¿Cuál tu intención?

—Sólo ser todo lo fuerte que me fuera posible, Maestro.

—Querías ganar.

—Ganar no, Maestro. Quería golpear de forma impecable.

Bondara hizo una mueca.

—Libérate de todo pensamiento. No esperes ganar; no esperes perder. No esperes nada.

Obi-Wan miró a Qui-Gon.

—¿Dónde he oído eso antes?

Qui-Gon le calló, sin apartar los ojos de Bondara, que volvía a estar en movimiento.

Other books

Every Brilliant Eye by Loren D. Estleman
The Ambassador's Wife by Jake Needham
The Sarantine Mosaic by Guy Gavriel Kay
Captive Wife, The by Kidman, Fiona
You're the One by Angela Verdenius
Home Is Where the Heat Is by James, Amelia