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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (14 page)

BOOK: Velo de traiciones
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La mujer estaba en peor forma que Cohl. Un parche de bacta le tapaba el ojo izquierdo, y llevaba en cabestrillo el antebrazo del mismo lado. Boiny se había sumergido en un tanque de bacta.

Cohl negó con la cabeza sin apartar la mirada de la escotilla.

—Quédate. Ten a mano la pistola láser.

Rella sacó el arma de la cartuchera situada en la cadera derecha y comprobó la carga.

La escotilla se abrió con un siseo, y en el pasillo entraron un humano delgado y un humanoide reptiliano, vestidos ambos con túnicas, pantalones de tela áspera y botas que les llegaban a las rodillas. El segundo tenía una piel dura y arrugada iridiscente bajo la luz del sol y manos del tamaño de guantes de scoopball. Su rostro plano tenía múltiples agujeros de nariz y de la frente le sobresalían cuatro pequeños cuernos. De su mano izquierda colgaba un portaobjetos de buen tamaño.

—Bienvenido a Asmeru, capitán Cohl —dijo el humano en básico—. Nos alegra verte vivo relativamente bien.

Cohl asintió cortésmente a nodo de saludo.

—Havac.

Éste hizo un gesto hacia su compañero.

—Supongo que se acordará de Cindar.

Cohl volvió a asentir. Ni los sensores del
Halcón Murciélago
ni él mismo veían indicios de que la pareja llevase armas escondidas.

—Rella —dijo él, haciendo un gesto hacia ella a modo de presentación.

Havac sonrió y alargó la mano hacia ella en gesto cortés.

—¿Cómo podría olvidarla?

—Vamos a donde podamos hablar —dijo Cohl.

Mientras caminaban, evaluó a sus invitados. Havac no era el verdadero nombre del humano, sólo su nombre de combate. Había sido holodocumentalista y activista de los derechos alienígenas durante el Conflicto Hiperespacial Stark, y dedicó varios años a redactar la crónica de los abusos de la Federación de Comercio. No tenía estómago para la violencia, pero era astuto y con talento para la traición.

Cindar y él no eran una muestra válida de los miles de humanos y no humanos que componían el Frente de la Nebulosa, pero sí un ejemplo de la creciente ala militante de la organización. El Frente se había acuartelado en el árido planeta situado bajo ellos. Habían reclutado para su causa a los mundos de la Ruta Comercial de Rimma, desde Sullust a Sluis Van, pero los únicos que les habían proporcionado una base de operaciones eran los pertenecientes a las antiguas Casas que gobernaban el sector Senex.

—¿Y el resto de su tripulación, capitán? —preguntó Havac por encima del hombro.

La pregunta golpeó a Cohl como una pesadilla recién recordada. Era la misma pregunta que él mismo le había hecho días antes al comandante del
Ganancias
cuando su equipo lo componían doce hombres.

—Digamos que muchos de ellos nunca dejaron el espacio de Dorvalla —respondió por fin.

Havac tardó un momento en comprender el significado de lo que decía, y después frunció el ceño.

—Siento oír eso, capitán. También creíamos haberle perdido a usted.

Cohl negó con la cabeza.

—Ni de lejos.

—La mitad del Borde habla de lo que pasó en Dorvalla. No esperábamos que hiciera saltar en pedazos al
Ganancias
.

—No me gusta perder el tiempo, y menos cuando trato con neimoidianos. Prefieren sacrificarse a sí mismos antes que a su cargamento. Por suerte, el comandante del
Ganancias
era más cobarde que la mayoría. En cuanto a la destrucción del carguero, considérelo un regalo.

Los cuatro entraron en la cabina principal delantera y se sentaron alrededor de una mesa circular. Cindar colocó el portaobjetos en el centro de la mesa.

—Tengo que admitirlo, capitán —dijo Havac—, tiene aterrada a la Federación de Comercio. Hasta ha solicitado ayuda a Coruscant.

Cohl se encogió de hombros.

—No les hará daño intentarlo.

Havac se inclinó hacia adelante con cierta impaciencia.

—¿Tiene el aurodium?

Cohl miró a Rella, la cual cogió un control remoto de su cinturón y tecleó un breve código. Un pequeño hovertrineo con una caja de seguridad se alzó desde un escritorio cercano y flotó hasta la mesa. Rella tecleó otro código y se abrió la tapa de la caja, dejando que su contenido en lingotes derramara una luz irisada por toda la cabina.

Los ojos de Havac y Cindar se desorbitaron.

—No sabría expresarle lo que esto significa para nosotros —dijo Havac. Pero un asomo de sospecha rondaba la mirada de su compañero.

—¿Está todo aquí? —preguntó Cindar.

La mirada neutra de Cohl se incendió.

—¿Qué está insinuando?

El humanoide se encogió de hombros.

—Sólo te preguntaba si no se habría perdido casualmente algo en el camino.

Cohl se incorporó bruscamente, agarró por encima de la mesa a Cindar por la pechera de su caftan y tiró de él.

—Ese tesoro está ensangrentado. Mucha gente buena murió para traerlo —dijo, empujando al reptiloide de vuelta a su asiento—. Será mejor que hagáis un buen uso de él.

—Ya está bien, por favor —repuso Havac.

Cohl se enfureció.

—Sólo le gusta la violencia cuando la ordena usted, ¿verdad?

Havac se miró las manos antes de alzar la mirada.

—Puede estar seguro de que se dará un buen uso al aurodium, capitán.

Cindar se alisó la pechera de sus vestiduras, pero aparte de eso no dio muestras de molestarse por el arrebato del pirata. Deslizó hacia adelante el portaobjetos. Cohl lo agarró de la mesa y lo depositó en la cubierta.

—¿No va a preguntar si está todo? —dijo Cindar tras contemplarlo un momento.

—Deje que se lo diga de este modo —respondió el capitán tras mirarle—. Le arrancaré un kilo de carne por cada crédito que falte.

—Entonces, yo sería un idiota —dijo Cindar con una sonrisa.

—Sería un idiota —asintió Cohl.

Rella le entregó el mando a Havac y Cindar cerró la tapa de la caja.

—¿A qué destinará el aurodium?

Havac le miró con sorpresa.

—Capitán, ¿le he preguntado yo lo que planea hacer con su paga?

Cohl sonrió.

—Tiene razón.

Tras este intercambio de frases, Rella se volvió hacia su compañero.

—Estoy segura de que lo donará a su obra de caridad favorita.

—No anda muy desencaminada —rió Havac.

—Aquí tiene otro regalo, Havac —comentó Cohl—. Encontramos problemas inesperados en Dorvalla. Alguien se infiltró en el
Ganancias
usando el mismo sistema que nosotros. Ocultando una nave dentro de una vaina de carga, como nosotros. Nos siguieron cuando dejamos el carguero y estuvieron a punto de estropear lo que yo consideraba un plan seguro. Su nave resultó ser una lanceta del Departamento Judicial.

Havac y Cindar intercambiaron miradas sorprendidas.

—¿Judiciales? —dijo Havac—. ¿Y precisamente en Dorvalla?

Cohl los observaba con detenimiento.

—De hecho creo que eran Jedi.

La incredulidad de Havac aumentó.

—¿Por qué dice eso?

—Considérelo una corazonada. La cuestión es que se suponía que nadie estaba al tanto de la operación.

Havac se derrumbó perplejo en su asiento.

—Ahora me toca a mí desconcertarme, capitán. ¿Qué me está preguntando?

—¿Quién más conocía la operación dentro del Frente de la Nebulosa?

Cindar bufó con tono burlón.

—Piénselo bien, Cohl. ¿Por qué íbamos a querer sabotear nuestra propia campaña?

—Es justo lo que pregunto. Puede que no todos los que están bajo su mando estén de acuerdo con sus métodos. Por ejemplo, con contratarnos. Alguien podría estar intentando sabotearles a ustedes, no a mí.

—Gracias, capitán. Lo tendré en cuenta —dijo, antes de hacer una pausa—. ¿Qué piensan hacer a continuación?

—Pensábamos retiramos de todo este jaleo —dijo Rella cogiéndole la mano izquierda a Cohl—. Quizá pongamos una granja de humedad.

Havac sonrió.

—Ya veo. Los dos en Tatooine o algún lugar semejante, viviendo entre banthas y dewback. Es justo su estilo.

—¿A qué se debe la curiosidad?

La sonrisa de Havac se hizo más amplia.

—Igual tenemos algo grande entre planos. Algo más que adecuado para sus habilidades. —Miró a Rella antes de volver a clavar los ojos en Cohl—. Estaría lo bastante bien pagado como para garantizarles el retiro.

Rella miró a su compañero con prevención.

—No le escuches. Deja que contraten a otro —repusoantes de clavar la mirada en Havac—. Además, pensamos retirarnos a lo grande.


Quieren retirarse ricos
—dijo Cindar—. Pues compren a un neimoidiano a su precio justo y después véndanlo por lo que él cree que vale.

El trabajo que tengo en mente les permitirá retirarse a lo grande —les tentó Havac.

—Cohl —dijo Rella—, vas a decirle a estos tíos que se vuelvan a su nave, ¿o tengo que hacerlo yo?

Cohl se soltó de la mano de ella y se mesó la barba.

—Escucharlo no puede hacernos daño.

—Sí que puede, Cohl, sí que puede.

Él la miró por un momento antes de lanzar una breve carcajada.

—Rella tiene razón. No nos interesa.

Havac se encogió de hombros y se levantó, alargando la mano hacia Cohl.

—Venga a vernos si cambia de opinión.

El
Adquisidor
había vuelto a casa y estaba mucho más cerca que antes del Núcleo. La lúgubre Neimoidia rotaba lentamente bajo el carguero en forma de anillo. Asistía a una reunión de cariz tan siniestro como la que acababa de tener lugar en el lejano sistema Senex, una reunión donde se hablaría de armas y de estrategias, de destrucción y de muerte. Pero las naves que habían llevado hasta allí a los invitados del
Adquisidor
no tenían necesidad de conectarse por la escotilla. No cuando los brazos hangares albergaban espacio suficiente para alojar a todo un ejército invasor.

El virrey Nute Gunray se encontraba en la zona dos del brazo de babor, vestido con ricas togas de color borgoña y una tiara de triple cresta, y guardando el equilibrio sobre la mecanosilla de engarfiadas patas. A la derecha de Gunray se hallaba su consejero legal Rune Haako y su diputado Hath Monchar, a la izquierda se hallaba el nuevo comandante del
Adquisidor
, el pequeño Daultay Dofine, recién llegado de la debacle en Dorvalla y todavía desconcertado por su inesperado ascenso.

En el centro de la cubierta del hangar flotaba una enorme nave de ala doble que tenía una vaga semejanza con las naves aguja neimoidianas. Por la rampa de la gigantesca nave bajaron ruidosos unos vehículos acorazados de color bermejo que parecían haberse diseñado usando como ejemplo la forma de un bantha, con sus lomos arqueados por la rabia, el humo de los hollares brotando de los tubos de escape y los cañones láser extendidos hacia adelante como si fueran colmillos. Y tras ellos aparecieron tanques con repulsores operados por androides, con proas en forma de pala y torretas de cañones montadas en lo alto.

Las gargantuescas naves de desembarco, los monstruosos transportes de multitropas y los esbeltos tanques eran prototipos de máquinas bélicas construidos por Ingenierías Haor Chall y Armerías Baktoid, y sus representantes estaban ante Gunray, henchidos de orgullo.

Sobre todo Ingeniarías Haor Chall, que consideraba casi un edicto religioso buscar la perfección en el diseño.

—Contemple esto, virrey —dijo el representante insectoide de Haor Chall, haciendo un gesto con los cuatro brazos hacia el transporte más cercano, cuya escotilla circular, con su bisagra en la parte superior, se abría en ese instante.

Gunray miró asombrado cuando una percha se extendió telescópicamente desde la escotilla y docenas de androides de combate se desplegaron por sí mismos delante de él.

—Y esto otro, virrey —añadió el alado representante de Baktoid.

Los ojos rojos de Gunray se volvieron hacia la nave de desembarco justo a tiempo de ver a una docena de plataformas aéreas alzarse hacia las alturas del hangar. Eran vehículos delgados como cuchillas, con peanas gemelas y cañones láser instalados en su parte superior, pilotados por androides, cuya postura inclinada hacia atrás daba la impresión de que se agarraban a las delgadas asas por miedo a caerse.

Gunray se quedó sin habla.

Aunque nunca había visto nada semejante, podía reconocer en cada uno de aquellos prototipos muchos elementos comunes a las máquinas que hacía siglos que la Federación de Comercio empleaba para transportar mercancías. Por ejemplo, en el fuselaje de la nave de desembarco de doble ala reconocía la estrecha barcaza de mineral de la Federación. Pero Haor Chall había colocado el fuselaje en un pedestal, rematándolo con dos enormes alas, que debían mantenerse tirantes gracias a poderosos campos tensores.

Y, pese al aspecto animal de que les había dotado Baktoid, pudo reconocer en los transpones a la vaina de carga con repulsoelevadores de la Federación, pero construido a un tamaño más gargantuesco aún. En cuanto a las plataformas aéreas y los androides de combate desplegables, sólo eran variantes de los androides de seguridad Baktoid o de las plataformas aéreas de Longspur y Alloi Bespin.

Pero una cosa quedaba clara: todo lo que le habían mostrado tenía menos que ver con la defensa espacial que con un ejército invasor terrestre. Era una información que superaba todo lo que podía asimilar Gunray, y era mucho más de lo que deseaba asimilar.

—Como habrá observado, virrey —continuó diciendo el representante de Haor Chall—, la Federación de Comercio ya dispone de la mayor parte del material necesario para crear este ejército. —Se acercó al representante de Baktoid—. Al asociamos a Baktoid, podemos convertir a sus androides obreros y de seguridad en modelos de combate, y a sus barcazas y vainas de carga en naves de desembarco.

—Más unidades por menos dinero —añadió el representante de Baktoid.

—Y lo mejor de todo es que, dado que los componentes de las naves de desembarco, tanto las alas como el fuselaje y los pedestales, pueden almacenarse en diversos lugares y ensamblarse en un momento, se puede guardar una nave de desembarco en cien cargueros distintos o cien naves en un solo carguero, de darse tan espinosa circunstancia. En ambos casos, nadie que suba a bordo de un carguero para inspeccionarlo se dará cuenta de lo que está viendo. Como dice nuestro mutuo amigo, de este modo se tiene un ejército sin que parezca tener un ejército.

—Nuestro mutuo amigo —murmuró Rune Haako, lo bastante alto como para que Gunray le oyera—. Cuando Darth Sidious dice que se haga algo, esto se lleva a cabo.

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