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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (20 page)

BOOK: Vespera
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Sin embargo, ¡la gente parecía tan apagada! Sus ropas eran todas de color marrón, negro, gris sucio con algún tono rojizo o verde oscuro de vez en cuando que solamente se distinguía del marrón a la luz del sol. Incluso con las ropas de aguas frías puestas, el aspecto de la tripulación del Navigator resultaba absolutamente exuberante para ser xelestis, pues vestían con una mezcla frecuentemente discordante de rojo, naranja, turquesa y azul brillantes. Odeinath revisó mentalmente su cargamento. Tenían un par de balas de tejido tropical barato que podría ser bien recibido allí, aunque era más que probable que llevar colores brillantes fuera algo que estuviera destinado a la aristocracia.

Mientras los marineros del
Navigator
colocaban en su sitio la plancha de desembarco, Odeinath alcanzó a ver un destello de color cuando un hombre entró caminando por la puerta, acompañado por dos soldados. La multitud se hizo a un lado para abrirle paso, de manera que debía de tratarse del chambelán del príncipe, el capitán del puerto o alguien así que venía para invitarlos a palacio.

—Cassini, mantente a una distancia prudencial detrás de mí y hazte cargo de que sus modales son terribles —dijo Odeinath—. Daena, Granius, Tilao, venid conmigo.

Cuando estaban en el norte, el aspecto de Tilao resultaba tremendamente adusto, pero lo que Odeinath sabía que era puro abatimiento, los lamorranos lo interpretarían como una actitud amenazadora. Y sería útil tener a las espaldas el ceño amenazador de un enorme y musculoso, un isleño del Archipiélago meridional, para equilibrar las figuras de Cassini y Granius, el minúsculo capitán mercante.

Odeinath llegó al otro extremo de la pasarela justo cuando se detuvo el oficial.

—En nombre del príncipe Besach, os doy la bienvenida a Lamorra —dijo aquel individuo, con cierta pompa—. Soy Ambiorix, hijo de Brennus, chambelán de palacio y tribuno de la Guardia Real. —Era un poco rimbombante para ser un guerrero, pero lo cierto es que poseía el tamaño, el físico y una expresión enérgica. Odeinath observó cómo su mirada les recorría evaluando su fuerza.

—Capitán Odeinath Sabal, del clan Xelestis y el navio
Navigator
—replicó Odeinath, y a continuación le presentó a sus oficiales. Cassini, oficialmente, era el cartógrafo del buque, aunque en los últimos dos años gran parte de su trabajo había sido hecho por uno de los nuevos reclutas que estaba obsesionado con los mapas, pero que se había resistido a la idea de unir la Guía Oceanográfica con la política y las tradiciones. A Cassini le había hecho bastante feliz el hecho de poder dedicarse exclusivamente a sus plantas y especímenes—.Traemos mercancías del sur y obsequios para tu príncipe. Solicito permiso para comerciar en vuestro mercado.

—Podrás hacer el requerimiento al mismo príncipe —dijo Ambiorix—. ¿Desearían acompañarme al palacio?

Dominaba con elegancia la lengua del Archipiélago, algo poco habitual. Ya era absolutamente extraordinario que hablara la lengua del Archipiélago, así como lo era también la invitación. Las dos cosas hubieran sido una absoluta sorpresa, de no haber sido ya alertado por el capitán del
Windsoar
, lo que venía a ratificar que la costumbre xelestis de anotar todo lo que se descubría en cada desembarco y escala comercial valía su peso en oro.

—Me sentiría muy honrado —dijo Odeinath.

Era suficiente formalidad, evidentemente. Se dirigieron por el muelle a través de una multitud de curiosos y atravesaron la puerta en forma de arco (de nuevo, un trabajo inusual de mampostería) hacia el interior de Lamorra.

La ciudad respondía en gran parte a lo que él se esperaba: cuchitriles sin patios, apelotonados y con tejados de pizarra. La piedra era de un color marrón rojizo poco corriente que impedía que el aspecto de la ciudad fuera demasiado lóbrego, así como también contribuían a ello los aislados árboles blancos con flores, pese a que podía percibirse un olor fétido en el aire, procedente del alcantarillado abierto en el centro de la calle. Las pretensiones thetianas (tribuno de la Guardia Real, había dicho) habían arraigado allí, pero no así la pulcra apariencia de los habitantes de Thetia.

La calle subía hasta una elevación poco pronunciada en el centro de la isla, después pasaba al lado de un pequeño templo de piedra hasta el palacio que había detrás. ¿A quién estaría dedicado el templo? No parecía un templo a Thetis y no era probable que hubiera un santuario amadeano allí, tan al norte, pues no habían tenido tiempo de expandirse mucho más allá de Thetia y Qalathar, desde su ciudad santa de Ilthys. Siendo como era una religión incipiente, ya habían sido capaces de abrir un cisma, lo que no dejaba de resultar bastante sorprendente.

Odeinath preguntó a Ambiorix, de la manera más diplomática posible, a quién estaba dedicado el templo.

—A los Astreai, naturalmente —replicó Ambiorix—. Los verdaderos guardianes del norte.

Odeinath pestañeó, pero se recuperó en seguida. ¿De manera que el viejo culto a las estrellas estaba volviendo a expandirse? No estaba muy sorprendido, pero siempre había pensado que se trataba de una religión muerta. ¿Tendría el sacerdote una actitud lo bastante abierta para explicarles su credo sin exigirles su acatamiento? Esa había sido la fuerza del Dominio; los tuonetares nunca mostraron una acusada intolerancia religiosa.

«Palacio» no era quizá la palabra más apropiada para la residencia de Besach; «fortaleza» habría sido más adecuada. Se hallaba ubicada contra los muros del lado noreste. Su planta inferior carecía de ventanas y estaba construida con piedras muy grandes colocadas de manera caótica. Las plantas superiores no eran mucho mejores. Supuso que había sido construida con el material saqueado de las ruinas. Y al final de las escaleras, Odeinath advirtió parte de un frontispicio empotrado en el muro, el fragmento de una columna.

El interior era más civilizado de lo que había imaginado, pero había algo extraño en él, algo fuera de lugar. Aún no había descubierto lo que era cuando llegaron al segundo piso y a las puertas de la entrada.

No se trataba de una audiencia formal, lo que era una buena señal. El príncipe Besach estaba de pie en el extremo opuesto del salón, bajo la tarima con su trono tallado, y mantenía una conversación con dos hombres, ninguno de los cuales llevaba armadura o portaba una espada. Cassini estaría contento.

El arquitecto que Odeinath llevaba dentro no podía dejar de advertir que la sala del trono, aunque bien proporcionada y con un techo de madera tallada, hábilmente trabajado, podría haber resultado mucho más imponente si no se hubiera construido orientada hacia el noreste. Sin luz solar ni suficientes ventanas para compensar su falta, las piedras marrón rojizo resultaban oscuras y frías.

A simple vista, Besach parecía todo lo que Odeinath se había temido: un individuo fornido, rubio, con los ojos azules y las barbas de un pirata. Se dio la vuelta cuando Ambiorix les anunció, y Odeinath observó divertido cómo el más alto de sus compañeros se llevaba las manos a la cintura para hacerlas descansar en el mango de una espada que no estaba allí. El otro individuo, vestido completamente de negro, era ya otro cantar.

Odeinath avanzó hasta quedarse en frente del príncipe y le hizo una reverencia como si estuviera frente a un thalassarca. Lo que probablemente era concederle una importancia desmesurada, pues había thalassarcas que podrían haber comprado o vendido Lamorra sin apenas inmutarse.

—Bienvenido a Lamorra, capitán Odeinath —dijo Besach, en un thetiano bastante aceptable.

—Me siento honrado —respondió Odeinath, hablando en la lengua natal del príncipe, sin pensárselo. Ofreció el regalo que le habían aconsejado entregarle, una daga monsferratana, bastante barata en el Archipiélago Occidental, pero insólita en aquellos pagos.

—He oído decir que los metalúrgicos monsferratanos son los más diestros de todo el mundo —dijo Besach—. Y que son más altos que vuestro pueblo y que tienen la piel tan oscura que parece negra. Me gustaría invitar a uno aquí. Parecen una nación interesante de la que mi pueblo podría aprender.

—No les gusta mucho el frío. Cuento con dos de ellos normalmente en mi tripulación, pero me pidieron que los desembarcara en el sur y les recogiera de regreso —dijo Odeinath. Aquel príncipe presentaba una rara combinación de curiosidad e ignorancia. Y eso de que los de monsferratanos eran un pueblo extraño y ajeno y que nunca hubiera visto a uno... Realmente aquél era un mundo diferente.

—Quizá pueda visitar el sur algún día. —La boca de Besach se contrajo—. He oído muchas cosas sobre vuestras islas y vuestras ciudades y me gustaría comprobar si todo es cierto. Hace algunos meses escuché algunas cosas acerca de vuestros parientes, sobre su forma de combatir. Parecen notables.

No era tan extraordinario el hecho de que su principal interés en Thetia fuera su arte de la guerra. Pero parecía haberse olvidado por completo del clan Xelestis, a pesar de que la tripulación del
Windsoar
y los anteriores capitanes xelestis se lo debían de haber explicado una y otra vez.

—Bueno, ¿son éstos vuestros oficiales?

Odeinath se los presentó y Besach, en reciprocidad, le presentó a sus dos compañeros. Como había imaginado, uno era el comandante de los ejércitos de Lamorra, investido con el título thetiano de legado. Por lo menos, Besach no fue tan rimbombante como para llamarlo mariscal. Había habido sólo un mariscal en el Archipiélago y ya era más que suficiente.

—Y éste es mi consejero, Massilio.

A diferencia del legado, que se puso el puño en el pecho, Massilio hizo una reverencia y luego Odeinath se encontró en su mirada los ojos más fríos que había visto nunca. Unos ojos que le recordaron a los del muchacho angustiado y silencioso de unos quince años que prácticamente había adoptado en una pequeña ciudad thetiana que se había desarrollado a medio camino hacia los Arrecifes Authin. Rafael estaba casi muerto por dentro cuando Odeinath lo encontró, pero aún le quedaba la suficiente vida para que su espíritu resucitara. Massilio no había tenido esa oportunidad.

Massilio era también thetiano; o al menos en parte. Tenía los rasgos de un thetiano, aunque su tez era demasiado pálida. No era posible que hubiera nacido en Lamorra o en sus cercanías, y sus ropas negras parecían casi un uniforme.

Era un misterio. Y Odeinath no se sentía cómodo con él. Pero aquélla era una tierra más interesante de lo que se había esperado y si la curiosidad de Besach era auténtica, la comida bien podría ser una ocasión que aguardar con ganas más que con terror.

—Es un placer —dijo Massilio—. Su nave es admirable, capitán. La observé mientras se aproximaba y nunca he visto una parecida.

—Es parcialmente orgánica —dijo Odeinath—. Un experimento de uno de nuestros astilleros para ver si pueden desarrollar navíos de superficie de la misma manera que lo hacen con las mantas.

—¿Un experimento sin éxito?

—Su construcción costó cinco años. Un barco de madera del mismo tamaño podría construirse en cinco semanas, si se dispone de los recursos adecuados.

—¿No debería morir por congelación en estas aguas? —preguntó Besach—. ¿Como vuestras mantas?

—No está viva —respondió Odeinath—. Se trata de pólipo muerto y el agua no le afecta.

Besach reflexionó un instante.

—¿Pero no está también muerta la piel de una manta?

Impresionantes conocimientos para un hombre que, casi con seguridad, no había visto ninguna.

—La piel está muerta, pero sólo en la parte más externa. La manta está todavía viva por debajo; de lo contrario, sería incapaz de mover las aletas, las cuales son el mejor sistema de propulsión de una manta.

—Por eso, en las aguas árticas, ¿son los... músculos de las alelas... lo que primero se congela? —Besach había tenido que pensarlo, pero aún así había sido capaz de expresarlo en la que probablemente era su tercera lengua. Estaba desaprovechado en Lamorra.

—Sí. Se mueren con el frío, pero pueden volver a reanimarse si se las devuelve a aguas cálidas con la suficiente rapidez.

—Pero si están muertas, no podéis desplazaros con rapidez para a regresar a las aguas cálidas a tiempo, ¿no es así?

—Así es. Tus conocimientos son impresionantes, majestad dijo Odeinath sinceramente. Besach sonrió, pero no con el gesto falso de un monarca, sino con la sonrisa de un hombre realmente halagado por el cumplido.

—Te lo agradezco. ¿Tendríais la amabilidad, tú y tus oficiales, de acompañarme esta noche para cenar? Daré las instrucciones oportunas para que iniciéis vuestra actividad comercial mañana por la mañana. Ahora es demasiado tarde.

—Estaríamos encantados —dijo Odeinath, al mismo tiempo que, por fin, advirtió lo que le había estado molestando. No había soportes para antorchas, ni antorchas titilantes de brea que él esperaba que iluminaran un lugar como aquél. Lo único que parecían luces de alguna clase eran unos cilindros de vidrio montados sobre unos soportes metálicos alrededor de la pared—. Disculpa, majestad, pero ¿qué es eso?

La sonrisa de Besach se hizo aun más amplia.

—Se ve que también yo puedo sorprenderos. Lo sabrás en un par de horas.

* * *

El clan Xelestis no disponía de indumentaria formal oficial, por eso cuando Ambiorix llegó para recogerlos y conducirlos a palacio dos horas más tarde, parecían pavos reales. Más si cabe porque para las ocasiones de ceremonia les estaba permitido vestirse con ropas muy poco prácticas para manejarse a bordo, con galones o adornos fantásticos para la cabeza. Cassini había rogado que lo excusasen y Odeinath nunca le habría obligado a asistir a un compromiso así, por eso le dijo a Ambiorix una mentira parcial acerca de la necesidad de que un oficial de rango permaneciese en el buque. Eso era cierto, pero era el capitán de armas quien debía quedarse al cargo, y Cassini lo era sólo nominalmente, pues estaba tan atareado con sus libros y experimentos que ni se daría cuenta si alguien tomara el barco y lo pusiera rumbo a Thure.

Para Odeinath era motivo de gran orgullo que en su barco eso no importara. Siempre habría otros inadaptados que pudieran hacer lo que Cassini no podía.

De camino a través de las calles, atrajeron más miradas de los lamorranos de las que les hubiera gustado. Los niños se gritaban unos a otros en un marcado acento ralentic, llamando la atención sobre los extranjeros disfrazados.

Aquellos cilindros eran luces, comprobó Odeinath tan pronto estuvieron en el interior de palacio y escucharon el eco de las risas desde el salón superior. Proporcionaban un destello amarillo blancuzco que parpadeaba de vez en cuando, pero no podía ser éter, y tampoco palisandro, pues esos árboles no crecían tan al norte. A no ser que hubiera otros equivalentes.

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