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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (26 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
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—¿Qué haremos con Blair, mientras tanto? —preguntó Garry, con aire cansado. Está muy bien que lo dejemos dormir donde esta durante algún tiempo, pero cuando despierte…

—Barclay y Benning están ajustando unas trancas sobre la puerta de la Casa del Cosmos —replicó Copper con aire ceñudo—. Connant está obrando como un caballero. Creo que quizá la forma en que lo miran los demás le hace desear la intimidad. Sabe Dios que, hasta ahora, todos hemos querido individualmente un poco de intimidad… y trancas.

Tendrá un plan bien definido cuando se despierte. ¿Han oído hablar alguna vez del viejo método para detener la propagación de la aftosa en las vacas?

Clark y Garry negaron silenciosamente con la cabeza.

—Si no hay fiebre aftosa, no la habrá —explicó Copper—. Uno se libera de ella matando a todos los animales que la tienen o que han estado cerca del animal enfermo. Blair es un biólogo y tiene miedo de ese ser a quien hemos puesto en libertad. Probablemente en estos momentos la respuesta aparece muy clara en su cerebro: matar a todos y a todo en este campamento antes de que una gaviota
skua
o un albatros errante que llegue con la primavera venga casualmente por aquí y… se contagie.

Los labios de Clark se contrajeron en una sonrisa que parecía una mueca.

—Eso me parece lógico. Si las cosas toman demasiado mal cariz… quizá sea preferible dejar en libertad a Blair. Eso nos evitaría suicidarnos. También podríamos jurar que, si las cosas se ponen feas, cuidaremos de que eso suceda.

Copper rió, con risa contenida.

—El último hombre que quedaría vivo en el Gran Imán… no seria un hombre — observo—. Alguien tiene que matar a esos… seres que no quieren matarse a sí mismos… ¿Comprenden? No tenemos suficiente termita para hacerlo todo a la vez, y ese explosivo de decanita no ayudaría gran cosa. Se me ocurre que hasta pequeños trozos de uno de esos seres se bastarían a sí mismos.

—Si ellos pueden modificar a voluntad su protoplasma… ¿No se modificarán simplemente a sí mismos convirtiéndose en pájaros y huyendo en vuelo? —dijo Garry pensativamente—. Pueden leer todo lo relativo a los pájaros e imitar su estructura incluso sin haberlos visto. O imitar quizás a los mismo pájaros del planeta del cual provienen.

Copper negó con la cabeza y ayudó a Clark a liberar al perro.

—El hombre estudió a los pájaros durante siglos, procurando hacer una máquina capaz de volar como ellos. Nunca consiguió descubrir el secreto de los pájaros: obtuvo éxito sólo cuando se apartó totalmente de ese camino y ensayó métodos nuevos. Conocer la idea general del asunto y la estructura detallada del ala y el hueso y el tejido nervioso es algo muy distinto. Y en cuanto a los pájaros de otros mundos, probablemente las condiciones atmosféricas son aquí tan distintas que sus pájaros no podrían volar. Incluso es posible que ese ser proviniese de un planeta como Marte, donde la atmósfera es tan tenue que no hay pájaros.

Barclay entró en el edificio, arrastrando un cable de control de avión.

—Asunto acabado, doctor. La Casa del Cosmos no puede ser abierta desde dentro. Ahora: ¿dónde encerramos a Blair?

Copper miró a Garry.

—No hay ningún edificio de biología. No sé dónde podríamos aislarlo.

—¿Y el escondrijo oriental? —dijo Garry después de meditar un momento—. ¿Podrá Blair cuidar de sí mismo…, o necesitará que lo cuiden?

—Estará en condiciones de hacerlo. Más vale que nos cuidemos nosotros —le aseguró sombríamente Copper—. Lleve una cocina portátil, un par de bolsas de carbón, los víveres necesarios y algunas herramientas para equipar eso. Nadie ha estado allí desde el otoño último… ¿verdad?

—Si se pone alborotador… creo que eso podría ser una buena idea —opinó.

Barclay dejó las herramientas que llevaba y miró a Garry.

—Si lo que murmura ahora indica algo, Blair cantará de noche. Y no nos gustará su canto.

—¿Qué dice? —preguntó Copper. Barclay meneó la cabeza.

—No me molesté en escuchar mucho. Hágalo, si quiere. Pero entendí que ese maldito estúpido sonó con todo lo que ha soñado McReady y algo más. Durmió junto al monstruo cuando nos detuvimos en el rastro que venía del Segundo Magnético, no lo olvide. Soñó que ese ser estaba vivo y otros detalles. Y, maldito sea, sabía que no todo era un sueño, o tenía motivos para saberlo. Sabía que aquel ser tenía facultades telepáticas que se agitaban vagamente, y que no sólo podía leer los cerebros sino también proyectar los pensamientos. Esos no eran sueños… ¿Comprende? Eran pensamientos extraviados que ese ser estaba transmitiendo, como transmite ahora sus pensamientos Blair…, una especie de murmullo telepático en sueños. Es por eso que él sabía tanto sobre sus facultades. Creo que usted y yo, doctor, no somos tan sensibles…, si quiere creer en la telepatía.

—Tengo que creer —dijo con un suspiro Copper—. El doctor Rhine, de la Universidad de Duke, ha probado que eso existe, que algunas personas son mucho más sensibles que otras.

—Bueno. Si quiere saber muchos detalles, vaya a escuchar la transmisión de Blair. Este ha hecho salir a la mayor parte de los muchachos del edificio de la administración: Kinner está haciendo tintinear las cacerolas. Cuando no puede hacer sonar una cacerola, saca cenizas.

—A propósito, comandante… ¿Qué haremos esta primavera, ahora que los aviones no cuentan?

Garry suspiró.

—Me temo que nuestra expedición fracasará. No podemos dividir nuestras fuerzas ahora.

—No fracasará… si seguimos viviendo y salimos de aquí —le prometió Copper—. El hallazgo que hemos hecho, si logramos controlarlo, es bastante importante. Los datos sobre los rayos cósmicos, la labor magnética y la tarea atmosférica no se verán grandemente entorpecidos.

Garry rió, sin alegría.

—Precisamente yo estaba pensando en las transmisiones radiotelefónicas en que comunicaremos al mundo los maravillosos resultados de nuestros vuelos de exploración, en que trataremos de engañar a hombres como Byrd y Ellsworth, en nuestro país, convenciéndolos de que estamos haciendo algo.

Copper asintió, con aire grave.

—Adivinarán que sucede algo. Pero también comprenderán que tenemos suficiente criterio para no apelar a esas tretas sin algún motivo, y esperarán nuestro regreso para juzgarnos. Creo que el asunto se reduce a esto: los hombres que saben, lo suficiente para advertir nuestra desilusión esperarán nuestro regreso. Los hombres que no tienen la discreción y la fe suficientes para esperar, no tendrán la experiencia necesaria para notar un engaño. Conocemos suficientemente el estado de cosas existente aquí como para hacer triunfar una buena impostura.

—Con tal de que no manden expediciones de salvamento —oró Garry—. Cuando estemos listos para salir de aquí, si es que salimos algún día, tendremos que avisar al capitán Forsythe que nos traiga una partida de magnetos cuando venga. Pero… no se preocupe por eso.

—Es decir… que podríamos no salir de aquí…, ¿verdad? —preguntó Barclay—. Me estaba preguntando si una bonita y fluida descripción de una erupción o un terremoto mediante la radiotelefonía, con una buena explosión, usando una mecha de decanita debajo del micrófono, podría resultar útil. Nada, desde luego, mantendrá totalmente a raya a la gente. Pero una de esas hermosas y melodramáticas escenas
con el último hombre vivo
podría ablandarla.

Garry sonrió, con auténtico humor.

—¿Está tratando de calcular eso también toda la gente del campamento? —inquirió.

Copper se echó a reír.

—¿Qué opina usted, Garry? Confiamos en vencer. Pero no estamos demasiado a nuestras anchas.

Clark sonrió, abandonando por un instante al perro a quien intentaba calmar.

—¿Confiamos, dice usted, doctor?

8

Blair se movía por la pequeña cabaña. Sus ojos lanzaban espasmódicas y rápidas miradas a los cuatro hombres que estaban con él: Barclay, McReady, el doctor Copper y Benning.

Blair estaba acurrucado contra la pared opuesta de la cabaña del escondrijo oriental, y su equipo apilado en el centro del piso, junto a la estufa, formando una isla entre él y los cuatro hombres. Sus huesudas manos se crispaban y temblaban, denotando su espanto. Sus apagados ojos revelaban su malestar mientras hacia girar la calva y pecosa cabeza con movimientos propios de un pájaro.

—No quiero que nadie venga aquí —dijo Blair con tono brusco y nervioso. Yo mismo me prepararé la comida. Quiero alimentos envasados. Envases sellados.

—De acuerdo, Blair —protestó Barclay—. Se los traeremos esta noche. Usted tiene carbón y el fuego está encendido. Haré un último…

Barclay dio un paso adelante.

Blair se deslizó instantáneamente al rincón más lejano.

—¡Salga de aquí! ¡Apártese de mí, monstruo —clamó el biólogo, y trató de abrirse paso con las uñas a través de la pared de la cabaña—. Apártese de mí… apártese… No quiero ser absorbido…, no quiero…

Barclay se dominó y retrocedió. El doctor Copper meneó la cabeza.

—Déjelo en paz, Bar —le dijo a Barclay—. A Blair le resulta más fácil arreglar el asunto personalmente. Creo que nos veremos obligados a cerrar la puerta…

Los cuatro hombres salieron. Benning y Barclay pusieron manos a la obra con eficacia practicando una trampilla en la puerta a través de la cual se podían hacer pasar víveres y evitando que la puerta se pudiera abrir desde el interior.

Allí Blair se movía con impaciencia de un lado a otro. Arrastró algo hacia la puerta, jadeando y profiriendo frenéticas blasfemias. Barclay abrió la trampilla y miró, mientras el doctor Copper atisbaba por sobre su hombro. Blair había arrimado contra la pared de entrada su pesada litera. Ahora la puerta no se podía abrir sin su cooperación.

—Creo que el pobre hace bien —dijo con un suspiro McReady—. Si se escapa, su confesada intención es matarnos a todos y a cada uno lo antes posible, lo cual es algo que no podemos aceptar. Pero de nuestro lado de la puerta tenemos algo peor que un loco homicida. Si hay que soltar al uno o al otro, creo que vendré a desatar esas cuerdas.

Barclay sonrió.

—Avíseme y le mostraré cómo debe hacer para desatarlas con rapidez. Volvamos.

El sol teñía al norte el horizonte con multicolores arco iris. Los hielos flotantes a la deriva se deslizaban hacia el norte, centelleando bajo sus flamígeros dardos. Pequeños montículos de redondeada blancura mostraban la cordillera del Imán, que apenas sobresalía por encima de los hielos a la deriva. Pequeños remolinos de nieve levantados por el viento giraban alrededor de sus esquíes cuando partieron hacia el campamento principal, establecido a tres kilómetros de allí. El delgado dedo de la antena de transmisión alzó una fina aguja negra hacia la blancura del continente antártico. La nieve, bajo sus esquíes, parecía fina arena, dura y quebradiza.

—La primavera ha llegado —dijo con amargura Benning—. ¿Verdad que nos divertimos? Y yo, que esperaba con ansia el momento de alejarme de este maldito agujero hecho en el hielo…

—En su caso, no lo intentaría —gruñó Barclay—. La gente que se vaya de aquí en los próximos días será extraordinariamente impopular.

—¿Cómo sigue su perro, doctor Copper? —preguntó McReady—. ¿Ha obtenido algún resultado ya?

—¿A las treinta horas? Ojalá los hubiera. Hoy le inyecte mi sangre. Pero supongo que necesitaré otros cinco días.

McReady preguntó lentamente:

—Si Connant se hubiese… transformado… ¿nos habría puesto en guardia tan pronto después de la fuga del monstruo? ¿No habría esperado lo suficiente como para que éste tuviera una verdadera probabilidad de ponerse a salvo? Hasta que nos despertáramos, naturalmente…

—Este monstruo es egoísta —observó el doctor Copper—. No lo creerá usted poseído por el espíritu de la justicia superior…, ¿verdad? Supongo que cada parte de sí es para él el todo, que cada parte suya es toda para él. Si Connant hubiese sido transformado, para salvar el pellejo, habría. Pero los sentimientos de Connant no han cambiado: son imitados perfectamente o bien son los suyos propios. Naturalmente, la imitación, copiando a conciencia los sentimientos de Connant, habría hecho exactamente lo mismo que él.

—Oiga…, ¿no podría Norris o Van someter a Connant a algún
test
? Si ese ser es más inteligente que los hombres, podría saber más sobre física que Connant, y ellos lo notarían —insinuó Barclay.

Copper movió la cabeza con laxitud.

—No, si sabe leer los pensamientos. No se puede proyectar una celada para ese monstruo. Van lo propuso anoche. Confiaba que el monstruo respondería alguna de las preguntas sobre física cuyas respuestas querría conocer.

—Esta idea de una expedición de cuatro está predestinada a hacernos más feliz la vida —dijo Benning, mirando a sus camaradas—. Cada uno de nosotros tendrá un ojo fijo en los demás para asegurarse de que no harán… nada raro. ¡Qué grupo lleno de mutua confianza formaremos! Cada uno mirará a sus vecinos con el mayor despliegue de fe y confianza… Ya estoy empezando a comprender lo que quiso decir Connant al declarar: «Ojalá pudiera usted ver sus ojos». Creo que de vez en cuando todos tenemos la misma mirada. Uno de nosotros mira a su alrededor con unos ojos que dicen: «Me pregunto si alguno de los otros tres es…» Por lo demás, no me exceptúo a mí mismo.

—Que yo sepa, el monstruo ha muerto y sólo ha dejado en pie un leve interrogante con respecto a Connant. No se sospecha de ningún otro —declaró lentamente McReady—. La orden de «siempre cuatro» es una simple medida de precaución.

—Estoy esperando que Garry lo convierta en «cuatro en una litera» —suspiró Barclay—. Creí no tener ninguna intimidad antes, pero desde esa orden…

Nadie observaba con más tensión que Connant un pequeño tubo de ensayo de vidrio esterilizado, lleno a medias de un líquido color paja. Uno…, dos…, tres…, cuatro…, cinco gotas de la clara solución que Copper había preparado con las gotas de sangre extraídas del brazo de Connant. El tubo fue agitado cuidadosamente y luego colocado en un vaso de agua clara y tibia. El termómetro señaló calor de sangre, un pequeño termostato emitió un fuerte chasquido y el calorífero eléctrico comenzó a brillar mientras las luces temblaban. Luego se formaron pequeños copos blancos de precipitación, cayendo como una nevada en el líquido color paja.

—Dios mío —dijo Connant, y se desplomó sobre una litera, sollozando como un niño. Seis días…, seis días ahí dentro preguntándome si ese maldito
test
mentiría…

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