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Authors: Charlaine Harris

Vivir y morir en Dallas

BOOK: Vivir y morir en Dallas
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Sookie Stackhouse está pasando una mala racha: su compañero de trabajo ha sido asesinado y ella es atacada por una criatura sobrenatural, pero afortunadamente los vampiros le salvan la vida. Cuando le piden que busque a uno de ellos que ha desaparecido en Dallas, Sookie no lo duda ni un momento. Eso sí, pone una condición: ningún humano debe ser dañado. Pero eso es muy difícil. Esta serie, transgresora en su planteamiento, rompe con la imagen tradicional de los vampiros y ofrece una nueva y fresca visión de los mismos. Una casi imposible mezcla de vampiros, misterio, intriga y humor se convierta en una obra deliciosamente imprescindible.

Charlaine Harris

Vivir y morir en Dallas

Vampiros sureños II

ePUB v1.2

Johan
04.06.11

Este libro está dedicado a todos los que me han dicho que han disfrutado con
Muerto hasta el anochecer.

Gracias por vuestros ánimos.

Mi agradecimiento a PatsyAsher, de
Remember the Alibi
en San Antonio, Texas y a Chloe Green, de Dallas. Y a los serviciales ciberamigos que he hecho en
DorothyL,
que respondieron a todas mis preguntas con rapidez y entusiasmo. Tengo el mejor trabajo del mundo.

1

Andy Bellefleur estaba tan borracho como hecho unos zorros. Eso no era normal en Andy, creedme, conozco a todos los borrachos de Bon Temps. Trabajar en el bar Merlotte's durante tanto tiempo me ha permitido conocerlos a todos. Pero Andy Bellefleur, lugareño y detective del pequeño Departamento de Policía de Bon Temps, nunca había paseado una borrachera por el Merlotte's. Sentí una enorme curiosidad por aquella excepción.

Andy y yo no somos amigos, y ni por asomo se lo iba a preguntar directamente. Pero tenía otros medios al alcance, y decidí emplearlos. Si bien trato de limitar el uso de mi defecto, don o comoquiera que lo llamen, para averiguar cosas que me afecten a mí o a los míos, a veces gana la pura curiosidad.

Bajé mi guardia mental y leí la mente de Andy. Lo lamenté.

Aquella mañana, Andy tuvo que arrestar a un hombre por secuestro. Había raptado a su vecina de diez años, se la había llevado al bosque y allí la había violado. La niña estaba en el hospital y el hombre en la cárcel, pero el daño que había hecho era irreparable. Me sentí muy triste. Era un crimen que tocaba muy de cerca mi propio pasado. Andy me cayó un poco mejor por aquella pequeña depresión.

—Andy Bellefleur, dame las llaves —le dije.

Alzó su amplio rostro hacia mí, apenas mostrando comprensión. Tras una larga pausa, necesaria para que mis palabras se abrieran paso por su cerebro embotado, Andy rebuscó en el bolsillo de su uniforme y me entregó su pesado llavero. Le serví otro bourbon con cola.

—Invito yo —dije, y me dirigí al teléfono del fondo de la barra para llamar a Portia, la hermana de Andy. Los hermanos Bellefleur vivían en una maltrecha casa de dos pisos de antes de la guerra, muy elegante en su día, en la calle más bonita de Bon Temps. En Magnolia Creek Road todas las casas se asomaban al trecho de parque por el que discurría el río, cruzado acá y allá por puentes peatonales decorativos, mientras una carretera seguía el curso a ambos lados. En Magnolia Creek Road había otras casas antiguas, pero todas se encontraban mejor conservadas que el hogar de los Bellefleur, Belle Rive. La casa suponía un esfuerzo excesivo para Portia, que era abogada, y Andy, que era policía, pues hacía mucho que el dinero necesario para mantener tal mansión y sus terrenos aledaños había desaparecido. Pero su abuela, Caroline, se había negado tozudamente a venderla.

—Portia, soy Sookie Stackhouse —dije, teniendo que elevar el tono de voz sobre el ruido de fondo del bar.

—Me llamas desde el trabajo.

—Sí. Andy está aquí, y está como una cuba. Le he cogido las llaves. ¿Puedes pasar a recogerlo?

—¿Que Andy está borracho? Sí que es raro. Claro, estaré allí en diez minutos —prometió, antes de colgar.

—Eres muy buena, Sookie —dijo Andy, inesperadamente.

Se había tomado la copa que le había servido. Quité de en medio el vaso y recé por que no pidiera otra.

—Gracias, Andy —dije—. Tú también eres buena gente.

—¿Dónde está... tu novio?

—Justo aquí —dijo una fría voz, y Bill Compton apareció justo detrás de Andy. Le sonreí sobre la cabeza encorvada de éste. Bill medía alrededor de 1,80, y tenía los ojos a juego con el pelo castaño oscuro. Tenía los hombros anchos y los brazos musculosos de un hombre que lleva años realizando trabajos físicos. Bill había trabajado en el campo con su padre y, más tarde, por su cuenta, antes de ir a la guerra. La Guerra Civil, para ser precisos.

—¡Hola, V.B.! —gritó Micah, el marido de Charlsie Tooten. Bill devolvió el saludo con un gesto despreocupado, y mi hermano Jason dijo, con un tono de lo más educado:

—Buenas noches, Vampiro Bill.

Jason, que en su día no había dado precisamente la bienvenida a Bill a nuestra pequeña familia, había cambiado de cabo a rabo. Yo casi contenía el aliento mentalmente, ante la expectativa de que su nueva actitud fuese permanente.

—Bill, no eres mal tipo para ser un chupasangre —dijo Andy con tono juicioso mientras giraba sobre el taburete del bar para encararse a Bill. Actualicé mi opinión sobre la borrachera de Andy, pues nunca se había mostrado entusiasmado con la plena aceptación de los vampiros en la sociedad estadounidense.

—Gracias, Andy —le contestó Bill con sequedad—. Tú tampoco para ser un Bellefleur.

Se inclinó sobre la barra para darme un beso. Sus labios estaban tan fríos como su voz. Era algo a lo que había que acostumbrarse. Como cuando posaba la cabeza sobre su pecho, incapaz de escuchar el latido de su corazón.

—Buenas noches, cariño —susurró.

Deslicé un vaso de sangre sintética japonesa, grupo B negativo, sobre la barra y se lamió los labios después de bebérsela de un trago. Su tez pareció adquirir tono casi de inmediato.

—¿Cómo te ha ido la reunión, cielo? —le pregunté. Bill había pasado la mayor parte de la noche en Shreveport.

—Te lo contaré más tarde.

Esperaba que su jornada de trabajo hubiese sido menos escalofriante que la de Andy.

—Vale. Te agradecería que ayudaras a Portia a llevar a Andy hasta su coche. Ahí llega —dije, señalando la puerta.

Por una vez, Portia no vestía la falda, blusa, chaqueta, medias y los zapatos de tacón bajo que conformaban su uniforme. Lucía unos vaqueros y una camiseta de Sophie Newcomb. Tenía un porte tan robusto como el de su hermano, pero su pelo era castaño, largo y fosco. El que lo llevara perfectamente peinado era la señal de que aún no se había rendido. Avanzó de forma decidida entre la gente que abarrotaba el bar.

—Pues sí que está bebido —comentó, evaluando a su hermano. Portia trataba de ignorar a Bill, quien le hacía sentir muy incómoda—. No es que pase muy a menudo, pero cuando se propone coger una, la coge de las buenas.

—Portia, Bill puede llevarlo hasta el coche —le ofrecí. Andy era más alto que Portia, y de complexión fuerte, cosa que suponía un claro problema para su hermana.

—Creo que puedo encargarme de él —me dijo con firmeza, incapaz aún de mirar a Bill, que me dedicó un arqueo de cejas.

Así que permití que lo rodeara con el brazo e intentara arrancarlo del taburete. Andy permaneció quieto. Portia paseó la mirada en busca de Sam Merlotte, el propietario del bar que, a pesar de parecer pequeño y enclenque, en realidad era muy fuerte.

—Sam está trabajando en una fiesta de aniversario en un club de campo —dije—. Deja que Bill te ayude.

—Está bien —aceptó la abogada secamente, los ojos clavados en el suelo—. Muchas gracias.

Bill consiguió levantar a Andy y lo llevó hacia la puerta en cuestión de segundos a pesar de que las piernas de Andy eran menos estables que la gelatina. Micah Tooten se apresuró a abrir la puerta, de modo que Bill no tuvo problema en llevarle hasta el aparcamiento.

—Gracias, Sookie —dijo Portia—. ¿Ha pagado lo que debía?

Asentí.

—Vale —concluyó, palmeando la barra para indicar que se marchaba. Tuvo que escuchar una retahila de consejos bienintencionados mientras seguía los pasos de Bill fuera del Merlotte's.

Así fue cómo el viejo Buick del detective Andy Bellefieur permaneció en el aparcamiento del Merlotte's durante toda la noche, hasta el día siguiente. Más tarde, Andy juraría que el coche estaba vacío cuando entró en el bar. También testificaría que había estado tan preocupado por su propia agitación interna que se había olvidado de cerrar el coche con llave.

En algún momento entre las ocho, hora a la que Andy llegó al Merlotte's, y la mañana siguiente, cuando llegué yo para ayudar a abrir el bar, su coche había ganado un nuevo pasajero.

Y éste causaría un gran bochorno al policía.

Porque estaba muerto.

Yo no tendría que haber estado allí. Hice el turno de la noche anterior, y ese día debería haber hecho lo mismo. Pero Bill me pidió que cambiara el turno con una de mis compañeras porque necesitaba que le acompañara a Shreveport, y a Sam no le pareció mal. Le pregunté a mi amiga Arlene si quería hacer mi turno. Ese día libraba, pero siempre estaba dispuesta a llevarse las mejores propinas que nos daban por las noches, así que aceptó pasarse a las cinco de la tarde.

Andy tendría que haber recogido su coche esa mañana, pero la profunda resaca le había impedido engatusar a Portia para que le llevara al Merlotte's, que estaba alejado de la comisaría de policía. Ella le dijo que pasaría a buscarlo por el trabajo a mediodía y que comerían en el bar. Entonces podría recoger el vehículo.

Así que el Buick, con su silencioso pasajero, aguardó al descubrimiento más tiempo del debido.

Había dormido unas seis horas la noche anterior, por lo que me sentía bastante bien. Salir con un vampiro puede ser un reto para tu equilibrio si eres una persona de usos diurnos, como yo. Ayudé a cerrar el bar y me dirigí a casa con Bill a eso de la una. Nos dimos un baño caliente juntos y luego hicimos otras cosas, pero me metí en la cama poco después de las dos y me levanté casi a las nueve. Para entonces hacía bastante que Bill se había ocultado de la luz.

Bebí mucha agua y un zumo de naranja, junto con un complejo vitamínico y un suplemento de hierro para desayunar, lo cual conformaba mi régimen desde que Bill había entrado en mi vida, trayendo consigo (junto con el amor, la aventura y las emociones) la constante amenaza de la anemia. El tiempo refrescaba, gracias a Dios, y me senté en el porche de Bill embutida en una rebeca y las medias negras que nos poníamos para trabajar en el Merlotte's cuando hacía demasiado frío para llevar los shorts. Mi polo tenía las palabras M
erlotte's
B
ar
bordadas en el pecho.

Mientras hojeaba el periódico de la mañana, una parte de mi cerebro asimilaba el hecho de que la hierba ya no estaba creciendo tan deprisa. Algunas hojas parecían incluso estar empezando a mudar. Tal vez en el estadio de fútbol del instituto la noche del viernes hiciera una temperatura tolerable.

El verano siempre se resiste a marcharse en Luisiana, incluso en la zona norte del Estado. El otoño siempre llega con timidez, como si fuese a desaparecer en cualquier momento para volver a dejar paso al agobiante calor de julio. Pero yo estaba alerta, y podía ver rastros del otoño aquella mañana. El otoño y el invierno significaban noches más largas, más tiempo que pasar con Bill y más horas de sueño.

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