—No he encontrado a Harald, pero tengo una pista.
—¡Bien!
—Durante el último mes visitó en dos ocasiones Kirstenslot, el hogar de la familia Duchwitz.
—¿Judíos?
—Sí. El policía local recuerda haberse encontrado con él. Dice que Harald tiene una motocicleta a vapor. Pero jura que ahora Harald no está allí.
—Asegúrate de ello. Ve allí personalmente.
—Estaba planeando hacerlo.
Peter quería hablarle de lo que ella le había dicho el día anterior. ¿Realmente iba en serio aquello de que no podía volver a acostarse con él? Pero no se le ocurrió ninguna manera de sacar a relucir el tema, así que siguió hablando del caso.
—He encontrado a la señorita Ricks. Es Hermia Mount, la prometida de Arne Olufsen.
—¿La chica inglesa?
—Sí.
—¡Buenas noticias!
—Lo son. — Peter se alegró de que Tilde no hubiera perdido su entusiasmo por el caso—. Ahora va a Copenhague, y la estoy siguiendo.
—¿No hay una posibilidad de que te reconozca?
—Sí.
—¿Qué te parece si voy a esperar el tren? Lo digo por si se da el caso de que ella intente despistarte.
—Preferiría que fueras a Kirstenslot.
—Quizá pueda hacer ambas cosas. ¿Dónde os encontráis ahora?
—En Nyborg.
—Estás a dos horas de distancia como mínimo.
—Más. Este tren va más despacio que un caracol.
—Puedo ir a Kirstenslot en coche, echar una mirada por allí durante una hora y aun así llegar a tiempo de que nos encontremos en la estación.
—Perfecto —dijo él—. Hazlo.
Cuando se hubo calmado un poco, Harald vio que la decisión de Karen de posponer el vuelo un día no era totalmente insensata. Se puso en el lugar de la joven, imaginándose que a él le hubieran ofrecido la ocasión de llevar a cabo un importante experimento con el físico Niels Bohr. Harald hubiese podido retrasar la huida a Inglaterra con tal de poder aprovechar semejante oportunidad. Juntos, él y Bohr quizá podrían cambiar la comprensión de la humanidad de cómo funcionaba el universo. Si tenía que morir, a Harald le hubiese gustado saber que había hecho algo así.
A pesar de ello pasó un día muy tenso. Lo comprobó todo dos veces en el Hornet Moth. Estudió el panel de instrumentos, familiarizándose con los indicadores para así poder serle de alguna ayuda a Karen. El panel no estaba iluminado, porque el avión no había sido diseñado para utilizarlo durante la noche; por lo que tendrían que iluminar los diales con la linterna para poder leer los instrumentos. Practicó el plegado y la extensión de las alas, mejorando el tiempo que tardaba en llevarlos a cabo. Probó su sistema para repostar en vuelo, echando un poco de gasolina por la manguera que salía de la cabina, a través de la ventana que había desprendido del marco, para introducirse en el depósito. Se dedicó a vigilar el tiempo, que era magnífico, con unas cuantas nubes y una ligera brisa. Una luna en tres cuartos asomó en el cielo a finales de la tarde. Harald se puso ropa limpia.
Estaba acostado en su cama de la cornisa, acariciando a Pinetop el gato, cuando alguien sacudió la gran puerta de la iglesia.
Harald se incorporó, puso en el suelo a Pinetop y escuchó.
Oyó la voz de Peter Hansen.
—Ya le dije que estaba cerrada.
—Razón de más para echar un vistazo dentro —replicó una mujer.
Harald reparó temerosamente en que aquella voz sonaba llena de autoridad. Se imaginó a una mujer de treinta y pocos años, atractiva pero acostumbrada a dar órdenes. Era evidente que estaba con la policía. Presumiblemente ayer habría enviado a Hansen a que buscara a Harald en el castillo. Estaba claro que no había quedado satisfecha con las indagaciones de Hansen, y hoy había decidido venir personalmente.
Harald maldijo en voz baja. Probablemente sería más concienzuda que Hansen, y no necesitaría mucho tiempo para encontrar una manera de entrar en la iglesia. No había ningún sitio donde pudiera esconderse de ella aparte del maletero del Rolls—Royce, y cualquier persona decidida a hacer un registro mínimamente serio si duda lo abriría.
Harald temía que ya pudiera ser demasiado tarde para salir por su ventana habitual, la cual quedaba justo detrás de la esquina con relación a la puerta principal. Pero había ventanas a lo largo de toda la curva del presbiterio, y se apresuró a huir por una de ellas.
Cuando estuvo en el suelo, miró cautelosamente a su alrededor. Aquel extremo de la iglesia solo quedaba parcialmente ocultado por los árboles, y Harald podía haber sido visto por un soldado. Pero tuvo suerte y no había nadie cerca.
Titubeó. Quería irse, pero necesitaba saber qué ocurría a continuación. Se pegó al muro de la iglesia y escuchó.
—¿Señora Jespersen? Si nos subimos a ese tronco podríamos entrar por la ventana —oyó que decía la voz de Hansen.
—Sin duda esa es la razón por la que el tronco se encuentra —replicó secamente la mujer. Estaba claro que era mucho más inteligente que Hansen, y Harald tuvo la horrible sensación de que iba, descubrirlo todo.
Oyó un roce de pies en el muro, un gruñido de Hansen cuando, presumiblemente, se metía por el hueco de la ventana y luego un golpe sordo cuando saltó al suelo embaldosado de la iglesia. Un ruido no tan fuerte siguió al primero unos segundos después.
Harald fue sigilosamente junto a la iglesia, se subió al tronco miró por la ventana.
La señora Jespersen era una mujer bastante guapa que tendría treinta y tantos años, no gorda pero sí con buenas curvas, que iba elegantemente vestida con ropa práctica, una blusa y una falda, con zapatos planos y una boina color azul celeste encima de sus rizos rubios. Como no iba de uniforme, Harald dedujo que tenía que ser una detective. De su hombro colgaba un bolso que presumiblemente contenía un arma.
A Hansen se le había puesto la cara roja debido al esfuerzo de pasar por la ventana, y parecía sentirse un poco agobiado. Harald supuso que al policía del pueblo le estaba resultando bastante difícil tratar con aquella detective de mente tan rápida.
Lo primero que hizo la señora Jespersen fue examinar la motocicleta.
—Bien, aquí está la motocicleta de la que me habló. Ya veo el motor a vapor. Muy ingenioso.
—Tiene que haberla dejado aquí —dijo Hansen adoptando un tono defensivo. Obviamente le había dicho a la detective que Harald se había ido.
Pero ella no estaba nada convencida.
—Quizá. — Fue hacia el coche—. Muy bonito.
—Pertenece al judío.
Ella pasó un dedo por la curva de un guardabarros y miró el polvo.
—Lleva tiempo sin sacarlo de aquí.
—Claro, le han quitado las ruedas —dijo Hansen, pensando que allí la había pillado y pareciendo sentirse muy complacido.
—Eso no significa gran cosa, porque las ruedas pueden volver a ponerse rápidamente. Pero es muy difícil falsificar una capa de polvo.
La detective cruzó la habitación y recogió la camisa sucia que Harald había dejado en el suelo. Este gimió para sus adentros. ¿Por qué no la había guardado en algún sitio? La señora Jespersen olió la camisa.
Pinetop salió de algún sitio y restregó su cabeza contra la pierna de la señora Jespersen.
—¿Qué andas buscando? — dijo ella al gato—. ¿Alguien te ha estado dando de comer?
Harald vio con consternación que a aquella mujer no se le podía ocultar nada. Era demasiado concienzuda. La señora Jespersen fue a la repisa encima de la que había estado durmiendo Harald. Cogió su manta pulcramente doblada, y luego volvió a dejarla.
—Aquí está viviendo alguien —dijo.
—Quizá algún vagabundo…
—O quizá el puto Harald Olufsen.
Hansen puso cara de sentirse escandalizado.
La detective se volvió hacia el Hornet Moth.
—¿Qué tenemos aquí? — Harald vio con desesperación cómo quitaba la cubierta—. Creo que es un aeroplano.
Esto es el fin, pensó Harald. Ahora todo ha terminado.
—Sí, ahora me acuerdo de que Duchwitz tenía un avión —dijo Hansen—. Pero hace años que no vuela en él.
—No se encuentra en muy mal estado.
—¡No tiene alas!
—Las alas están plegadas hacia atrás. Así es como lo hacen pasar por la puerta. — Abrió la puerta de la cabina. Metiendo la cabeza dentro de ella, accionó la palanca de control al mismo tiempo que contemplaba el plano de cola, viendo moverse el timón de profundidad—. Los controles parecen funcionar. — Echó un vistazo al indicador del combustible—. El depósito está lleno. — Recorriendo la pequeña cabina con la mirada, añadió—: Y hay una lata de dieciocho litros detrás del asiento. Y el compartimiento contiene dos botellas de agua y un paquete de galletas. Más un hacha, un ovillo de cordel resistente y de buena calidad, una linterna, y un atlas…, sin nada de polvo encima de ninguna de esas cosas.
Sacó la cabeza de la cabina y miró a Hansen.
—Harald planea volar.
—Bueno, que me cuelguen si… —dijo Hansen.
Entonces a Harald se le ocurrió la descabellada idea de matarlos a ambos. No estaba seguro de que pudiera matar a otro ser humano cualesquiera que fuesen las circunstancias, pero enseguida comprendió que no podría vencer con las manos desnudas a dos agentes de policía armados, y descartó la idea.
La señora Jespersen entró rápidamente en acción.
—He de ir a Copenhague. El inspector Flemming, que tiene a su cargo este caso, va a venir aquí en tren. Teniendo en cuenta cómo funcionan los ferrocarriles hoy en día, el inspector podría llegar en cualquier momento dentro de las próximas doce horas. Cuando lo haga, regresaremos a este lugar. Arrestaremos a Harald, si se encuentra aquí, y le tenderemos una trampa en el caso de que no esté.
—¿Qué quiere que haga yo?
—No se mueva de aquí. Encuentre un buen punto de observación en el bosque, y vigile la iglesia. Si Harald aparece, no hable con él y limítese a telefonear al Politigaarden.
—¿No va a enviar a alguien para que me ayude?
—No. No debemos hacer nada que pueda asustar a Harald haciéndolo huir. Verlo a usted no hará que le entre el pánico, ya que usted no es más que el policía del pueblo. Pero un par de policías a los que no conoce sí que podrían darle un buen susto. No quiero que salga huyendo para esconderse en alguna parte. Ahora que hemos dado con él, no debemos volver a perderlo. ¿Ha quedado claro?
—Sí.
—Por otra parte, si intenta hacer volar ese avión, deténgalo.
—¿Lo arresto?
—Dispárele, si tiene que hacerlo…, pero por el amor de Dios, no le permita despegar.
Harald encontró aterrador su tono de despreocupada tranquilidad. Si hubiera hablado de una manera demasiado melodramática, quizá no se hubiese sentido tan asustado. Pero la señora Jespersen era una mujer atractiva que estaba hablando calmosamente de las cuestiones prácticas…, y acababa de decirle a Hansen que disparara contra él en el caso de que fuera necesario hacerlo. Hasta aquel momento, Harald no había hecho frente a la posibilidad de que la policía pudiera limitarse a matarlo. La implacable calma de la señora Jespersen hizo que se estremeciera.
—Puede abrir esta puerta para ahorrarme el tener que volver a pasar por la ventana —dijo—. Cierre con llave en cuanto yo me haya ido para que Harald no sospeche nada.
Hansen hizo girar la llave dentro de la cerradura y quitó la barra, y los dos salieron de la iglesia.
Harald saltó al suelo y retrocedió rápidamente alrededor del extremo de la iglesia. Alejándose del edificio, se detuvo detrás de un árbol y contempló desde allí cómo la señora Jespersen iba hacia su coche, un Buick negro. La vio examinar su reflejo en la ventanilla del coche y ponerse bien la boina azul celeste en un gesto muy femenino. Luego volvió a convertirse en una detective de la policía, estrechó la mano a Hansen y se alejó conduciendo a bastante velocidad.
Hansen regresó y desapareció del campo de visión de Harald, quedando oculto por los árboles.
Harald se apoyó un momento en el tronco del árbol y empezó a pensar. Karen había prometido ir a la iglesia tan pronto como hubiera vuelto a casa después del ballet. Si hacía eso, podía encontrarse con la policía esperándola. ¿Y cómo explicaría entonces Karen lo que estaba haciendo allí? Su culpabilidad sería obvia.
Harald tenía que mantenerla alejada de la iglesia. Pensando en cuál sería la mejor manera de interceptarla y advertirla, decidió que lo más sencillo sería ir al teatro. De ese modo podía estar seguro de que se encontraría con ella.
Sintió un momento de ira hacia Karen. Si hubieran despegado la noche anterior, ahora quizá podrían estar en Inglaterra. Harald la había advertido de que estaba poniéndolos en peligro a ambos, y los acontecimientos habían demostrado que estaba en lo cierto. Pero las recriminaciones no servirían de nada. Ya estaba hecho, y ahora Harald tenía que vérselas con las consecuencias.
Inesperadamente, Hansen apareció desde detrás de la esquina de la iglesia. Vio a Harald y se detuvo en seco.
Los dos se quedaron asombrados. Harald creía que Hansen había vuelto a entrar en la iglesia para cerrar la puerta. Hansen, por su parte, no podía haber imaginado que su presa se hallaba tan cerca. Ambos se miraron fijamente el uno al otro durante un momento de parálisis.
Harald reaccionó instintivamente. Sin pensar en las consecuencias, se abalanzó sobre Hansen. Mientras este sacaba el arma de su pistolera, Harald lo embistió con la fuerza de una bala de cañón. Hansen se vio lanzado hacia atrás y chocó ruidosamente con el muro de la iglesia, pero no dejó de empuñar el arma.
La alzó para apuntarla. Harald sabía que solo disponía de una fracción de segundo para salvarse. Echó el puño hacia atrás y golpeó a Hansen en la punta de la barbilla.
El puñetazo llevaba tras de sí toda la energía de la desesperación. La cabeza de Hansen fue bruscamente impulsada hacia atrás y se estrelló contra los ladrillos con un ruido como el disparo de un rifle. Hansen puso los ojos en blanco y su cuerpo se desplomó sobre el suelo.
Harald temió que el hombre estuviera muerto. Se arrodilló junto al cuerpo inconsciente y enseguida vio que Hansen estaba respirando. Gracias a Dios, pensó. Lo horrorizaba pensar que habría podido matar a un hombre, aunque fuese un vil estúpido como Hansen.
La pelea solo había durado unos segundos, pero ¿había sido observada? Harald volvió la mirada hacia el campamento de los soldados al fondo del parque. Había unos cuantos hombres andando por allí, pero nadie estaba mirando en su dirección.