—No lo entiendes. —Guy la acerca a él—. No es eso, es que… Yo no quiero saber ese tipo de cosas de Rebecca, ¿vale?
—¡Tiene doce años!
—Ya, bueno, pues cuando sea que ocurra, no quiero saberlo. Oh, Dios mío. —Niega con la cabeza—. ¿Cómo voy a poder ir a otra de sus clases?
—No sé. —Willow se echa a reír—. Pero ¿sabes qué? ¿Te estás poniendo rojo?
—Ya, venga. Yo no me pongo rojo, ¿vale?
—¡Sí!
—Mira, no soy una chica.
—¡Oh, ni que lo jures! ¡Quiero decir, si alguna vez he tenido dudas al respecto, han desaparecido después de lo de ayer!
—Gracias —contesta Guy secamente—. Escucha, ¿por qué no nos sentamos y hablamos?
—No me gusta ese muro. —Willow se muerde el labio mientras se acercan al agua—. No es que me apetezca caerme al agua.
—No vas a caerte —dice Guy con paciencia—. Quiero decir, a menos que sigas hablando como hasta ahora. En ese caso, yo mismo te empujaré. Vamos. —Él se sube al muro y la ayuda a que se coloque a su lado—. ¿Ves? Totalmente seguro. —Ambos se sientan en la barandilla y balancean las piernas.
—Bueno, ¿qué era eso tan urgente de lo que querías hablar? —Willow le sonríe.
Guy la mira fijamente un instante sin decir nada. Se acerca, Willow cree que va a besarla y no puede evitar la decepción cuando ve que le coge la mochila.
La abre y busca en su interior hasta encontrar la caja de cuchillas.
—Esperaba que ya no estuvieran aquí. —Levanta la mirada hacia ella—. Lo esperaba de veras y, ¿sabes qué? Ya estaba casi convencido de que no estarían.
—¿Era de eso de lo que querías hablar? —Le mira sorprendida, pero él ya no la mira, tiene los ojos clavados en el agua—. ¿Querías hablar sobre lo de cortarme?
—Sí.
—Pero ¿por qué? —Willow sacude la cabeza al darse cuenta de lo estúpida que suena su pregunta—. O sea, ¿por qué ahora? Esto no es nada nuevo, ya lo sabías, tú has… —Pensaba que las cosas habían cambiado.
—Ya veo —dice Willow lentamente—, pensabas que iba a ser así de simple. Que todo lo que necesitaba era llorar un rato, tal vez que tú y yo hiciéramos… —Se muerde el labio. No puede, simplemente es incapaz de poder decir algo que pueda desvirtuar lo que pasó entre ellos—. Supongo, supongo que te gustan los finales felices, ¿no? —dice después de un momento.
—A todo el mundo le gustan. —Deja la caja de cuchillas en el parapeto, entre los dos, y se da la vuelta para mirarla—. No me creo que haya una categoría para eso: gente a la que le gustan los finales felices y gente a la que le gustan los finales tristes. A todo el mundo le gusta un final feliz.
—Bueno, entonces déjame que te diga algo sobre los finales felices —dice Willow enfadada—. Te dije que hablé con mi hermano. Es verdad. Hablamos. Hablamos como no lo hacíamos desde que mis padres murieron. ¿Eso es para ti un final feliz? Porque, adivina, él aún no sabe nada de esto. —Señala la caja de cuchillas—. Aunque hablamos de todo lo demás, no pude explicarle esto. No se lo puedo explicar aún. Sería demasiado para él. Pero a lo mejor llegará un día en el que se lo cuente. Se lo contaré porque no seré capaz de mantener este secreto entre los dos, este muro. Se lo contaré porque habrá pasado suficiente tiempo del accidente y quizás él ya esté preparado para enfrentarse a algo así. ¿Te parece suficientemente feliz? ¿Te suena bien? Porque, ¿sabes qué? Da igual cuándo se lo diga, va a hacerle tanto daño… Será tan doloroso para él. Tal vez a mí me haga sentir un poco mejor, pero a él le va a hacer sentir mucho peor. ¿Y sabes qué más? A lo mejor no he perdido a mi hermano como creía que había ocurrido, pero mis padres están muertos. No importa cuánto hable con mi hermano, lo que le llegue a contar, nada cambiará ese hecho. ¿Eso es lo que tú entiendes por final feliz?
—No. Claro que no. Pero ¿sabes qué? No puedes cambiar eso. —Le sube las mangas—. Pero esto sí.
Willow se mira el brazo. Las heridas de este lado se han borrado bastante. Están más blancas que rojas y tienen un aspecto más bien… inocente, como si se las hubiera hecho rascándose con demasiada fuerza, o por estar en contacto con un gato demasiado travieso. Empieza a bajarse las mangas pero Guy la detiene. Se siente terriblemente expuesta, pero hay algo más: había olvidado lo bien que sienta el calor de los rayos de sol sobre la piel, y no quiere evitarlo.
—Dijiste, aquel día en la biblioteca —continúa Guy después de un momento—, que si las cosas fueran diferentes podrías dejarlo, podrías dejar todo esto. Bueno, las cosas son diferentes. ¿No quieres parar?
—¡No lo sé! —Llora con auténtica angustia, horrorizada de verse otra vez bañada en un mar de lágrimas—. Pensaba que podría, pero no es tan fácil. ¡No es tan fácil!
—Oh, Willow, lo último que quería era hacerte llorar otra vez. —Guy está sinceramente preocupado. Se acerca a ella e intenta rodearla con el brazo—. Yo no quería…
—¡Pues deberías querer que llorara! —Willow le aparta para poder mirarlo a la cara—. ¡Deberías! Porque cada vez que lloro es como… es como…
Como podría explicarle que cada lágrima le aleja un poco más de la caja de cuchillas que hay entre los dos. Como le puede explicar que le aterra que le ocurra eso. Que aunque creía desear la libertad de su vicio, no sabe si es capaz de afrontar lo que le está ocurriendo ahora. Que quiere saber si aún tiene el control sobre su dolor. Que las cuchillas siempre le daban lo que ella quería.
—¿Es como qué? —dice Guy, cogiéndola por los brazos—, ¿cada vez que lloras es como qué?
—No… no sé si puedo soportar esto —dice Willow entre lágrimas—. ¿Crees que cortarse duele? ¡No tienes ni idea! —Willow coge el paquete de cuchillas y lo aprieta contra su pecho—. Ellas me han salvado de esto. ¡De sentirme así! ¡Sí! Yo pensaba… yo pensaba que si podía llorar así, sentirme así, las dejaría. Pero ahora no estoy tan segura…
—Willow. —Guy se muerde el labio—, yo soy ahora tu amante. —Aun en lo más profundo de su tristeza, las palabras de Guy estremecen a Willow, pero él no ha acabado de hablar—. Esa caja de cuchillas ya no puede ocupar ese puesto, y no me importa lo que haya podido llegar a significar para ti en el pasado.
—Tú ya sabías esto desde el principio —dice Willow—. Me has visto hacerlo. Me has oído hacerlo. ¿Qué ha cambiado ahora?
—¿Me tienes que preguntar qué ocurrió ayer? —Guy la mira sin poder creérselo—. De acuerdo. Entonces, te lo diré. Todo es diferente. Absolutamente todo.
Willow sabe a qué se refiere. Ellos ya no son las dos personas que eran ayer. Que ella se corte y las consecuencias que eso puede tener ya no le afectan solo a ella, si es que alguna vez ha sido así.
Le vienen a la cabeza las palabras que le dijo su hermano acerca de la responsabilidad, sobre lo que lleva implícito amar a alguien. Y sabe que esa responsabilidad debería empezar por ella misma y que si en el pasado cortarse era la mejor manera de cuidarse que ella conocía, ahora se abren nuevas posibilidades. Y además, aparte de eso, debe extender esa responsabilidad a Guy, porque no puede hacer todo para huir del dolor y, al mismo tiempo, obligar a la persona a quien ama a soportar cosas peores.
Willow mira la caja y piensa en sus otros amantes, que están dentro, en el dolor que extrae de ellos, tan diferentes del placer que su amante de carne y hueso le da, y sabe que lo que le atrae de ellos es irrisorio frente a lo que Guy tiene que ofrecerle. Y también piensa que renunciar a la caja de cuchillas no solo sería la acción más responsable, sino también lo más bello, lo más gratificante y lo más satisfactorio que podría hacer.
Y está convencida de todo eso como nunca lo ha estado de nada en esta vida y, así y todo…
—Sé que debería librarme de ellas —dice finalmente cuando sus lágrimas remiten lo suficiente para dejarle hablar con coherencia—. Ya sé que debería, pero no puedo. No puedo. Pensaba que lo haría. Pensaba que podría. Lo pensé cuando estaba con Markie. Lo pensé anoche. Lo pensé mientras hablaba con mi hermano… ¡pero no puedo!
—¿Eso es todo, entonces? —Guy le quita la caja de las manos—. ¿Eso es todo? ¿Ya has elegido? ¿Vas a serles fiel a ellas?
—¡Yo… yo no quiero!
—¡Entonces deshazte de ellas! ¡Hazlo! Aquí mismo, ¡tíralas al río! Yo te ayudaré. ¡Que yazca en el fondo, como dicen en
La tempestad!
—¿Y crees que con eso se soluciona todo? —Willow rompe a llorar una vez más—. ¿Crees que no puedo ir y comprarme otra caja mañana mismo, ir a una tienda de esas que no cierran por la noche si lo necesitara, o improvisar con un destornillador si es lo único que tengo a mano?
—Ya lo sé —dice Guy. Le coge la mano a Willow y la pone sobre la suya, que sostiene la caja—. Lo sé todo, ¿vale? Puede ser que vuelvas a comprar mañana, o incluso esta noche, pero al menos ahora mismo, por un instante, serías libre de ellas.
—¡Vale! —Willow aprieta la cara contra el pecho de Guy. No puede parar de llorar y sabe que sus palabras son prácticamente incoherentes—. ¡Lo haré!. —dice contra su pecho.
—¿Qué has dicho? —Guy la separa de su pecho y la mira cogiéndole por los brazos. La mira sorprendido, como si no se pudiera acabar de creer lo que acaba de oír—. Willow, ¿qué has dicho? Es difícil entenderte cuando…
—¡Lo haré, lo haré! Solamente… dame un segundo…
Una hora, un mes, un año…
—Mira —dice Guy—. Te ayudaré, ¿vale? Será fácil. Venga. Cogeremos la caja los dos, la sostendremos sobre el agua, contaremos hasta tres y…
Pero Willow ni siquiera espera hasta tres. Sabe, mientras ve cómo la caja se hunde en su tumba de agua que, aunque realmente podría ir y comprar más en cualquier momento, que esa parte de su vida seguramente ya ha acabado. Se cierra el telón de estos últimos siete meses, y su admirable nuevo mundo con Guy junto a ella ya le está dando la bienvenida.
Y,
si esto no es un final feliz, tal vez sea un feliz inicio.
Escritora y actriz estadounidense, Julia Hoban ha publicado numeroso libros dedicados a la literatura infantil, tanto de primeras lecturas como con obras de teatro para los más pequeños. Sin embargo, Hoban logró el éxito internacional con su primera novela dirigida al sector de los jóvenes adultos, Willow (2008), en la que narra la historia de una adolescente que se queda huérfana tras morir sus padres en un accidente de coche en el que la joven conducía.