Authors: Kerstin Gier
—Exacto —repliqué yo—. No harías más que estorbar, Gideon.
«¿Por qué no te vas con Charlotte al cine? ¿O por qué no montáis un club de lectura, por ejemplo?» Eso fue lo que pensé. Pero ¿lo deseaba realmente? Por un lado, no había nada que me pareciera más urgente que hablar con mi abuelo y preguntarle si había descubierto algo sobre el Caballero Verde; pero por el otro, en mi cerebro surgían vagos recuerdos de los «Oooh» y «Mmm...» y «Más» del día anterior...
¡Se acabó! Tenía que mantener la calma y pensar en todas esas cosas que me parecían tan despreciables de Gideon.
Pero no me dio tiempo, porque él ya nos estaba abriendo la puerta a mister George y a mí.
—¡Vamos, Gwendolyn! ¡Directos a 1953!
Seguro que Charlotte me habría fulminado con la mirada si hubiera podido.
✿✿✿
De camino abajo, al antiguo laboratorio de alquimia, mister George me vendó los ojos, no sin antes disculparse por ello, y luego me cogió la mano suspirando. Gideon tuvo que llevarme la cartera.
—Sé que mister Giordano no es un hombre de trato fácil —dijo mister George cuando hubimos dejado atrás la escalera de caracol—. Pero tal vez podrías esforzarte un poco más con él.
Dejé escapar un sonoro resoplido.
—¡Él también podría esforzarse un poco más conmigo! Maestro de reiki, famoso creador de moda, diseñador de joyas creativo… ¿qué demonios hace ese hombre entre los Vigilantes? Creía que eran todos eminentes científicos y políticos.
—Sí, podría decirse que mister Giordano es un poco el bicho raro entre los Vigilantes —admitió mister George—. Pero es un hombre brillante. Junto a sus exóticos... ejem... oficios, que por otra parte le han hecho multimillonario, es un reconocido historiador y...
—... y hace cinco años, cuando publicó un trabajo a partir de fuentes hasta el momento desconocidas sobre una sociedad secreta londinense con conexiones con los masones y el legendario conde de Saint Germain, los Vigilantes decidieron que era urgente conocerle de más cerca —lo interrumpió Gideon desde más adelante.
Su voz rebotó en las paredes de piedra.
Mister George carraspeó.
—Hum... sí, eso también. Cuidado, un escalón.
—Comprendo —dije—. Entonces Giordano es miembro de los Vigilantes para que no pueda chivarse. ¿Y qué tipo de fuentes desconocidas eran esas?
—Cada miembro da a la sociedad algo que la hace más fuerte —explicó mister George sin atender a mi pregunta—. Y las capacidades de mister Giordano son particularmente variadas.
—Sin duda —dije—. ¿Quién podría pegarse a sí mismo una piedrecita de estrás en la uña?
Oí que mister George tosía como si se hubiera atragantado. Durante un rato caminamos en silencio uno junto al otro.
De Gideon ya no se oía ni el ruido de sus pasos, de modo que supuse que se había adelantado (debido a mi venda, nosotros avanzábamos a paso de tortuga). Al final hice de tripas corazón y pregunté en voz baja: —¿Por qué exactamente voy a ir a esa
soirée
y a ese baile, mister George?
—Oh, ¿nadie te ha informado? Gideon estuvo ayer por la tarde, o, mejor dicho, más bien por la noche, con el conde para ilustrarle sobre vuestra reciente... aventura. Y volvió con una carta en la que el conde manifiesta expresamente su deseo de que tú y Gideon le acompañéis a una
soirée
en casa de lady Brompton, así como a un gran baile que se celebra unos días más tarde. Además, haréis también una visita al Temple por la tarde. El objetivo es que el conde os conozca mejor.
Pensé en mi primer encuentro con el conde y me estremecí.
—Comprendo que quiera conocerme mejor, pero ¿por qué quiere que me mueva entre gente desconocida? ¿Es una especie de prueba?
—Más bien viene a confirmar que no tiene ningún sentido mantenerte alejada de todo esto. Para serte sincero, me he alegrado mucho de recibir esa carta. Demuestra que el conde confía mucho más en ti que algunos de nuestros Vigilantes, que piensan que no eres más que una especie de figurante en esta obra.
—Y una traidora —dije, y pensé en el doctor White.
—O una traidora —agregó mister George como de pasada—. En ese sentido hay discrepancias. Bien, hemos llegado, hija. Puedes quitarte la venda.
Gideon ya nos estaba esperando. Hice un último intento de deshacerme de él anunciando que tenía que aprenderme de memoria un soneto de Shakespeare y que solo podía hacerlo en voz alta, pero él se limitó a encogerse de hombros y replicó que llevaba su iPod y que no me oiría.
Mister George sacó el cronógrafo de la caja fuerte e insistió en que no nos dejáramos nada.
—Ni siquiera un minúsculo pedacito de papel, ¿me oyes, Gwendolyn? Traes aquí de vuelta todo el contenido de tu cartera. Y, naturalmente, la propia cartera. ¿Entendido?
Afirmé con la cabeza, le cogí a Gideon la cartera de la mano y la apreté con fuerza contra mi pecho. Luego le alargué el meñique a mister George, ya tenía el pobre índice bastante maltratado por los pinchazos.
—¿Y en caso de que alguien entre en la habitación mientras estamos allí? — pregunté.
—Eso no pasará —aseguró Gideon—. Allí es plena noche.
—Bueno, ¿y qué? A alguien podría ocurrírsele la idea de mantener una reunión inspirativa en el sótano.
—Conspirativa, en todo caso —dijo Gideon.
—¿Cómo has dicho?
—No te preocupes —intervino mister George, y deslizó mi dedo por el pequeño registro abierto en el interior del cronógrafo.
Me mordí los labios cuando la conocida sensación de vértigo se extendió por mi estómago y la aguja penetró en mi carne. La habitación se sumergió en una luz rojo rubí, y luego aterricé en medio de una oscuridad absoluta.
—¿Hola? —dije en voz baja, pero no obtuve respuesta.
Un segundo después, Gideon aterrizó a mi lado y encendió enseguida una linterna de bolsillo.
—¿Ves? No se está tan mal aquí —dijo mientras se acercaba a la puerta y encendía la luz.
Como antes, una bombilla desnuda colgaba del techo, pero el resto de la habitación había mejorado visiblemente desde mi última visita. Mi primera mirada se dirigió a la pared donde Lucas había querido ubicar nuestro escondrijo secreto. Delante había unas sillas apiladas, pero de una forma mucho más ordenada que la última vez. Ya no había cosas tiradas por ahí, y la habitación, en comparación, estaba limpia y, sobre todo, mucho más despejada. Además de las sillas junto a la pared, también había una mesa y un sofá, con un tapizado de terciopelo verde desgastado.
—Sí, de hecho es bastante más acogedor que en mi última visita aquí. Todo el rato tenía miedo de que saliera una rata y me mordiera.
Gideon bajó el picaporte y dio unos tirones. Estaba cerrado.
—Solo me encontré la puerta abierta una vez —dijo sonriendo—. Fue una tarde interesante. Desde aquí, un pasadizo secreto conduce hasta debajo del Palacio de Justicia. Y aún desciende más, hasta unas catacumbas con restos humanos y calaveras... Y no muy lejos de aquí, en el año 1953, hay una bodega.
—Habría que tener una llave.
De nuevo eché un vistazo a la pared de enfrente. En algún sitio detrás de un ladrillo suelto había una llave. Suspiré. Era una verdadera lástima que aquello no me sirviera de nada. Pero de algún modo también resultaba agradable saber algo de lo que Gideon no tenía ni idea.
—¿Probaste el vino?
—¿Tú qué crees? —Gideon cogió una de las sillas de la pared y la colocó ante la mesa—. Toma, para ti. Que te diviertas con los deberes.
—Ah, gracias.
Me senté, extraje las cosas de la cartera e hice como si me dispusiera a concentrarme profundamente en mi libro. Mientras tanto Gideon se tendió en el sofá, se sacó el iPod del bolsillo y se colocó los auriculares en las orejas. Al cabo de dos minutos me arriesgué a lanzarle una mirada y vi que había cerrado los ojos. ¿Se habría dormido? No era extraño teniendo en cuenta que esa noche había vuelto a salir.
Durante un rato me perdí un poco en la contemplación de una nariz larga y recta, la piel pálida, los labios suaves, las gruesas y rizadas pestañas. En ese estado de relajación parecía mucho más joven de lo habitual, y de pronto pude imaginarme perfectamente cómo debía de haber sido de pequeño. En todo caso, una verdadera monada. Su pecho se levantaba y descendía regularmente, y pensé en si podría atreverme a... No, era demasiado peligroso. No debía volver a mirar esa pared si quería guardar mi secreto y proteger a Lucas.
Como no tenía otra cosa que hacer y no iba a pasarme cuatro horas seguidas mirando a Gideon dormir (aunque reconozco que tenía su encanto), al final me dediqué a mis deberes, primero a las riquezas minerales del Cáucaso, y luego a los verbos irregulares franceses. A la redacción sobre la vida y obra de Shakespeare solo le faltaba la conclusión, que resumí intrépidamente en una única frase: «Shakespeare pasa sus últimos cinco años de vida en Stratford-on-Avon, donde muere en 1616». Listo. Ahora solo me faltaba aprenderme un soneto de memoria.
Como todos eran igualmente largos, escogí uno al azar. «Mine eye and heart are at a mortal war, how to divide the conquest of thy sight», murmuré.
—¿Te refieres a mí? —preguntó Gideon, incorporándose y quitándose los auriculares.
Por desgracia, no pude evitar sonrojarme.
—Es Shakespeare —dije.
Gideon sonrió.
—«Mine eye my heart thy picture’s sight would bar, my heart mine eye the freedom of that right»... o una cosa así.
—No, es bastante exacto —repliqué, y cerré el libro de golpe.
—Aún no puedes repetirlo —dijo Gideon.
—De todas maneras, mañana ya lo habría olvidado otra vez. Será mejor que lo aprenda justo antes de la escuela, entonces tendré una buena oportunidad de retenerlo hasta la clase de inglés de mister Whitman.
—¡Pues mejor! Así ahora podremos practicar el minué. —Gideon se levantó—.
Al menos aquí tenemos espacio suficiente para bailar.
—¡Oh, no, por favor!
Pero Gideon ya se inclinaba ante mí.
—¿Me concedéis este baile, miss Shepherd?
—Sería un gran placer, señor —le aseguré mientras me abanicaba con el libro de Shakespeare—, pero lamentablemente me he torcido el tobillo. Tal vez sería mejor que le preguntara a mi prima, allí al fondo. La dama de verde. —Señalé el sofá—. Ella le mostrará encantada lo bien que baila.
—Pero yo desearía bailar con vos. Hace tiempo que sé cómo baila vuestra prima.
—Me refería a mi prima Sofá, no a mi prima Charlotte —dije—. Le aseguro... hum... Os aseguro que con Sofá disfrutaréis mucho más que con Charlotte.
Tal vez Sofá no sea tan elegante, pero es más reposada y tiene mucho más encanto, y sobre todo mejor carácter.
Gideon rió.
—Como he dicho, mi interés se centra únicamente en vos. Por favor, concededme este honor.
—¡Pero un caballero como vos debería mostrar consideración por un tobillo dislocado!
—Pues no, lo lamento. —Gideon cogió su iPod del bolsillo de los pantalones —. Un poco de paciencia, la orquesta estará preparada enseguida.
Me colocó los auriculares en las orejas y me ayudó a levantarme.
—Oh, bien, Linkin Park —dije, mientras mi pulso se aceleraba por la repentina cercanía de Gideon.
—¿Cómo?
Pardon
. Un momento, enseguida estará. —Sus dedos se deslizaron por el display—. Bien. Mozart servirá. —Me tendió el iPod—. Póntelo en el bolsillo de la falda, tienes que tener las dos manos libres.
—Pero tú no oyes nada —dije cuando los violines susurraron en mis oídos.
—Oigo lo suficiente, no hace falta que grites tanto. Muy bien, imaginemos que es una formación de ocho. A la izquierda, a mi lado, hay otro caballero, a mi derecha, otros dos, ordenados en fila. A tu derecha, lo mismo pero con damas. Una reverencia, por favor.
Me incliné y puse, vacilando, mi mano en la suya.
—¡Pero pararé inmediatamente si me llamas «ignorante criatura»!
—Jamás haría tal cosa —replicó Gideon, y me guió hacia delante pasando junto al sofá—. En un baile se trata sobre todo de saber mantener una conversación como es debido. ¿Puedo preguntaros a qué se debe vuestra predisposición contra el baile? A la mayoría de las jóvenes damas les agrada.
—Chissst, tengo que concentrarme. —Hasta ahora iba bastante bien. Yo misma estaba francamente sorprendida. El
tour de main
salió como la seda, giro a la izquierda, giro a la derecha—. ¿Podemos hacerlo otra vez?
—Mantén la barbilla alta, así, exacto. Y mírame. No debes apartar nunca la mirada de mí, por guapo que sea mi vecino.
Se me escapó una sonrisa. ¿Y ahora de qué iba la cosa? ¿Buscaba un cumplido? Ni hablar, no le daría esa satisfacción. Aunque tenía que reconocer que Gideon bailaba realmente bien. Con él era muy distinto que con Labios de Morcilla; de algún modo todo salía solo. De hecho, poco a poco le iba encontrando el gusto al baile del minué.
Gideon también se dio cuenta.
—Mírame, puedes hacerlo. Mano derecha, hombro derecho, mano izquierda, hombro izquierdo. Muy bien.
Tenía razón. ¡Podía hacerlo! De hecho, era un juego de niños. Triunfalmente giré en círculo con otro de los hombres invisibles y luego volví a posar mi mano en la de Gideon.
—Y ahora, ¿qué, eh? ¡Quién decía que tenía la gracia de un molino de viento! —exclamé.
—Una comparación absolutamente inapropiada —me dio la razón Gideon—. Podrías sacarle los colores a cualquier molino.
Solté una risita. Y luego di un brinco.
—Ups. Otra vez Linkin Park.
—Tanto da.
Mientras «Papercut» me martilleaba en los oídos, Gideon me guió, imperturbable, a través de la última figura y a continuación se inclinó. Casi me dio pena que se hubiera acabado.
Hice una profunda reverencia y me quité los auriculares.
—Aquí los tienes. Gracias por enseñármelo.
—Pura conveniencia personal —admitió Gideon—. Al fin y al cabo, normalmente soy el tipo que da la nota contigo, ¿lo has olvidado?
—No.
Mi buen humor volvió a esfumarse. No pude evitar que mi mirada se perdiera en la pared con las sillas delante.
—Eh, que aún no hemos acabado —dijo Gideon—. Aunque ha estado francamente bien, aún no es perfecto. ¿Por qué tienes de repente esa mirada tan sombría?
—Dime, ¿por qué crees tú que el conde de Saint Germain está tan interesado en que yo asista a una
soirée
y a un baile? Podría hacer sencillamente que me enviaran aquí, a Temple; de ese modo no habría ningún peligro de que me pusiera en ridículo ante personas desconocidas. Y nadie se extrañaría de mi comportamiento ni habría posibilidad de que dejara constancia de lo ocurrido para las generaciones futuras.