Authors: Kerstin Gier
Cuando le sonreí, miró rápidamente hacia otro lado.
Mister Marley carraspeó.
—Me han encargado que le diga que le esperan en la Sala del Dragón, sir. El Cír…El número siete ha llegado y desea mantener una conversación con usted. Si me lo permite, llevaré a la miss hasta su coche.
—La miss no tiene ningún coche —dijo Xemerius—. Ni siquiera tiene carnet de conducir, cretino.
—No es necesario, yo la acompañaré arriba.
Gideon cogió la venda negra.
—¿De verdad hace falta?
—Sí, hace falta. —Gideon me ató el pañuelo en la nuca, y al hacerlo me enganchó el cabello y me tiró de los pelos; pero yo no tenía ninguna intención de quejarme, de manera que me limité a morderme los labios—. Si no conoces el lugar donde se guarda el cronógrafo, no podrás revelarlo y nadie podrá estar acechando nuestra llegada en el momento, sea cuando sea, en que aterricemos en el lugar indicado.
—Pero este sótano pertenece a lo Vigilantes, y las entradas y salidas están vigiladas en todas las épocas —dije.
—En primer lugar, en estas bóvedas hay todavía más caminos que a través de los edificios de Temple, y en segundo lugar, no podemos descartar que quizá alguien de nuestras propias filas tenga interés en un encuentro sorpresa.
—«No te fíes de nadie. Ni siquiera de tus propias sensaciones»—murmuré —. Hay un montón de gente desconfiada por aquí.
Gideon me pasó la mano por la cintura y me empujó hacia delante.
—Exacto.
Oí decir adiós a mister Marley, y luego la puerta se cerró tras nosotros.
En silencio caminamos uno junto al otro. Sin embargo, había un montón de cosas sobre las que me hubiera gustado hablar, solo que no sabía por dónde empezar.
—Mis sensaciones me dicen que habéis vuelto con los arrumacos—comentó Xemerius—. Mis sensaciones…y mi penetrante mirada.
—Tonterías —repliqué yo, y oí cómo Xemerius soltaba una carcajada.
—Créeme, estoy en este mundo desde el siglo XI y sé qué aspecto tiene una chica al salir del pajar.
—¿¡Del pajar!? —repetí yo indignada.
—¿Está hablando conmigo? —preguntó Gideon.
—¿Con quién si no? —dije—. Hablando de paja, tengo un hambre de lobos.
Ya debe de ser muy tarde, ¿no?
—Son casi las siete y media.
Gideon me soltó inesperadamente. Se oyó una serie de pitidos electrónicos y me golpeé el hombro contra un muro.
—¡Eh!
Xemerius volvió a soltar una carcajada.
—A eso lo llamo yo comportarse como un auténtico caballero.
—Perdona. Esta mierda de móvil no tiene cobertura aquí dentro. ¡Treinta y cuatro llamadas perdidas, fantástico! Solo puede ser… ¡Oh, Dios, mi madre!
—Gideon lanzó un profundo suspiro—. Ha dejado once mensajes en el buzón de voz.
Avancé palpando las paredes.
—¡O me quitas esta estúpida venda, o me guías!
—Está bien.
Ahí estaba otra vez su mano.
—No sé qué pensar de un tipo que le venda los ojos a su amiga para poder mirar el móvil tranquilo —dijo Xemerius.
La verdad es que yo tampoco lo sabía.
—¿Ha pasado algo malo?
Otro suspiro.
—Supongo. Normalmente no nos llamamos muy a menudo. Sigue sin haber cobertura.
—Cuidado, escalones —me avisó Xemerius.
—Tal vez esté enfermo alguien—dije—. O quizá has olvidado algo importante. Hace poco mi madre también me dejó no sé cuántos mensajes para recordarme que felicitara a mi tío Harry por su cumpleaños.
—¡Ay!
Si Xemerius no hubiera lanzado un grito de aviso, me habría dado en el estómago con el pomo de la barandilla. Gideon ni siquiera se dio cuenta.
Subí como pude por la escalera de caracol tanteando con las manos.
—No, no es eso. Nunca olvido un cumpleaños. —Sonaba nervioso—. Tiene que ser algo sobre Raphael.
—¿Tu hermano pequeño?
—Siempre está haciendo cosas peligrosas. Conduce sin tener carnet, se lanza desde acantilados y escala sin arnés. No sé qué quiere demostrar o a quién quiere impresionar con eso. El año pasado tuvo un accidente practicando el parapente y se pasó tres semanas en el hospital con un trauma craneoencefálico. Cualquiera habría pensado que aprendería algo de la experiencia, pero no, por su cumpleaños le pidió a monsieur una lancha rápida. Y, naturalmente, el muy idiota le concede hasta el más mínimo de sus deseos. —Cuando llegamos arriba, Gideon aceleró el paso y yo tropecé varias veces—. ¡Ah, por fin! Funciona.
Por lo que parecía, ahora se dedicaba a escuchar su buzón de voz mientras caminábamos. Por desgracia, yo no podía oír nada.
—¡Oh, mierda! —le oí murmurar varias veces.
Me había soltado de nuevo, y yo avanzaba a trompicones, totalmente a ciegas.
—Si no quieres darte contra la pared, deberías girar a la izquierda ya—me informó Xemerius—. Vaya, parece que al fin se ha dado cuenta de que no llevas incorporado ningún sistema de radar.
.—Bueno… —murmuró Gideon. Sus manos me palparon un momento la cara, y luego la nuca—. Gwendolyn, lo siento. —Su voz sonaba preocupada, pero estaba bastante claro que no era yo el objeto de su preocupación—. ¿Encontrarás el camino de vuelta sola desde aquí?—Desanudó el pañuelo y yo parpadeé deslumbrada. Estábamos en el taller de madame Rossini.
Gideon me acarició fugazmente la mejilla y me dirigió una débil sonrisa.
—Conoces el camino, ¿verdad? Te espera el coche. Nos veremos mañana.
Y antes de que pudiera responder, se marchó.
—Y ahora se va—dijo Xemerius—. No es un prodigio de delicadeza que digamos.
—Dime, ¿qué ha pasado?—le grité mientras se alejaba.
—Mi hermano se ha largado de casa—respondió sin volverse ni aflojar el paso—. Y puedes imaginarte adónde habrá ido.
Pero antes de que pudiera imaginarme nada, ya había desaparecido detrás de la esquina.
—Yo no apostaría por las Fidji—murmuré.
—Creo que hubiera sido mejor que no te fueras al pajar con él—dijo Xemerius—. Ahora piensa que eres una chica fácil y ya no se esfuerza.
—Cierra la boca, Xemerius. Toda esta charla sobre pajares me está poniendo de los nervios. Solo nos hemos besado un poco.
—¡Ese no es motivo para ponerse como un tomate, tesoro!
Me toqué las mejillas y noté que estaban ardiendo.
—Venga, vámonos—dije fastidiada—, tengo hambre. Al menos hoy tendré la oportunidad de conseguir algo de cenar. Y tal vez podamos echar un vistazo al pasar a esos misteriosos hombres del Círculo Interior.
—¡Ni se te ocurra! Les he estado espiando toda la tarde—replicó Xemerius.
—¡Vaya, qué bien! ¡Explica!
—¡A-bu-rri-do! Pensaba que beberían sangre en calaveras y se pintarían runas misteriosas en los brazos, pero qué va: solo se han dedicado a hablar sin aflojarse la corbata.
—¿Y de qué exactamente?
—A ver si aún consigo explicarlo… —Carraspeó—. Básicamente se trataba de si se podían infringir las reglas de oro para engañar a Turmalina negra y Zafiro. «Una idea fantástica», decían unos; «No, de ninguna manera», decían los otros; y luego los unos otra vez: «¿Y qué pasará entonces con lo de la salvación del mundo, gallinas?»; y luego los otros: «pero es que está mal, además es peligroso por el continuum y la moral»; y entonces los unos: «Sí, pero nos importa un pepino si de este modo salvamos el mundo»; y luego mucha verborrea empalagosa por ambas partes. Creo que al llegar a este punto me he dormido. Pero a continuación todos volvían a estar de acuerdo en que el diamante, por desgracia, tiende a actuar por su cuenta, mientras que el rubí es una cabeza de chorlito y por tanto queda descartado que actúe en las misiones de viaje en el tiempo Operación Ópalo y Operación Jade porque es sencillamente demasiado boba. ¿Me sigues hasta ahora?
—Humm… —Naturalmente, yo te defendí, pero no me escucharon —añadió Xemerius —. Se comentó que tenían que mantener lo más ajena posible de cualquier información; que con tu ingenuidad, resultado de tu falta de formación, y tu ignorancia, constituías un peligro, y que además eras la indiscreción personificada. En todo caso, quieren tener controlada también a tu amiga Leslie.
—Oh, mierda.
—La buena noticia es que toda la culpa de tu incapacidad se la achacan a tu madre. De hecho, las mujeres siempre son las culpables de todo, en eso sí estaban de acuerdo los señores revuelvesecretos. Y luego la cosa siguió con pruebas, cuentas de sastre, cartas, sentido común, y después de algunos tira y afloja todos estuvieron de acuerdo en que Paul y Lucy habían saltado con el cronógrafo al año 1912, en el que ahora vivían. Aunque aquí la palabra «ahora» no acabe de encajar. —Xemerius se rascó la cabeza—.
Es igual, el caso es que los dos se esconden allí, de eso están todos muy seguros, y en la próxima oportunidad tu fuerte y maravilloso héroe tendrá que localizarlos, extraerles sangre y llevarse el cronógrafo de donde esté ahora, y luego todo volvió a empezar desde el principio, bla bla bla, reglas de oro, verborrea empalagosa… —Pues es interesante —dije.
—¿Tú crees? Si es así, se debe exclusivamente a mi ingeniosa manera de resumir esa aburrida charla.
Abrí la puerta que daba al siguiente corredor y ya iba a responder a Xemerius cuando oí una voz:
—¡Sigues siendo exactamente igual de arrogante que antes!
¡Era la voz de mamá! Y, efectivamente, al traspasar la puerta, la vi plantada frente a Falk de Villiers. Tenía los puños apretados.
—¡Y tú igual de obstinada y testaruda! —replicó Falk—. Lo que te has permitido hacer, sea por el motivo que sea, tratando de ocultar la fecha de nacimiento de Gwendolyn, ha perjudicado considerablemente a la causa.
—¡La causa! ¡Vuestra causa siempre ha sido más importante para vosotros que las personas implicadas en ella!—exclamó mi madre.
Cerré la puerta tan suavemente como pude y avancé despacio.
—Uf, parece realmente furiosa —observó Xemerius, que me seguía colgándose de los salientes de la pared.
Y era cierto. Los ojos de mi madre echaban chispas, tenía las mejillas encendidas y su voz era insólitamente alta.
—Habíamos quedado en que se mantendría a Gwendolyn apartada de esto. ¡Que no se la pondría en peligro! Y ahora queréis servírsela en bandeja al conde. ¡No ves que está totalmente…desamparada!
—Y tú eres la única responsable de eso —dijo fríamente Falk de Villiers.
Mamá se mordió los labios.
—¡Como gran maestre de esta logia, tú eres el responsable de lo que ocurra!
—Si desde el principio hubieras jugado limpio, ahora Gwendolyn estaría preparada. Y solo para que lo sepas, te diré que tal vez pudieras engañar a mister George con lo de que querías proporcionar a tu hija una infancia libre de preocupaciones, pero no a mí. Sigo muy intrigado por saber qué tendrá que contarnos esa comadrona.
—¿Aún no la habéis encontrado?
La voz de mi madre ya no era tan estridente.
—Es solo cuestión de días, Grace. Tenemos a nuestra gente por todas partes.
En ese momento Falk de Villiers advirtió mi presencia, y la expresión fría y airada de su mirada desapareció.
—¿Por qué estás sola, Gwendolyn?
—¡Cariño!—Mi madre se precipitó hacia mí y me abrazó—. Pensé que, antes de que se hiciera tan tarde como ayer, sería mejor que viniera a recogerte.
—…y aprovecharas la oportunidad para cargarme de reproches — completó Falk con una sonrisita—. ¿Por qué no está mister Marley contigo Gwendolyn?
—Podía hacer sola el último tramo—respondí evasivamente—. ¿Sobre qué estabais discutiendo?
—Tu madre cree que tus excursiones al siglo XVIII son demasiado peligrosas—dijo Falk.
Bueno, la verdad es que no podía tomárselo a mal. Y eso que solo conocía una pequeña parte de los peligros. Nadie le había hablado de los hombres que nos habían atacado en Hyde Park. Yo al menos antes me habría cortado la lengua que contárselo. Tampoco podía saber nada de lady Tilney y las pistolas. Y la única persona que estaba enterada hasta ahora de la siniestra forma en que me había amenazado el conde de Saint Germain era Leslie. Ah, y mi abuelo, claro.
Miré fijamente a Falk.
—Lo de mover el abanico y bailar el minué no será ningún problema—dije para quitar importancia al asunto—. No puede decirse que tenga nada de arriesgado, mamá. El único peligro está en que haga trizas el abanico contra la cabeza de Charlotte… —Ya lo has oído, Grace—dijo Falk guiñándome un ojo.
—¡A quién quieres engañar, Falk!—Mamá le dirigió una última mirada sombría, y luego me cogió del brazo y me arrastró hacia fuera—. Ven. Nos esperan para cenar.
—¡Hasta mañana, Gwendolyn!—gritó Falk desde atrás—. Y…hum…hasta otro momento, Grace.
—Adios —murmuré yo.
Mamá también murmuró algo ininteligible.
—Si me lo preguntas, te diré: pajar —anunció Xemerius—. A mí no me engañan con sus broncas. Reconozco a los viejos compañeros de pajar en cuanto los veo.
Suspiré. Mamá me imitó y me apretó contra sí mientras recorríamos los últimos metros hasta la salida. Primero me puse un poco rígida, pero luego incliné la cabeza sobre su hombro.
—No tienes que pelearte con Falk por mi culpa, mamá. Te preocupas demasiado.
—Es tan fácil decirlo… Pero no es nada agradable sentir que una lo ha hecho todo mal. Me doy cuenta de que estás furiosa conmigo, ¿sabes?— Suspiró de nuevo—.Y de algún modo con razón.
—De todos modos, te quiero—dije.
Mamá tuvo que esforzarse para contener las lágrimas.
—Y yo te quiero a ti, más de lo que puedas imaginar—murmuró. Habíamos llegado a la callejuela ante la casa, y miró alrededor como si temiera que alguien nos estuviera espiando en la oscuridad—. Daría cualquier cosa por tener una familia completamente normal con una vida completamente normal.
—¿Y qué es normal? —pregunté.
—Nosotros, en todo caso, no.
—Todo es cuestión de perspectiva. Bueno, ¿y cómo te ha ido el día? — pregunté irónicamente.
—Oh, lo habitual—dijo mamá con una débil sonrisa—. Primero una pequeña discusión con mi madre, luego una discusión mayor con mi hermana, en el trabajo he discutido un poco con mi jefe y para acabar también he discutido con mi… ex amigo, que casualmente es el gran maestre de una siniestra logia secretísima.
—¡Ajá! ¿Qué te había dicho? —Xemerius estaba exultante—. ¡¡¡Pajar!!!
—¿Lo ves? ¡Todo completamente normal, mamá!
No pudo por menos de sonreír.
—¿Y cómo te ha ido a ti el día, cariño?