Authors: Kerstin Gier
—Giordano, por favor... —dijo mister George—. Hoy no es un día especialmente bueno para ninguno de nosotros...
—¿Cómo está... él? —preguntó Charlotte en voz baja, dirigiéndome una mirada de soslayo.
—Como cabría esperar dadas las circunstancias —replicó mister George muy serio.
De nuevo Charlotte me dirigió una breve mirada escrutadora. La miré fijamente con el ceño fruncido. ¿Le proporcionaba alguna clase de satisfacción enfermiza el hecho de saber algo que pensaba que me interesaría terriblemente?
—Bah, bobadas —dijo Xemerius—. ¡Está estupendamente, créeme, tesoro!
Antes se ha zampado un filete de ternera gigante con patatas asadas y verdura. ¿Suena eso a «como cabría esperar dadas las circunstancias»?
A Giordano le irritaba que nadie le escuchara. —Solo espero no ser yo quien cargue luego con las consecuencias —dijo en tono estridente, y apartó su silla a un lado—. He trabajado con talentos desconocidos y con los más grandes de este mundo, pero nunca me había encontrado con nada como «esto».
—Mi querido Giordano, ya sabe usted cuánto le valoramos. Y nadie podría ser más apropiado para ayudar a Gwendolyn...
Mister George calló al ver que Giordano hacía un mohín y echaba hacia atrás la cabeza con el peinado petrificado.
—Pero luego no diga que no le he avisado —soltó—. Es todo lo que pido.
—De acuerdo —dijo mister George suspirando—. Yo... bueno, en fin, lo transmitiré. ¿Vienes, Gwendolyn?
Yo ya me había desabrochado el miriñaque y lo había depositado cuidadosamente sobre el taburete del piano.
—Hasta la vista —le dije a Giordano, que seguía poniendo morros.
—Mucho me temo que eso es algo que no podrá evitarse —respondió.
✿✿✿
En el camino hacia el antiguo laboratorio de alquimia, que a estas alturas ya casi podía recorrer con los ojos vendados, mister George me explicó lo que había pasado por la mañana. Estaba un poco sorprendido de que mister Marley aún no me hubiera informado de los acontecimientos, y yo no me tomé la molestia de explicarle cómo habían ido las cosas.
Habían enviado a Gideon a ejecutar una misión de poca importancia (mister George no quiso explicarme de qué misión se trataba) y dos horas después lo habían encontrado sin sentido en un corredor no muy lejos de la sala del cronógrafo, con una herida abierta en la frente que sin duda había sido causada por un objeto con forma de maza. Gideon no podía recordar nada, porque su asaltante debía de haberse escondido y le había atacado por sorpresa.
—Pero ¿quién...?
—No lo sabemos. Un hecho preocupante, especialmente en nuestra actual situación. Le hemos realizado una revisión completa, y no presenta ningún pinchazo que induzca a pensar que han podido extraerle sangre...
—¿No habría bastado la sangre de la herida? —pregunté, y solo de pensarlo sentí un escalofrío.
—Es posible —admitió mister George—. Pero si... alguien hubiera querido ir sobre seguro, le habría extraído la sangre de otro modo. En fin, hay innumerables explicaciones posibles. Nadie sabía que Gideon aparecería allí esa noche, de modo que es improbable que estuvieran esperándole a él en concreto. Parece mucho más probable que se tratara de un encuentro casual. Es posible que... en otro tiempo por aquí abajo pulularan elementos subversivos: contrabandistas, asesinos, gente de los bajos fondos en el sentido más literal del término. Personalmente creo que se trata de una lamentable casualidad... —Se aclaró la garganta—. En fin, en cualquier caso, parece que Gideon ha superado el incidente, al menos el doctor White no ha podido encontrar ninguna herida seria; de modo que podréis asistir los dos a la
soirée
el domingo al mediodía tal como estaba planeado. —Rió—. Qué raro suena, ¿eh?: una
soirée
el domingo al mediodía.
Oh, sí, ja, ja, muy divertido.
—¿Dónde está Gideon ahora? —pregunté con impaciencia—. ¿En el hospital?
—No. Está descansando, o eso espero. Solo ha ido al hospital para que le hicieran una tomografía, y como, gracias a Dios, no han encontrado nada, él mismo se ha dado el alta. Además, anoche recibió la visita sorpresa de su hermano...
—Lo sé —dije—. Hoy mister Whitman ha inscrito a Raphael en el Saint Lenno.
Oí cómo mister George suspiraba profundamente.
—El muchacho se escapó de casa después de haber hecho alguna tontería con sus amigos. Una idea loca de Falk la de traer a Raphael a Inglaterra.
En estos tiempos turbulentos todos nosotros, y sobre todo Gideon, tenemos cosas mejores que hacer que preocupamos de jóvenes díscolos... Pero Falk nunca ha podido negarle nada a Selina, Y Por lo que se ve, es la última oportunidad para Raphael de poder acabar la secundaria bien lejos de esos amigos que ejercen una influencia tan negativa sobre él.
—¿Selina es la madre de Gideon y Raphael?
—Sí —respondió mister George—. La mujer de la que los dos han heredado esos bonitos ojos verdes. Bueno, ya estamos. Puedes quitarte el pañuelo.
Esta vez nos encontrábamos completamente solos en la sala del cronógrafo.
—Charlotte ha dicho que en estas circunstancias anularían la visita planeada al siglo XVIII —dije esperanzada—. O que la aplazarían. Solo para que Gideon tuviera tiempo de recuperarse, y yo de practicar un poco más...
Mister George negó con la cabeza.
—No. No lo haremos. Tomaremos todas las medidas de precaución imaginables, pero la ajustada planificación temporal era muy importante para el conde. Gideon y tú iréis pasado mañana a esa
soirée
, eso está decidido. ¿Tienes alguna preferencia sobre el año al que te enviaremos a elapsar hoy?
—No —dije en un tono marcadamente indiferente—. De todos modos importa poco cuando uno tiene que quedarse encerrado en un sótano, ¿no le parece?
Mister George extrajo con cuidado el cronógrafo de su envoltorio de terciopelo.
—Sí, es cierto. Generalmente enviamos a Gideon al año 1953, un año tranquilo, lo único que tenemos que vigilar es que no se encuentre consigo mismo. —Sonrió divertido—. Me imagino que debe de ser una experiencia siniestra permanecer encerrado en algún sitio uno solo consigo mismo. — Mister George se frotó la abultada barriga y se quedó mirando al vacío con aire pensativo—. ¿Qué te parece 1956? También fue un año muy tranquilo.
—Sí, suena perfecto —dije.
Mister George me tendió la linterna de bolsillo y se sacó el sello del dedo.
—Solo por si acaso... No tengas miedo, seguro que no aparece nadie a las dos y media de la mañana.
—¿A las dos y media de la mañana? —repetí yo horrorizada. ¿Cómo iba a buscar a mi abuelo en mitad de la noche? Nadie creería que me había perdido en el sótano a las dos y media. Tal vez ni siquiera había nadie en la casa a esas horas. ¡Y en ese caso todo habría sido inútil!—. ¡No, por favor, mister George! ¡No me envíe por la noche a esa horrible catacumba completamente sola...!
—Pero, Gwendolyn, la hora no tiene ninguna importancia, bajo tierra, en una habitación cerrada...
—Pero es que yo... ¡por la noche tengo miedo! Por favor, por lo que más quiera, no me deje ahí sola...
Estaba tan desesperada que los ojos se me llenaron de lágrimas sin que tener que esforzarme en provocarlas artificialmente.
—Muy bien —dijo mister George, y me miró tranquilizadoramente con sus minúsculos ojillos—. Olvidaba que tú... Elijamos otra hora, pues. Pongamos por la tarde... ¿hacia las tres?
—Mejor —contesté—. Gracias, mister George.
—No hay de qué. —Mister George alzó un momento la mirada del cronógrafo y me dirigió una sonrisa—. Realmente te exigimos mucho; creo que en tu lugar, yo también me sentiría mal si tuviera que quedarme completamente solo en un sótano. Con mayor motivo todavía si se piensa que a veces ves cosas que otros no ven...
—Sí, gracias por recordármelo —dije. Por suerte, Xemerius no estaba aquí, porque seguro que se habría puesto frenético al oír la palabra «cosas»—. ¿Y qué es eso de que hay tumbas llenas de restos humanos y calaveras a la vuelta de la esquina?
—Oh— dijo mister George—. No quisiera asustarte aún más.
—No se preocupe—le contesté—. No me dan miedo los muertos. Al contrario que los vivos, según mi experiencia, no pueden hacerte nada. —Vi que mister George levantaba una ceja y continué rápidamente—: Naturalmente, de todos modos me parecen siniestros y de ninguna manera querría quedarme por la noche junto a unas catacumbas... —Le alargué una mano y con la otra mantuve la cartera firmemente apretada contra mi cuerpo—. Por favor, esta vez coja el ámbar; hasta ahora no le ha tocado.
✿✿✿
Con el corazón acelerado, cogí la llave del escondrijo detrás del ladrillo y desdoblé la hoja que Lucas me había dejado allí. Solo había palabras latinas, ningún mensaje personal. La contraseña del día me pareció inhabitualmente larga y ni siquiera traté de aprenderla de memoria. Cogí un bolígrafo de mi cartera y me la escribí en la palma de la mano. Lucas también había dibujado un plano de los corredores subterráneos. Según este, debía doblar a mano derecha en la puerta, y luego doblar en total tres veces a la izquierda hasta llegar a la gran escalera, junto a la que se encontrarían los primeros guardianes. La puerta se abrió sin esfuerzo cuando moví la llave en la cerradura. Me lo pensé un momento, pero al final decidí no cerrarla de nuevo por si volvía con prisas. Olía a moho allí abajo, y las paredes revelaban claramente lo antiguas que eran las bóvedas. El techo era bajo, y los corredores, muy estrechos. Cada pocos metros había una bifurcación o una puerta encajada en el muro. Sin mi linterna de bolsillo y el plano de Lucas seguramente me habría perdido, aunque estos pasadizos subterráneos despertaban en mí una extraña sensación de familiaridad. Cuando giré a la izquierda en el último pasillo antes de llegar a la escalera, oí voces y contuve la respiración.
Ahora se trataba de convencer a los guardias de que había una buena razón para que me dejaran pasar. Al contrario que en el siglo XVIII, los dos de aquí no parecían en absoluto peligrosos. Estaban sentados al pie de la escalera jugando a las cartas. Me acerqué con aire decidido. Cuando me vieron, a uno se le cayeron las cartas de la mano y el otro se levantó de un salto y se puso a buscar frenéticamente su espada, que estaba apoyada en la pared.
—Buenos días —dije animosamente—. Sigan, sigan, no se preocupen por mí.
—¿Qué...? ¿Cómo...? —tartamudeó el primero, mientras el segundo, que ya había cogido su espada, me miraba indeciso.
—¿Una espada no es un arma algo exótica para el siglo XX? —pregunté yo estupefacta—. ¿Qué hacen si alguien se presenta con una granada de mano o con una pistola ametralladora?
—Oh, por aquí no pasa mucha gente —dijo el de la espada, y sonrió tímidamente—. Es más un arma tradicional que... —Sacudió la cabeza, como si quisiera llamarse a sí mismo al orden, y luego hizo un esfuerzo, se puso firmes y preguntó—: ¿Contraseña?
Me miré la palma de la mano.
—
Nam quod in iuventus non discitur, in matura aetate nescitur
.
—Es correcto —dijo el que aún estaba sentado en la escalera—. Pero ¿de dónde viene, si puedo preguntarlo?
—Del Palacio de Justicia —contesté—. Un superatajo. Si les interesa, se lo puedo enseñar; pero ahora tengo una cita muy importante con Lucas Montrose.
—¿Montrose? La verdad es que ni siquiera sé si hoy está en casa—dijo el de la espada.
Y el otro añadió:
—La llevaremos arriba, miss, pero antes debe darnos su nombre.
Para el acta.
Dije el primer nombre que me vino a la cabeza. Tal vez un poco precipitadamente.
—¿Violeta Purpleplum? —repitió el de la espada, incrédulo, mientras el otro me miraba las piernas.
Supongo que la longitud de la falda de nuestro uniforme escolar no se ajustaba del todo a la moda del año 1956. Pero tanto daba, tendría que aguantarse.
—Sí —dije en un tono ligeramente agresivo, porque estaba enojada conmigo misma—. Y no veo el motivo para sonreír así. No todos tienen que llamarse Smith o Millar. ¿Podemos ir ya?
Los dos hombres discutieron un momento sobre quién tenía que llevarme arriba, y finalmente el de la espada cedió y volvió a ponerse cómodo en la escalera. En el camino hacia arriba, el otro quiso saber si yo ya había estado alguna vez allí. Le dije que desde luego, que varias veces, y que qué bonita era la Sala del Dragón, ¿verdad?, y que la mitad de mi familia eran miembros de los Vigilantes, y al llegar a este punto el hombre creyó recordar de pronto que ya me había visto en la última fiesta en el jardín.
—Usted era la chica que servía la limonada, ¿no? Junto con lady Gainsley.
—Eee... Exacto —dije yo, y enseguida nos enfrascamos en una fantástica charla sobre la fiesta, las rosas y un montón de gente a la que yo no conocía (lo que no impidió que me explayara sobre el extraño sombrero de mistress Lamotte y el hecho de que precisamente mister Masón se hubiera liado con una oficinista, ¡uf!).
Cuando pasamos ante las primeras ventanas, miré con curiosidad al exterior. Todo me pareció familiar. Sin embargo, saber que la ciudad, más allá de los venerables muros de Temple, ofrecía una imagen totalmente distinta a la que tenía en mi época resultaba, de algún modo, extraño; como si tuviera que precipitarme inmediatamente al exterior y observarlo por mí misma para creerlo.
En el primer piso el guardia llamó a la puerta de un despacho. Leí el nombre de mi abuelo en un cartel y me inundó una oleada de orgullo. ¡Lo había logrado!
—Una tal miss Purpleplum quiere ver a mister Montrose —dijo el guardia por la rendija de la puerta.
—Muchas gracias por acompañarme —dije yo mientras pasaba a su lado y me deslizaba dentro—.Ya nos veremos en la próxima fiesta en el jardín.
—Oh, sí. Me alegraría mucho —dijo, pero para entonces yo ya le había cerrado la puerta en las narices. Me volví con aire triunfal—. ¿Qué, qué me dices ahora?
—Miss... eh... ¿Purpleplum?
El hombre del escritorio me miraba con los ojos abiertos de par en par. Sin lugar a dudas no era mi abuelo. Yo le miré a mi vez fijamente, espantada.
Era muy joven, en realidad casi un muchacho todavía, y tenía la cara redonda y fina con unos ojitos claros y amistosos que me resultaron más que conocidos.
—¿Mister George? —pregunté incrédula.
—¿Nos conocemos?
El joven mister George se había levantado.
—Naturalmente. De la última fiesta en el jardín — tartamudeé mientras mis pensamientos se agolpaban en mi cabeza—. Yo era la de la limonada...