Zona zombie (22 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Zona zombie
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—¿Os han dado problemas? —preguntó Michael—. Quiero decir si fueron a por vosotros o eran como los de antes.

—Fueron a por nosotros.

—No lo entiendo. ¿Por qué algunos siguen reaccionando así, mientras que otros no lo hacen? —preguntó Jim. Aunque era un hombre joven, aquella noche parecía mucho mayor.

—Quién sabe —contestó Michael—. Mi hipótesis es que depende de las condiciones del cerebro y del cuerpo. Algunos están más descompuestos que otros. En consecuencia, algunos deben de estar en un estado mental peor que otros.

—Maldita sea, todos deben de estar en un estado mental lamentable, ¿no te parece? ¡Están muertos! —Harry sonrió—. Mirad, siento aguar la fiesta, pero he visto el vaho en las ventanas y he supuesto que habéis calentado agua. ¿Puedo beber algo?

Brigid se puso en pie y sirvió unas cucharadas de café en otras dos tazas. Vertió el agua hirviendo, removió la bebida y se las ofreció a Harry, que las sujetó con una mano. Llevaba una cuchilla de ciertas dimensiones en la otra mano. Harry se dio cuenta de que Michael la estaba mirando.

—Resulta condenadamente útil —explicó mientras levantaba el arma para que le diera la luz mortecina. Era una espada larga y muy ornamentada. Los otros supervivientes contemplaron con ojos precavidos cómo la alzaba—. La requisé en un museo hace unas semanas. Es lo mejor que he encontrado para deshacerme de los cadáveres.

—Baja ese maldito trasto —exigió Brigid, regañándole como si fuera su madre—. Eres como un maldito niño con un juguete nuevo. Me solía pasar la mitad del tiempo encerrando a idiotas que llevaban cosas como ésa.

Michael miró sorprendido, por lo que Harry le puso en antecedentes.

—Brigid era poli —explicó mientras se daba la vuelta y volvía a salir—. ¡Y aún cree que está de servicio!

—¿Te importa si salgo contigo? —preguntó Michael, sorprendiendo a Harry.

—Puedes, si quieres. Si prefieres pasar tu primera noche aquí fuera en la oscuridad con Bruce y conmigo en vez de meterte en una cama caliente, entonces sé mi invitado.

—De todas formas no puedo dormir —gruñó Michael mientras cerraba la cremallera de la cazadora y seguía a Harry hacia la oscuridad del exterior.

—No sé por qué se ponen tan nerviosos con la espada —comentó Harry mientras se alejaban de la casa—. No sé tú, pero yo prefiero llevar un arma como ésta en lugar de una pistola.

—Nunca me han gustado las pistolas —convino Michael—. Son demasiado ruidosas y tienes que disparar condenadamente bien para liquidar a los cadáveres. Si no aciertas en la cabeza, siguen avanzando hacia ti.

—Tienes toda la razón, y cuando finalmente has conseguido deshacerte de uno, tienes a un par de cientos yéndole a la zaga para ver qué era ese ruido.

—Sigue con tu espada, colega.

—Bruce —gritó Harry hacia la oscuridad—. Eh, Bruce, ¿dónde estás?

—Por aquí —contestó una voz procedente de una pequeña elevación que dominaba la pira que Michael había visto antes.

Los restos del fuego seguían ardiendo en brasas y podía ver en la oscuridad un leve resplandor naranja.

—Nos acercamos dos —respondió Harry a gritos. Volvió a bajar el tono para susurrarle a Michael—: No quiero que piense que eres uno de ellos e intente liquidarte.

Michael consiguió esbozar una media sonrisa.

—Gracias.

Encontraron a Bruce agachado sobre los rescoldos del fuego, calentándose las manos. A última hora de la tarde habían alimentado las llamas con madera y basura, pero los restos del combustible original de la hoguera seguían siendo claramente visibles. Michael descubrió que era un poco inquietante ver tantos huesos carbonizados. Parecía una fosa común como las que había visto en los libros de historia.

—¿Cómo estás, Mike? —preguntó Bruce con alegría mientras se acercaban.

—Estoy bien —respondió—. Pero estoy harto de estar sentado mirando las paredes.

—Sé lo que quieres decir. Supongo que últimamente todos lo hemos practicado tanto que hemos tenido suficiente para el resto de nuestras vidas.

—Por eso nos presentamos voluntarios para salir aquí fuera —explicó Harry—. Yo no seré capaz de relajarme hasta que sepa que nos hemos deshecho de todos los cuerpos que hay aquí y que el resto de nuestra gente está de camino desde el continente. Me gustaría que ocurriera ahora mismo.

—¿Cómo estaban todos cuando los viste? —preguntó Bruce—. ¿Jackie sigue manteniéndolos a raya?

—Parecía que sí.

—Calculo que en una semana más o menos, todos deberían estar aquí —comentó Harry, bostezando.

—¿Por qué tendrían que tardar tanto? —preguntó Michael—. Estoy de acuerdo con vosotros, me gustaría sentarme a tomar café después de que nos hubiéramos deshecho de los cuerpos.

—Tenemos que limpiar el pueblo —afirmó Bruce.

—Entonces deberíamos empezar mañana mismo. Ahora ya somos suficientes.

Bruce sonaba ahora menos confiado.

—No estoy seguro. Quizá deberíamos...

—Seamos sinceros —le interrumpió Michael—. Todos ponemos excusas instintivamente e intentamos aplazar las cosas. Cuanto antes lo hagamos, antes podremos seguir con nuestras vidas.

—Lo sé, pero limpiar el pueblo va a ser una tarea muy ardua y nos tendremos que librar de muchos. Tenemos que estar seguros de que lo hacemos bien desde el principio.

—Estoy de acuerdo, por eso asegurémonos que lo planeamos bien. Deberíamos entrar con rapidez y golpear, y después largarnos. Después de eso nos reagruparemos y volveremos a entrar y haremos de nuevo lo mismo. Y una y otra vez hasta que hayamos terminado la misión.

—¿Por qué estás de repente tan ansioso? —preguntó Harry.

—En parte porque quiero acabar con el trabajo, pero también por lo que he oído hoy —respondió Michael, dando patadas a las cenizas que se encontraban en el suelo al lado de su pie y provocando que se elevasen chispas en el aire—. He visto cómo esas cosas van cambiando constantemente, casi de día en día. Sé que llegará un momento en que se habrán descompuesto hasta quedar en nada y no se interpondrán en nuestro camino, pero todo lo que he visto y oído me hace pensar que todo puede ser mucho más difícil en vez de ser mucho más fácil. Los muertos están empezando a mirarnos y a prestar atención a lo que hacemos.

—¿Adónde quieres llegar exactamente?

—Creo que si no nos movemos ahora, entonces es posible que los cadáveres nos cacen a nosotros y no al revés.

29

Las primeras luces de la mañana se deslizaron muy lentamente por el aeródromo, casi como si no quisieran ser vistas. Desde lo alto de la torre de control, Clare contemplaba cómo desaparecía gradualmente la oscuridad. El exterior parecía frío y amenazaba tormenta, pero el edificio la aislaba del embate de las condiciones casi invernales. Desde donde estaba tenía una panorámica de la alambrada y de las hordas de cadáveres en constante movimiento que se encontraban al otro lado. Al intensificarse la luz, fue capaz de distinguir el cuerpo de Kelly Harcourt tendido de espaldas en la hierba alta, sólo a unos metros de los muertos.

—Puedes entender por qué lo hizo, ¿verdad? —preguntó Emma, que se encontraba justo detrás de ella.

—Aun así es una pena —respondió Clare con calma, su voz desconsolada y baja—. Me caía bien. Era simpática, mucho más simpática que Kilgore.

—No te puedes hacer una idea de lo que estaba pasando la pobre chica. Uno no sabe cómo podría reaccionar si estuviera en su situación, ¿verdad?

—Eso hace que te des cuenta de lo afortunada que eres.

—Supongo que sí.

—Somos afortunadas, ¿no te parece?

Emma no pudo responder. Pensando en ello, habían sobrevivido cuando millones habían caído, y eso las hacía afortunadas. Pero parecía que cada día las cosas eran más difíciles, y no podía dejar de pensar que por muchas razones habría sido mucho más fácil morir la primera mañana y no saber nada de lo que ocurrió después.

—Por supuesto, somos afortunadas —respondió—. Tenemos suerte de estar aquí, y tenemos suerte de tener una oportunidad de alejarnos de todo esto.

Clare sólo estaba escuchando a medias.

—¿Así que la vamos a dejar ahí? —preguntó, observando el cuerpo de Kelly en el suelo—. ¿No la tendríamos que trasladar?

La llegada inesperada de Cooper y Jackie Soames, que irrumpieron con estruendo en la sala, interrumpió la conversación. Por la expresión de sus caras, Emma pudo deducir que no estaban contentos.

—¿Alguien ha visto a Keele? —preguntó Jackie, mirando alrededor de la sala con cierta esperanza. Su rostro habitualmente rubicundo parecía aún más enrojecido y más sonrojado de lo normal.

—Lo vi antes —respondió Emma.

—¿Sabes dónde está ahora?

—No, ¿habéis intentado mirar...?

No se molestó en terminar la frase porque Jackie y Cooper ya estaban saliendo. Donna, que iba en dirección contraria, les bloqueó el camino sin querer.

—¿Has tenido suerte? —le preguntó Cooper.

—Aún no —contestó—. ¿Aquí tampoco está?

—Probablemente esté escondido en algún lugar de los edificios anexos —sugirió Jackie—. Ya lo ha hecho antes, ese pequeño capullo cobarde.

Jackie y Cooper salieron de nuevo de la sala, dejando a Donna plantada en medio de la puerta abierta. Emma estaba confusa.

—¿Qué demonios está pasando?

—Gary Keele ha huido —explicó Donna—. No lo encontramos.

—¿De qué está huyendo?

—Cooper quiere que mueva el avión.

—¿Y?

—Y eso es todo. El cabrón tiene un ataque de pánico. Parece que sufre de los nervios. Patético. Odio a los tipos como él, de verdad. Se limitan a parlotear y no actúan. Parece que se ha pasado el último par de semanas repitiendo sin parar a todos estos que se iba a convertir en el gran héroe y los llevaría volando hacia un lugar seguro, pero ahora que ha llegado el momento, se raja.

—Pero no puede haber abandonado el aeródromo.

—No sin que lo descuarticen o sin dejar entrar a un par de miles de cuerpos.

—Entonces, ¿qué ocurrirá si no pueden conseguir que pilote el avión? —preguntó Clare. Era una pregunta sensata.

—Entonces tendremos que tratar de ir a la isla en helicóptero, supongo. Richard tendrá que realizar muchos más viajes y estaremos limitados en la cantidad de cosas que podremos llevar con nosotros. Iremos allí de todas formas, pero tardaremos más tiempo y será mucho más complicado, eso es todo.

—Pero ¿y si...?

—Iremos —le aseguró Donna.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó Phil Croft.

Fumando uno de sus últimos y preciados cigarrillos, y cojeando lentamente a través de las sombras entre los edificios vacíos del aeródromo, el médico había tropezado con Keele sentado solo en un rincón de una húmeda sala de espera. Croft lo había vislumbrado por casualidad mientras pasaba por delante de una ventana cubierta de telarañas.

Keele no contestó. Siguió en silencio con la esperanza de que el médico captara el mensaje y desapareciera, pero Croft no se iba a ir a ninguna parte.

—Sólo intento conseguir un poco de espacio —respondió Keele al fin con los ojos fijos en el suelo delante de él.

—Dios santo —rió Croft—, la población de este país se ha reducido de millones a probablemente menos de unos centenares de personas y tú intentas conseguir un poco de espacio. Maldita sea, colega, si quieres espacio, tienes un montón ahí fuera. No necesitas esconderte aquí para estar solo.

—Lárgate.

—De acuerdo.

Croft estaba a punto de irse cuando miró por la ventana y descubrió a Cooper y una serie de personas yendo de edificio en edificio. Ató cabos y llegó a la conclusión evidente de que estaban buscando al hombre al que él acababa de encontrar. Por el rabillo del ojo vio que Keele lo miraba ansioso.

—¿Así que cuánto tiempo piensas quedarte aquí escondido? —preguntó el médico, sin dejar de mirar por la ventana.

—No me estoy escondiendo. Te he dicho que...

—Venga ya, corta el rollo. Te están buscando.

Keele no quería decir nada, pero se forzó a escupir una respuesta.

—No me estoy escondiendo.

—Sí que lo estás haciendo. Supongo que lo que oí decir la pasada noche es verdad: estás demasiado asustado para pilotar el avión.

—No estoy asustado.

—Vale, de acuerdo —se burló Croft—. Entonces déjame comprobar si lo he entendido bien: estás aquí sentado en la oscuridad, solo, en un rincón de esta mierda polvorienta porque necesitas un poco de espacio, y no te estás escondiendo de los demás, sólo has decidido que no sepan dónde estás. ¿Voy bien?

—Lárgate —repitió Keele.

—Keele —prosiguió Croft, alejándose de la ventana para encararse con el hombre en el rincón—, déjame que te diga algo, y quiero estar seguro de que entiendes lo que te voy a decir, ¿de acuerdo? Soy médico y me he pasado años cuidando a personas y asegurándome de que mejoran cuando se ponen enfermas. Ahora, las cosas han cambiado y si soy totalmente sincero, ya no me preocupan tanto los demás. Sólo estoy realmente interesado en mí mismo, y te lo digo muy claro: vas a hacer lo que tengas que hacer para sacarnos de aquí porque si no lo haces, te romperé las jodidas piernas.

—No me das miedo...

—Vas a pilotar el avión hasta la isla porque si no lo haces, te mataré —afirmó el médico con una voz tranquila y neutra—. No he llegado tan lejos para que todas mis oportunidades salten por los aires a causa de un pequeño cabrón estúpido y cobarde como tú. ¿Comprendes? ¿Te ha quedado lo suficientemente claro?

Keele no respondió. Croft se lo quedó mirando, se dio la vuelta y salió del edificio, cerrando de golpe la puerta a su espalda. Con el cigarrillo aún en la boca, inició el paseo lento y doloroso de regreso a la torre de control. De camino pasó al lado de Donna.

—¿Has visto...? —empezó a preguntar.

—Está ahí dentro —contestó, señalando el edificio a sus espaldas del que acababa de salir.

30

Richard Lawrence despegó de Cormansey poco después de las diez. Los nueve supervivientes que se quedaban en la isla se encontraban al final de la pista de aterrizaje y contemplaron el helicóptero hasta que sus brillantes luces de posición desaparecieron en la penumbra gris de la mañana. Tenían la esperanza de que regresara más tarde como habían planeado, trayendo consigo el avión y al menos a otras quince personas. Michael esperaba que Emma fuera una de ellas.

Durante la larga guardia de la noche anterior había conseguido convencer a Harry y Bruce para que escuchasen seriamente sus preocupaciones sobre los cambios en el comportamiento de los cadáveres. Había muchas cosas que seguían siendo impredecibles, de modo que tenía sentido emprender acciones lo más pronto posible. Como Michael nunca había sido amigo de la diplomacia, expuso sus opiniones a los demás durante el desayuno en términos francos, directos y sinceros, y excepto por ciertas reticencias nerviosas iniciales, habían sido en su mayor parte receptivos. Harry señaló los aspectos prácticos inmediatos de su situación, y ése resultó ser el factor decisivo. Con la llegada de Michael y los demás ya eran demasiados en la isla para alojarse con cierta comodidad en una sola casa pequeña. Librarse de los cuerpos haría sus vidas más fáciles.

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