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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Zona zombie (23 page)

BOOK: Zona zombie
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Armados con palos, hachas, palas y cuchillas de diversos tamaños, el pequeño grupo se desplazó desde la casa hasta el pueblo de Danvers Lye en un convoy de dos coches y la camioneta. Ésa era realmente la primera oportunidad desde su llegada que tenían Michael, Danny y Peter para ver algo de la isla. La mayor parte era yerma y rocosa, cubierta irregularmente de hierba y helechos. Casi siempre se podía ver el océano a un lado o al otro, y las columnas de agua fría y gris parecía que se elevaban constantemente hacia el cielo cuando las olas golpeaban la costa. Los pocos árboles que había estaban muy separados entre sí, y el viento aullaba a través del paisaje azotado por el clima. Una red básica de rudimentarias carreteras conectaba los diversos edificios, en su mayoría pequeñas casas, algunas de piedra gris antigua, otras de aspecto más moderno. Había una escuela con una sola aula, una granja en la parte suroeste de la isla, y había visto unas cuantas barcas pesqueras abandonadas a lo largo de la orilla, pero aparte de eso, Michael intentaba imaginar cómo se habían podido ganar la vida los habitantes de Cormansey. La tierra era dura e implacable, y la vida seguramente había sido difícil en el mejor de los casos.

Michael se sentía cada vez más nervioso conforme se acercaban al pueblo. Contempló la variopinta colección de edificios abandonados, y su incomodidad creció al darse cuenta de que era la primera vez que salía a buscar activamente cadáveres con el fin de destruirlos. Hasta ahora había pasado el tiempo escondiéndose de ellos o defendiendo a Emma y a sí mismo contra ellos. Aunque sabía que los cadáveres ofrecerían con toda seguridad muy poca resistencia, la inquietud que sentía era importante. Y a juzgar por las expresiones a su alrededor, no era el único que se sentía así.

Michael viajaba en el Jeep que iba al frente del convoy con Brigid y Jim. Tenía calor. Todo el mundo iba vestido con botas y guantes, así como con monos o impermeables resistentes que habían cogido del hogar vacío de un pescador que llevaba mucho tiempo muerto. La descomposición avanzada de los cuerpos había alcanzado ahora una fase en la que su destrucción, transporte y eliminación iba a ser inevitablemente una tarea sangrienta, grasienta, asquerosa y llena de gérmenes. Aquellas carcasas putrefactas estaban llenas de enfermedades. A nadie le entusiasmaba la perspectiva de un contacto físico estrecho.

—Para aquí —ordenó cuando se encontraban justo antes del giro que conducía a la carretera que atravesaba el corazón de Danvers Lye—. Creo que será mejor que dejemos aquí los vehículos. No queremos llegar demasiado lejos y descubrir más tarde que nos hemos quedado aislados.

Brigid detuvo el Jeep. El otro coche se detuvo detrás de ella y la camioneta lo hizo a su lado. Todos bajaron de los vehículos y se reagruparon en medio de la carretera.

—¿Ahora qué? ¿Simplemente vamos hacia allá? —preguntó Jim.

Michael negó con la cabeza.

—No, no lo creo. Quizá nos lo tendríamos que tomar con calma y limpiar cada edificio por turnos.

—Parece sensato.

—Mira —susurró Gayle Spencer—, un comité de bienvenida.

Alertados por el sonido de los motores, una serie de cadáveres habían salido tambaleantes a campo abierto y recorrían la calle, acercándose al grupo con intenciones obvias. Harry Stayt preparó la espada.

—Sabíamos que algunos seguirían siendo así —comentó mientras pasaba ansioso la cuchilla de una mano a otra.

—Tendríamos que tratar de hacerlos salir —sugirió Bruce—. Hagamos un poco de ruido para que todos los cadáveres que siguen reaccionando salgan a la calle.

—Tiene sentido —asintió Brigid—. ¿Qué tienes en mente?

Bruce se inclinó por la ventanilla delantera de la camioneta, estiró la mano y tocó el claxon. El ruido feo e inesperado levantó ecos por el paisaje en completo silencio, y sonó tan fuerte que durante un instante pareció que incluso llegaba a silenciar el sonido imparable de las olas rompiendo contra los muros de piedra gris del rudimentario puerto que se encontraba a un centenar de metros.

—Valdrá para empezar —comentó Harry con determinación.

Avanzó en dirección a los cadáveres desgarbados que se tambaleaban en dirección contraria, con la espada aferrada con fuerza en la mano, y la levantó para golpear.

—¿Alguien más tiene la impresión de que disfruta con esto? —comentó Jim en voz baja—. Capullo enfermo.

—Al menos lo intenta —intervino Gayle—. Nosotros nos hemos quedado aquí mirándole.

Michael contempló cómo Harry se acercaba a los dos primeros cadáveres. Como un espadachín experto (algo que estaba claro que no era), levantó la hoja por encima de su cabeza y la movió en un arco largo y sorprendentemente elegante, con lo cual consiguió de alguna manera cortar sin esfuerzo la cabeza del cadáver más cercano. El cuerpo cayó al suelo al instante, su cabeza decapitada rebotando en el asfalto a sus pies como un melocotón podrido. Otro giro de la hoja y también cayó al suelo el segundo cadáver, liberado de su cabeza con la misma velocidad pero con mucha menos precisión.

—Estoy detrás de ti, Harry —gritó Jim mientras Harry avanzaba cada vez con más confianza.

Jim corrió por la calle tras su amigo armado con la espada, manteniendo una distancia de seguridad con la hoja afilada como una cuchilla. Delante de ellos había seis cuerpos más, y Harry los liquidó con rapidez. Jim, Michael y Gayle empezaron a recoger los restos sangrientos de sus esfuerzos, que yacían desparramados por toda la calle. Moviéndose con rapidez, arrastraron los cadáveres hacia una zona de matorrales al otro lado de la carretera y los empezaron a apilar.

Los restos putrefactos del agente de mayor graduación de la policía de Cormansey cogieron por sorpresa a Harry, que salía desde detrás de una alta valla de madera, lo cual hizo que perdiera el equilibrio por un momento. Con una mano enguantada apartó el cuerpo de un empujón, enviándolo hacia atrás trastabillando. Aprovechando la oportunidad, Harry levantó la espada y partió el cadáver, cortando limpiamente la parte superior de la cabeza, atravesando el cuerpo y llegando con la hoja hasta el suelo. Se estremeció cuando la vibración del impacto de la punta de la espada contra el asfalto recorrió toda la extensión de sus brazos cansados. Sin aliento, siguió hacia el siguiente cadáver, y después hacia el siguiente, y otro, y otro más, impulsado por una mezcla curiosa de adrenalina y repugnancia. Bruce y Brigid estaban juntos y lo contemplaban desde cierta distancia, oyendo cómo silbaba la espada de Harry y cómo se deslizaba a través del aire frío.

—¡Eso es, Harry! —gritó Jim.

Consciente de repente de que se habían parado los movimientos torpes a su alrededor, Harry se quedó quieto y miró a un lado y a otro de la calle, jadeando con esfuerzo. La calle del pueblo que antes había sido gris y anodina, ahora estaba inundada de sangre y restos, cubierta de cadáveres caídos. Por el momento parecía que eso era todo. No pudo ver ningún otro cuerpo en movimiento.

—¿Dónde están los demás? —preguntó sin dejar de mirar a su alrededor—. Estoy seguro de que tiene que haber más. Al menos debería haber un centenar.

Michael se acercó a él, vigilando los edificios a oscuras a ambos lados de la calle mientras pasaba lentamente por delante.

—Se están escondiendo de ti y de tu espada ensangrentada.

—Estás bromeando —rió Harry—. ¡No se están escondiendo!

Michael señaló hacia el edificio más cercano: una tiendecita con un escaparate de cristal.

—Bueno, algunos sí lo hacen —comentó—. Mira.

«Dios santo —pensó Harry—. Michael tiene razón.» Podía ver numerosos cuerpos dentro del edificio, reunidos al fondo y lejos de la puerta. ¿Realmente se estaban escondiendo de forma consciente? La puerta estaba abierta, así que no estaban atrapados. ¿Qué demonios estaba pasando?

—¿Qué hacemos entonces?

—Supongo que entrar y liquidarlos.

Michael se distrajo un momento a causa de un estallido repentino de luz y ruido procedente de los matorrales a su espalda. Brigid había vertido combustible sobre los trozos de los cadáveres y les había prendido fuego. Unas llamas anaranjadas y brillantes se elevaron en la penumbra gris.

—Es posible que eso anime a unos cuantos más a salir a la calle —comentó.

Harry cruzó la calle y presionó la cara contra el escaparate de la carnicería.

—Aquí sólo hay un par —informó.

Podía ver al menos dos figuras oscuras meciéndose detrás del mostrador, que seguía lleno de carne rancia y llena de gusanos.

—Veamos entonces qué ocurre —sugirió Michael.

Abrió la puerta medio atrancada y los cadáveres se empezaron a mover de inmediato. Inesperadamente, retrocedían más hacia las sombras.

—¿Se están volviendo territoriales? —preguntó Harry.

Michael negó con la cabeza.

—Lo dudo. ¿Crees que eso es lo que queda del carnicero y su mujer?

—No. —Harry frunció el ceño—. No es eso lo que quiero decir. Me pregunto si son conscientes de su entorno. ¿Realmente se están apartando de nuestro camino o están defendiendo su espacio? ¿Sólo se están refugiando ahí?

—No creo que se estén refugiando —replicó mientras se abría paso a través de la puerta—. Dios santo, míralos. No están interesados en estar calientes o secos.

Michael se detuvo antes de entrar más en la tienda.

—¿Qué ocurre? —preguntó Harry, que se sintió preocupado de inmediato.

—Mira.

Harry vio cómo los dos cadáveres habían detenido de repente su torpe retirada.

—¿Qué demonios está pasando?

—Como dije ayer, por si solos no parece que supongan una gran amenaza para nosotros, pero parece que nosotros seguimos siendo una amenaza para ellos.

—Venga ya, simplemente hagámoslo.

—Espera —ordenó Michael, agarrando el brazo de Harry—. Tómatelo con calma. Los tenemos arrinconados. No sabemos cómo van a reaccionar si...

—Ya he tenido suficiente —replicó Harry, librándose de él y abriéndose paso hacia la tienda.

Los dos cuerpos se tambalearon ligeramente hacia delante, pero se volvieron a parar.

—Con cuidado —sugirió Michael, que estaba detrás de él.

Harry no estaba escuchando. Caminó hacia la parte trasera de la tienda y el cadáver más cercano de los dos se lanzó inmediatamente contra él. Cogido por sorpresa, consiguió empalar a la criatura con la espada, de manera que sus órganos internos putrefactos cayeron al suelo desde la herida abierta en sus entrañas. Indiferente a la herida, agarró a Harry por los hombros y tiró de él, empalándose aún más en el arma antigua y forzando a la hoja a salir por su espalda. Sorprendido por su velocidad, Harry no se dio cuenta por completo de lo que había ocurrido hasta que su mano y antebrazo derechos desaparecieron en la cavidad abdominal putrefacta del monstruoso cadáver. Empezó a tener arcadas y a ahogarse. El hedor era insoportable.

—Sácame de encima esta maldita cosa —gimió mientras empujaba el cuerpo con la mano izquierda e intentaba liberar la derecha.

La criatura estaba agitando los brazos delante de su cara, intentando agarrarlo de nuevo. La otra criatura putrefacta pasó al lado de la primera y se dirigió hacia Michael. Mientras Harry conseguía liberarse de su atacante y de una patada enviaba el cascarón vacío al otro lado de la sala y contra el escaparate, Michael empezó a golpear repetidas veces la cara del cuerpo que le estaba atacando. Cada puñetazo hacía que la cabeza del cadáver se lanzase hacia atrás sobre los débiles hombros antes de rebotar al instante y volver de nuevo hacia delante. Golpeó una y otra vez, y en cada ocasión el estado de la cabeza se iba deteriorando. Sus rasgos se volvieron gradualmente irreconocibles a medida que se fundían la sangre fría y coagulada, la carne putrefacta y los huesos astillados. Los cortes en la piel débil y descompuesta dejaban ver los huesos de la mejilla y la mandíbula, y Michael esperaba que el castigo constante acabara destrozando lo que quedaba del cerebro de la asquerosa cosa mientras seguía golpeándole la cabeza. Harry consiguió tirar al suelo al primer cadáver y empezó a patearle la cabeza, destrozándole el cráneo; después agarró el segundo cuerpo por la nuca y lo apartó de Michael.

—Yo me ocupo —comentó mientras levantaba la espada y la dejaba caer sobre uno de sus ojos.

Con la misma rapidez que había empezado terminó la actividad frenética en la tienda. Respirando con dificultad, Harry y Michael se encontraban uno al lado del otro, contemplando la asquerosa pila de restos que tenían a sus pies.

—Esto responde a algunas preguntas, ¿no te parece? —jadeó Michael—. No van a dar la vuelta y rendirse. Estos dos nos han atacado con más fuerza que nunca. La diferencia es que han puesto más de su parte. Sin duda tenían mucho más control del habitual. Se mantendrán fuera de nuestro camino hasta que los dejemos sin opciones y los arrinconemos. Se trataba de atacar o ser atacado.

31

A media tarde, la isla de Cormansey estaba de nuevo envuelta en una espesa niebla. Abriéndose camino de edificio a edificio a través de las calles oscuras de Danvers Lye, los nueve supervivientes hicieron bastantes progresos con su matanza improvisada. El grupo se había dividido de forma natural en tres facciones de tres; dos de los tríos se concentraron en vaciar los edificios, mientras que el tercero, con Brigid al mando, les seguía de cerca y retiraba los cuerpos, recogiéndolos de donde los habían tirado sin ceremonias en la calle y trasladándolos en la camioneta hasta el rugiente fuego que seguía ardiendo a la entrada del pueblo.

Michael, Harry y Peter Guest habían llegado a uno de los edificios más grandes y modernos, después de recorrer las tres cuartas partes de una calle por lo demás pintoresca y convencional. Una combinación poco habitual pero práctica de tienda de pueblo, oficina de correos, tienda de regalos, ferretería y supermercado, aquel establecimiento debía de haber sido casi con toda seguridad uno de los puntos de reunión de la pequeña comunidad de la isla antes de quedar destruida. Y en aquella primera mañana hacía unas ocho semanas, estaba claro que había sido un lugar muy concurrido. Michael se detuvo y se inclinó hacia el cristal sucio, haciendo visera sobre sus ojos para mirar dentro del edificio. Podía ver numerosos cadáveres que seguían tendidos en el suelo y otros moviéndose en la cercanía.

—¿Algún problema? —preguntó Peter, intentando mirar por encima del hombro sin acercarse demasiado.

—Ahí dentro hay unos pocos —contestó Michael, con el rostro apretado contra el escaparate—. Puedo ver cómo se mueven por la parte de atrás.

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