A bordo del naufragio (14 page)

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Authors: Alberto Olmos

BOOK: A bordo del naufragio
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LÁVALO GUARRO
, y no apartas los ojos del portal de El Toboso. Ahora sale Dulcinea con otras vestes: falda cámel de abotonadura frontal, chaqueta a juego y bolso mínimo de color incierto; y otras maneras: andar decidido, fumar displicente, sutil maquillaje. Y todo esto, ¿por qué? Puedes imaginar varias hipótesis, pero no te da la gana. La cuestión es decidir si te gusta más Dulcinea o Dulcinea reconstruida. Hombre, más guapa sí que está, contraviene los principios básicos que tú mismo has creado, pero tampoco puedes exigir a nadie que sea austero sin interrupción. Vas tras ella, que ya baja la calle taconeando el asfalto con parecida torpeza a como la subió (hay cosas que no se pueden maquillar). No se dirige al metro. Ha tomado una calle a la izquierda. Cuando doblas la esquina, no la ves. Un chico en un portal, dos señoras en otro, un coche que sale de un garaje..., no la ves. ¿Dónde se habrá metido? Escuchas el lastimoso sonido de un coche que no acaba de arrancar. Proviene del final de la calle. Te diriges hacia allí. A los pocos pasos, ya puedes ver a Dulcinea. Está dentro de un Renault Cinco ceniza que aplaza ponerse en marcha. Ésta es tu oportunidad. No tienes ni repajolera idea de lo que se oculta bajo un capó, pero eso no debe impedir que te acerques a ella y le ofrezcas tu ayuda. Hola, ¿puedo ayudarte? Hola, ¿quieres que te ayude? Hola, ¿te importa que pruebe yo? El Renault Cinco alcanza por fin el orgasmo y Dulcinea, visiblemente crispada, mete primera y sale con violencia del aparcamiento. Ni siquiera te ha visto. Se aleja para siempre. Te quedas mirando al suelo. Suspiras. Alzas los ojos y visualizas de nuevo la trayectoria del coche desde donde tú estás hasta la esquina que lo engulló. Y piensas: mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda...
aloja una bala en tu cerebro como una semilla de la muerte y que te crezca por dentro el árbol negro del adiós aloja una bala en tu corazón como un marcapasos del último segundo y permite que la enredadera de la agonía se desenvuelva en tu carne y te amortaje desde dentro para no seguir aquí para no seguir en esta ciudad que no es tu ciudad en este mundo que no es tu mundo que gira en sentido contrario al sentido en que tú giras y termina pronto de devorarte a ti mismo deja de andar y consume la parte de alma que todavía te mantiene en pie no ves que nada hay que hacer por aquí una bala un cuchillo un veneno la soga que serena y letalmente te balancea la sangre que corre por fuera y deja de correr por dentro no pienses en los demás no calibres el efecto que producirás en ellos nunca pensaron en ti sé egoísta por única y última vez ten valor
... Te quitas la mochila y la dejas caer a tus pies. Toses un poco. Te miras la punta de los zapatos. Metes las manos en los bolsillos y cierras los ojos durante diez segundos: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. Ya sabes lo que vas a hacer. Vas a irte a casa, vas a coger dinero para el autobús y te vas a ir a tu tierra. No aguantas más aquí. El campo te llama, o, mejor dicho, eres tú el que llama al campo, lo necesitas, la Gran Cacharrería no es para ti, las niñas monas no son para ti, ni siquiera Dulcinea es para ti. Y de volver a la universidad ni hablar. ¿Con qué cara te mirarán todos esos gilipollas si apareces por clase? Es más: a lo mejor hasta te expulsan o te imponen algún tipo de castigo. Lo cierto es que eso le haría un favor a tu expediente, pues nada hay tan patético como un expediente blanco, neutro, sumiso y mediocre. Te pones la mochila y caminas hacia el metro. No sabes con exactitud qué calles tomar. Hay más gente que antes. Te bajas de la acera porque unos gitanos están descargando cartones un poco más adelante. La calle vive en el caos. Hay coches por todas partes, sobre las aceras, yendo, viniendo, y también hay gente por todos los sitios, caminando en círculos (a ti te lo parece), envueltos en un rutinario ajetreo de mediodía amarillo. Ves, tras un escaparate, una variada colección de bollos y decides comprarte uno.
QUÉ QUERÍA
. Señalas una palmera. La chica, Dulcinea en el molino, la coge con unas pinzas plateadas, la introduce en una bolsa de plástico blanca y te la da.
CIEN PESETAS POR FAVOR
. Te metes la mano en el bolsillo, sacas una rubia y la depositas sobre la palma de su mano derecha.
GRACIAS
. Sales a la calle mordiendo el bollo y te tropiezas con una vieja. Te mira indignada y tú le das otro bocado a la palmera y te la quedas mirando mientras masticas. Se va. Miras de nuevo el escaparate de la tienda, pero no para ver los bollos, sino para ver a la panadera que, vale, también a su manera es un bollo (cursi). Al pagar has tocado su piel con la punta de los dedos índice y anular. Es lo más tierno que te ha pasado en todo el día. Lo de Dulcinea ha sido sólo sueño, pura elucubración; esto ha sido físico, sucintamente físico, pero real. La panadera te mira, apartas los ojos y le metes un mordisco inmenso a la palmera de chocolate, que es como el corazón, vicario, de la panadera. Te marchas. A lo lejos divisas el rombo rojo de la boca del metro. Terminas la palmera. Te pasas la lengua por todos los dientes y acusas un dolor agudo en tu colmillo derecho. Te acuerdas de que tienes la dentadura medieval y de que no deberías comer tanto dulce. Y piensas: todo exceso es un sustitutivo del sexo. Y piensas: creo que esto ya lo ha dicho alguien, el monstruo de las galletas, quizá. Bajas las escaleras del metro. Un negro inmenso, cazadora vaquera, botas de baloncesto, sonrisa de azúcar, te mira con un cartón de Camel en la mano derecha. Entras por la puerta que dice salida y un joven de pelo largo y lacio, ojos colorados, saltones, y barba de tres días se te acerca,
OYE TÍO QUÉ TAL PODRÍAS DARME ALGO
, y tú sacas una moneda del bolsillo y se la pones en la mano. No le miras a la cara, pero oyes cómo te dice gracias. Sacas el billete, lo introduces en la ranura y te clavas la argentina barra en el muslo. Te cagas en lo más alto. Miras las muescas del billete. Sí que ha marcado. Durante una centésima de segundo, piensas en ir a la taquilla a reclamar. Luego te acuerdas de quién eres, de cómo eres, y vuelves a meter el billete en la ranura. Empujas la barra con suavidad. Cede, está cediendo, cedió. Te quedan seis viajes. Necesitas uno para ir a la estación de autobuses. Los demás se quedarán latentes en el cartoncito blanco, inservibles para siempre. Subes las escaleras. Buscas los versos de la estación. No los encuentras. En el sur no hay poemas. Miras el plano del metro. Escoges el camino más lógico y te sitúas en el andén. Una pareja se mete mano alegremente y tú te sientes ofendido moralmente porque en realidad les envidias sexualmente. Deseas una piba (¿piba?) más que una nueva película de Woody Allen, y eso que adoras a Woody. Tu vida sexual es tan interesante como el pomo de una puerta. Ella lleva minifalda de cuero rojo, medias negras, bolso cuco verde: parece la puta del arco iris. Quizá lo sea. Miras el cronómetro. Dos minutos treinta segundos. Miras el barrio. Reafirmas tus denuestos urbanísticos. Miras a la pareja. Reafirmas tus denuestos morales. Miras el reloj: dos minutos cuarenta segundos. Miras la vía, eterna hacia la nada. Miras la punta sucia de tus zapatos. Frotas con la suela derecha el barro de la punta izquierda. Lo dejas peor. Tres minutos. Llega el tren, se para, puertas abiertas, pitidos, puertas cerradas, movimiento. Te has sentado con la mochila puesta. Delante de ti hay un señor con traje y bigote, calva, gafas, un lunar sobre la mejilla izquierda. Te mira, corres la mirada, el espejo te devuelve tu propia imagen, camisa de leñador blanca y roja, barba de exactamente trece días, gafas de cristales oblongos, incipiente alopecia, guedejas negras ...
Simón Tejedor Manrique 16 de marzo de 1919 23 de julio de 1995 rip tu abuela viste de negro tu madre viste de negro el sol brilla el sacerdote níveo el ataúd castaño Simón Tejedor Manrique 16 de marzo de 1919 23 de julio de 1995 tu abuela echa sombra sobre el féretro su sombra está también de luto Simón Tejedor Manrique 16 de marzo de 1919 23 de julio de 1995 miras a tu abuela miras la sombra de tu abuela rip él está serio serio muy serio y piensas hijo de puta y piensas hijo de puta y piensas Simón Tejedor Manrique 16 de marzo de 1919 23 de julio de 1995 rip rip requiescat in pace in pace requiescat él serio tía Marta no está su marido dijo no puede venir está muy afectada hija de puta también todos hijos de puta Simón Tejedor Manrique 16 de marzo de 1919 23 de julio de 1995 rip rip rip Pantaleón estruja la boina entre las manos negra el sol brilla el cura blanco dice cosas que no entiendes desciende el ataúd Braulio estruja la boina negra sombra de tu abuela tu madre de luto él serio hijo de puta todos sobre todo el muerto tierra por puñados puñados de tierra Simón Tejedor Manrique 16 de marzo de 1919 23 de julio de 1995 rip puñado de ella de ella de él de él de ellas de ti de tu mano de tu palma sale la tierra castellana que golpea la madera castellana y sepulta al hombre castellano Simón Tejedor Manrique 16 de marzo de 1919 23 de julio de 1995 rip tu abuela gime tu madre pálida él serio ellas cuchichean él serio también y estás llorando llorando lágrimas lentas y frías como la mañana frías y lentas llorando estás llorando sin cesar de llorar y llorar y no sabes ni puedes imaginar un solo motivo por el que llorar a este viejo Simón Tejedor Manrique 16 de                tu abuela dice qué vas a hacer y tú dices seguir estudiando y ella dice no tenemos dinero y tú dices el Estado abuela el Estado y ella dice mejor sería trabajar y tú dices quiero seguir estudiando y ella dice el Estado no estará ahí siempre y tú dices el Estado está aquí ahora y ella dice creo que pierdes el tiempo y tú piensas claro que pierdo el tiempo y dices estudiar es necesario y ella dice creo que no te va a servir de nada es vivir del Estado y tú piensas que se joda el Estado y dices no abuela no y ella dice dónde vas a vivir y tú dices ya me las apañaré y ella dice eso dijo tu madre se fue a su aire y y se calla y mira para el suelo y se pellizca la falda y dice no es una buena idea y tú dices te lo repito abuela es necesario estudiar y ella dice en el pueblo hay trabajo y tú piensas en el pueblo hay mierda y dices si hay trabajo hoy habrá trabajo mañana y ella dice a lo mejor yo no estoy aquí mañana y tú piensas a lo mejor soy yo el que no está aquí mañana y dices no digas eso abuela cómo no vas a estar
... Todo son puñales, puñales afilados, afiladísimos. Son puñales los recuerdos y son puñales los sueños; y los despertares, el café, estos momentos, son también puñales. ¿A qué se debe este andar sin dejar rastro? Caminas siempre hacia adelante, caminas en la misma dirección veintidós años y, cuando quieres contemplar la distancia recorrida, cuando quieres identificarte con el camino, descubres que el tal camino no existe, que estás en el punto cero, en el núcleo de la rosa de los vientos, y que tomes el camino que tomes, no te mueves del sitio. Es un desierto, un mar, un cielo, una hoja en blanco; y tú eres el peregrino parado, Caronte sin remo, ave áptera, estilográfica sin tinta. Eres el cero, más aún, eres esa parte del cero que carece de marca, de trazado; eres el interior de un cero, una cosa hecha en negativo, por límites, contraposiciones, reflejos y sombras. Pero ¿de qué estás hablando? Es más, ¿por qué te dices esto a ti mismo cuando es a los demás a los que tienes que decírselo? ¿Para cuándo estás reservando en tu cabeza, sufrido odre, este acíbar/negrura/ponzoña que destila tu soledad? Abre la boca y deja que salga el ave oscura de tu miedo, no importa que asole la mente de alguien, no importa que te tomen por loco y te encierren, lo único que importa es no estar solo ante ella, no tener el enemigo dentro. Pero tú persistes en tu doble error (y ya sabes lo que hace la sociedad/Clint Easwood con aquellos que cometen dos errores): primero, pensar, y segundo, pensar lo que piensas. Si quieres un consejo de alguien que te conoce muy bien, te diré que lo mejor es no pensar, o sea:               , todo el rato. Pensar es malo para la salud. No discernir permite que la brisa oree tus neuronas, y eso es cojonudo. Dirías: yo soy bueno, tú eres bueno, todos somos buenos, y estarías integrado en el rebaño de ángeles, la piara de querubines, la manada de sonrisas... Cada generación escupe sobre la sombra de la generación anterior. Cada hornada de humanos olvida los fetiches de sus progenitores, o lo que es peor, los mete en un museo. Tu abuela no vive el presente porque el presente ha retirado del curso legal las monedas con las que ella compró sus primeras chucherías y ha retirado también la música que ella bailó, sus héroes, sus atuendos, su lenguaje, sus prejuicios. Ahora hay prejuicios nuevos, vocablos nuevos, ropa nueva. No hemos avanzado nada, sólo hemos cambiado jodiendo a los predecesores. Tu abuela mira hacia el mundo y no lo reconoce. Han rebautizado las calles, han remodelado la iglesia, la tele es en colores, ya no hay teatro en la plaza del pueblo. Su vida se reduce al recuerdo, y su memoria se va deshojando de recuerdos por la vejez y la falta de objetos donde asirse. Y así llega la muerte, triunfal sobre el desnudo de la memoria, sobre la inconsciencia de vivir, la náusea, y la incapacidad del hombre para vivir sin borrar la senda del que vivió
...tu madre dice era mi vida y tu abuela dice sí hija pero él era tu padre y ella dice un padre no deja a su hija irse de casa y tu abuela dice no es hora de remover las cosas y tu madre dice él nunca me quiso nunca quiso a nadie y ella dice no es hora de remover las cosas tú despegas la oreja de la puerta y sales a la noche a soñar otra vida en Miquel en Miquel nunca quiso a nadie soledad de Simón Tejedor Manrique requiescat in pace paz paz paz nunca se haya se busca no sabes lo que andas buscando en las entrañas rurales de la noche estrellada de luna absoluta hacía sol brillaba el sol el sol refulgía sobre la miseria y refulgirá sobre la dicha porque al sol le dan del todo lo mismo los seres que bajo sus rayos reptan rip en Miquel en Miquel tu madre dijo Barcelona quiero ir a Barcelona padre y él dijo no y ella sí y él en el pueblo hay trabajo y no quiero que le limpies los suelos a un catalán y no te lo contó la abuela te lo dijo la abuela a lo mejor es verdad a lo mejor es mentira a lo mejor el sol brillaba en el entierro y la luna brilla en tu llanto por la madre que tienes y el abuelo que tuviste y el padre que no tienes y la abuela que no tendrás y ella te dijo dice tu madre fue a Barcelona a servir y dice se escapó y tú preguntas quién es ese en Miquel y ella dice tú cómo sabes ese nombre y tú piensas yo sé muchas más cosas de las que aparento saber y dices lo oí y ella dice dónde y tú piensas en la cómoda de mamá hay cartas muchas cartas y dices no me acuerdo muchas cartas y en una de ellas un poema que no comprendiste firmado en Miquel y dices sigo sin acordarme y dices quién es en Miquel y ella dice no es hora de remover las cosas

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