A por el oro (12 page)

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Authors: Chris Cleave

Tags: #Relato

BOOK: A por el oro
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Zoe fue la primera en presentarse el día de la inauguración. Diecinueve años, alta y de aspecto fiero con su plumífero negro, los ojos pintados también de negro y la cabeza rapada. No sonreía, pero ¿qué importaba eso? Tom respetaba a los críos que llegaban temprano. Al presentarte el primero, estabas reivindicando tu espacio. En la pista, los demás esperarán tu ataque a media carrera. Espiarán en los músculos de tu pierna que aparezca ese tic indicador de que empiezas a meter caña. Y para cuando sean capaces de reaccionar, tú ya les habrás sacado esa escasa fracción de segundo. El chaval que llegaba a una hora temprana al velódromo, podía ganar una décima de segundo en la pista. Las victorias se forjaban basándose en esas proporciones.

Zoe se acercó al mostrador de recepción y apoyó su bolsa encima.

—Buenos días, señorita —dijo Tom—. ¿Qué puedo hacer por usted?

Zoe lanzó una mirada a los paneles que separaban el vestíbulo del velódromo propiamente dicho.

—Programa de Formación de Ciclistas de Élite.

Tom sonrió.

—Es usted una joven promesa; ¿me equivoco?

La chica no parecía estar de humor para bromas.

—Zoe Castle. Estoy en la lista. Con el entrenador Thomas Voss.

—¿Voss? ¿Con ese viejales?

Zoe torció el gesto.

—Oye, ¿por qué no buscas el nombre en la lista y te callas?

Tom rebuscó en el mostrador, con fingida sorpresa.

—Igual todavía no lo han apuntado —dijo Zoe—. He llegado pronto.

—Pronto, ¿para qué?

Resultaba evidente que la muchacha ya no podía aguantar más.

—Mira, ya te lo he dicho, estoy aquí para el…

—Bueno, espero que tenga tanto carácter sobre la bicicleta como en la vida real, señorita Zoe Castle.

Zoe le lanzó una mirada siniestra, y Tom la dejó pasar. Las asas de su bolsa se engancharon en el torno y tuvo que pelearse con ellas por unos momentos hasta que consiguió soltarlas. La muchacha estaba totalmente fuera de sí. Tom la contemplaba con la expresión sorprendida y asustada de un niño que ha golpeado el cristal del terrario y despertado a un bicho iracundo.

Aguardó un minuto, y luego la siguió por el velódromo. Le gustaba observar cómo reaccionaba un deportista ante aquel espacio. Doce mil asientos ascendían hasta la cúpula del techo, de tal altura que la luz que penetraba por las claraboyas no llegaba hasta el nivel de la pista. Gruesas franjas de luz solar descendían por el enorme vacío y se desvanecían en un gris fosilizado que apenas hacía brillar el barniz de la pista. Era una resplandeciente mañana invernal, pero sobre el suelo reinaba la penumbra. Tom contempló cómo Zoe se acercaba a la pista y dejaba la bolsa junto a la línea de salida. El eco resonó en el espacio vacío.

La muchacha se quitó los zapatos y los calcetines y pisó la pista, asimilando el ángulo de inclinación bajo sus pies descalzos. Dio una vuelta en el sentido contrario a las agujas del reloj. En las rectas había poca pendiente, pero en las curvas el peralte era tan pronunciado que a los pies les costaba mantener el agarre. Comenzó a trotar y luego a correr, y Tom sintió que se le erizaban los pelos de la nuca cuando Zoe estiró los brazos y soltó un grito en medio del espacio resonante.

Media hora más tarde, con Tom de nuevo en el mostrador de recepción, se presentó Kate. Iba abrigada contra el frío con dos forros polares y un gorro de lana bajo el cual asomaba su cabello rubio.

—Perdone, llego pronto, ¿no es así? —dijo, sonriendo a Tom—. No sabía cuánto tardaría en llegar desde el hotel. Esto… puedo volver más tarde, si es…, bueno, ya sabe.

Se detuvo a medio camino entre la puerta giratoria de la entrada y el mostrador. Tom ladeó la cabeza y la observó atentamente.

—He venido para asistir al Programa de Formación de Ciclistas de Élite —aclaró la chica—. Es hoy, ¿verdad? Me enviaron una carta de este sitio… Pero igual hay varias sesiones distintas… Lo siento, le estoy liando.

Tom apoyó los codos en la mesa, descansó la barbilla en las manos y sonrió a Kate.

—Tranquila, hija, respira hondo.

La joven hizo lo que le decían y se rio.

—Perdón.

—Empecemos por el principio, guapa. Cuando naciste, ¿te pusieron un nombre?

—Oh, sí. Perdón… Sí. Catherine Meadows… Kate.

Tom parpadeó sorprendido al mirar su carpeta.

—Catherine Anne Meadows, campeona del Norte de Inglaterra en carretera y pista en las categorías sub 12, sub 14, sub 16 y sub 18. El informe relaciona una abundante lista de premios, pero nada en los últimos seis meses. ¿Se te ha olvidado cómo ganar?

—No —contestó, sonrojándose.

—¿Entonces?

—No he competido.

—¿Lesionada?

Kate bajó la mirada al suelo.

—Mi padre murió. Lo siento.

—¿Y crees que jodiendo tu carrera deportiva vas a traerlo de vuelta?

La muchacha volvió a mirarlo, sorprendida. Él prosiguió:

—Las cosas como son, Kate. Cuando se es tan buena como tú, hay que seguir corriendo mientras sigas teniendo piernas, ¿de acuerdo?

Kate se sonrojó aún más.

—Perdón.

Tom sonrió.

—Lamento la pérdida de tu padre. ¿Has traído todo tu equipo?

—Eso creo —repuso la joven, y se acercó al mostrador de recepción para mostrarle su bolsa—. He traído lo que uso para competir. No sé si es lo que había que traer.

Tom la miró.

—No estás segura; ¿me equivoco?

—¿De qué?

—De que tengas lo que hay que tener para dedicarte a esto.

Kate permaneció en silencio, con los brazos pegados al cuerpo. Estaba totalmente bloqueada.

—No pasa nada, Kate Meadows —dijo Tom, reclinándose en la silla—. Te volveremos a poner a punto. Pasa, el entrenador vendrá a las nueve.

Tom fue repasando la llegada de los demás chavales. A las nueve en punto, cuando ya se habían presentado todos excepto Jack Argall, cerró el mostrador de recepción y entró en el velódromo para observar cómo interactuaban sus nuevos candidatos en la penumbra.

Eran once en total, seis chicas y cinco chicos. Ellos estaban sentados en lo alto de las gradas, repantigados en los asientos plegables y charlando sobre Keats, la porcelana china o sobre lo que hablara la juventud antes de pasarse ocho horas dando pedales. Parecían maniquíes atléticos con pocas partes móviles. Zoe, en pie, con las piernas separadas, los contemplaba desde el punto más iluminado de la pista, situada donde todos pudieran verla. Había dejado su equipo sobre los mejores asientos y se movía como si fuera la dueña del lugar. Tom la estudió mientras observaba cómo calentaban las otras chicas.

Había cuatro que se conocían del Circuito Junior de Inglaterra: Clara, Penny, Jess y Sam. Tom las había visto competir a todas. Estaban sentadas juntas en el suelo, en la zona técnica, y, entre risas, se ayudaban unas a otras con los estiramientos.

Tom se fijó en que Zoe analizaba la forma física de sus rivales: Clara era corpulenta, una levantadora de pesas en bicicleta. Tendría una fuerza imbatible justo hasta el momento en que sus músculos exigieran algo más de oxígeno. El entrenador pudo ver cómo Zoe la descartaba con la mirada. Penny era más difícil de definir. Se encontraba ayudando a Clara a estirar, con una mano en su dorso mientras Clara se tocaba las puntas de los pies. El brazo que apoyaba Penny sobre la espalda de su amiga era delgado, casi escuálido. Resultaba evidente que estaba entrenada para distancias largas; su grasa corporal rondaría el cero y en cuanto a su masa muscular, estaría por debajo. Semejaba una triatleta, en lugar de una estrella de la pista. Tenía un rostro afilado, y cuando se rio de algo que había comentado Clara, parecía como si tuviera las encías encogidas. Estaba a medio camino —una pequeña fracción de entrenamiento de más establecería la diferencia entre la plena forma y la enfermedad crónica. Penny no tenía aspecto de estar en el buen camino. Zoe parecía tranquila.

Jess y Sam estaban sentadas una frente a la otra, con las plantas de los pies pegadas, agarradas de las muñecas para estirar y encoger alternativamente la espalda. La primera, guapa, con mechas carmesí en el pelo, lucía un tatuaje en la región lumbar, un estilizado sol con una cara y una melena formada por rayos. Cada vez que se echaba adelante, el sol asomaba por la cintura de sus pantalones de chándal. Tenía una buena espalda y se estiraba como una gimnasta, elástica y flexible. Pero quizá era demasiado liviana para imponerse, físicamente, en una situación reñida. Cuando se abría un resquicio delante de ti en la pista, necesitabas la fuerza suficiente para aumentar al momento el nivel de intensidad y colarte por el hueco antes de que se cerrara. Jess parecía poseer buena potencia, pero puede que careciera de ese arranque. Tras analizarla, Tom le concedía un cincuenta por ciento de posibilidades. Cuando volvió a mirar a Zoe, advirtió que ella también sentía curiosidad.

El entrenador observó cómo la atención de Zoe se dirigía a Sam, pero resultaba evidente que esta no valía. Mientras realizaba estiramientos, había una rigidez en su espalda y una fragilidad en sus hombros que indujeron a Tom a peguntarse si la muchacha arrastraría alguna lesión. No sonreía, y pudo adivinar que la chica sentía la fuerza superior que fluía por el cuerpo de Jess mientras estiraban juntas. Quizá se estuviera preguntando de repente qué demonios estaba haciendo allí.

Ya solo quedaba Kate. Tom se fijó en que Zoe se centraba en ella. Mientras las demás chicas calentaban con los uniformes de sus clubes o sus maillots de campeonas, Kate vestía un chándal amarillo normal, de Adidas y con capucha, con los cordones algo cedidos ya en la cintura y en el cuello. Contemplaba el velódromo, tan excitada como Zoe al principio, pero sin la inteligencia necesaria para disimularlo. Todo en su lenguaje corporal ofrecía una ventaja psicológica a cualquiera que se dedicase a observarlo.

El entrenador vio que Zoe se incorporaba cuando Kate se le acercó.

Esta última sonrió y se detuvo, dejando un espacio para que Zoe terminara de aproximarse a ella si quería. Hay gente que deja esos prudentes espacios vacíos a los demás, justo de la manera adecuada para que se acomoden en ellos. Por experiencia, Tom sabía que ese tipo de gente rara vez son triunfadores.

Contempló cómo Zoe le devolvía una sonrisa fría, y luego fulminaba a Kate con la mirada y se daba la vuelta.

Tom deseaba que Zoe estuviera equivocada, pero no podía discutir las conclusiones a que había llegado la muchacha. Los resultados de Kate eran los mejores de todas las chicas del programa, pero lo cierto era que pertenecía a ese tipo de personas que dejaban de entrenar cuando fallecía su padre. Zoe era distinta. El viejo entrenador tenía la impresión de que se encontraba ante una de esas chicas que, si algún día su familia se interponía entre ella y los entrenamientos, sería capaz de matarlos a todos con sus propias manos.

No importaba si Kate la ganaba esa semana. Poco a poco, carrera a carrera, año a año, una muchacha como Zoe se mantendría a flote en aquel deporte, mientras que Kate se iría hundiendo por el peso de la vida real. Él había presenciado aquello centenares de veces.

Eran las nueve y diez y Tom se disponía a bajar a la pista y presentarse a los candidatos, cuando un muchacho se saltó los tornos y se dirigió hacia allí. Medía un metro ochenta y era todo músculo. Vestía una camiseta en la que ponía «The Exploited» y unos pantalones azules. Tenía el pelo negro, rizado e indómito, y del cuello le colgaban unos auriculares.

Este muchacho también parecía rápido. Daba la sensación de que acababa de salir de un túnel de viento. Bajó las escaleras desde la entrada como una estrella de rock al entrar en un estadio. Gritó: «¡Hola, hola!», y lanzó la bolsa al suelo. Se situó en la pista, en mitad de la línea de salida, dio unas palmadas y los demás se callaron.

Tom no se movió de las gradas, fascinado.

—Muy bien, todos. ¡Acercaos! Me llamo Jack Argall y soy el asistente del entrenador. Thomas Voss está indispuesto y me ha pedido que asuma el mando. Os mandaré realizar unos ejercicios de calentamiento para valorar en qué disciplina encajáis mejor. Así que, si los tíos podéis formar una fila aquí… muy bien… y las chicas, en fila, aquí… gracias, muy bien… Y ahora vamos a correr un poco sin movernos del sitio durante un par de minutos, para activar la circulación.

Tom, boquiabierto, vio cómo el chaval formaba a los ciclistas en filas, azuzándolos con su fuerte acento escocés.

Todos los candidatos comenzaron a correr en estático. Incluso Zoe bajó a la pista y calentó. Jack aplaudía.

—Muy bien, sí señor, ¡muy bien! Vale, ahora, los tíos, a correr por la pista en sentido contrario al de las agujas del reloj… Gracias… así me gusta… Bien, y las niñas, ¿podéis hacer unos estiramientos del tronco superior? Unid las manos detrás de la espalda y sacad pecho… Gracias, eso está muy, pero que muy bien. Estirad a fondo, señoritas; las que sean más flexibles recibirán las bicis más rápidas.

Las chicas se reían pero estiraban los brazos tras la espalda y sacaban pecho. Kate se estiró hasta que se le hincharon las venas. Los chicos completaron su vuelta y se acercaron a la línea de salida.

—¡Muy bien, chicos! —alabó Jack—. Ahora, otra vuelta, pero esta vez corriendo de espaldas. Y vosotras, quiero que abráis las piernas y os toquéis los pies con las manos. Eso es, bien, bien… A ver hasta dónde llegáis.

Contemplándolos desde las gradas, Tom no podía contener la risa. Los chavales sufrían para correr marcha atrás en la pista, debido a la inclinación. Tropezaban entre ellos y soltaban maldiciones. Las chicas estaban con el culo levantado y las manos en el suelo.

—Muy bien, caballeros —gritó Jack—. Quiero que sigáis corriendo hacia atrás. Pero ahora dando una palmada en el muslo con la mano del lado contrario cada dos pasos, y cada ocho pasos quiero que os deis una colleja con ambas manos. El que mejor lo haga demostrará tener una coordinación excelente, y así se lo comunicaré al entrenador.

Ellos daban pena. Había colisiones, caídas y juramentos cuyo eco resonaba por todo el velódromo. Las chicas se echaron a reír y dejaron los estiramientos para observarlos. En la otra punta de la pista, los muchachos estaban empezando a perder el control. Aquello se había convertido en un caos.

Jack sonrió a las chicas.

—Ahora, señoritas, si me prestáis atención, tengo que confesaros algo terrible. Me llamo Jack Argall, sí, pero Thomas Voss no me ha pedido que haga esto. Soy uno más de vosotros. A decir verdad, no tengo ni idea de dónde está Thomas Voss. Así que me gustaría aprovechar esta oportunidad para informaros, chicas, de que soy el actual campeón de Escocia de ciclismo en pista, que estos bíceps que tengo son de verdad, que por ahora estoy soltero y sin compromiso, que sois todas extremadamente guapas y flexibles y que en este preciso momento, soy el único deportista varón en este edificio que no parece un idiota intentando realizar el baile bávaro marcha atrás. Muchas gracias.

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