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Authors: Kevin Hearne

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

Acorralado (7 page)

BOOK: Acorralado
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Malina no estaba acostumbrada a que desconfiaran de ella tan abiertamente y creo que le faltaba poco para considerarse ofendida. Pero, seamos realistas, salvo los miembros de su aquelarre casi nadie sabía que era una bruja; la gente creía que no era más que una mujer fascinante, cosmopolita y de éxito, con una melena impresionante y cierta afición por las botas sexys.

—Está bien —se limitó a responder, quitando el corcho de una botella de vino Rosemount Estate Shiraz que ya estaba abierta, esperando sobre la encimera de granito.

Se disponía a sacar una copa del armario, pero después se lo pensó mejor y tiró el corcho por encima de su hombro, con un gesto descuidado, y decidió beber a morro de la botella, ya que yo no había aceptado la invitación.

—Empecemos, ¿le parece? —Echó un trago o dos para darse fuerzas antes de continuar—. Ahora mismo Waclawa es sólo un montón de cenizas a la orilla del lago, gracias a cierto maleficio que no veía desde los días de mi juventud en Europa. No es algo que mi aquelarre pueda hacer, se lo aseguro, ni tampoco querríamos hacerlo. Ese maleficio no puede conjurarse sin la ayuda de fuerzas oscuras y se necesitan tres brujas trabajando al mismo tiempo para realizarlo. Con eso —dijo señalándome con la boca de la botella de modo significativo— tendría que hacerse una idea de a qué nos enfrentamos.

—Si me atacaron al mismo tiempo que a su aquelarre, significa que nos encontramos con dos docenas de brujas más ocho demonios.

—Correcto. Bueno, puede ser que los demonios ya no anden por aquí. Pero estoy segura de que han dejado algo suyo. —Abrió mucho los ojos, como queriendo decir algo, y empecé a preguntarme cuánto vino habría bebido ya.

—Oh, no. Deje que lo adivine: ahora mismo, ocho de las brujas comen por dos.

—Muy bien, señor O’Sullivan. Normalmente las cosas funcionan así. Dentro de nueve meses, nacerán ocho bebés de demonio, y aún nacerán más, poco después, si las brujas se atreven a intentarlo de nuevo. Sólo hay un aquelarre lo bastante grande y desalmado como para intentar algo así, y ya nos hemos encontrado antes con ellas: se llaman a sí mismas
die Töchter des dritten Hauses
.

—¿Las Hijas de la Tercera Casa?

—Sí, ésas son las brujas a las que me refería por teléfono. —Contrajo el gesto como si fuera a lanzar una maldición o cinco, pero logró dominarse a tiempo y, en vez de eso, comentó tranquilamente—: Veo que habla alemán.


Ja
, varias versiones. ¿Por qué las demás sobrevivieron mientras que Waclawa no?

Malina se encogió de hombros.

—Ella estaba fuera cuando ocurrió, las demás estábamos en casa. Aquí en nuestro piso estamos muy bien protegidas; estoy segura de que usted también se protegerá de alguna forma… Si todas hubiéramos estado fuera en el momento del ataque, todas habríamos muerto.

—Si es así, se diría que no habían planeado muy bien el ataque, pues podrían haberse asegurado de llevarlo a cabo en un momento en que fueran más vulnerables.

—Está dando por hecho que conocen nuestras defensas. No tienen ni idea de los conjuros que nos otorgan las Zorias. Su magia es diferente a la nuestra, así como a la suya. Desde su punto de vista, han conjurado un maleficio al que nadie puede sobrevivir. Se sorprenderán al comprobar lo contrario.

—¿Por qué han ido contra mí? Es más, ¿por qué se han dirigido contra su aquelarre?

—En parte, a nosotras nos atacaron para saldar una cuenta pendiente —contestó, dándose golpecitos en el pecho con la botella, hasta que recordó que contenía un añejo bastante bueno. Tomó otro trago antes de proseguir y entró en la zona de la sala de estar—. Pero sobre todo, nosotros, y en ese «nosotros» le incluyo, somos los únicos que quedan protegiendo el territorio del valle oriental, sea usted consciente o no.

—Yo no me incluí en esa lista.

—No es el tipo de asunto para el que se hacen listas. —Se llevó la mano a la boca para disimular un discreto eructo—. Lo perciben como un guardián de esta zona y, por consiguiente, lo es. La percepción es la realidad, señor O’Sullivan.

—¿Por qué no van a por los hombres lobo? ¿O a por Leif?

—Ellos representan unas esferas de influencia completamente distintas. Los hombres lobo sólo se preocupan por otros licántropos; dado que la magia no les afecta, no podía importarles menos quién domina un territorio. A los vampiros sólo les interesan otros muertos vivientes. Nosotros, en cambio, debemos preocuparnos por todos los usuarios de la magia.

—¿Debemos?

—Fíjese en los lugares con mucha criminalidad. El valle occidental es todo lo contrario al valle oriental, por ejemplo. Las ciudades de la parte occidental, incluyendo Phoenix, tienen índices más altos de criminalidad, pobreza y accidentes de tráfico que las del Este. ¿Por qué cree que es así?

—Por el nivel socioeconómico y la mala ingeniería civil.

—No, se debe a que el valle occidental no está bajo nuestros auspicios, como el oriental.

—¿Quiere decir que su aquelarre es el único responsable de la relativa paz y prosperidad del valle oriental?

—El único responsable no, pero sí en gran medida. Las Zorias son diosas protectoras, no esas divinidades vengativas que quieren sangre y sacrificios.

—Todo eso es muy interesante, pero no guarda demasiada relación con lo que nos ocupa, que es: ¿dónde puedo encontrar al aquelarre alemán y cómo puedo matar a sus brujas?

—Mátelas de la misma forma que mató a mis hermanas —me contestó Malina con frialdad. Ella no sabía que en realidad yo no las había matado: cinco habían servido de cena a los hombres lobo y la sexta había sido víctima de otra bruja, que estaba de mi parte—. Y en cuanto a dónde están, supongo que estarán en alguna parte de la ciudad. No puedo darle una localización precisa, pues yo misma no lo sé. Vamos a intentar descubrirlo después de medianoche.

—Perfecto. Yo también trataré de descubrirlo. ¿Diría que ese aquelarre es más poderoso que el suyo?

—Sin duda lo es en este momento, pues nos superan en número. Nos dejaron tranquilas mientras contábamos con todas nuestras fuerzas. Pero ahora saben que nuestro poder está mermado, el valle oriental es un lugar muy agradable para vivir y creen que pueden ganar.

—¿Y pueden?

—En cierta manera, ya lo han hecho. No podemos salir de esta planta del edificio hasta que la amenaza del maleficio haya sido eliminada, porque no podemos protegernos de ella de forma individual. Además, es muy poco probable que las venzamos únicamente con la magia siendo sólo seis. Así que depende de usted, señor O’Sullivan, salir ahí fuera y frustrar sus planes.

—Sospecho que me está confundiendo con un superhéroe. Los héroes van por ahí frustrando los planes de los malvados villanos. Entregan a los malhechores a la policía y los malos siempre dicen que lo habrían conseguido de no ser por esos niñatos entrometidos. —Entre los ojos de Malina apareció un surco, mientras intentaba encontrar un sentido a mis palabras, y pude ver que no lo conseguía. Supongo que no era demasiado aficionada a los dibujos de los sábados por la mañana—. Los druidas, por otra parte, se vengan de las personas que intentan freírlos.

—Bueno, eso lo entiendo.

—Bien. Por favor, explíqueme por qué el valle oriental resulta tan tentador.

—¿Por qué la gente se pelea por él, quiere decir? —Malina dejó de andar de un lado a otro por el salón y se dejó caer sobre el cómodo sofá de piel, inclinando la botella de Shiraz una vez más.

—Sí, explíquemelo como si fuera un niño, porque en realidad nunca he llegado a entender ese sentido de la territorialidad. ¿Por qué algunos grupos de seres mágicos combaten por un puñado de bienes inmuebles, cuando podríamos extendernos por toda la superficie de la tierra sin problemas?

—Pensaba que era obvio, señor O’Sullivan. En una sociedad industrializada densamente poblada, los ciudadanos están predispuestos a creer que la magia es ridícula. Por tanto, es más fácil mezclarse, más fácil alimentarse de ellos si es lo que queremos y mucho más fácil aprovecharse de ellos. Un solo individuo puede ir a donde desee con relativa facilidad; pero un grupo más grande necesita una masa mayor en la que ocultarse y un motor económico más potente que nos permita vivir la vida que prefiramos vivir. De este modo, los núcleos urbanos son tanto nuestra protección como nuestro sustento, y es lógico que compitamos por los mejores lugares para vivir.

—¿No pueden compartirlos?

—Hasta cierto punto, sí. Compartimos este territorio con la manada de Tempe, por ejemplo. Lo compartimos con usted. Pero cuando demasiados usuarios de magia habitan en un área determinada, el riesgo de quedar al descubierto aumenta, así como también el de gravar en exceso la economía.

—Ruego que me perdone. Exactamente, ¿cómo gravan en exceso la economía? Yo tengo una librería y una tienda de hierbas medicinales. Todos los miembros de la manada de Tempe tienen trabajos legítimos. ¿Usted no hace lo mismo?

Malina se echó a reír.

—Vaya, pues no, señor O’Sullivan, yo no hago lo mismo. La gente me da todo lo que quiero. Lo mismo puede decirse de mis hermanas.

—¿Quiere decir que la gente le da dinero sin más?

—Sí, eso es. —Se enroscó un rizo en el dedo y me dedicó una sonrisa deslumbrante.

—¿Por su propia voluntad?

—Bueno, así lo recuerdan ellos. —Se encogió de hombros y levantó una mano, con la palma hacia arriba—. Así que debe de ser verdad, ¿no?

Esbozó una sonrisita irónica.

—¿Y eso no les causa ningún problema moral?

—Ninguno en absoluto. —Se inclinó hacia delante y bajó la voz, como si fuera a compartir una confidencia en un lugar público—. De hecho, estamos en nómina en dos docenas de empresas diferentes como consultoras, pero no hacemos absolutamente nada para conseguir nuestros sueldos, como cualquier consultor normal. —Volvió a echarse hacia atrás y siguió hablando con el volumen de voz normal—. No obstante, nosotras sí hacemos un servicio a la gente del valle oriental.

—¿Puedo preguntar cuál es?

—Pues lo mantenemos a salvo de las brujas malas de verdad, por supuesto, así como de algunos de los ciudadanos menos respetables de Estados Unidos. Hay zonas de Mesa que no tardarían en parecerse a las partes más peligrosas de las grandes ciudades, de no ser por nosotras. Y eso será lo que pase si
die Töchter des dritten Hauses
se hacen con este territorio. Sin mencionar el daño que pueden provocar las bacantes una vez lleguen aquí.

—¿Qué? ¿Hay bacantes de camino? ¿En este mismo momento?

—Incluso mientras hablamos. Ya sabe, las de Las Vegas. Ya le hablé de ellas, ¿no?

—Sí, me parece que sí. —Traté de sonar despreocupado, pero un poco más y necesito un par de calzoncillos nuevos.

En los tiempos en que yo era un iniciado —eso fue décadas antes de Jesús—, las bacantes eran las criaturas más terroríficas del mundo, según el archidruida. Cualquier cosa que asustara al archidruida a mí me provocaba pesadillas; desde que tenía pocos siglos, en cuanto alguien mencionaba a Baco, aunque fuera de forma indirecta, se me aflojaba el estómago.

Los chavales de hoy en día no saben mucho de las bacantes, excepto quizá por la historia sobre Orfeo que sale en
Las metamorfosis
, de Ovidio. La semana pasada vino un estudiante de la Universidad del estado de Arizona buscándolo y me definió a las bacantes como «esas chavalas borrachas que se cargaron a un tío porque no quería acostarse con ellas». Sus profesores deben de estar tan orgullosos. Le pregunté si sabía lo que eran las ménades y en vez de responder correctamente que no era más que otro nombre para bacantes, por alguna extraña razón pensó que me estaba refiriendo a mis testículos. Algo así como: «Tío, ¿a que no sabes lo que significa “menéales”?» A partir de ese momento, la conversación se deterioró por momentos.

Ahora que ya soy mucho más mayor y espero que más sabio, sé que, en parte, el miedo del archidruida se debía a su propia visión machista y al terror que inspiran las mujeres que hacen lo que les place. No obstante, también sé que en parte era un miedo bien fundado.

Las bacantes llevan tirsos, que son varas envueltas en ramas de hiedra que les otorgan el poder de montar una fiesta al instante: golpean el suelo con ellas y brota el vino. Bailan y beben hasta el frenesí, y entonces adquieren una fuerza tremenda, suficiente para despedazar un toro (o a un hombre) con las manos desnudas. Como resultado, su exaltación suele producir un efecto dominó en la gente que las rodea y las fiestas más o menos civilizadas se convierten en orgías desenfrenadas. No es un tipo de magia que se dirija a alguien en particular y yo sospechaba que, en gran medida, lo único que hace es estimular las feromonas humanas, por lo que tenía miedo de que mi amuleto no me protegiera. Además, las bacantes no se queman con el fuego y no sufren heridas de armas de hierro. Lo primero a mí no me afectaba, porque los druidas no van por ahí lanzando bolas de fuego a sus enemigos; pero lo segundo me planteaba un gran problema, porque solía utilizar mi espada siempre que quería encargarme de los demás antes de que los demás se encargasen de mí. Así que las bacantes estaban bien protegidas contra las habilidades de los druidas, mientras que me temía que yo estaba indefenso ante su magia.

—En los últimos años, las hemos obligado a retroceder dos veces —dijo Malina—, pero ahora no sólo son más que nosotras, sino que además pueden desatar la histeria sin miedo a que aparezcamos, porque tenemos que estar aquí encerradas hasta que las
Hexen
alemanas sean destruidas. No me sorprendería descubrir que los dos grupos trabajan juntos para apoderarse del territorio.

—Todo esto —dije con una sonrisa burlona, meneando el dedo índice hacia ella— está empezando a sonarme un poco sospechoso.

Malina abrió los ojos como platos, con sorpresa fingida.

—¿Está empezando?

—Sí —contesté, sin hacer caso de su sarcasmo—, me suena a que quiere que yo corra de un lado a otro resolviendo sus problemas, mientras usted se queda pasando el rato en casa, viendo
El diario de Noa
o algo por el estilo. —Imité su tono de voz e intenté hablar con acento polaco—: «Vaya a matar a las
Hexen
alemanas por mí, druida, y encárguese también de esas bacantes tan pesadas y consígale una a Orfeo.»

Malina me lanzó una mirada furiosa.

—¿Se supone que eso era una imitación de mi acento? Sonaba como un ruso intentando imitar a Bela Lugosi y fracasando estrepitosamente. Mi acento es mucho más elegante y refinado.

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