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Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

Agentes del caos (23 page)

BOOK: Agentes del caos
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Confuso, maldiciendo a medias esa pequeña llama de esperanza que aún brillaba dentro de él, Johnson miró hacia la pantalla que mostraba las puertas de la fosa sobre su cabeza. Y mientras las miraba, las puertas comenzaron a abrirse, lenta e inexorablemente…

Las estrellas brillaron, claras e incitantes, encima del Prometeo.

—Bueno, aquí va el fracaso… —dijo Arkady Duntov débilmente, y encendió los dispositivos antigravitacionales.

Johnson sintió la momentánea sensación de ingravidez cuando los dispositivos neutralizaron la gravedad artificial de la base junto a la poca gravedad natural del asteroide, y luego fue aplastado dentro de su Capullo al encenderse el reactor principal, abierto a propulsión máxima, y el Prometeo saltó de la fosa hacía el espacio negro y frío, hacía la libertad.

A pesar de la tremenda aceleración que oprimía su cuerpo, Johnson mantuvo la vista fija sobre el panorama suave del espacio en la pantalla de proa, sin atreverse a mirar lo que ya lo obsesionaba: las naves Hegemónicas que en esos momentos debían de estar avistando al Prometeo, preparándose para despegar y perseguirlos…

Mientras el Prometeo aceleraba hacia afuera, rumbo a las estrellas, Johnson se preparaba para el choque que vendría cuando las naves Hegemónicas atacaran con cañones láser, con cohetes termonucleares… Morbosamente se preguntó si tendría tiempo de sorprenderse antes de ser pulverizado…

El Prometeo enfilaba hacia las estrellas, y Boris Johnson esperaba a la muerte… en cualquier momento vendría el golpe fatal… Y esperó… y siguió esperando…

La visión de la nave interestelar que saltaba de la fosa de aterrizaje le parecía a Ching lo más grandioso que hubiera visto, la culminación de toda su vida. Sentía que su alma acompañaba a la nave mientras viajaba rumbo a las estrellas y al futuro del hombre.

Ese futuro no le será negado, juró Ching. Comenzó a contar mentalmente los segundos que faltaban para poder mover la otra llave sin riesgos para la nave… diez… quince… treinta… Con un gran esfuerzo mental, Ching arrancó sus ojos del Prometeo y se concentró en la pantalla que mostraba las naves Hegemónicas. Por lo visto ya habían detectado al Prometeo, pues reinaba gran confusión entre el bosque de naves. Algunas compuertas ya estaban cerradas, otras cargando las tropas, y había Custodios yendo y viniendo sin rumbo…

Un minuto… un minuto y diez segundos… y quince…

Ching recorrió la asamblea de Hermanos con la mirada. Todos miraban la pantalla, y vio que muchos labios se movían al unísono mientras lo acompañaban en la cuenta mental.

Dos minutos y diez segundos… veinte… treinta… cuarenta…

Robert Ching vaciló una fracción de segundo, parpadeó y movió la segunda llave.

Dentro de las entrañas del asteroide, una señal llegó al control automático del reactor atómico del cuartel, rodeado por toneladas de blindaje de plomo. Uno por uno, los dispositivos de contención dejaron de funcionar y la masa reactiva avanzó rápidamente hacia su punto critico, hacia ese momento en el cual estallaría en holocausto nuclear que atomizaría a todo el asteroide junto con todo lo que contenía: Hermanos, Custodios, naves Hegemónicas.

La gran explosión nuclear que destruiría todas las naves Hegemónicas y dejaría libre el camino a las estrellas.

La victoria a través del Suicidio… El Acto Caótico Final.

Robert Ching volvió su mirada a las estrellas, al espacio infinito que mostraba la pantalla enorme dentro de la cual flotaba. Por sobre las cabezas de los Hermanos, cada uno solo y ensimismado en este momento, pudo ver la pequeña estela plateada del Prometeo, enfilando hacia las estrellas cuyas imágenes veía en su pantalla.

Ching parpadeó, y le parecía que la imagen de la pantalla era la realidad misma…

Flotaba libre en el espacio, unido al universo del cual era una simple partícula, unido a los millones y millones de estrellas, cada una un sol, hasta el infinito. Caóticamente… el destino del Hombre.

En su imaginación vio consumado el momento de destrucción que sobrevenía… El asteroide, las naves Hegemónicas, su propio cuerpo, devueltos al Caos primitivo del cual habían surgido por obra del fuego nuclear… Su mente, sus pensamientos, todo su ser, no sólo destruidos sino desintegrados. Fortuitos, fusionados al universo Caótico…

En el momento en el cual esa anticipación se volvió realidad, el asteroide, las naves, los hombres y Robert Ching, Primer Agente de la Hermandad de los Asesinos se transformaban en átomos, su último pensamiento fue de éxtasis. Saboreó su muerte en el momento en que ocurría… Una muerte victoriosa, una muerte que lo unía, cuerpo y alma, a aquello que había servido en vida.

Al fin, Robert Ching y el Caos eran una sola cosa.

De repente, Boris Johnson sintió un temblor en el casco del Prometeo, sacudiendo sus huesos aún dentro del Capullo. Era lo que esperaba; una avería por un disparo mal calculado, y luego el aniquilamiento total cuando dieran en el blanco, y el Prometeo volara en pedazos.

Pero nada de eso ocurrió. Sintió el golpeteo de partículas pequeñas sobre el casco exterior, como si la nave pasara a través de una nube de meteoros terriblemente densa.

Y luego… ¡nada! Los golpes cesaron, no hubo más sonidos No hubo fuego nuclear. Nada. Estaban… vivos.

Miró hacía la pantalla que mostraba la imagen de proa: nada más que estrellas y oscuridad.

—¿Qué fue eso? —gruñó finalmente.

—No sé —dijo Duntov—. A menos que…

Extendió la mano y activó la pantalla de popa. La pantalla se iluminó, y Johnson buscó el asteroide y la flota Hegemónica que ya los perseguía con toda seguridad…

Pero no vio ninguna de las dos cosas. Solamente se veía una nube de polvo y escombros, tan fino que parecía pedregullo. Eso era lo que había sentido. La explosión del asteroide y la lluvia de restos sobre el casco de la nave. Y todos esos hombres…

Pero el Prometeo estaba a salvo.

Johnson se sintió flotando sin peso cuando Duntov apagó los reactores de propulsión.

—¿Qué Acto puede ser más Caótico que lograr la Victoria a través del suicidio…? —musitó Arkady Duntov.

—¿Qué?

—Una cita de Markowitz —dijo Duntov—. Acerca de algo que él llamaba el «Acto Caótico Final».

La Victoria a través del suicidio.

—¿Qué quieres decir… que piensas que no fue un accidente? —dijo Johnson—. ¿Que Ching hizo volar el asteroide a propósito?

—Estoy seguro —dijo Duntov—. Dieron sus vidas para destruir las naves Hegemónicas. Se sacrificaron para que el Prometeo pudiera ir a las estrellas.

Boris Johnson entendía y no entendía a la vez. Era algo que podía haber hecho un hombre fríamente racional como Gorov, un balance desapasionadamente lógico entre sus propias vidas y el futuro de la raza humana. Pero en el fondo de su ser sospechaba que el acto no tenía nada de frío.

También sintió que para Robert Ching no había sido un acto de desesperación, sino algo más, algo que tenía un sentido que él no podría comprender jamás. Johnson sintió un escalofrío. Se suponía que el Milenio de las Religiones había terminado siglos atrás. ¿Había terminado hoy con Robert Ching? ¿Se terminaría alguna vez?, se preguntó.

Una hora más tarde, cuando habían hecho las correcciones finales de la trayectoria y el Prometeo viajaba irrevocablemente rumbo a Cygnus 61, Boris Johnson miraba maravillado las estrellas lejanas hacia las cuales pronto viajarían a velocidades muchas veces mayores que la de la luz.

Contemplando las estrellas, se dio cuenta de que nada había terminado, aunque la Hegemonía y los peligros que había pasado quedaban a sus espaldas; sino que sólo comenzaba todo.

¿Qué habría allí afuera? Estrella tras estrella, raza tras raza, peligro tras peligro, sin fin ni en el tiempo ni en el espacio. La inmortalidad racial del Hombre, quizás, pero una inmortalidad para la cual tendría que luchar una y otra vez contra un universo indiferente.

Esa lucha apenas comenzaba. Dentro de un billón de años seguiría en sus comienzos. Siempre estaría comenzando.

Boris Johnson, una frágil partícula de una entropía temporalmente detenida, contempló los billones de estrellas que se extendían delante de él, islas de un océano sin fondo y sin costas… y por primera vez en su vida contempló al frente el rostro del Caos.

Le parecía que desde esas estrellas brillantes, los múltiples ojos ciegos del Caos, los átomos dispersos del rostro de Robert Ching le devolvían la mirada.

FIN

NORMAN SPINRAD, (15 de septiembre de 1940), escritor de ciencia ficción nacido en Nueva York.

Spinrad ha sido asociado habitualmente a la Nueva Ola, y de hecho su novela más conocida,
Incordie a Jack Barron
, fue publicada inicialmente en versión serializada en la
New Worlds
de Michael Moorcock.

Ha sido presidente de la Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos (SFWA) en dos ocasiones.

En su última novela,
El rey druida
, ha cambiado totalmente de género, para internarse en la novela histórica.

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